La tierra tiembla: El rodaje de una superproducción en la selva misionera
El Soberbio es un pueblo fronterizo argentino donde se habla portugués, casi no hay señal de celular y el intendente está prófugo. En ese escenario donde las consecuencias del desmonte son una realidad se filma La tierra roja, una ficción que intenta alertar contra el uso de agrotóxicos. El desgarrador testimonio de una víctima.
Por Leandro Filozof
El Soberbio es un pequeño pueblo de la Argentina que se encuentra a orillas del río Uruguay, en la provincia de Misiones. Está en la frontera con Porto Soberbo, Brasil. Sus habitantes son bilingües, pero en su mayoría hablan portugués. Muchos viven en contacto con –y trabajan en– la selva. Su población, a contramano, con el tiempo se fue descentralizando. En muchos puntos de la zona la señal de celular es inexistente e Internet funciona de a ratos. Los jóvenes, en su mayoría, optan entre ser profesores o policías. Su intendente, de diez años de gestión, está prófugo y sigue acumulando denuncias. Rodeado de selva, los saltos del Moconá y un paisaje imponente, es el escenario, de tintes ficcionales, que eligió Diego Martínez Vignatti para filmar Tierra roja, su cuarto largometraje. La película cuenta la historia de Pierre –interpretado por el belga Geert Van Rampelberg–, que trabaja como capataz en el obraje de una multinacional en la selva misionera, desmotando bosques y plantando pinos para fabricar papel. Allí conoce a Ana (Eugenia Ramírez Miori), una maestra rural preocupada por el uso de agrotóxicos y sus efectos en la población. Se enamoran, y Pierre intenta evitar el conflicto, hasta que se ve obligado a elegir un bando cuando la gente comienza a enfrentarse al avance de la multinacional.
Son 270 kilómetros desde Iguazú hasta El Soberbio. Después de 110 kilómetros por la ruta nacional 12, se entra a la ruta provincial 11, cargada de curvas con pasto alto donde –cuenta el chofer– se esconden a veces los de Gendarmería para tirar cintas de clavos y detener autos de traficantes. Ya en el pueblo, al llegar a un mástil, doblar a la izquierda y ascender un cerro se llega al hotel Puertas del Sol donde almuerza, cena y duerme la mayor parte del staff de la película. La producción, a cargo de Trivial Media –el productor ejecutivo es Pablo Ratto– y Panda Filmes de Brasil, asociados con Entre Chien et Loup de Bélgica, tiene sus complejidades: se puede ver a los productores caminando por los pasillos, buscando señal de celular.
El alojamiento para la prensa es en las cabañas del tío “Coleco”, apodo de Alberto Elio Krysvzuk, ex intendente prófugo: entre sus denuncias está quedarse con 256 tarjetas magnéticas para cobrar el plan de Seguridad Alimentaria –el monto total es de más de dos millones de pesos–. Desde allí, son unos pocos kilómetros hasta uno de los sets de rodaje –todos están a 40 kilómetros a la redonda de El Soberbio–. Este es un rancho al lado de una escuela rural. Adentro, la ficción se mezcla con el documental cuando Fabián Tomassi, víctima de los agrotóxicos, da su testimonio. Muchos de los oyentes sueltan algunas lágrimas.
Después, el Dr. Balza (personaje de Enrique Piñeiro) habla sobre los efectos de los agrotóxicos. Luego se da una discusión con dos de los representantes de la multinacional por el uso indebido de agroquímicos. No todos son actores: muchos son extras que viven en la región. Alrededor de la cabaña hay un grupo de curiosos, sobre todo chicos a los que no les resulta fácil guardar silencio ante el grito de “acción”.
A la noche, la cena en el hotel sostiene un ritmo intenso donde, incluso con descansos, jamás parece que se termine el trabajo. Algunos llevan meses allí, otros están hace cinco semanas. Entre discusiones y trámites para conseguir policías y el helicóptero del gobernador para el día siguiente, el director, argentino radicado en Bruselas, le dice a Veintitrés: “Cuando venís acá entrás en otra dimensión. Si nosotros vivimos en la ciudad, en la civilización, acá claramente es el mundo de la naturaleza. No tengo una mirada romántica sobre eso porque por algo el hombre se escapó del bosque. Pero nos pasamos tanto de la línea roja: no sabemos más lo que es la tierra, los árboles, nada. Eso también está en el origen de la destrucción sistemática de los recursos naturales. No tenemos la menor idea de lo que significan”.
–¿Cómo es el mundo de la naturaleza?
–Ahí hay tipos que viven y trabajan en armonía. En una de las escenas ahí, en un momento que había mucho sol, calor, tuve la sensación de estar en una imagen atemporal y que esa imagen se había transmitido desde el comienzo de la civilización: compartir cosas entre hombres en un lugar hostil, porque compartir es protegerse y sobrevivir. Tiene que ver con lo que cuenta la película. Todo empieza con el desmonte. La selva está también para servirse, es una tontería decir que no se corten los árboles, se hace desde siempre, pero eso está protegido y reglamentado. Y si se respeta, la gente puede vivir diez mil años de eso, el problema es cuando entran intereses de multinacionales a las cuales les importa un bledo lo que va a pasar dentro de diez años. Lo único que le importa a ese tipo de empresas es enriquecerse lo más rápido posible, aunque implique destruir todo, matar gente. No les importa si ya se llevaron todo, salud, riqueza al menor costo.
–¿Cuál es la realidad de Misiones?
–Destrozan la selva, cortan lo legal y lo ilegal y se roban toda la madera. La selva es tan rica que plantan pinos que crecen más rápido que en cualquier otro lado. El problema es que cuando plantás algo sale de todo, no sólo lo que quieren, y eso lo exterminan usando agrotóxicos a lo loco. Repitiendo un proceso criminal, porque los agrotóxicos son venenos cancerígenos: está probado. Y ese es el drama que se vive en la Argentina. El país está en un desastre ecológico y sanitario: los efectos se ven en la población, lo que dice el personaje de Ana –cinco litros de agrotóxicos por año por habitante, cien litros en veinte años– es real. Son cifras oficiales. Dos tercios de las superficies cultivables en la Argentina tienen soja transgénica, que es cancerígena: detrás de eso está Monsanto, el gobierno nacional, los gobiernos provinciales, todos los intendentes, todo el mundo.
El día siguiente, la filmación comienza temprano. Una manifestación de vecinos –en su mayoría extras del lugar– que corta la ruta se enfrenta a un grupo de policías –algunos de ellos auténticos oficiales–. A los costados, hay casas de madera y chapa. Quienes no participan en la película pero viven allí, acercan sillas y pasan las horas con mate –más entrada la tarde algunos con cerveza– mirando la filmación. “Lo que estamos filmando pasa acá y hay gente que se está enterando mientras filmamos, gente que trabajó con los agrotóxicos y el tabaco. Es la primera vez que digo voy a extrañar un personaje. Porque estoy trabajando de verdad con los chicos en la escuela, con los otros personajes y creo vínculos por fuera de la ficción también”, cuenta Ramírez Miori sobre su personaje Ana. Eugenia es argentina, ex mujer del director, también vive hace doce años en Bruselas y fue la protagonista de otro trabajo de Martínez Vignatti, La cantante de tango. “Soy profundamente ecologista, estoy éticamente de acuerdo con el proyecto. Después, artísticamente, lo admiro como director de fotografía y como director también: me parece que hace cosas diferentes y creo que es un privilegio trabajar en algo así”, afirma.
De un lado de la ruta, enfrentando al jefe de policía y su segundo –con un escuadrón, patrulleros y camión de bomberos incluidos–, junto a Ana está Rómulo, ayudante del médico rural. “Me encanta el personaje, es súper agraciado –cuenta Héctor Bordoni–. Es un tipo que, no sabemos por qué, trabaja con el médico. Está vinculado con el Movimiento de Trabajadores Rurales y se va metiendo en el mundillo, compra armas, agita: me encanta ese tipo de personajes que van hasta el final”. Del otro lado, el segundo de la policía es Matías Ezequiel Vigna, actor de San Luis: “En la entrevista me dijeron que mi personaje era contrario al jefe de la policía que quiere ir contra los manifestantes, que era más sensible y no estaba de acuerdo con eso: me daba cosa hacerle daño a la gente. Pero cuando me pusieron el uniforme hoy y estaba parado al frente, le decía al jefe que tenía ganas de sacar el arma y tirar tiros, no sé por qué. La ropa me cambió al 100 por ciento: impresionante”. Cerca está otro de los habitantes del pueblo, también vestido de oficial. Cuenta que viajó a Holanda por una novia a través de un reality que propiciaba esos encuentros, y que allá terminó actuando en holandés sin saber nada del idioma. Además, asegura que el hotel del tío Coleco está en un terreno que consiguió a cambio de “una camioneta, 50 mil pesos y una autorización para el desmonte a una empresa inhabilitada”. Otro actor local, Marcial Paredes, es el encargado de tirar la molotov: “Me encantan las películas, porque me hacen sentir, y cuando lo vea me voy a cagar de risa. Mi papá no me va a creer, mi mamá tampoco. Acá soy más libre de mí mismo”.
Después de haber empezado a las 8 de la mañana, cerca de las 19 termina la filmación. Pero en general los días de rodaje comienzan mucho antes y terminan mucho más tarde. Queda sólo un día más de filmación en Misiones. Después, todo se trasladará a San Luis. Pero eso queda para ver en la película. Como la belleza de los saltos del Moconá o las anécdotas del bisnieto del fundador del pueblo, que alcanzan para otra nota.
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Fabián Tomasi, peón víctima de los agrotóxicos
“Me estoy secando”
Por L.F.
Fabián Tomasi trabajaba como peón rural en Entre Ríos. Cargaba aviones con venenos, “prohibidos y no”, cuando su cuerpo comenzó a secarse. “Yo era diabético e insulinodependiente antes. Por eso el veneno me atacó así, porque estoy disminuido en mis defensas. El problema es que la gente se está muriendo y la medicina no informa de qué. Héctor Huergo, en Canal Rural, del Grupo Clarín, con su sonrisa que algún día me gustaría borrar, tiene un programa que se llama Industria verde, donde niega que los venenos hagan algo”.
–¿Cómo detectás la enfermedad?
–Empecé con dolor en la punta de los dedos de las manos. Me empezaron a tratar por un desfasaje de la diabetes. Después empezó a disminuir mi capacidad muscular. Desde la cintura hacia abajo estoy normal, pero del ombligo hacia arriba me estoy secando. Me derivaron a un sanatorio y ahí un médico de Holanda me declara la intoxicación por agroquímicos. Pero fue por investigación propia que lo asimilé. Lo que me salvó la vida es la terapia alternativa, aunque tuve que dejarlo porque soy pobre económicamente. Está todo pensado: los ricos se van a Estados Unidos a curarse o prolongan un poco la vida. Se llama control poblacional y lo están ejerciendo.
–¿Quiénes?
–El verdadero culpable de esto es Monsanto y sus más de 30 empresas entre semilleras, químicas y un montón de otras empresas derivadas de este éxito.
–¿Cómo vivís hoy?
–Me levanto a las 3 de la tarde, cuando me libro de los calmantes. Como cuando tengo hambre porque no puedo tragar. Después voy a la computadora y empiezo la guerra contra los que defienden el modelo. Y cuando puedo, hablo. Me han amenazado más de una vez. Cuando venía acá, pensé que me traían para matarme. Con mi hija vinimos llorando. No estoy acostumbrado a que me traten bien, vivo solo como perro encerrado en mi casa. Pero cuando me vaya me voy a llevar a varios: no hay manera de ser flexibles con esto.
Fuente: Veintitrés