La otra invasión de los transgénicos
El temor a la "contaminación biotecnológica" lleva a productores de EE.UU. a buscar cultivos en América del Sur
HUESCA, España — Durante 15 años, Félix Ballarín ha trabajado para perfeccionar una variedad de maíz rojo cultivado orgánicamente. Descubrió que este maíz podía alcanzar el doble de precio que el cultivo amarillo tradicional, debido a que los granjeros locales dicen que les da a los huevos y a la carne un color rosado.
Pero cuando los primeros brotes comenzaron a florecer a fines del año pasado, Ballarín hizo un hallazgo terrible: los granos amarillos estaban mezclados con los rojos.
Después, científicos del gobierno español confirmarían con pruebas de DNA que los granos se habían contaminado con una variedad genéticamente modificada. El maíz de Ballarín ya no podía ser rotulado de "orgánico", perdiendo su valor agregado. Y los 15 años de cultivo cuidadoso se fueron a la basura. "¿Por qué a mí?", se queja, señalando el campo lleno de maleza donde el maíz se alzaba el año pasado.
A medida que los cultivos genéticamente modificados, también llamados transgénicos, acaparan una parte cada vez mayor de las tierras cultivables del mundo, están alterando cada vez más la composición de los cultivos tradicionales como el maíz de Ballarín. Los críticos hablan de "contaminación biotecnológica" cuando cultivos transgénicos se mezclan por error con cultivos tradicionales, sea por descuido o por el viento. En juego están miles de millones de dólares en ventas de cultivos, por lo que el asunto se ha convertido en un tema importante para los gobiernos en todo el mundo. Y ha comenzado a enfrentar a los agricultores de cultivos tradicionales con los grandes productores de biotecnología.
Los agricultores estadounidenses aseguran que están perdiendo exportaciones porque los consumidores extranjeros temen la contaminación de variedades transgénicas. Los cultivadores de productos orgánicos, tanto en Europa como en Estados Unidos, dicen que sus siembras a menudo se contaminan con semillas transgénicas extraviadas, forzándolos a comprar semillas de lugares tan lejanos como China para asegurar su pureza.
La Unión Europea está tratando crear zonas de amortiguación, con la idea de detener la propagación indeseada de los transgénicos. La gigante cervecera Anheuser-Busch Cos. ha pedido que el estado de Missouri mantenga un proyecto de arroz transgénico a más de 190 kilómetros de distancia del arroz que compra para fabricar su cerveza.
El año pasado, el lider mundial en transgénicos, Monsanto Co., cuya sede está en Missouri, dejó de lado sus planes de introducir el primer trigo transgénico, ante el temor de los agricultores estadounidenses de que la nueva variedad pueda contaminar el trigo tradicional, que es la que envían a sus clientes en Japón, Europa y Corea del Sur.
Esos países están imponiendo reglas cada vez más estrictas para especificar la composición de los productos sin modificación genética.
A los exportadores de EE.UU. les sale cada vez más caro mantener alejadas las variedades transgénicas que no son del agrado de los clientes extranjeros. Con este fin muchos están considerando establecer plantaciones en regiones de América del Sur, donde las plantaciones trangénicas aún no han penetrado con tanta fuerza.
Muchos productores y científicos aseguran que los transgénicos son el futuro de la agricultura, y que mejorarán los cultivos e incluso la salud humana. Las primeras plantas geneticamente modificadas generaban sus propios pesticidas y toleraban la exposición a herbicidas, lo que permitía a los agricultores rociarlas con estos productos sin dañar la cosecha. Ahora, los científicos están creando plantas que crecen con menos agua y fertilizante, modificaciones que reducirían el efecto negativo de la agricultura en el medio ambiente. Sus defensores argumentan que las plantas más resistentes podrían ayudar a que Africa se autoalimente, y dicen que las generaciones futuras de esta tecnología prometen nuevos beneficios. Los científicos ya han desarrollado una variedad de arroz que podría ser utilizada como una fuente de vitamina A para los pobres en Asia.
Los funcionarios de las empresas de biotecnología dicen que las pequeñas filtraciones no son una sorpresa. Hace tiempo que los círculos agrícolas admiten que los alambrados de las haciendas no son una barrera para la reproducción de las plantas. Argumentan que el auge de la biotecnología no ha dañado el movimiento de los alimentos orgánicos. Además, señalan que, desde que las primeras cosechas transgénicas fueron comercializadas en EE.UU. hace una década, las superficies de siembras orgánicas en ese país han aumentado.
"Pensamos que la coexistencia es una realidad", dice Christopher Horner, vocero de Monsanto, que ofrece consejos a los compradores de sus semillas transgénicas sobre cómo evitar problemas con granjeros aledaños.
Sin duda, Monsanto y rivales como DuPont Co. y Syngenta AG tienen un interés financiero en la decisión de los países sobre cómo lidiar con la fácil filtración de las siembras transgénicas.
Las tentativas de transferir la responsabilidad a los productores de cosechas transgénicas, o a los inventores, entorpecería el tórrido crecimiento del mercado. Los críticos de los trangénicos han producido muchísimos estudios que muestran que la comida transgénica puede causar alergias o poner en riesgo la biodiversidad del mundo. Pero estos argumentos son firmemente rechazados por la industria de los transgénicos, que produce un volumen similar de investigaciones que respaldan sus argumentos.
Por Scott Miller y Scott Kilman
The Wall Street Journal
Fuente: La Nación, Argentina