La fantasía de los biocombustibles
La fantasía de los biocombustibles, también conocidos como agrocombustibles, se rehúsa a morir. Aún hoy día una porción significativa del movimiento ambientalista se aferra a la idea de que combustibles derivados de cultivos agrícolas pueden ayudar a sacar el mundo de su dependencia de los combustibles fósiles y así resolver dos grandes problemas globales: el agotamiento del petróleo y el calentamiento global.
Repasemos los hechos
Un estudio de la Academia Nacional de las Ciencias de EEUU (NAS) determinó que si todo el maíz sembrado en Estados Unidos fuera usado para etanol y toda la soya del país fuera convertida en biodiesel, esto sólo desplazaría 12% de la demanda de gasolina y menos de 6% de la demanda de diesel.
Esas cifras son preocupantes. Estados Unidos cultiva alrededor de 44% del maíz del mundo—más que China, la Unión Europea, Brasil, Argentina y México juntos. Esto significa que si la producción mundial de maíz fuera a ser cuadruplicada y dedicada por completo a la producción de etanol, satisfaría la demanda estadounidense, pero dejaría el resto de la flota de vehículos del mundo todavía corriendo con gasolina, mientras los conductores mueren de hambre.
Y parece que hasta ese cálculo de la NAS resultó ser demasiado generoso para la industria. En 2006 un 20% del maíz de EEUU se utilizó para hacer etanol y esto desplazó sólo 1% de la demanda de gasolina.
Según David Pimentel, entomólogo de la Universidad de Cornell, todas las plantas en Estados Unidos- incluyendo todos los cultivos, bosques y praderas combinados- reciben un total de 32 quads al año de energía solar. Un quad es un cuadrillón (diez a la quince potencia) de BTU’s (British Thermal Units), una unidad de calor y energía comúnmente usada por ingenieros. Suena como mucho, pero la población estadounidense quema más de tres veces esa cantidad de energía de combustibles fósiles al año.
¿Compiten los cultivos biocombustibles con la producción de alimentos? De eso ya no queda ninguna duda, ya ni siquiera es un tema serio de discusión. El pasado mes de julio salió a la luz un estudio confidencial del Banco Mundial, dirigido por el economista Don Mitchell, que concluyó que los biocombustibles son responsables de 75% del alza mundial en los precios de los alimentos este año.
Cuando está lleno, el tanque de gasolina de un carro contiene el número de calorías que mantendrían funcionando un cuerpo humano adulto por aproximadamente un año. Además, se requieren 22 libras de maíz para hacer un galón de etanol. Por lo tanto, no es difícil de creer que cada vez que se llena un tanque de carro con etanol se le está dejando a una persona sin comer por un año. De cualquier modo, no hace falta un doctorado para saber que un acre de terreno sembrado para biocombustible es un acre que no está produciendo alimento.
Recolonización
Cuando son confrontados con estos datos, los entusiastas de la agroenergía argumentan que “Quizás los biocombustibles no sean más que una gota en el balde de la demanda energética, pero hagamos que ese balde sea más pequeño, reduciendo nuestro consumo energético.” El problema con ese argumento es que estos cultivos nada tienen que ver con reducir la demanda energética. Ningún gobierno o corporación invirtiendo en agrocombustibles ha dicho una sola palabra acerca de reducir el consumo.
Los números claramente demuestran que para hacer mella en la demanda energética global, el grueso de la producción de cultivos energéticos debe ser en el Sur global, el llamado Tercer Mundo. La revolución de los agrocombustibles no será en Canadá o Siberia. Sólo en el sur del mundo, en Africa, América Latina y el Sureste de Asia, hay suficiente tierra, luz solar y mano de obra barata.
Las implicaciones para la seguridad alimentaria del Sur global son estremecedoras. La apropiación de vastas extensiones de terreno para cultivos energéticos será sin duda una continuación del modelo agroexportador colonial, el mismo modelo socialmente retrógrado, feudal, destructivo del ambiente y explotador que progresistas y ambientalistas en el Norte y el Sur del mundo tanto han trabajado por erradicar.
He conocido ambientalistas ilusos que creen que la exportación de biocombustibles de Sur a Norte puede ser un motor de desarrollo social y ecológicamente sustentable. Ellos hablan de biocombustibles producidos en pequeñas fincas familiares que serán una importante fuente de ingreso para comunidades rurales- hablan de comercio justo, esquemas de certificación y responsabilidad social empresarial. Pero la dura realidad es que no hay sitio para las pequeñas fincas familiares en la revolución agroenergética. Sólo los monocultivos enormes que se extienden de horizonte a horizonte pueden lograr las economías de escala que se necesitan para este proyecto. Los inversionistas globales y acreedores multilaterales como el Banco Mundial han sido muy claros respecto a esto.
Un modelo obsoleto
Los monocultivos de gran escala, conocidos como agricultura industrial o el modelo de la Revolución Verde, promovidos en el Sur global en la segunda mitad del siglo XX por el gobierno de EEUU, agencias de la ONU y las fundaciones Ford y Rockefeller, han repetidamente demostrado ser ecológicamente desastrosos, propensos a la erosión, destructivos de la biodiversidad y toda una calamidad para las comunidades rurales. No pueden ser manejados de manera sustentable, siempre necesitan grandes insumos energéticos, y siempre requieren de pesticidas y herbicidas tóxicos.
La poca legitimidad que le quedaba a la Revolución Verde recibió el golpe de gracia el pasado mes de abril con la publicación del informe IAASTD ( http://agassessment.org/), un estudio de cuatro años de la agricultura mundial patrocinado por agencias de la ONU y el Banco Mundial. El estudio realizado por sobre 400 expertos, es a la agricultura lo que el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático es al calentamiento global. El informe IAASTD, endosado por 58 gobiernos, advierte que la agricultura industrial ha degradado los recursos naturales de los cuales depende nuestra supervivencia, amenaza los recursos de agua y energía y entorpece los esfuerzos por combatir el calentamiento global.
Es muy triste ver algunos ambientalistas acudiendo al modelo obsoleto y destructivo de la revolución verde, ignorando todas las críticas que se le han hecho, y para colmo en nombre de combatir el cambio climático.
- Carmelo Ruiz Marrero dirige el Proyecto de Bioseguridad de Puerto Rico.
http://claridadpuertorico.com/content/view/402913/32/
Fuente: ALAI AMLATINA