La carne que nos come
"La producción en cantidades astronómicas de proteína teóricamente barata está llevando al planeta a su aniquilación. Nos está devorando lentamente, tanto en lo que respecta a la calidad del medio ambiente como a la posibilidad que tendrán nuestros descendientes de alimentarse en el futuro".
El mundo, el demonio y la carne. Son los tres enemigos del alma, según el Catecismo que estudié hace siglos en el Colegio de las Teresianas. En mi inocencia infantil me costaba descifrar el sentido de tal enemistad. La maldad del demonio estaba clara y la del mundo la intuía. Pero la de la carne me dejaba perpleja. ¿Qué carne? ¿Acaso ese filete que me obligaban a comer y se me hacía bola?
Ignoro si los enemigos del alma siguen siendo los que yo estudié en aquel Catecismo, aunque sospecho que han aparecido otros muchos todavía más peligrosos. Lo que sí tengo claro es que la carne se ha convertido en el gran enemigo del mundo. Y cuando hablo de carne no me refiero a ella en sentido metafórico como en los textos religiosos, sino literalmente. Hablo de la que se consume cada día procedente de la ganadería industrial.
Después de leer La carne que comemos, un libro de Philip Lymbery, director de Compassion in Worlf Farming (CIWF), sobre los excesos de esa industria insostenible, se llega a la conclusión que en realidad es esa carne la que nos está comiendo. Me explico. La producción en cantidades astronómicas de proteína teóricamente barata está llevando al planeta a su aniquilación. Nos está devorando lentamente, tanto en lo que respecta a la calidad del medio ambiente como a la posibilidad que tendrán nuestros descendientes de alimentarse en el futuro. Hamburguesa para hoy, hambre para mañana.
Matanza de la naturaleza:
Buena prueba de ello es que en las últimas décadas, debido a la enorme expansión de la ganadería industrial la vida silvestre se ha reducido a la mitad. Más de las dos terceras partes de los 70.000 millones de animales de granja que se crían cada año en el mundo (en España son 850 millones) no tiene acceso a los pastos naturales y consumen inmensas cantidades de alimento con las que se podrían nutrir a millones de personas. En concreto un tercio de los cereales cosechados en el mundo, el 90% de la harina de soja y el 30% de las capturas de pescado. A esa inmensa despensa hay que añadir océanos de agua y combustibles, deforestación de miles de hectáreas para cultivar cereales y soja, extinción de numerosas especies, el efecto nocivo de los excrementos y ventosidades del ganado... Una gradual pero inexorable Matanza de la naturaleza.
A todo ello se suma el sufrimiento de los animales, enjaulados en espacios angostos, incapacitados para expresar su natural forma de ser, obligados a realizar largos trayectos hacinados en condiciones deplorables. La frustración y el estrés que padecen es tal que se agreden entre sí. La mutilación de picos y colas es el único remedio que se aplica para evitar que se dañen.
Además, a los animales de granja se destina la mitad de los antibióticos que se utilizan al año a nivel planetario lo que implica un grave riesgo para la salud humana, ya que al entrar en la cadena alimentaria se generan microbios súper resistentes a los fármacos.
Carne sí, pero con mesura:
Lymbery es un veterano activista en defensa de los derechos de los animales. Las campañas de la asociación CIWF que dirige desde 2005 lograron la prohibición de jaulas en batería para gallinas y terneras en la Unión Europea. Pero su libro no es un panfleto sensiblero a favor de los animales, sino un estudio muy bien documentado basado en un largo viaje que realizó por gran parte del mundo para aquilatar la gravedad de este asunto y que le ha hecho ver con sus propios ojos imágenes de crueldad con los animales de granja que no se borran fácilmente.
Pese a ello no aboga por la supresión de la carne en la dieta, por eso no es bien visto por los veganos radicales, pero sí por un consumo más comedido y respetuoso con el medio ambiente y los animales. Sus argumentos son de un peso aplastante y se resumen en este viejo proverbio: 'Lo barato sale caro'. "Durante la investigación que llevé a cabo para documentar mi libro descubrí que pagamos la llamada carne barata tres veces", dice Lymbery en una entrevista. "La primera vez en la caja del supermercado; la segunda, a través de nuestros impuestos para subvencionar la agricultura; y la tercera, a través del coste que supone revertir el daño ocasionado en nuestra salud y el medio ambiente".
En resumen, un libro muy adecuado en estas fechas de festines pantagruélicos y un obsequio ideal para esos carnívoros impenitentes que piensan que no han comido si no ven en su plato algo sangriento. También debería ser lectura obligada o recomendada para los estudiantes de Secundaria, que son quienes sufrirán la Matanza del planeta en sus propias carnes si la expansión de la ganadería industrial no se frena y se revierte en los próximos años. Y que se lo digan a los chinos que están llenando su vasto país de explotaciones porcinas por amor al jamón serrano.
Fuente: El Mundo