La alimentación globalizada
Ahora que están en auge las muchas formas de introspección y meditación personal -tan sanas para el cuerpo y el alma- déjenme que les proponga una nueva modalidad. Busquen un ambiente tranquilo, si quieren pongan una música relajante e inicien respiraciones lentas, y sientan cómo el aire entra y sale de su cuerpo. Les contaré una historia de un pequeño productor de pollos, aunque podría ser la de un pequeño agricultor de hortalizas, una vaquera gallega o una cultivadora de arroz sur coreana.
No importan ni el lugar ni la especialización. Sólo importa un factor común: ser un pequeño o pequeña productora de alimentos. Bien, inspiren, espiren, cierren los ojos e imagínense que son esta persona de la historia, y vayamos interiorizando algunos sentimientos. Que se nos cuelen por el corazón.
“Cada vez me costaba más soportar los costes de producción con los bajos precios que se pagan por mis pollos. Con crisis o sin crisis el precio del pienso para alimentarlos seguía subiendo y también subían las tarifas de los veterinarios. Recuerdo que las carnicerías a las que vendo mi producción me decían que no me podían pagar más por ellos. Que en el híper de al lado, los precios del pollo estaban reventados, que estaban por cerrar. Decidí pasarme a lo ecológico y así poder venderlos a mejor precio, sin la competencia de las grandes empresas donde los pollos se crían como churros y, como además son las que cuentan con las mayores subvenciones de las administraciones públicas, pueden permitirse precios de venta bastante inferiores a los míos. La norma elemental para que los pollos sean ecológicos es lógicamente que coman ecológico. Como hay muy pocas empresas que distribuyan pienso ecológico, y sigue siendo demasiado caro, pensé en producir yo mismo algo de grano para completar la alimentación de los pollos que estarían en semilibertad, pastando y picoteando. Tuve que pagar casi una fortuna por comprar dos hectáreas cercanas a mi finca. Esgrimieron que podría ser suelo recalificable y que por eso lo vendían tan caro. En fin, una inversión de futuro, pensé. Cultivé maíz y se dieron un par de buenas cosechas. Los pollos engordan en 3-4 meses y las carnicerías volvieron a confiar en mí, y en mis pollos camperos. Pero me faltaba un sello burocrático para poder etiquetarlos como ecológicos. Llegaron unos técnicos, lo revisaron todito. El agua, las instalaciones, y casi pollo por pollo. Resultado: acta informativa denegándome la certificación, el maíz tenía trazas transgénicas, se había contaminado de unas explotaciones cercanas que usan semillas transgénicas. Y ojo, si yo les denunciaba, yo debería de pagar a la empresa semillera por haber usado su material genético. Poco me duró mi reconversión, porque efectivamente el terreno tenía sorpresa, me lo expropiaron para hacer pasar una autopista“
Una historia donde el campesino no puede vivir de ser campesino, ni tan siquiera con su voluntad de cambiar hacia un modelo sostenible que el planeta necesita urgentemente. Todo está orquestado para su extinción, en el Norte y en el Sur. ¿Y qué ha tornado misión imposible poder vivir de la agricultura familiar? No precisamente las sequías, enfermedades y plagas de langosta. Considerablemente más dañinas y difíciles de vencer, las plagas que actualmente enfrentan las pequeñas explotaciones familiares son las neoliberales: la desaparición de mecanismos de regulación de precios, la falta de servicios técnicos públicos, las políticas orientadas a apoyar los modelos de agricultura industrial y corporativa, la concentración de la distribución alimentaria en manos de 4 ó 5 grandes superficies, la entrada de alimentos subvencionados que compiten deslealmente con las producciones locales, la no interiorización de los costes ecológicos de algunos modos de producir “comida”, la fe ciega en la tecnología que lleva a mayor dependencia, y así, una tras otra.
Quizás hayan experimentado sensaciones parecidas a la de ser alguien de otro mundo, o de no contar para nadie pero depender de todo lo exterior, una dependencia que te limita, te agrede, te bloquea, te asfixia (respire, tome aire, relájese), que te arruina, que te…
Fin de la meditación. Si les ha generado mal estar, disculpen no era la intención. Estos son algunos efectos de la globalización alimentaria. Hay otros, pero para esos no hace falta este ejercicio, y cualquier consumidor los conoce bien: alimentos repetidos, insípidos y artificiales. Buen provecho
Gustavo Duch Guillot.
Ex Director de Veterinarios Sin Fronteras
Colaborador de la Universidad Rural Paulo Freire
http://gustavoduch.wordpress.com/
Fuente: Rebelión