Harina integral de trigo agroecológico: un red de productores, una apuesta de futuro
Nueve productores en la zona núcleo del agronegocio acordaron con la Unión de Trabajadores de la Tierra conformar una red para ofrecer harinas integrales agroecológicas a un precio justo para las dos puntas de la cadena. Trigo sin venenos para el mercado interno y el objetivo de mostrar que es posible y rentable la transición a un modelo que cuide la tierra.
“Estamos construyendo otra cadena. Desde la producción agroecológica en el campo, pasando por una distribución solidaria de las organizaciones sociales, se llega a los consumidores a un precio justo y sin venenos”. La síntesis la ofrece Martín Montiel, productor santafesino. La lógica es la del comercio justo, la producción cooperativa, la agricultura familiar, que respeta la biodiversidad y el ambiente. El producto que ofrecen: harina integral de trigo agroecológico. Se trata de nueve emprendimientos de Santa Fe, Entre Ríos y Buenos Aires que formaron un grupo de productores trigueros para consensuar precios y poner su producción a disposición en el Mercado Cooperativo de Alimentos de la Unión de Trabajadores de la Tierra (UTT). Una forma de generar soberanía alimentaria, a pesar de la ausencia de políticas estatales para el sector.
«Estamos posicionados por defender otro campo, un campo que alimente soberanía y que no se sume a la lógica del agronegocio, que envenena y empobrece”, se planta Montiel, referente de Granja La Carolina, ubicada en la localidad de Piñero, en el conurbano de Rosario, un emprendimiento productivo y diversificado que también integra la Red de Comercio Justo del Litoral. “Entendimos que la salida para los pequeños productores es el valor agregado”, sostiene Eduardo Spiaggi, referente del Proyecto Agroecológico Casilda (PACa), médico veterinario y titular de la cátedra Biología y Ecología de la Universidad de Rosario.
En tiempos de pandemia, y mientras desde el Estado se impulsa la profundización del modelo transgénico con el trigo HB4, los productores agroecológicos santafesinos, entrerrianos y bonaerenses avanzaban con sus cultivos sin venenos obteniendo rindes rentables y sin dañar la tierra, y encontraban un cuello de botella al momento de comercializar su producción, ya transformada en harina integral como forma de entregar la cosecha al bajo precio que ofrece el acopiador del pueblo.
El grupo de harineros agroecológicos se formó entre fines de 2019 y principio de 2020, se trataba de unos 20 proyectos que comenzaron a compartir sus problemáticas y a volcarlas en encuentros presenciales en San Nicolás (Buenos Aires), en los que participaron técnicos del INTA-Oliveros, cuenta Mauro González, coordinador de la red desde la UTT. ¿Qué problemas encontraron? Eran dos los principales: la capacidad de molienda y la comercialización. Eso se notó en el último diciembre cuando se levantó una cosecha óptima para el agronegocio —una cosecha histórica de 144,5 millones de toneladas, según la Bolsa de Comercio de Rosario— y también para los productores agroecológicos. “Había toneladas de trigo agroecológico acopiado”, señala González.
Así se decidió desde la UTT poner en marcha la cadena de trigo agroecológico empezando por el impulso a la comercialización. En asamblea con los productores se definió un precio —al que se le suman los costos impositivos, de logística y comercialización— que quedó en 190 pesos el kilo. Una cifra mucho más baja que la que se consigue en dietéticas o comercios orgánicos —“queremos romper con la lógica de producto de élite de la harina integral”, señala Spiaggi— y cercana a la harina integral que ofrecen las grandes empresas como Molinos Río de La Plata.
Con una diferencia sustancial: el trigo molido en los campos agroecológicos no tiene una gota de agrotóxicos. La harina integral —a diferencia de la harina blanca refinada de uso habitual en las casas y de uso industrial para los panificados— surge de la molienda del grano entero, que incluye al salvado y al germen de trigo, ambos aportantes de fibras, minerales y proteínas adicionales.
“No se trata solo de una apuesta comercial para solucionar cuellos de botella en la distribución sino política. La idea es traccionar desde la posibilidad”, sostiene el encargado del proyecto de la UTT. Spiaggi refuerza la idea de posibilidad al recordar que a principios de los 2000 —cuando inició el proyecto de PACa— los productores agroecológicos eran muy pocos y ahora, solo en Santa Fe, son más de 100. “El mercado agroecológico no tiene techo”, confía el referente de PACa.
El freno está puesto por la ausencia de políticas públicas para el sector agroecológico por parte del Estado —que mantiene desfinanciado tanto a la Secretaría de Agricultura Familiar como a la Dirección Nacional de Agroecología— y se evidencia en problemas como la dificultad para un productor de la agricultura familiar de acceder a un molino propio para dar valor agregado a su trigo.
Si hubiese apoyo de las políticas públicas con acceso a la tierra, acceso a subsidios y créditos y planes de pago para maquinarias adecuadas, el crecimiento de este modelo productivo, que ya es mucho, sería mayor”, asegura Spiaggi, que desde PACa —en asociación con un molino de Casilda— pudo avanzar en un producto que para muchos pequeños productores aún no es posible: la producción de harina blanca. Y se pasó de 500 kilos iniciales a 4000 kilos mensuales en la actualidad.
Por la falta de políticas públicas, a los productores de la red se les dificulta llegar a las góndolas. Para lograrlo, deben cumplir en esta primera etapa con al menos dos requisitos: contar con molino propio y capacidad para empaquetar en sus campos. De Buenos aires participan Cooperativa Turba (Pergamino), Vuelta al campo (San Nicolás), La Ortiga (Colón), Huerto Interior (Junín), La Pachita (Chivilcoy); Don Paisa (9 de Julio) y Fincas El Paraíso (Trenque Lauquen); de Santa Fe figuran PACa, Granja La Carolina, Cooperativa Neike (Soldini) y Chacra Monteflore (Alvear – Santa Fe); y, de Entre Ríos, Semillas del Sol (Gualeguaychú).
“Cada grano de trigo agroecológico va al mercado interno”
El Ministerio de Agricultura de la Nación estimó para 2021 un consumo interno de trigo de siete millones de toneladas, mientras que se autorizó la exportación de diez millones —se vende el grano entero sin valor agregado— . Finalizada la campaña 2020/2021, como describió Agencia Tierra Viva en la nota “Pan para pocos”, para productores y acopiadores sobraron un millón de toneladas de las asignadas para el mercado interno.
¿Los precios bajaron? No. La especulación con el precio internacional para la exportación entra en juego, los productores y acopiadores guardan el trigo y si los molinos locales precisan materia prima deben salir a ofertar al precio en dólares. En el negocio de la exportación, en 2020, cinco multinacionales concentraron el 75 por ciento: ADM Agro, Cofco, Cargill, Bunge y Dreyfus.
“La inflación de góndola es una inflación monopólica. Por eso tiene que haber una regulación. Ahora la inflación de productos frescos, trigo, maíz, es internacional. Si no hay un desacople, se van a pagar las galletitas a precio internacional y vamos a terminar comiendo lo que quiere la Mesa de Enlace”, dijo el secretario de Comercio Interior, Roberto Feletti, esta semana.
Sin embargo, para los precios de góndola, el Gobierno insiste con los acuerdos de precios con los grandes actores como Molinos Río de La Plata o Molino Cañuelas. Para el precio internacional insiste cerrar un acuerdo de un fondo fiduciario que promete compensar el precio interno con las ganancias de las exportaciones, algo que se intentó con la carne y no frenó los aumentos.
La apuesta de la UTT, explica González, es que el productor agroecológico no se quede con ningún excedente, que pueda vender la cosechado con agregado de valor y reciba un precio justo de acuerdo a su estructura de costos. “Lo mismo que se propone en la cadena de la horticultura se traslada ahora a esta red de productores harineros”. Por lo contrario, ante la imposibilidad de procesarlo o de tener condiciones para acopiar, los productores lo venden a los acopiadores locales con precios a la baja. Esos granos luego entran en el juego de la especulación por el precio internacional encareciendo los precios internos.
“Si logramos que los productores vendan toda su producción en harina para el mercado interno, que reciben un precio justo y en tiempo, van a ser cientos los que se van a sumar”, confía el coordinador del proyecto de la UTT. El productor recibe entre un 15 y 20 por ciento más que si vende el grano sin procesar al acopiador, calcula el coordinador de la red de harineros agroecológicos.
La propuesta aceptada por los productores de la agricultura familiar de Santa Fe, Buenos Aires y Entre Ríos, destaca Montiel, está enmarcada en la lógica de la soberanía alimentaria. “No estamos vendiendo trigo, estamos vendiendo harina, un producto con valor agregado que nos permite salir de la trampa de entregar el trigo que podemos producir a los acopiadores, que te pagan a precio de pizarra, menos los gasto de acopio, lo que no permite sobrevivir a ningún pequeño productor”, describe y agrega: “Cada grano de trigo que cosechamos queda en el país porque es el modo de construir una economía más solidaria”.
Precios justo y alimentos sanos
Dentro de la lógica de la soberanía alimentaria y el comercio justo también está presente la otra parte de la cadena: el consumidor. En ese sentido, González considera que el trabajo también debe ser de comunicación para continuar concientizando sobre la calidad de los alimentos. “Es una harina que mantiene todas las propiedades que un trigo sin agroquímicos puede llevar. Se levanta, se muele y se tamiza en el mismo campo. La harina blanca tiene otra molienda donde se le agregan aditivos, permitidos por el Código Alimentario, pero que desnaturalizan”.
De todas maneras, dentro de la red de harineros, PACa y Don Paisa son dos de los emprendimientos que sí lograron avanzar en la producción de harina blanca, sin perder la calidad. En el caso de Don Paisa —como también ocurre con Fincas El Paraíso— certifican su trigo bajo los parámetros de la producción orgánica —que atraviesa controles del Senasa y encarece los costos— , mientras que el resto de los productores mantienen la lógica agroecológica, que impulsan la aún no reglamentada certificación de sistemas participativo de garantías.
PACa, asociado con un molino de la localidad de Casilda –que separa su trigo del producido de forma convencional–, logró realizar harina refinada, pero sin incorporar los químicos para “enriquecer” la harina que permite el Senasa. “Es una harina muy buscada por los elaboradores de masa madre, porque mantiene mucha proteína y no tiene agregados químicos”, destaca Spiaggi.
En ese punto el referente en agroecología marca dos puntos en los que el Estado podría potenciar a “un mercado agroecológico que no tiene techo”. Spiaggi marca que aún no consiguieron que la Secretaría de Agricultura Familiar acompañe un proyecto asociativo entre varios productores para acceder a un molino que les permita refinar sus harinas y producir no solo con trigo sino también harinas de avena, cebada o mijo. La otra norma sería el avance del certificado del sistema participativo de garantías en el que trabaja la Dirección Nacional de Agroecología. Ambos organismos están desfinanciados por el gobierno.
“La máxima paradoja es que un productor agroecológico si quiere etiquetar su producto lo tiene que hacer como orgánico, ante la falta de una Ley de Producción Agroecológica, pero los que tienen venenos no tienen que poner nada en su etiqueta. Está todo al revés”, apunta Spiaggi.
¿Rinde el trigo agroecológico?
La red de productores de harina integral nuclea a chacras mixtas, en consonancia con la concepción agroecológica, en las que destinan una porción al cultivo de trigo —intercalando con cultivos de servicio, maíz o hasta soja— y otras hectáreas a árboles frutales, huertas hortícolas, animales y aves de corral. “La agroecología no es solo no usar agroquímicos sino el manejo del agroecosistema”, resume González. Por ejemplo, Granja La Carolina mantiene sus históricas dos hectáreas y PACa se desarrolla desde el inicio con un campo asociado de once hectáreas, donde en el 2000 se inició la transición y desde 2010 no se tira una gota de veneno. En tanto, en Trenque Lauquen, Finca El Paraíso cuenta con 370 hectáreas.
Esas cifras están lejos del modelo instalado del agronegocio concentrado, o sea, es la realidad de miles de pequeños productores. En Argentina, el maíz y el trigo son el segundo cultivo más extendido, detrás de la soja. Según cifras publicadas por el INTA-Pergamino, el 70 por ciento de la superficie sembrada está en manos de un 25 por ciento de los productores. La superficie restante se divide en unos 37.000 productores que no superan las 300 hectáreas.
Pero, ¿qué pasa con los rindes? “Nosotros no somos dueños de una extensión de tierra que nos permita hacer una producción extensiva, pero sí contamos con el molino harinero. Entonces, nos asociamos en cinco hectáreas con un productor de la zona”, explica Montiel. Algo similar ocurre en PACa: a las once hectáreas originales del proyecto (cinco destinadas a cultivos) se le suman diez en asociación con la Escuela Agrotécnica de Casilda y otras 20 hectáreas alquiladas a productores vecinos.
“Las unidades de producción del agronegocio se cuentan de a cientos de hectáreas, pero nosotros, en cinco hectáreas logramos un rinde de más de 30 quintales por hectárea, comparado con productores de trigo convencional que invirtieron el valor de 30 quintales en costos de agrotóxicos para sacar 35 o 40 quintales de rinde”, señala el productor de La Carolina. “Sin envenenar la tierra y sin tener costos en dólares —que significan la ganancia de las multinacionales, las verdaderas dueñas del agronegocio— obtuvimos igual o mejor rendimiento que los vecinos”, insiste y resalta que el campo en el que trabajan atraviesa recién el segundo de año de transición a la agroecología.
En Casilda, Spiaggi tiene cifras similares: “El costo de producción del trigo que hacemos es del 25 por ciento del costo del trigo industrial, que llegó a costar 250 a 300 dólares por hectárea, cuando nosotros no llegamos a 100 dólares. Este diciembre levantamos una cosecha de 23 quintales por hectárea, cuando los vecinos con el modelo convencional levantaron 28”.
Esta campaña 2021/2022 es récord también para los productores del modelo agroquímico, a pesar de los costos, por las condiciones climatológicas que fueron favorables. La campaña anterior en la que se registraron meses de sequía más marcados, la cosecha también fue difícil, pero Spiaggi remarca: “En 2020, cuando la seca fue más fuerte, muchos cultivos de trigo vecino se perdieron y nosotros sacamos diez quintales. Ese es el manejo agroecológico, la tierra responde”.
Una transición agroecológica posible
“Traccionar desde lo posible”, insiste el coordinador de la red de harineros de la UTT y confía que “el margen final del rinde del trigo agroecológico termina siendo similar o superior al convencional debido a los costos de los insumos del modelo agroquímico”. “Es posible y es rentable”, comparte Spiaggi pero advierte: “El tema es también que se hace con otra lógica, hay que revisar las aspiraciones de los productores: si quieren comprar una Amarok todos los años, la agroecología no te lo da, pero sí te da calidad de vida y un buen pasar”.
Montiel, al igual que los integrantes del Proyecto Agroecológico Casilda, recorre campos y asesora a productores en transición, confía: “A estos productores les hace click por los costos, pero también por lo ambiental, por la identificación con la tierra que le dejaron sus abuelos. Empiezan a pensar en niveles de fertilidad que le deben devolver a la tierra, en recuperar maquinarías que habían quedado obsoletas”.
Y se pregunta: “¿Qué pasaría si tuviéramos la posibilidad, a través de una Ley de Agroecología, o alguna política pública nos permitiera sostener la transición de los productores, sostener las malas cosechas? En Santa Fe hay ahora un Fondo de Asistencia por Emergencia de 6000 millones de pesos, pero la presentación para recibir la asistencia es presentando las boletas de los insumos de agrotóxicos. Con fondos del Estado, le pagan a las transnacionales”.
Más allá de la experiencia particular de los productores de la red conformada por la UTT, un estudio de Chacra Experimental Integrada Barrow del INTA confirmó que al sustituir insumos químicos y energía externa con procesos e interacciones naturales, la producción agroecológica de trigo ahorra entre 39 y 49 por ciento del costo directo total, con un mismo rendimiento. En tanto, hace semanas atrás, se conocieron los resultados del promocionado trigo transgénico HB4 y fueron decepcionantes para las expectativas del agronegocio: 1000 kilos por debajo del rendimiento del promedio nacional del trigo.
“No todo son volúmenes de producción y precios. Se trata de otra forma de producir, otra forma de vida. Hay que ser consciente de qué significa estar en el campo, qué significa producir para la vida y no echar venenos”, señala Spiaggi sobre la filosofía que atraviesa a la red de harineros y que rechazan el avance del trigo HB4 del laboratorio Bioceres, que implicaría incorporar fumigaciones con glufosinato de amonio en miles de hectáreas cada invierno. “El trigo es la base de nuestro alimento”, señala el referente de PACa y resuena de fondo la campaña “¡Con nuestro pan, no!”.
Fuente: Agencia Tierra Viva