Globalizar la solidaridad, localizar la agricultura
El 10 de septiembre de 2003, fuera de la sala de la reunión ministerial de la Organización Mundial del Comercio (OMC) en Cancún, México, Lee Kyung Hae, un agricultor de arroz a pequeña escala y activista campesino de Corea del Sur, se dio una puñalada en el pecho para protestar contra las políticas neoliberales que impulsaba la OMC, convirtiéndose así en un mártir. Este acto de rebeldía se debe a que Lee era uno de los miles de agricultores coreanos que perdieron sus fincas y su sustento cuando el país decidió importar alimentos. Dicha política fue auspiciada por la OMC.
“Desde que llegaron las importaciones en masa, a nosotros, los pequeños agricultores, nunca se nos ha pagado por encima de los costes de producción. ¿Cómo se sentirían ustedes si su salario cayera a la mitad sin comprender por qué motivo?”, decía una carta escrita por Lee en los meses previos a Cancún y que revela la desesperación de un campesino que se sintió desamparado y olvidado en una economía de libre mercado.
Diecisiete años después, a pesar de las manifestaciones masivas convocadas por La Vía Campesina y otros movimientos sociales, las letales políticas expansionistas del Capital global siguen —a menudo con la ayuda de la OMC, aunque a veces también sin ella— empleando los Tratados de Libre Comercio (TLC) y los programas de ayuda sujetos a condiciones. El resultado es que muchos países, incluyendo Corea del Sur, han vendido la soberanía alimentaria de sus pueblos y dependen en gran medida de las importaciones de alimentos.
Durante las últimas décadas, gracias a este impulso neoliberal, el sistema alimentario mundial desde la misma producción, el procesamiento y la distribución ha quedado en manos de un puñado de empresas transnacionales. La crisis de la COVID-19 ha puesto al descubierto las limitaciones de este sistema, al dejarlo en jaque en cuestión de semanas y hacer que los países corran un riesgo real de inseguridad alimentaria. Incluso países ricos como Singapur, Corea del Sur y varios países de Europa se dieron cuenta de repente de esta concentración empresarial de los sistemas alimentarios de las personas, que, ante los primeros indicios de una pandemia global, se reveló como un fracaso. En países como Haití, esta situación hace que sus ciudadanos tengan un miedo real a pasar hambre.
Nada de esto sorprendió a lxs campesinxs y a lxs pequeñxs agricultorxs, que alimentan al 70 % de la población mundial, a pesar de que apenas tienen acceso al 25 % de los recursos. Al contrario: la pandemia demostró a todas las personas del mundo que son lxs campesinxs, lxs pescadorxs y lxs productorxs a pequeña escala quienes dan la cara cuando los países se estaban enfrentando a una posible escasez de alimentos, pues siguieron produciendo a pesar del maltrato que reciben, los desafíos y los riesgos.
Sin embargo, nuestros gobiernos siguen sin aprender la lección.
Siguen optando por promover los monocultivos de las grandes corporaciones y por facilitar la entrada de las grandes empresas privadas al sector agrícola. En los últimos seis meses de la pandemia, las negociaciones de libre comercio han avanzado notablemente. Se siguen negociando los tratados entre la UE y el Mercosur, RCEP (Acuerdo de Asociación Económica Integral Regional) , USMCA en ingles (T-MEC : Tratado Comercial entre México, Estados Unidos y Canadá), CETA (Acuerdo Económico y Comercial Global de Unión Europea con Canadá), TPP (Tratado Transpacífico), TTIP (Asociación Transatlántica para el Comerció y la Inversión) y toda una cohorte de negociaciones comerciales regionales y bilaterales, todo ello con la intención de ahondar en el secuestro de nuestros sistemas alimentarios por las corporaciones. Varios gobiernos han abusado de las medidas de confinamiento para impulsar reformas de mercado y reformas de tierras que permiten que las empresas se apropien de los campos. Los gobiernos están deseando volver al ritmo normal de los negocios, y miran hacia otro lado cuando se trata de la desesperación y la pobreza de nuestros pueblos.
Esto debe acabar. Ha llegado el momento de que recuperemos el control de nuestros sistemas alimentarios y promovamos la producción local en dichos sistemas, porque la importancia de lo que reclamamos está más clara que nunca: debemos seguir luchando por la soberanía alimentaria. Esto quiere decir que cada región debe poder producir sus alimentos de forma autónoma. El comercio mundial de mercancías agrícolas ha sido un fracaso. La pandemia nos ayudará a abrir debates sobre cuestiones como la soberania alimentaria, la agroecología, una alimentación más saludable y la necesidad de producir alimentos más cerca de los mercados de consumidores. Esto solo es posible mediante la agricultura familiar y campesina.
El 10 de septiembre de 2020, La Vía Campesina volverá a celebrar el Día Internacional de Lucha contra la OMC y los Acuerdos de Libre Comercio. En este día, en memoria del sacrificio de Lee Kyung Hae, queremos celebrar un diálogo online entre lxs líderes y activistas campesinxs de Asia, África, Europa y las Américas. Se hablará de por qué la agricultura debe quedar fuera de todas las negociaciones de libre comercio que se celebren tanto dentro como fuera de la OMC.
Esta charla se titula “ Globalizar la solidaridad, localizar la agricultura” y se centrará en la alternativa que a lo largo de los siglos lxs campesinxs han sido construyendo a partir de sus propias experiencias y conocimientos de. Será una oportunidad para denunciar el atropello que supone el capitalismo de libre mercado para las familias del medio rural, y un espacio donde reafirmar que la soberanía alimentaria y la producción de alimentos saludables solo puede venir de la agricultura familiar y campesina, empleando medios agroecológicos.
Para poder participar en la charla inscríbase en el siguiente enlace:
Globalizar la solidaridad, localizar la agricultura
Fuente: La Vía Campesina