El abogado del Diablo
La Pontificia Academia de Ciencias organizó entre el 15 y el 19 de mayo, en el Vaticano, la semana de estudio Plantas transgénicas para la seguridad alimentaria en el contexto del desarrollo. Restricciones a la introducción de la biotecnología para mitigar la pobreza. Un largo número de expertos, aunque con muy corta pluralidad en sus posiciones, se sumergieron –a puerta cerrada– en el apasionante mundo de los transgénicos para presentar argumentos que permitan a la Iglesia católica adoptar un posicionamiento frente a tan polémico asunto.
La posición de salida se adivinaba desde la introducción del documento de presentación oficial, cuando dice: La oposición a la biotecnología agrícola generalmente es ideológica. El enorme potencial de la biotecnología vegetal para producir alimentos en mayor cantidad y de elevado valor nutricional para los pobres se perderá si la regulación de los OGM no remplaza el principio precautorio por principios científicos.
O más adelante, cuando se afirma que “… necesitamos equiparnos con argumentos acerca de por qué la seguridad alimentaria de los pobres necesita tener acceso eficiente a la tecnología transgénica y que la extrema regulación precautoria es injustificada; argumentos para mostrar las consecuencias sociales y económicas de la excesiva regulación y para conocer cómo cambiar la regulación basada en la ideología por la regulación basada en la ciencia”.
Los pobres analizados como simples ratoncitos de laboratorio. Pobres ratoncitos pobres que movidos por creencias e ideologías (y eso lo dice una institución bajo la protección directa del Vaticano) se encadenan a los principios de la precaución. Los pobres ratoncitos pobres que no se dejan salvar y engordar por la sabiduría científica, que ahora parece contar con la infalibilidad de la curia para garantizar su inocuidad.
Pues sí, la oposición a los alimentos transgénicos es ideológica, por supuesto. Desde una ideología que no se quiere genuflexionar frente al todopoderoso dios transgénico, en el nombre de Cargill, de Syngenta y del (Espíritu) Monsanto. Que vive temerosa de las plagas bíblicas que profetizaron la plaga del Ángel exterminador que ya llegó sobrevolando y fumigando venenos sobre las comunidades campesinas pecadoras por vivir junto a campos transgénicos. Muerte y enfermedades que caen del cielo en forma de nube densa de plaguicida. Amén.
Desde una ideología que rechaza la extremaunción del medio ambiente y de la población campesina. Sabemos que sin campesinado no hay un medio ambiente vivo y viceversa. Aunque en los textos de la organización del acto se lea: Los científicos del sector público tienen la responsabilidad de explicar a la sociedad (las ventajas de la biotecnología vegetal) y que el rechazo a la tecnología de los OGM limitará los esfuerzos para aliviar la pobreza y el hambre para salvar la biodiversidad y proteger el ambiente. Idénticas tesis a otros documentos científicos. Y los bendijo, diciéndoles: sean fecundos, multiplíquense, llenen la tierra y sométanla; dominen a los peces del mar, a las aves del cielo y a todos los vivientes que se mueven sobre la Tierra. Libro del Génesis.
Los señores investigadores debieron buscar en su cónclave pruebas para excomulgar, por ejemplo, al gobierno alemán, cargadito de activistas antitransgénicos, hippies, ateos y seguro que además obsesionados defensores del condón, por su excesiva regulación precautoria (oxímoron neoliberal donde los haya) que hace que se equivoquen cuando acaban de prohibir el cultivo del maíz modificado genéticamente en su país por sus riesgos asociados. Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.
Señoras, señores, se ha iniciado el proceso de canonización de los alimentos transgénicos. Presenten sus pruebas y sus milagros.
Gustavo Duch Guillot, Veterinarios Sin Fronteras
Fuente: La Jornada