Ecuador: Rinrín Renacuajo contra el glifosato
El glifosato está a punto de convertirse en símbolo nacional. A causa de los estados delirantes que ofrece esa enfermedad llamada patriotismo, el conflicto con Ecuador por la fumigación fronteriza de cocales empieza a plantearse ya alrededor del veneno y la soberanía
Han aparecido en estas mismas páginas polemistas llegados de Marte que defienden el glifosato como acto de afirmación nacional y aseguran, a partir de un estudio amañado y desprestigiado de la agencia antidrogas de la OEA, que este químico es inofensivo para el medio ambiente. Con un poco más de cuerda, propondrán que sustituya al cóndor en el escudo, para que los ecuatorianos sepan a qué atenerse cuando los colombianos nos emberracamos.
Pero el problema no son solo nuestros indignados vecinos. Somos nosotros. El glifosato es malo para todos. No pueden seguir contándonos la fábula de que las señoras de California lo utilizan en sus jardines y viven dichosas rodeadas de hortensias, margaritas y maridos golfistas. Es cuestión de dosis. El baño de pesticidas en la jungla -colombiana o ecuatoriana, da igual- resulta inaceptable. Los defensores del tóxico dicen que se emplea en varios países latinoamericanos. Cierto. Pero, ¿se han preguntado con qué consecuencias? Para medir lo que provoca esta sustancia en el entorno natural cercano, conviene destacar que la Universidad Católica de Quito descubrió recientemente que "fragmenta el material genético de plantas y personas" y es capaz de producir malformaciones en las generaciones futuras sometidas a su impacto. En Argentina, un investigador señaló que aunque al Roundup (marca del glifosato de Monsanto) se promueve como "ambientalmente amigable", constituye un peligro para el ecosistema. En cuanto a México, se utilizó contra el lirio en la legendaria laguna de Chapala, a la que cantó José Alfredo Jiménez en tiempos menos atrabiliarios, y despertó una ola de protestas ecológicas. Como se ve, no es que los ecuatorianos sean escandalosos, sino que el glifosato es "producto non grato" en muchas latitudes.
Parece increíble que el mismo día en que El TIEMPO informa que Colombia es potencia mundial en mariposas, colibríes y anfibios, las avionetas estén rociando la selva donde habitan estos animales. Los anfibios, por ejemplo. La Universidad de Pittsburgh (E.U.) demostró que el glifosato disminuye en 86 por ciento la población de sapos y ranas. Si Uribe quiere ver a Rinrín Renacuajo totalmente tieso y muy poco majo, que siga fumigando.
Produce vergüenza, así mismo, que vuelva a hablarse de envenenar los parques nacionales, justo cuando aparece un emocionante libro de Villegas Editores sobre este maravilloso patrimonio natural. "Que Dios nos dé fuerzas y nos ilumine para proteger y conservar nuestros parques", escribe en el prólogo el ministro Juan Lozano Ramírez. Seamos prácticos; no es preciso que nos ilumine a todos: basta con que le encienda la linterna al que sabemos.
Olvídese por un momento de los ecuatorianos, señor Presidente. El glifosato es reprobable, pero no solo para nuestros vecinos, sino para los colombianos de hoy y de mañana. Constituye un crimen insistir en una fórmula que ha demostrado su rotundo fracaso -los cocales cada vez son más inmunes al veneno, pero los seres que los rodean, no-, solo para dar gusto a quienes no tienen por qué profesar mayor estimación por nuestro medio ambiente.
Daniel Samper Pizano. Columnista de EL TIEMPO.
Fuente: Diario El Tiempo, 2-1-07