Día Mundial del Medio Ambiente: La esperanza es “un río en la frente”
Parece cada día más claro que los desastres ambientales, el hambre en el mundo, las guerras y las discriminaciones de cualquier tipo, el vasallaje planetario, el desarrollo de los no desarrollados y el futuro entero de la especie humana no tienen un origen financiero o económico, productivo o tecnológico, legal o policial, sino ético. Como vimos, esta dimensión es fantasmal en el capitalismo, que para ocultar su ausencia usa subterfugios, el más reciente es la manida “responsabilidad social”
Ya lo sabemos: las principales palancas del planeta se encuentran en manos inapropiadas, dirigidas por mentalidades incompletas, inmaduras, desocializadas. Es posible que nunca en la historia de la humanidad se hayan tomado decisiones políticas, económicas, científicas y sociales con más influencia de la frivolidad que hoy. El cerebro del cual estamos dotados todos los humanos puede desarrollar funciones extraordinarias, y parecería que apenas estamos usando el 20 por ciento de su capacidad. Pero junto con el cerebro no viene incluido un “Manual de uso”, y mucho menos un reglamento, un código de uso ético. Esta dimensión filosófica, social, espiritual es aportada por la cultura en la que se desarrolla cada cerebro. La actual cultura hegemónica en Occidente, cada día más globalizada, está construida sobre los pilares de las relaciones económicas y sociales del capitalismo, cuya máxima esencial es obtener el mayor lucro posible en el menor tiempo posible. Alrededor de este propósito simple giran todos y cada uno de los elementos que conforman la “occidentalidad” actual, sus acciones, instituciones, leyes, relaciones sociales y económicas, desarrollo científico, aparatos ideológicos y “culturales”. La ética que genera, instala y promueve, como es obvio, le es funcional. De esta manera, el cerebro adquiere su código por ósmosis social, y toda su acción, su uso, queda ceñido a la obtención del mayor lucro posible en el menor tiempo posible. Todas las demás variables y las propias consecuencias de las acciones ejecutadas en nombre de esa máxima permanecen en un segundo, lejano y empalidecido rango. Entre ellas, el deterioro ciego del ambiente, y lo que es peor, la hipoteca inconsulta del futuro de la humanidad entera.
Los dueños de aquellas poderosas palancas son conocidos, sus nombres y fotografías aparecen en revistas, programas de televisión, reportajes y hasta en narcisistas enumeraciones con base en la competencia de saber quién es el más rico del mundo este año. Así de inmaduro y tosco.
El poder que manejan estas personas las transforma, sin embargo, en extremadamente peligrosas. Gran parte de lo institucionalizado está a su servicio. Lo han comprado casi todo, y últimamente hasta la conciencia de la ciencia cuya disposición mayoritaria –a semejanza de sus patrones– es realizar todo aquello que es posible lo más rápido que se pueda, con la única condición de que sea vendible, comercializable. A nadie le interesa en esos ámbitos responderse si todo lo posible es deseable.
Parece cada día más claro que los desastres ambientales, el hambre en el mundo, las guerras y las discriminaciones de cualquier tipo, el vasallaje planetario, el desarrollo de los no desarrollados y el futuro entero de la especie humana no tienen un origen financiero o económico, productivo o tecnológico, legal o policial, sino ético. Como vimos, esta dimensión es fantasmal en el capitalismo, que para ocultar su ausencia usa subterfugios, el más reciente es la manida “responsabilidad social”.
Esta crisis sistémica genera fronteras invisibles con territorios donde la cultura hegemónica pierde vigor y credibilidad, zonas de resistencia y de resiliencia. Algunas con la potencia de lo ancestral, otras en el caos de lo inminente, en muchas de ellas existen reservas éticas suficientes como para sostener la propuesta de “otro mundo” construido sobre otras bases.
Los trabajadores y trabajadoras, urbanos y rurales, obreros y agricultores, todos ellos y ellas ocupan un lugar social de enorme importancia, son una de las palancas esenciales que mueven al mundo. Por sus labores y capacidades acumulan una cantidad infinita de conocimientos y saberes, entre los que se incluyen los valores de solidaridad, ayuda mutua, organización, lucha, resistencia, conciencia de clase. Todo esto favorece la expresión de principios éticos contrarios al capitalismo. Por vivir en esta sociedad los trabajadores y trabajadoras están permanentemente bombardeados por la no ética capitalista. La justa y necesaria lucha por el salario, por el ingreso, no debe opacar otras zonas de la conciencia, cuyo ejercicio es vital para que la clase trabajadora cierre filas con los demás grupos, sectores y organizaciones sociales que, como ella, portan la esperanza como un río en la frente.
En el Día Mundial del Medio Ambiente, pongamos el énfasis de nuestra acción y reflexión en todo lo bueno que hay por hacer antes que en lo malo que ya se ha hecho. Eso ya lo padecemos a diario.
A pesar de las profecías tecnofuturistas, del fraseo de los encantadores de serpientes y de los anestésicos sociales ofrecidos en cada esquina, somos una parte de la sociedad que ha elegido estar preñada de esperanza y de capacidades de cambio. El otro mundo será posible cuando la ética social lo construya, con justicia, con paz, con respeto a la diversidad y al ambiente, con equidad e inclusión de las generaciones futuras.
Para esa construcción imperiosa el aporte de los trabajadores y trabajadoras es imprescindible.
Ayer ya éramos mañana.
Carlos Amorín
© Rel-UITA
5 de junio de 2006
SIREL # 1274
La esperanza es “un río en la frente”: la expresión pertenece al poeta argentino Higinio Mena.