Día Internacional de Lucha Campesina: construir soberanía alimentaria desde la economía feminista
El 17 de abril es el Día Internacional de las Luchas Campesinas. Desde el Movimiento Campesino Indígena de Argentina (MNCI-ST) invitan a reflexionar sobre el modelo agropecuario desde la perspectiva feminista. "Pensemos en la soberanía alimentaria desde la óptica de los cuidados y la sostenibilidad de la vida", convocan. El rechazo a la mercantilización de los territorios y los cuerpos.
El 17 de abril es un día de lucha por la tierra. Se conmemora el aniversario de una de las matanzas de campesinas y campesinos perpetradas por la policía en nuestra región. El crimen, conocido como la “Masacre de Eldorado do Carajás” ocurrió en 1996 en Pará (Brasil), cuando familias del Movimiento Sin Tierra (MST) ocupaban una ruta en defensa de su territorio. Es un día que inspira movilizaciones, tomas de tierra, debates y discusiones en los movimientos que componemos La Vía Campesina en todos los continentes. Es una fecha fundamental, en la que nos proponemos reivindicar las luchas campesinas por la soberanía alimentaria y por una reforma agraria integral y popular. Y donde economía feminista nos propone seguir desarrollando propuestas en permanente construcción.
El agronegocio mercantiliza la vida
El agronegocio es la máxima expresión del capitalismo en el campo, al igual que el hidronegocio y la megaminería. Es un modelo de sistema alimentario que se visualiza como único y hegemónico; que ataca la biodiversidad del planeta, desaloja y violenta comunidades y culturas e impone reglas del juego basadas no solo en el capitalismo sino también en el colonialismo, el racismo, el patriarcado, la heteronormatividad, el urbanocentrismo y otros sistemas de opresión, explotación y dominación que responden, en realidad, a una única matriz.

- Foto: Natalia Roca
La economía feminista lo ha nombrado “esa cosa escandalosa” y lo define como un sistema biocida. El agronegocio tiene como objetivo la acumulación y como centro el dinero. Mercantiliza la vida en busca de beneficio monetario y ataca la vida sistemáticamente. No es un sistema compatible con la diversidad de vidas que habitamos el planeta.
La acumulación de capital supone la expropiación de otras y otros. Vivimos en un sistema que considera unas vidas importantes y centrales (las de varones, blancos, burgueses, urbanos) y al resto como vidas dispensables, utilizables e incluso despreciables. Para que unos pocos vivan bien, muchas y muchos tienen que sacrificarse. Las zonas de sacrificio son territorios colocados al servicio del capital: por su interés mineral, agrario, turístico o por su nulo interés. En este último caso, son convertidos en basurales y lugares de desecho.
Lo mismo pasa con las vidas humanas, e incluso con las culturas. Algunas son de interés por lo que se ofrecen como mano de obra y otras desechables y “moribles”, en una lógica que se denomina necropolítica.
Recuperación de la economía campesina
El campesinado lucha y resiste desde una forma de ser, vivir y producir diferente a la capitalista. No nos atrevemos a decir que sea anticapitalista, pero sí que es no capitalista. Ha construido mecanismos de resistencia a lo largo de los siglos, sobreviviendo a sistemas feudales, esclavistas y al propio capitalismo. Está contagiado claro, por “esa cosa escandalosa”, no es puro ni se ha mantenido igual a lo largo del tiempo. Nunca fue perfecto, ni lo es hoy en día.

- Foto: Natalia Roca
Pero es algo diferente, algo que nos puede dar pistas para pensar sistemas por fuera del capitalismo. Por una parte, los sistemas de producción de alimentos campesinos son esencialmente colectivos, ya sean familiares o comunitarios y apuestan por lo común. Este "común" no se refiere solo al trabajo del campo: también está ligado a estructuras comunitarias de cuidados, de ocio y de relaciones sociales.
También es una producción arraigada al territorio, territorializada, que entiende los ciclos de la naturaleza y la ecodependencia. El campesinado es quien, además de producir alimentos, cuida de las fuentes de agua y de los bosques. Frente a la artificialización de la naturaleza y de los tiempos, en el campesinado encontramos todavía ejemplos de una gestión del tiempo ligada a los procesos de la vida y de la reproducción. Los tiempos de trabajo están condicionados por los tiempos de luz, de lluvia, de sol o del crecimiento de plantas y animales (aunque esto es cada vez más difícil de organizar y prever en la era del cambio climático).
Pero, sobre todo, la economía campesina no adhiere al capitalismo porque se resiste a su mercantilización. En la lógica campesina la alimentación se produce para saciar las necesidades de la familia y de la comunidad. Los excedentes se intercambian o se venden con el objetivo de mejorar la calidad de vida y la reproducción de la misma. Por ejemplo, el dinero es invertido en maquinaria que hace el trabajo menos pesado o en la educación de las y los jóvenes. El objetivo no es la acumulación.
Economía campesina y feminista
El modelo campesino está en disputa y va perdiendo. Pero no por eso el campesinado se resigna a desaparecer. Por el contrario: sigue luchando y dando pelea contra la expropiación de territorios, contra el saqueo y su mercantilización. Y no solo resiste, también propone: la soberanía alimentaria, el derecho de los pueblos a decidir sobre sus sistemas alimentarios es una propuesta que hace crujir las bases del sistema porque habla de autonomía y de poder.
Contraponer el sistema agroalimentario actual quiere decir meterse con la propiedad privada, con la mirada sobre la naturaleza como recurso, con el concepto de trabajo, con el colonialismo y la globalización y con las relaciones desiguales de poder.
Es importante que, para subvertir definitivamente el sistema, se cuestione también el patriarcado, los roles establecidos, el reparto de tareas y otras cuestiones básicas para que todas las vidas tengan el mismo valor. Aquí es donde empezamos a leer y escuchar con curiosidad a la economía feminista. Nos ayuda a poner nombres a cosas que habíamos hecho y a pensar en otras nuevas; nos trae otros debates y otras consideraciones.
La economía feminista dice que hay que desplazar la acumulación y la centralidad del dinero. Que la economía es la organización que necesitamos para llevar nuestras vidas adelante. La sostenibilidad de la vida pasa a tener un lugar protagónico. Los trabajos que garantizan esta sostenibilidad (y que ahora permanecen en los márgenes, invisibilizados y no valorados) deben estar en el centro. Que hay que colocar la vida en el centro.
Esto nos lleva a pensar en los trabajos de cuidado que nos ocupan tantas horas al día. También nos lleva a pensar en los trabajos campesinos como un todo. Si la vida es el centro, coloquemos la alimentación ahí, ya que es una de las necesidades más básicas para garantizar la vida.
Esta economía feminista también nos habla de la vulnerabilidad de la vida. Dice que la vida (y más una vida digna y saludable) no pasa porque sí; que para que la vida suceda hay que cuidarla. La vida de las personas, de los ríos, de los bosques, de los desiertos, de los animales. Todas interactúan y a todas hay que cuidarlas.
Volvemos entonces a los cuidados y también al diseño de ese sistema agroalimentario que llamamos soberanía alimentaria. El sistema capitalista, igual que el agronegocio, solo funciona porque hay horas y horas de trabajo de cuidado realizado gratuitamente, en su mayoría por mujeres; y porque abusa también gratuitamente de la naturaleza.
La soberanía alimentaria será feminista o no será
Cuando hablemos de alimentación pensemos en las horas de trabajo, de cuidado de la tierra y los animales, de cuidado de las familias, de cuidado comunitario, de limpieza de espacios privados y colectivos, de organización de eventos para la socialización, de preparación de alimentos, de recogida y transporte de leña y agua, de viajes a la escuela a llevar a las y los niños, de cuidado de personas enfermas, de acompañamiento a vecinas y vecinos. La lista podría seguir. Pensemos que esos trabajos son indispensables para la sostenibilidad de la vida y pensemos también quiénes los realizan.
Pensemos entonces en la soberanía alimentaria desde una óptica de los cuidados y desde la sostenibilidad de la vida. Imaginemos otra forma de repartir esas tareas. Tengamos en cuenta el derecho a que nos cuiden y a cuidarnos; la responsabilidad universal de cuidar. Alimentación y cuidados son prácticas que están estrechamente unidas. La economía feminista nos ayuda a ver esos enlaces.
Este texto pone en diálogo conversaciones que se vienen desarrollando dentro de las organizaciones campesinas. Y que fueron debatidas en el Encuentro de Economía Feminista (realizado en marzo pasado en la provincia de Buenos Aires). Nos proponemos hablar de los tiempos, de los cuidados, de “esa cosa escandalosa”, de las vidas que queremos vivir. Nos proponemos hablar de soberanía alimentaria y de luchas por la tierra desde una mirada feminista y de cuidados.

Son diálogos, debates y discusiones que se entrelazan y no siempre convergen. A veces es difícil; la interseccionalidad de las opresiones nos atraviesa y dar el debate sobre el campesinado en espacios urbanos no es fácil. Hablar de un cambio de matriz productiva cuando en los barrios hay hambre y urgencia se complica; entender los tiempos de la naturaleza también se dificulta. Visualizar los trabajos de cuidado de quien “trabaja en la parte productora” de alimentos es un desafío.
Nos quedamos con una idea que se repitió mucho en el encuentro: la economía feminista necesita de arraigo y tiene que estar territorializada. En eso vamos caminando. Seguimos luchando por la tierra y el territorio, también en este 17 de abril, Día Internacional de las Lucas Campesinas.
Fuente: Agencia Tierra Viva