De bosque a potrero: la realidad de la Amazonia
Esta semana en la Amazonia colombiana hubo 2.242 incendios. El miércoles fue el día en el que el mapa más se llenó de punticos rojos y marcó la no despreciable suma de 740 fuegos. Esta cifra se queda corta al ver el dato total: en los 75 días que van de 2018, solo en esta región, ha habido cerca de 42.000 incendios. En 2016 fueron 35.000 y en 2015, 26.000.
Los datos se los reveló a EL COLOMBIANO el Instituto Amazónico de Investigaciones Científicas, Sinchi, el cual monitorea satelitalmente esta zona, con el fin de evidenciar, entre otras cosas, la manera cómo, silenciosamente, se amplía la frontera agrícola.
En otras palabras esto se entiende así: cada uno de estos fuegos –de los que no se conoce su magnitud– lo que hacen es deforestar una de las regiones más ricas en biodiversidad del país. En el informe de diciembre de 2017, el último que se conoce sobre deforestación que entrega el Ideam, se advirtió que el 70 % del total de las Alertas Tempranas de Deforestación en el país se concentran en los departamentos amazónicos.
La receta de tumbar y quemar la usan, básicamente, para adaptar la tierra a cultivos, ganadería y siembra de coca. Sí, a la región –según el Sinchi– con 709 tipos de ecosistemas, 7.799 especies; entre estas se destacan 73 plantas alimenticias no convencionales y 488 especies maderables; todos los días la queman un poquito. La Amazonia hoy es una herida abierta, un animal moribundo.
Y entonces, estos departamentos aparecieron otra vez en el mapa y se convirtieron en prioridad nacional, justamente, porque hace un par de semanas las imágenes de los incendios le dieron la vuelta al país, por una coincidencia: el presidente Juan Manuel Santos viajó a la zona para anunciar la ampliación del Parque Nacional Chiribiquete y, sorpresa, se encontró con los incendios de frente. De inmediato se instaló una sala de crisis y el titular presidencial, dos días después, fue: Gobierno despliega acciones para controlar incendio en Serranía La Lindosa, en Guaviare. A la semana, los incendios, en teoría, estaban, según información de las autoridades, controlados y la Amazonia desapareció del mapa.
La deforestación sigue
Pero la realidad es otra y la región sigue ardiendo. El viernes pasado, por ejemplo, según el monitoreo del Instituto hubo 176 fuegos, el jueves 689.
Uriel Murcia, coordinador del Portal del Sistema de Información Ambiental Territorial de la Amazonia Colombiana, explicó que lo que han identificado, desde 2002 cuando inició el monitoreo del cambio de las coberturas de tierra, es que el principal cambio es que los bosques son reemplazados por pastizales y estos son la base del sistema productivo de ganadería extensiva, la cual es ineficiente desde todos los puntos de vista. “Para poner una vaca en el Amazonas hay que tumbar dos hectáreas de bosque y sembrar pasto. Los especuladores lo que están haciendo es forzando a las autoridades para que les titulen tierras y por eso, debe haber una disposición del Gobierno Nacional de cerrar la frontera agrícola, eso debe quedar claro”.
Explicó, que en consecuencia, los incendios no son nuevos, se vienen presentando hace 50 años. “El Instituto está consolidando un sistema de fuegos con información pública de la Nasa que capta los puntos de calor. Los picos siempre son entre enero y febrero de incendios asociados al manejo del territorio. ¿La razón? Queman pastos para renovarlos o incendian áreas deforestadas para que las cenizas sean abono”, explicó.
Luz Marina Mantilla Cárdenas, directora del Sinchi, subrayó que lo que está sucediendo es muy grave y tiene que ver, con el acaparamiento de tierras. “Están llegando mafias de otros lugares, le dan a la gente una motosierra, le ponen una cuota de tala y arrancan a tumbar. Lo que está pasando es una conducta mafiosa que está entrando a la región”.
El tema de los fuegos –explicó Mantilla– es muy complejo porque se pierden especies de las que ni siquiera se sabe que existen, no las han estudiado. “Nos damos cuenta que necesitamos acciones más contundentes de la gobernabilidad regional. Por ejemplo, que los bomberos tengan máquinas para apagar los incendios. Ahora bien, si vienen los de afuera y ponen motosierras en las manos de los locales, pues ellos tumban, pero si tenemos unos campesinos conscientes de que ese es su territorio y ese es el futuro de ellos y de sus hijos, pues entonces, les ganamos a las mafias”.
La importancia de esta región es que todavía está el 90 % en cobertura natural, principalmente, bosques ecuatoriales húmedos y este tiene unas funciones trascendentales para la regulación del clima, el agua dulce y la biodiversidad que está entre los más altos del planeta. Así lo explicó el experto Murcia quien además, indicó que la zona alberga todo el conocimiento de nuestros pueblos indígenas que han vivido con esos ecosistemas. “La restauración es compleja y costosa”, señaló.
Los estudios que ha hecho el Instituto evidencian que para volver a rehabilitar una hectárea de terreno deforestado y enriquecerla con árboles, se necesita una inversión de 8 millones por hectárea en los primeros tres años. Y estos son datos conservadores. “Tenemos reportes de cerca de 5 millones de hectáreas afectadas y entonces serían 40 billones de pesos los que se necesitan para recuperar todo lo quemado”.
La situación más preocupante, según el Instituto es que si en promedio, anualmente, se están tumbando 75 mil hectáreas de bosque, el esfuerzo que el país hace, privado y público, para restaurar no suma 5.000 hectáreas al año. Por eso para Murcia, la única tarea para contrarrestar esto es clara: dejar de tumbar.
¿Qué se ha hecho?
Al frente de la maratónica labor de restauración está José Yunis Mebarak, director de Visión Amazónica, una estrategia integral que busca promover un nuevo modelo de desarrollo para el sur del país.
Entre sus primeras acciones estuvo la presentación de 19 proyectos agroambientales, en el segundo semestre de 2017, con los que se busca impulsar la economía y el desarrollo de Caquetá y Guaviare de manera sostenible, con los que se conservarán más 30.000 hectáreas de bosque.
Los proyectos se enfocan en reconversión ganadera de carne y leche a través de modelos pastoriles, caucho y cacao en sistemas agroforestales, productos no maderables del bosque y turismo de naturaleza. Según el Ministerio de Ambiente, los proyectos se encuentran en fase de ajuste para iniciar implementación en el primer trimestre de 2018.
“Para poder frenar la deforestación, justamente lo primero que se hizo fue conocer las cifras, precisar la información. Saber qué era lo que estaba pasando. Eso nos llevó un tiempo. Este tema si bien está como prioridad en el Sistema Nacional Ambiental, su respuesta no es solamente de este sector. Son muchos los actores los que se deben integrar para que este fenómeno se pueda controlar”, dijo el director de Visión Amazónica, un programa que tiene un presupuesto de 95 millones de dólares a 2021, con los cuales deberá garantizar el control de la frontera agrícola.
Ahora, la pregunta que todos nos hacemos: si el Gobierno sabe dónde están los sitios que se deforestan, ¿por qué no atacan el problema? La respuesta la tiene Mebarak: “Sí, pero son sitios demasiado alejados de los cascos urbanos, sin comunicaciones. No es tan fácil pensar que si alguien avisa, uno pueda salir inmediatamente y reaccionar. No es así”.
Mientras los esfuerzos siguen y los proyectos comienzan a ejecutarse, al país no se le puede olvidar que la Amazonia cubre una área de 45,8 millones de hectáreas –casi dos veces el territorio de Envigado, Antioquia– en el que hay un extenso sistema de áreas protegidas, incluyendo el Parque Nacional Chiribiquete, y 169 resguardos indígenas. Sí, la Amazonia existe en el mapa aunque apenas aporte el 1 % del PIB Nacional.
Fuente: El Colombiano