Cultivar hasta la muerte. Un flagelo que azota a Latinoamérica
Las multinacionales Monsanto y Syngenta han copado el mercado con dos poderosos agrotóxicos, el Roundup y el Gramoxone. Las consecuencias de un modelo agrotécnico que se está cobrando la vida de los campesinos
A partir de la década de 60 se implementó en América Latina un nuevo modelo agrícola relacionado a la tecnología genética y al uso de químicos para obtener mejores rendimientos. Más de cuarenta años después, este modelo está lejos de ser un instrumento de desarrollo o de soberanía alimentaria y, muy por el contrario, se ha convertido en una maquinaria de dominación, muerte y beneficios para unos pocos.
Sucede que las grandes corporaciones del agro, el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM), han logrado, con la complicidad de los estados neoliberales, imponer el monocultivo para la exportación a modo de una nueva distribución internacional del trabajo. Los beneficios para ellos no son pocos: las corporaciones que venden semillas transgénicas y agrotóxicos tienen ganancias millonarias, al tiempo que la renta de las exportaciones sirve para pagar la deuda externa de los agobiados países latinoamericanos. Ni la soja de Argentina, Brasil y Paraguay, ni las bananas o el algodón de los países centroamericanos sirven para calmar el hambre de los pueblos, más bien sirven para alimentar las arcas del sistema.
Mucho se ha dicho sobre los perjuicios que este modelo trae para Latinoamérica y para los campesinos. Normalmente se habla de la concentración y el agotamiento de las tierras, de la proliferación de los transgénicos, de la baja rentabilidad y de la intromisión de las grandes corporaciones en las políticas nacionales. Mientras tanto, un asesino silencioso recorre América Latina, cobrándose miles de vidas al año: los agrotóxicos, piezas esenciales de un modelo al que no le importa matar a los pobres, mientras pueda extraerse de ellos y de sus tierras hasta la última gota.
Según la FAO (Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura) los plaguicidas son causantes de 20 mil muertes accidentales al año, y 200 mil suicidios. Otro dato publicado por la OIT (Organización Internacional del Trabajo) en 1994 afirma que ese año hubo entre dos y cinco millones de casos de envenenamientos por plaguicidas, en sólo 40 mil establecimientos relevados. Por otra parte, cabe destacar que no hay forma de relevar las peligrosas intoxicaciones crónicas, o bien las que son tratadas por sus síntomas sin saber nunca cuales fueron las causas. De la misma forma, es imposible saber la cantidad de envenenamientos por los que no se hace una consulta médica.
El Roundup es el agrotóxico más vendido del mundo. Se trata de un herbicida con Glifosato como principio activo, que es comercializado por la multinacional Monsanto. La organización no gubernamental PANNA (Pesticide Action Network North America), representada en América Latina por la RAP-AL (Red de Acción en Plaguicidas), presenta un cuadro de su situación empresarial. En 2004 tuvo 5.457 millones de dólares en ingresos, de los cuales 709 millones correspondieron a la venta del Roundup. Su oficina central se encuentra en el estado de Missouri, Estados Unidos, y está entre las cinco empresas de agronegocios y biotecnología más importantes del mundo.
Monsanto fue la empresa que desarrollo el mortífero “agente naranja” durante la guerra de Vietnam y ahora le toca el turno al Roundup. Sobrados son los estudios que demuestran la toxicidad, los efectos cancerígenos y reproductivos, la acción mutagénica y la contaminación de alimentos que produce el Glifosato, su principio activo. También es verdad que el Glifosato no es tan tóxico como otros herbicidas, pero el Roundup posee elementos inertes que no son especificados en las etiquetas del producto, y que son altamente tóxicos. Asimismo, se convirtió en el más vendido del mundo luego de que Monsanto largara al mercado la soja RR (Roundup Ready), especie genéticamente modificada para resistir el Glifosato. La multinacional se aseguró que sus semillas transgénicas se esparcieran por América Latina (en Argentina la soja RR ya llega a un 90 por ciento de la producción), para generar un mercado para el Roundup. Un negocio redondo.
La precariedad en la que trabajan los campesinos pobres de América Latina, los expone aún más a los perjuicios de los agrotóxicos. En principio, no utilizan el equipo de aplicación necesario para no mojarse con los productos, y prevenir así envenenamientos cutáneos. Muchos de ellos son analfabetos, y se ven imposibilitados de leer los marbetes o rótulos que indican las formas de aplicación y los cuidados que debe tenerse. A pesar del riesgo al que están expuestos, los campesinos, quinteros o chacareros optan por comprar productos como el Glifosato, debido a la necesidad imperante de tener altos rendimientos, cosa que en muchos casos ni siquiera ocurre. Mientras ellos gastan cientos de dólares en agrotóxicos e invierten su salud para lograr mantener a sus familias, los ejecutivos de Monsanto ganan cientos de miles de dólares al año, y sin tocar una gota del veneno que producen.
Uno de los casos de intoxicación por Glifosato que tomó repercusión pública fue el del pequeño Silvino Talavera, un niño paraguayo de 11 años que murió luego de que un vecino lo rociara mientras fumigaba con su máquina. También tomó repercusión el caso de los 500 residentes del barrio Ituzaingó Anexo de la ciudad argentina de Córdoba. Se trata de un vecindario condenado por la aspersión de Glifosato, donde se dieron varios casos de cáncer, leucemia y malformaciones congénitas desde que se vio cercado de predios plantados con soja, sobre los cuales se rocía el veneno desde aviones.
El segundo agrotóxico más vendido en el mundo es el Gramoxone, producto a base de Paraquat, un potente y mortífero herbicida. Es comercializado por la multinacional Syngenta, probablemente la empresa más importante del mundo en venta de plaguicidas. Según los registros de PANNA esta empresa tuvo ingresos en el año 2004 por 7.300 millones de dólares, de los cuales más de 300 fueron por la venta de Gramoxone. Su oficina central se encuentra en la ciudad de Basilea, Suiza, y es conocida la gran inversión que realiza en cabildeos. Un ejemplo es el acuerdo por 25 millones de dólares que mantiene con la Universidad de Berkeley situada en California, institución que se encarga de hacer tendenciosas investigaciones sobre las potencialidades de los agrotóxicos.
El libro “Paraquat, el controvertido herbicida de Syngenta”, de John Madeley (editado en español por RAP-AL), releva gran cantidad de datos sobre este agrotóxico. En particular, refiere al enorme lobby de Syngenta para que el Paraquat no sea considerado de peligrosidad. Sin embargo, según estudios de la OMS (Consecuencias sanitarias del empleo de plaguicidas en la agricultura. Ginebra, 1992), la PNUMA (Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente) y el IARC (Agencia Internacional para la Investigación sobre el Cáncer) este agrotóxico produce dolores de cabeza, temblores, diarreas, insuficiencia respiratoria, alta toxicidad aguda y efectos irreversibles en el pulmón y riñones; provoca el desarrollo de edema y fibrosis pulmonar y afecta el sistema cardiovascular. También son riesgosas la penetración cutánea, la inhalación y absorción a través de heridas, y no se conoce antídoto para la intoxicación por ingestión. Precisamente por esta última consecuencia es que el Paraquat se utiliza mucho en casos de suicidio; Como aclara John Madeley, alcanza con una cucharada para producir una muerte segura.
El Gramoxone es muy utilizado en el cultivo de bananos en Costa Rica. Más de una cuarta parte de los envenenamientos anuales que se registran tienen que ver con Paraquat. Entendiendo la problemática, el Ministerio de Salud, junto con varias ONG, emprendieron distintas campañas para reducir su uso, y el caso de intoxicaciones bajó drásticamente. Por otra parte, hay un factor que lo hace más peligroso, y es que su precio ronda sólo los 10 dólares. Esto lleva a que por su bajo costo y su alto poder herbicida, los campesinos lo utilicen mucho, aún pagando el alto precio de exponer sus vidas.
No por ser los más comunes, el caso del Glifosato y del Paraquat son los únicos. Hay decenas de agrotóxicos que se integran al modelo agrotécnico y que son extremadamente nocivos. El caso más resonante es el de los organoclorados que forman la llamada “docena sucia”. Se trata de compuestos de alta peligrosidad, toxicidad y residualidad, que (en su mayoría) se encuentran prohibidos, pero se continúan usando en muchos lugares de Latinoamérica.
Un ejemplo concreto es el del clordano, un agroquímico sumamente nocivo. En Argentina, por ejemplo, este compuesto se encuentra prohibido para todo uso, y aún así es posible conseguirlo dentro de un mercado negro que, lejos de ser aislado, parece más bien sistemático. Un trabajo de la Cátedra de Toxicología y Química Legal de la Facultad de Farmacia y Bioquímica de la Universidad Nacional de Buenos Aires, demuestra que hay una concentración de clordano en los lácteos de consumo infantil. El contacto de las vacas con pasturas fumigadas produce la residencia del compuesto en la leche. Esto demuestra que el compuesto aún está presente, a pesar de que fue prohibido en Argentina en 1998.
De la misma forma, tampoco corresponde adjudicar toda la culpa de la inserción de estos productos mortales a las empresas que lo comercializan. Casi todos lo países de América Latina suscribieron al Código Internacional de Conducta para la Distribución y Utilización de Plaguicidas de la FAO, que estipula que el estado debe tener poder de policía y controlar la producción, venta y utilización de los agroquímicos. Sin embargo, muchos gobierno miran para un costado, dejando que estos “venenos legales” asesinen a los campesinos. Basta con mencionar que en casi todos los países del Cono Sur y algunos de Centro América, no existe legislación o restricción alguna sobre el Glifosato o el Paraquat: ambos son de venta libre, y están al alcance de cualquiera.
Este modelo, que tiene a la muerte como ingrediente estructural, se hace fuerte ante la indiferencia de los gobiernos latinoamericanos. Sin embargo, ya se están dando varias manifestaciones en contra de los agrotóxicos como el modelo de agricultura tradicional u orgánica impulsado por el Movimiento Sin Tierra en Brasil; la planificación de huertas familiares con pocos insumos químicos y una mayor distribución de la producción, apoyadas por el gobierno de Cuba; o el no del presidente de Venezuela Hugo Chávez a los transgénicos y agrotóxicos, en el II Encuentro de Solidaridad por la Revolución Bolivariana. A pesar de esto, está claro que es una lucha de desproporciones, donde las multinacionales seguirán presionando por este modelo agrotécnico de dominación y esclavizando los cuerpos de los campesinos pobres de América Latina por medio de los agrotóxicos.
Por Roberto Aguirre - Desde la Redaccón de APM.
Fuente: APM, 10-9-06