Comunidades mexicanas muestran caminos contra la obesidad
"Las organizaciones dedicadas al tema también valoran la recuperación en marcha en comunidades de varios estados de cultivos tradicionales como es el caso del amaranto, una planta presente en la alimentación local desde hace 5.000 años y altamente apreciada en el pasado porque su grano contiene el doble de proteínas del maíz y el arroz además de ser muy rico en vitaminas".
El campesino Manuel Villegas es uno de los que decidieron incursionar en la siembra de amaranto en México, para complementar sus cultivos de maíz y frijol y ampliar así la cosecha para el comercio y autoconsumo y, en definitiva, contribuir a la mejora de la nutrición de su entorno.
“En la región, el amaranto llegó en 2009 y ya algunos productores lo trabajaban cuando yo comencé en 2013. Va creciendo, pero lentamente”, dijo a IPS el también coordinador de la no gubernamental Red de Amaranto en la región de la Mixteca, en el sureño estado de Oaxaca.
La plantación ha prodigado beneficios como la organización de productores, transformadores y consumidores; la obtención de financiamiento público, así como mejorar la nutrición tanto de consumidores como de cultivadores.
“Integramos el amaranto a la dieta diaria. El consumo mejora la alimentación por su calidad nutritiva, combinado con otras semillas, con alta cantidad de proteína”, indicó Villegas, quien reside en el área rural del municipio de Tlaxiaco, con unos 34.000 habitantes.
Los campesinos de la red en su región siembran unas 40 hectáreas, aunque los efectos del cambio climático forzaron a reducir la producción a 12 toneladas en 2017 y seis este año, por una sequía que afecta a la zona. Para cubrir el autoconsumo, conservan 10 por ciento de la recolección anual.
Productos nativos como el amaranto sirven, además de para defender alimentos de la dieta tradicional mexicana, para contener el avance de la obesidad, que se ha convertido en una epidemia en este país latinoamericano de casi 130 millones de habitantes, con consecuencias sanitarias, sociales y económicas.
La Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) indica en “El Estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo 2018”, publicado en agosto, que la prevalencia del sobrepeso entre la población menor de cinco años disminuyó de nueve a 5,2 por ciento entre 2012 y 2017. Eso significa que los niños menores a esa edad con sobrepeso pasaron de un millón a 600.000 (ver aquí).
Pero, en contrapartida, recrudeció la prevalencia de la obesidad entre la población adulta (de 18 años o más), al saltar de 26 por ciento a 28,4 por ciento. La cantidad de adultos obesos pasó de 20,5 millones a 24,3 millones durante el periodo.
Las secuelas del fenómeno son también palpables. Un ejemplo es que la mortalidad por diabetes mellitus tipo 2, la más común, trepó de 70,8 muertes por cada 100.000 habitantes en 2013 a 84,7 en 2016, según una actualización de indicadores, publicada en mayo por varias instituciones, incluida la Secretaría (ministerio) de Salud.
Otro impacto, según el mismo estudio, es que las muertes por enfermedades hipertensivas pasaron de 16 por cada 100.000 habitantes a 18,5.
Pero el dato más elocuente y preocupante es que uno de cada tres niños padece obesidad o sobrepeso, de acuerdo a un reporte publicado en agosto por la no gubernamental Alianza por la Salud Alimentaria, un colectivo de organizaciones y académicos (ver aquí).
Lo que hay detrás:
Entre los gérmenes del fenómeno está, coinciden especialistas y activistas, el cambio de hábitos alimentarios, donde perdió presencia la dieta tradicional y de productos milenarios y, en cambio, se multiplicó la ingesta de comida chatarra, alta en azúcar, sal, grasa, colorantes artificiales y otros ingredientes, que se inyecta desde la niñez mediante su exposición a publicidad mal regulada.
La última Encuesta Nacional de Salud y Nutrición halló bajas proporciones de consumo regular de la mayor parte de los grupos de alimentos recomendables, como verduras, frutas y leguminosas, en todos los grupos poblacionales. Por ejemplo, 40 por ciento de las calorías que ingieren los niños de uno a cinco años procede de comidas ultraprocesadas.
Para Fiorella Espinosa, investigadora en salud alimentaria de la asociación civil El Poder del Consumidor , la apertura comercial que México emprendió desde los años 90, la regulación deficiente de publicidad y de las etiquetas nutricionales de los productos, el desplazamiento de la comida nativa y la priorización de la agricultura extensiva sobre la tradicional llevaron a la crisis (ver aquí).
“Aumentó la disponibilidad y accesibilidad de alimentos ultraprocesados. Hubo omisión del Estado en aplicar políticas públicas de prevención. Los niños viven en un entorno obesogénico. Es un grupo vulnerable y por ahí aprovechan las empresas para aumentar sus ventas”, detalló a IPS.
El Índice de Sostenibilidad Alimenticia 2017, elaborado por el italiano y no gubernamental Centro Barilla para la Alimentación y la Nutrición, dio cuenta de esta realidad, al establecer que este país, el segundo por su población y dimensión económica de América Latina, tiene indicadores deficientes en la prevalencia de sobrealimentación, actividad física y patrones dietéticos (ver aquí).
La tabla, encabezada por Francia, Japón y Alemania, analiza a 34 naciones en agricultura sostenible, retos nutricionales y pérdida y desperdicio de alimentos.
La obesidad “es una epidemia que no se soluciona solo con educación nutricional. Tiene determinantes estructurales, entorno político, comercio internacional, ambiente y cultura. Tiene barreras” sociales y económicas, puntualizó a IPS Simón Barquera, director del Centro de Investigación en Nutrición y Salud, del estatal Instituto Nacional de Salud Pública.
Por ello, la Alianza por la Salud propone una estrategia integral contra el sobrepeso y la obesidad, que incluye una ley donde se incorporen el incremento de impuestos a productos no saludables, un etiquetado adecuado, mejor regulación de la publicidad y fomento a la lactancia materna, entre otras medidas.
El aporte de rescates como el del amaranto:
Las organizaciones dedicadas al tema también valoran la recuperación en marcha en comunidades de varios estados de cultivos tradicionales como es el caso del amaranto, una planta presente en la alimentación local desde hace 5.000 años y altamente apreciada en el pasado porque su grano contiene el doble de proteínas del maíz y el arroz además de ser muy rico en vitaminas.
“Buscamos cómo generar cambios a nivel comunitario en agricultura, alimentación y economía familiar, tomando como eje el cultivo de amaranto. Nos hemos dado cuenta que ha habido una desvalorización de campo y su papel en la nutrición adecuada de la población”, dijo Mauricio Villar, director de Economía Social del no gubernamental Puente a la Salud Alimentaria.
El también coordinador del Grupo de Enlace para la Promoción del Amaranto en México explicó a IPS que “vemos cómo revalorizamos la vida y la producción campesinas, con impactos a diferentes niveles en la nutrición”, para corregir hábitos de mala alimentación.
Pero, según planteó Yatziri Zepeda, fundadora del no gubernamental Proyecto AliMente, estas experiencias locales, por valioso que sea su aporte, tienen un alcance limitado.
“Estas iniciativas pueden generar modificaciones a nivel local y abordar algunos de los problemas, pero no son suficientes para proteger el derecho a la salud, entre otros. La obesidad no es un tema de decisiones individuales, sino de política pública. Es un tema político, hay intereses corporativos muy importantes. Es multicausal y sistémico”, enfatizó ante IPS.
- Edición por Estrella Gutiérrez.
- Foto por Puente a la Salud Comunitaria.
Fuente: IPS