Comer en la crisis
Costa Rica tiene una alta dependencia alimentaria y por lo tanto corre peligro en medio de la emergencia global por el COVID19.
Según datos de Consejo Nacional de la Producción en el periodo 2018-2019 el país importó el 57% de arroz que consumimos. Ticos y ticas comemos casi 50mil toneladas métricas de frijol anualmente, de las cuales se logra producir en suelo nacional unas 10mil toneladas, es decir, al rededor de 30mil toneladas métricas, que representa el 80%, se debe de importar del extranjero. En otras palabras el 70% del gallopinto que se desayuna en Costa Rica viene de afuera. Situación muy grave en un contexto de crisis global de “penuria alimentaria”, como advirtió hace pocos días la Organización para la Agricultura y la Alimentación.
Por otro lado la agro-exportación en Costa Rica se han convertido en las últimas tres décadas en los sectores más beneficiados de subsidios estatales, exenciones fiscales y tratados de libre comercio, sin que esto se traduzca en una mejora de las condiciones que de la gente que vive en el campo. Por décadas, el aparato transnacional-académico-empresarial vinculado a la agroindustria ha creado la ilusión de que la exportación es la solución a la pobreza y el desempleo. Lo cierto es que las jugosas ganancias de la exportación en Costa Rica están bien concentradas en muy pocas manos, no necesariamente costarricenses. Según la Promotora del Comercio Exterior (PROCOMER) en 2016 un pequeño grupo de solo 76 empresas, de un total de 3.772 compañías autorizadas a exportar, acaparan el 66,5% del valor total de las ventas al extranjero de ese año. En detalle solo 10 empresas agroexportadoras concentran 51% del total de productos frescos que se colocan en el extranjero.
La otra cara de este modelo son las cadenas de supermercados como Walmart. A inicios de este año, cientos de agricultores y porcicultores protestaron en las calles por los bajos precios que pagan estas cadenas por sus productos, al mismo tiempo que se importan cantidades importantes de alimentos frescos a precios por debajo del costo de producción nacional. Walmart ha tenido un crecimiento importante a nivel regional, solo en el año 2018 abrió 38 megatiendas nuevas en Centroamérica, además incrementó sus ingresos en la región a un ritmo de 7,6% anual. Dinámica que no es diferente a nivel global, convirtiendo a la familia Walton, propietaria de Walmart, en la familia más rica del mundo reportando ingresos de USD$100 millones por día.
La agroexportación como modelo alimentario ha fracasado. Este sistema genera más pobreza y desigualdad y no alimenta el mundo, la crisis del COVID19 la ha puesto una vez más en evidencia, incluso distintos investigadores a nivel global señalan a la agro-industria como la responsable de estos nuevos virus que atacan a la humanidad. El agronegocio es conocido por ser un sistema muy concentrado, explotador y contaminante, mismo que ha convertido en la cara de las políticas neoliberales en el campo y en este momento vuelve a poner en jaque lo más básico en nuestra vida: la comida.
Mientras 42 millones de personas en América Latina sufren hambre o mal nutrición; la FAO, la OMS y la OMC advierten sobre el riesgo de que en el mundo ocurra una “penuria alimentaria” producto de restricciones comerciales y prácticas especulativas, producto de la acciones globales contra la pandemia del COVID19. Situación que afecta sobretodo el comercio de granos básicos según la alerta emitida por estos organismos internacionales. Granos básicos, que como vimos, Costa Rica no produce actualmente en cantidades necesarias para abastecerse, ni siquiera para desayunar. Pero no porque no pueda sino porque no la dejan.
Por otro lado, el sector campesino, que si podría alimentarnos, ha sido el más golpeado, arrinconado y abandonado en estas tres décadas. Pese a esto la agricultura campesina está en el centro de la garantía de que podamos comer en medio de la pandemia actual, si le damos una oportunidad y apoyo, claro. Es urgente apoyar la producción local de alimentos, reconstruir la soberanía alimentaria que podría darnos de comer sin pagar costos socioambientales tan altos como los que cobra el agronegocio, que contamina agua, tierras y cuerpos a su paso. Es urgente fortalecer los lazos sociales y los canales de confianza de donde viene nuestro alimento, es necesario redistribuir la tierra y los medios para producir alimentos; al mismo tiempo que desterramos los agrotóxicos de los campos.
Henry Picado Cerdas - Miembro de la Red de Coordinación en Biodiversidad, la Federación Costarricense Para la Conservación de la Naturaleza (FECON) y parte de la Alianza Biodiversidad y el Comité editorial de la Revista Biodiversidad Sustento y Culturas.
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