Bioconstrucción: otra forma de habitar para adaptarse al cambio climático desde los cimientos
El sector de la construcción es el mayor emisor de gases de efecto invernadero, según el Programa para el Medioambiente de la ONU. La construcción con tierra es una práctica ancestral que, desde hace años, es renovada por arquitectos y organizaciones con trabajos en todo el país. La voz de arquitectas que meten las manos en el barro y trazan un cuadro de situación de la actividad.
Por Jésica Bustos
Paredes que respiran con tinturas elaboradas con pigmentos de la tierra, techos de pasto que cobijan vida mientras ayudan a combatir las altas temperaturas, pequeños ventanales hechos con coloridas botellas de vidrio: todo esto le da forma a una propuesta habitacional que no corre a la velocidad de la especulación inmobiliaria. La construcción con tierra, construcción biodinámica o bioconstrucción —en sus variadas formas de llamarse y practicarse— emplea técnicas ancestrales que proponen convivir mejor con el ambiente donde se construye la vivienda.
De esa virtuosa convivencia, surgen diferencias sustanciales con la construcción convencional que conocemos. No sólo en términos económicos sino también en los tiempos que demanda la obra y el impacto negativo de la práctica en sí, lo que se conoce como “huella ecológica” o “huella de carbono”.
Según el informe “Materiales de construcción y el clima: Construyendo un nuevo futuro” del Programa de Naciones Unidas para el Medioambiente (Pnuma), el sector de la construcción es el mayor emisor de gases de efecto invernadero, ya que es responsable de un 37 por ciento de las emisiones mundiales, debido a que la producción y el uso de materiales como el cemento, el acero y el aluminio conllevan una importante huella de carbono.
El hormigón, por ejemplo, es el material de construcción más empleado en la industria. El cemento, principal componente de este material de construcción, representa el 7 por ciento de las emisiones globales de carbono. Su transporte y fabricación implican grandes cantidades de emisiones de dióxido de carbono y contribuyen, por tanto, a las emisiones totales de gases de efecto invernadero.
Foto: Dante Martínez
Entonces, pensar una arquitectura con perspectiva socioambiental no sólo es posible sino también necesario para la transición hacia la edificación de ciudades y pueblos sostenibles. En principio, la propuesta es evitar la extracción y producción innecesarias, optar por materiales de construcción renovables y transicionar a la descarbonización de los materiales de construcción convencionales, según las propuestas surgidas del informe del PNUMA.
Con la llegada de los medios de transporte, y al calor de la revolución industrial, los métodos de construcción fueron cambiando en función de los nuevos materiales disponibles y el crecimiento de las inversiones. Desde entonces, los insumos y la maquinaria utilizada han provocado, mediante sus procesos de extracción, tratamiento y circulación, acciones que afectaron los ciclos de la vida humana y, de algún modo, el equilibrio de la naturaleza.
Además de los materiales utilizados, pensemos también en la lógica inmobiliaria de avance de barrios cerrados en terrenos que para la industria son “inundables” —lo que en esa lógica se traduce en tareas de relleno—, pero que para la flora y la fauna autóctona son humedales, un ecosistema complejo que funciona como esponja en periodos de inundaciones. Otro ejemplo de construcciones convencionales avanzando a contramano de la naturaleza son los desarrollos inmobiliarios con fines turísticos dentro de áreas naturales protegidas.
Manos a la tierra, una alternativa sustentable para romper la lógica de mercado
En este contexto, la construcción biodinámica viene a proponer una convivencia sustentable entre personas y hábitats, aprovechando los recursos disponibles en el lugar, respetando tiempos de la naturaleza —que no responden a lógicas de mercado— y buscando, como fin último, ambientes más saludables donde la vida humana y no humana sea posible y de calidad.
Turma Martínez es arquitecta, docente, capacitadora y constructora con tierra. Nació en Santa Rosa, La Pampa, pero va moviéndose según soplen los vientos que la convocan para realizar proyectos habitacionales que co-construye con colegas y grupos de personas dispuestas a meter mano en el adobe, material de construcción histórico hecho de arcilla, arena, paja y piedra, según la materia con la que se disponga.
“Si te fijas en todas las publicidades, incluso de políticas públicas, la vivienda es un sueño al que hay que llegar. ‘Cumplí con el sueño de tu vivienda’, te dicen. Como si fuera algo que pudiéramos elegir”, interpela Martínez y asegura que “la gente aún no comparte la visión de que la vivienda es un derecho” sino más bien la idea instalada es que la propiedad es un lujo.
La discusión sobre los métodos y los materiales para la construcción es una inquietud que la acompaña desde que concluyó sus estudios en la Universidad de Buenos Aires e incluso durante la cursada, cuando se preguntaba acerca de la escasa experiencia práctica del oficio. Como si ensuciarse las manos fuera tarea exclusiva de aprendices y ayudantes de obra y no de los arquitectos y arquitectas.
“La construcción con tierra es una alternativa posible en términos de soberanía constructiva. Si hay organización, es súper poderoso. Porque el material lo permite, pero, sobre todo, por la calidad de vivienda que lográs”, afirma la bioarquitecta y albañila.
La construcción natural se posiciona así como alternativa para tener la vivienda propia. “Es una solución real para salir del alquiler. He visto personas que con el tiempo lo logran”, señala Martínez y agrega, sin romantizar esta técnica ancestral, que “hay mucho desconocimiento sobre cómo es el proceso de construcción y el tiempo que demanda”. Pero la posibilidad de construir la vivienda propia, plantea la necesidad de discutir la tenencia de la tierra, ya no en términos de propiedad privada sino de derecho a la vivienda.
El acceso a una parcela de tierra para poder construir, muchas veces es más complejo incluso que la construcción del inmueble, ya sea de manera tradicional o natural. Victoria Cabada y Natalia Hernández son dos arquitectas neuquinas que integran EZ+CA arquitectas. Brindan asesoramiento técnico, dirección de obras y construyen tanto en tierra como de manera convencional. Definen sus proyectos como “diseñados desde la perspectiva del respeto a la naturaleza y el uso de los recursos bioclimáticos”, poniendo “en el centro a la tierra como material de construcción y su aplicación en la arquitectura”.
Las arquitectas creen que “abordar la temática del déficit habitacional es mucho más profundo que sólo referirnos a los materiales de la construcción. El acceso a la tierra es uno de los derechos más vulnerados”. A pesar de ello, coinciden en que “es real que utilizando barro, sin materiales industrializados, es más viable el acceso a la vivienda”.
Foto: Turma Martínez
Los beneficios de la construcción con adobe son numerosos. Uno de los principales es el económico, ya que se puede ahorrar bastante dinero en materiales. Los insumos utilizados son de cercanía (tierra, arcilla, paja, piedra) y hay tantos materiales como modelos posibles. El contrapunto son los costos elevados de las maderas utilizadas para las estructuras de las viviendas.
En cuanto a la reducción de la huella ambiental se traduce, por un lado, en un menor impacto negativo a partir de los insumos necesarios para construir, pero también en relación a la gestión de los excedentes. Existen diseños que contemplan la recolección de agua de lluvia para riego o uso doméstico y paneles solares para alimentar la energía eléctrica.
Además, volviendo sobre los materiales y la tierra como base de la construcción, las propiedades son destacables. “La tierra mejora la aislación térmica; tiene la capacidad, que no tiene ningún otro material, de regular la humedad del ambiente.Si hay mucha humedad afuera, la pared va a absorber cierta cantidad y va a regularte adentro y después se va a secar. Es una casa viva, una pared que muta, cambia y se modifica, se encarga de un montón de cuestiones que tienen que ver con la vida”, explica Turma.
Pueden rastrearse diversas experiencias a lo largo y ancho del país: escuelas, hogares, pequeños barrios comunitarios y autosuficientes. Todas construidas con materiales nobles que se adaptan al ambiente donde están emplazadas. La casa no se enferma, por ende, tampoco los humanos que viven en ella. Se autocontrola la temperatura, lo que previene problemas reumáticos o enfermedades respiratorias.
“Hacemos una arquitectura más saludable. De eso no se habla, no se habla de la salud de los ambientes que se construyen -amplía la arquitecta-. Sé, por experiencia, que con la bioconstrucción hay personas que ya no tienen problemas asmáticos”.
Construir la casa propia con horizontalidad y perspectiva de género
Si se consigue el terreno dónde construir, la bioconstrucción está acompañada por otras prácticas también a la hora de poner manos a la obra. Muchas obras se construyen mediante mingas —encuentros solidarios de grupos de personas que disponen de uno o varios días para producir ladrillos de adobe, pintar paredes y armar las estructuras de madera—. En este sentido, Turma destaca que se trata de un trabajo que tiende a la horizontalidad y al intercambio de saberes, por lo que genera una diferencia sustancial respecto de la participación de las mujeres. “El proceso de autoconstrucción entre mujeres es muy interesante, porque invita a romper esquemas sobre la posibilidad real de construir que tenemos nosotras, cuando nos hicieron creer que no podíamos ni agarrar un taladro”.
Por eso, una de las características interesantes de ese tipo de práctica es la presencia de mujeres en la dirección y puesta en marcha de las obras, dentro de un rubro, en la construcción convencional, dominado por hombres. “En la construcción con elementos naturales, hay mucha mano de obra y conocimiento femenino entre las mujeres albañilas”, señala Martínez, lo interesante son los tiempos de construcción y el compartir los saberes entre las que cuentan con experiencia y las que recién comienzan.
En esto coinciden las arquitectas de EZ+CA al sostener que la perspectiva de género también forma parte de la propuesta de construcción natural. “La mirada que las mujeres brindan y los aportes en sus diversas habilidades, le otorga a la bioconstrucción esa cuota diferencial artística que la distingue de lo estandarizado”, afirman.
La autoconstrucción permite además el empoderamiento de las mujeres que encuentran en la bioconstrucción una herramienta que les “brinda la independencia de construir la vivienda propia con sus propias manos”. Es por ello que reconocer la presencia de mujeres en la bioconstrucción “es necesario para hacer visible que la igualdad de género es posible de lograr”, consideran las arquitectas.
Una red de para impulsar políticas públicas en bioconstrucción
“Hay una idea de poder construir en comunidad y poder construir con otros. Hay mucha gente con ganas de alternativa”, celebra Martínez. Pero, a pesar del creciente interés y el incremento de grupos de personas que optan por la bioconstrucción, la arquitecta marca que para ampliar la construcción en tierra es necesario una reglamentación nacional que condensan las voluntades institucionales y políticas.
En la Argentina funciona la Red Protierra, una red federal de integración y cooperación técnica y científica enfocada en el desarrollo responsable de la construcción natural. Allí se reúnen más de 200 profesionales que trabajan fuertemente en la bioconstrucción en el país y cuenta con comisiones en las que se discuten modelos de reglamentación para implementar en el territorio nacional.
En ese sentido, la comisión normativa de la red trabajó en la redacción e implementación de normas técnicas y jurídicas que puedan implementarse particularmente en cada distrito; de manera tal que el modelo de ordenanza municipal sirva de referencia a la hora de buscar la habilitación del proyecto.
Foto: Dante Martínez
Según lo informado en su sitio web, el proyecto cuenta con un anexo técnico basado en normativa vigente del Perú, que se ajusta a los usos y tecnologías argentinas; y a la zonificación ambiental y sísmica nacional. Y es el resultado de un relevamiento exhaustivo por más de cuarenta municipios y comunas que legislan sobre la construcción con tierra, pero que “no cuentan con una reglamentación que permita verificar y comprobar la calidad del proyecto la construcción y el mantenimiento de edificios”.
La red Protierra también contribuye en la capacitación de los profesionales ya que cuenta con cursos de extensión y diplomaturas en convenio con universidades nacionales; lo que permite el intercambio de tecnologías y la difusión de saberes y prácticas culturales.
Frente a las propiedades demostradas por la bioconstrucción y la falta de políticas públicas que la fomenten, la preguntas que surgen son ¿por qué la bioconstrucción no cuenta con normativas generales que la habiliten? ¿por qué no hay consensos como en la construcción convencional?
Algunas de las respuestas pueden tener que ver con la estigmatización. Enfermedades como el Chagas, que se transmite a través de las vinchucas o chinches, insectos que viven en las grietas y los huecos de paredes y tejados de casas y estructuras exteriores, generaron como reacción la prohibición de las construcciones con adobe; en lugar de reglamentar o diseñar protocolos para mejores sus condiciones.
Otras respuestas pueden estar relacionadas más bien con la imposición de métodos que se ajustan más al mercado. Pensemos en la crisis habitacional mundial y las respuestas gubernamentales: algunos deciden redistribuir viviendas ociosas, otros planes de viviendas nuevas, bajo el modelo convencional de construcción; otros desregular el mercado. La promoción de construcción con materiales naturales y de forma colectiva no aparece en el horizonte de las políticas de Estado, con raras excepciones en el caso argentino.
Del barro venimos y al barro vamos
Mientras más personas se vuelcan a la bioconstrucción, las arquitectas de EZ+CA trabajan en una transición con las técnicas de construcción convencional, por elección de los habitantes o por los límites que impone la falta de reglamentación estatal.
Cabada y Hernández consideran que es posible y pueden dar cuenta de esta transición a través de la experiencia en su ciudad, donde diseñaron, por ejemplo, un proyecto que, por normativa del Código de Edificación Municipal, no era posible alcanzar la línea medianera del terreno lindero con una estructura de madera —correspondiente al modelo de bioconstrucción—.
Frente a ese problema normativo, el proyecto resultó tener un 40 por ciento dentro del modelo convencional —estructura metálica, ladrillos huecos y revoque con cemento— y un restante 60 por ciento con materiales naturales: estructura de madera, mampostería en ladrillos crudos, quincha —una estructura tradicional de armado de cercos en base a un entramado de madera, con un relleno de barro mezclado con fibras vegetales— y otros revoques de barro.
“La mejor manera de hacer arquitectura es aprovechando los beneficios que nos brinda cada material”, asegura Hernández y, por esta razón, no dudan en “combinar, sumar y complementar nuevas tecnologías que brinden ventajas al habitar diario de una bioconstrucción” como pisos industrializados, aberturas de aluminio y dobles vidriados.
Si bien las ventajas de este tipo de construcción natural son variadas, existen algunos pormenores que sortear. “El barro no es un material estandarizado, por lo tanto sus características varían según el suelo donde se construya; y como no es impermeable, hay que diseñar aleros para proteger las paredes y aplicar barreras naturales impermeabilizantes”, detalla Natalia.
De un tiempo a esta parte, en el desarrollo inmobiliario se ve un avance en términos de incorporación de parámetros amigables con el ambiente. Ya sea por razones de marketing, modas verdes, la construcción con materiales nobles, reutilizables y de menor impacto ambiental han tomado su lugar en las búsquedas de alternativas habitacionales.
En este sentido, Hernández considera que se le ha dado bastante difusión y promoción a este tipo de arquitectura sostenible, pero “es necesario un mayor compromiso en la capacitación, tanto en la Academia como también en escuelas técnicas secundarias”, porque “la bioconstrucción está ligada a una filosofía del respeto por la naturaleza, que es mucho más abarcativa”.
Las construcciones en tierra existen desde que los seres humanos comenzaron a organizarse para resguardarse. En cualquier clima del mundo, la tierra puede ser utilizada con este fin. “En todas las latitudes y altitudes es posible aplicar la construcción natural, desarrollando estrategias de diseño bioclimático”, explican desde EZ+CA.
La propuesta de un cambio de perspectiva está instalada y como la tierra, va mutando a medida que más manos y más profesionales salen a buscar otro tipo de respuestas. Para revalorizar la práctica y responder a la demanda habitacional sin caer en greenwashing, “no sirve replicar lógicas de la construcción convencional en la construcción con tierra. Hay que sacar la lógica extractivista de ahí”, asegura Martínez.
Fuente: Tierra Viva Agencia de Noticias