Ay ti! ay ti!
Los seísmos y otras catástrofes naturales no son selectivos ni discriminatorios. Se presentan sin previo aviso y aleatoriamente. Sus consecuencias, en cambio, son claramente mucho más dramáticas allá donde la pobreza ya es causante de muchas desdichas.
El seísmo en Haití es otra demostración de esta relación lógica, que no aceptable. Haití es el país más pobre de toda América Latina y reúne muchas de las características que conducen a tantos daños humanos y materiales. Cifras que no podremos conocer con exactitud porque el adelgazamiento de las funciones del Estado, y esa sería la primera característica, lleva a que este ni pueda anticiparse y difícilmente pueda responder.
La imposición del modelo neoliberal con sus políticas de ajuste estructural y el libre comercio, facilitando, por ejemplo, la entrada masiva de alimentos importados, arruinó y desestructuró a un país que nunca pudo recuperarse de su pasado colonizado. Y el campo haitiano, es decir, la mayoría de la población, pasó y pasa por graves dificultades para vivir en el medio rural. El éxodo de miles de personas hacia las grandes urbes y su hacinamiento en ciudades que no están preparadas para multiplicar por diez sus habitantes, como Puerto Príncipe, las sitúa en la vulnerabilidad.
Un último factor repetido en estas catástrofes son los daños producidos por los desprendimientos de tierras originados por la fuerte deforestación que sufren los bosques y selvas de los países del Sur. Las causas también las conocemos: la pobreza y falta de fuentes energéticas lleva a una tala indiscriminada de bosques, que se suma a la producida para ampliar los monocultivos de exportación (caña de azúcar, en el caso de Haití, ahora revalorizada por su uso como agrocombustible).
La lucha contra estas características que llevan a la pobreza, y contra sus responsables, es el mejor programa para prevenir catástrofes.
Fuente: Palabre-ando