Argentina: la soja, la salud y la guita
"A políticos, economistas, la clase dirigente en general, no se les ocurre pensar qué haremos con el dilema entre la sojización de la economía y el cuidado de la salud de los argentinos."
El tema que quizá sea más importante para debatir, en materia de política económica, es ignorado (en los dos sentidos que se puede usar la palabra) por la clase dirigente argentina.
A políticos, economistas, la clase dirigente en general, no se les ocurre pensar qué haremos con el dilema entre la sojización de la economía y el cuidado de la salud de los argentinos.
El centro de la política económica kirchnerista ha sido, y sigue siendo, la soja. Ella explica, casi por sí sola, la existencia de los superávits gemelos: el superávit fiscal, o sea los ingresos estatales superiores a los desbordados gastos; y el superávit del sector externo, o sea la subsistencia de exportaciones superiores a importaciones más transferencias al exterior.
Así, pareciera que el llamado “modelo sojero” es una especie de panacea argentina; la concreción del nuevo milagro económico. Ingresos a los grandes productores agrícolas de una magnitud sencillamente increíble para nosotros, laburantes comunes de la Argentina; y dinero para el Estado a raudales. Por supuesto que es inevitable la existencia de diversas formas de corrupción: fugas de capital por decenas de miles de millones de dólares, no pago de tributos por medio de las habituales avivadas de los grandes grupos económicos, son parte de la “normalidad” económica nacional.
El grado de dependencia de la economía argentina con respecto a la soja es tan elevado, que resulta sencillamente impensable cortar abruptamente el vínculo.
Ni kirchneristas, ni peronistas disidentes, ni radicales, ni nadie (para ser reales) piensan en abandonar esta soja dependencia, a la que visualizan como fuente de ingresos abundantes.
Ni se les ocurre tampoco pensar en lo peligroso de esta dependencia de un cultivo agrícola.
Hace poco, el diario ultra kirchnerista MIRADAS AL SUR publicó una nota donde se considera a las materias primas “heroínas de la recuperación económica”, y no se menciona ni una vez, en dos páginas dedicadas al tema, los efectos en la salud humana y el ambiente en general.
Pareciera que todos los poderosos, y quienes aspiran a serlo, están chochos con nuestra Nación como soja dependiente.
LA CARA HORRIBLE DEL MODELO
Como todos sabemos, los agroquímicos (en especial pero no solamente) el glifosato, son fuente de toda clase de males horribles para la salud de los humanos, primero de los que viven en lugares donde se siembra soja, pero en definitiva la paulatina contaminación de ríos hará que todos estemos afectados por esta tragedia cotidiana.
Los multiplicados casos de cánceres de variada clase, los corroborados e indiscutibles casos de horribles afecciones, las muertes nunca esclarecidas de los chicos de Gilbert, en Gualeguaychú; de mucha gente fallecida por causa directa de los agrotóxicos, denunciados y probados por gente tan seria como el doctor Daniel Verzeñassi y científicos de distintas especialidades, de todas partes de la Argentina, no dejan duda que la sojización acarrea muerte. Tan simple y claro como eso: la soja es muerte.
Lo dijo hace poco el eminente científico del CONICET Andrés Carrasco, estudioso de la cuestión desde su especialización como embriólogo.
Carrasco dio conferencias en Gualeguaychú y Paraná, ambas sobre los agrotóxicos y en especial el glifosato.
El periodista Tirso Fiorotto enunció en una nota periodística lo siguiente: “Las conclusiones de las investigaciones realizadas por Andrés Carrasco en laboratorio pasaron a ser en estos meses el mayor obstáculo para la continuidad de un sistema de producción a gran escala, y en plena expansión, realizado por grupos concentrados de la economía y con alta incidencia de sectores de la especulación financiera volcados a competir con las pymes clásicas de los cultivos.
Y es que este científico de larga trayectoria demostró en laboratorio que una agricultura basada en el uso de productos químicos, que genera enormes dividendos al Estado nacional, a los pooles de siembra, a las multinacionales que proveen las semillas transgénicas y el herbicida, o que monopolizan las exportaciones (Monsanto, Cargill, entre otras); esa agricultura está exponiendo al riesgo de malformaciones de todo tipo a los seres vivos de la región.
El modelo contamina la naturaleza, y pone en peligro la salud incluso de las personas”.
En resumen, a los sojeros se los acusa de provocar muerte y contaminaciones que serán duraderas por muchos años, en suelo, agua, aire.
¿AND NOW WHAT?
Como no tenemos poxipol, hay que pensar qué se deduce de todo esto.
Decir que la cuestión es extremadamente grave parece una obviedad; pero no lo es si verificamos que a nadie de los poderosos de la Argentina parece interesarles la cuestión. Y obsérvese que decimos “a nadie” le importa, porque realmente no hemos escuchado ni a un solo poderoso, político, economista, empresario, sindicalista; nadie, absolutamente, plantear seriamente la situación y (menos aún) alguna posible solución.
Muchos ambientalistas se aferran al dogma: hay que prohibir todos los agroquímicos sospechosos, cueste lo que cueste.No nos parece del todo razonable este planteo, que causaría un daño irreversible a la economía actual de la Nación.
Hay que pensar en soluciones graduales, pero soluciones. No lo que habitualmente hacen nuestros politiquitos: poner parches para hoy, y mañana que se arregle el que venga. Típico pensamiento bustista o montielista, pero extensible a cualquier dirigente de primera línea entrerriano.
No es posible asistir al aumento desaforado de distintas formas de cáncer y malformaciones de todo tipo, como ocurre en Gualeguaychú hoy, y plantear la cuestión en términos de “que cierre Botnia y no se permita más ningún agroquímico”, o “todo se irá corrigiendo con el tiempo, no hagamos olas”.
Ni un extremo ni el otro son valederos: uno hace inviable la solución, y el otro eterniza la agresión a la humanidad y a nuestra tierra, que es la de nuestros hijos y nuestros nietos.
Yo no tengo soluciones, mis conocimientos científicos son mínimos y no alcanzan para proponer soluciones valederas, posibles; pero al menos es menester formar conciencia de que esto así, no va más. Y que si no hallamos formas de ir liquidando las contaminaciones de todo tipo, nuestra tierra será yerma. Y a corto plazo.
EN ENTRE RÍOS, TERRIBLE
Según datos oficiales, el setenta por ciento (70 %) de la superficie cultivable en nuestra provincia, se siembra con soja.
Año a año, a medida que los gobiernos se olvidan de promocionar la ganadería, los otros granos no contaminantes, la cosa se agrava.
El gobierno fuerza a los campesinos a dejar sus tierras, alquilarlas porque su escala de producción no les rinde, como lo evidencian todas las estadísticas, aún alguna amañada, que indican el progresivo despoblamiento del campo entrerriano y su explotación por pooles de financistas.
Ante esta realidad, es menester que los gobernantes y los aspirantes a serlo, al menos tomen conciencia de lo que está en juego, y llamen a quienes pueden ayudar para buscar soluciones prácticas, factibles y urgentes.
Según la agencia especializada en negocios agrarios “Openagro” la rentabilidad de los cultivos de soja aumentará, para esta cosecha, en alrededor del 20%. ¿Quién convence al productor de maíz que siga haciéndolo, cuando el Estado le pone mil trabas, y su vecino siembra soja y esta cosecha le rendirá, en dólares, 20% más que la anterior?
O sea: ¿quién le pone el cascabel al gato?
Julio Majul
Miembro de la Junta Americana por los Pueblos Libres. Publicada en Revista EL COLECTIVO N` 31.
Fuente: Revista El Colectivo