Argentina: hacia otros bicentenarios: inventamos o erramos
Llegamos al año del Bicentenario sin grandes logros que mostrar después de un siglo plagado de luchas por un país más digno, igualitario y solidario.
En un pequeño recuadro de Crítica de la Argentina del domingo 27 de diciembre, leímos algunos datos del Centenario: aquel mayo de 1910 registró 2.000 huelguistas detenidos, 100 deportados y centenares confinados a Ushuaia. Mientras las centrales de trabajadores reunieron 70 mil personas para denunciar la situación y exigir la libertad de los presos, el presidente Figueroa Alcorta decretó el estado de sitio y el Congreso sancionó la pena de muerte para los activistas sindicales.
Llegamos al año del Bicentenario sin grandes logros que mostrar después de un siglo plagado de luchas por un país más digno, igualitario y solidario. Luchas que fueron en el orden nacional, como las del “radicalismo” de 1916 o el “peronismo” de 1945, el social, basadas fundamentalmente en los sectores trabajadores, y el cultural, que incluyó a universitarios, artistas e intelectuales. Pero desde mediados de los años setenta una catástrofe denominada “neoliberalismo” llegó de la mano de la dictadura para quedarse en democracia, trastocó las formas de dominación y debilitó las resistencias.
No se vislumbran en el país propuestas institucionales que terminen con el neocolonialismo global ni fuerzas políticas partidarias capaces de recuperar consensos mayoritarios como los de Bolivia o Ecuador para enfrentar esta plaga. Por el contrario.
En materia de derechos ciudadanos, sociales y comunitarios, se está produciendo un verdadero genocidio juvenil: millones de jóvenes, niños y niñas desprotegidos de todo derecho están siendo criminalizados, asesinados, utilizados por rufianes y encarcelados en condiciones propias de sociedades genocidas. Este perverso proceso de mortificación es interpretado por el dispositivo semiótico de la “inseguridad” que encubre la “inseguridad ontológica” de millones de jóvenes. La propuesta más reciente consiste en encerrarlos en los cuarteles militares.
En segundo lugar, el agravamiento de la hostilidad climática que tiene un hilo conductor directo con las decisiones sobre nuestros recursos naturales. Desde que comenzó esta etapa del capitalismo, las decisiones aberrantes sobre nuestros suelos, bosques, glaciares se acumulan y resultan en sequías, inundaciones, trastrocamientos climáticos. El modelo económico extractivo es apoyado por todos los que tienen esa extraña vocación de llegar al Estado para seguir con esto.
Pero aún hay más: se decidió que la población de Andalgalá, en Catamarca, con 20 mil habitantes, desaparezca. Todo porque debajo de sus viviendas hay minerales que alguna transnacional se llevará a cualquier lugar del mundo con una simple declaración jurada. Y podríamos seguir… Como dijo alguna vez Ignacio Lewkowicz, en el neoliberalismo la existencia no está garantizada porque es la experiencia de una dinámica que transforma a priori a los cuerpos en superfluos.
Este mayo habrá celebraciones, discursos complacientes con lo que somos (véase la página oficial), otros críticos de personas pero no de senderos; pero habrá muchos “otros bicentenarios” que incluirán a los no incluidos, que recordarán a los no recordados, que recuperarán las propuestas sensatas. Se trata de seguir generando acciones y discursos capaces de desactivar esta devastación que insiste en permanecer entre nosotros. Y aun cuando no tenemos certezas de cómo lograrlo, sabemos que esas nuevas operaciones no pueden generarse en la lógica de la vieja situación. Ése es el gran desafío de los “otros bicentenarios”: como dijo Simón Rodríguez, inventamos o erramos.
Norma Giarraca, socióloga. Instituto de Investigaciones Gino Germani-UBA.
Fuente: Crítica Digital