Análisis sobre los presuntos "equidistantes" respecto de la técnica transgénica
Líbranos señor de nuestros amigos, que de nuestros enemigos...
A esta altura del siglo XXI se puede hablar de una verdadera querella universal alrededor de los alimentos transgénicos (y de la ingeniería genética en general). Lo que había comenzado con promisorias realizaciones en la última década de los 80, con los primeros productos transgénicos de uso médico (como la insulina) y que en realidad había arrancado tras el descubrimiento de la doble hélice de ADN en 1953, sufrió en los dos últimos años del s. XX sendos trastornos que hicieron trastabillar su “marcha triunfal”: las declaraciones de un investigador considerado primera espada en el estudio de lectinas (proteínas vegetales), Arpad Pusztai, quien con envidiable franqueza durante una entrevista televisiva aceptó que él no comería las papas transgénicas que estaba investigando y la demanda judicial contra la Food & Drug Administration, el órgano regulador máximo de EE.UU. en salud y alimentación, iniciada por Steven Druker con el apoyo de nueve connotados científicos y académicos estadounidenses y varias organizaciones ecologistas y religiosas (“ Alianza pro-biointegridad”) que puso al desnudo que la FDA aprobó los OGMs por razones políticas contra la evaluación negativa y dictámenes de la mayoría de sus propios técnicos (10 en 17).
Desde entonces, los partidarios y los refractarios de los alimentos transgénicos han –hemos– entablado una batalla en varios frentes, desde los sitios-e y las revistas más o menos especializadas hasta las acciones directas en las cuales tanto campesinos indios como franceses, ingleses o brasileños han arrancado de los campos cultivos transgénicos como las compañías promotoras (en rigor promotrices) se han valido de otras “acciones directas” como el regalo de semillas transgénicas (la “primera vez”, claro), la persuasión a niños en las escuelas, el contrabando (como el fomentado desde Argentina hacia Brasil en los tiempos que las autoridades menemo-argentinas eran partidarias y las brasileñas refractarias), la acusación lapidaria aunque certera de “luditas” para aquellos campesinos “arrancadores”, la inundación mediática de voces “autorizadas”, etcétera.
La querella, como parece inevitable entre humanos, se ha complejizado. Desde hace un tiempo ya no figuran tirios y troyanos, mejor dicho partidarios y refractarios, solamente.
A la vera del campo de batalla, aparentemente a la vera, han surgido voces equilibradas, fuentes ecuánimes, que presentan o dicen presentar la cuestión de modo equidistante.
De más está decir que el éxito de esta operación asegura resonancia, porque los convencidos de algo por esa vía lo serán de modo mucho más radical, persuadidos de que han llegado a una conclusión luego de sopesar los pros y los contras.
Un ejemplo lo tuvimos recientemente, cuando la visita de dos dietólogos estadounidenses a la Sociedad Argentina de Pediatría para presentar las bondades de la soja. Algo que cumplieron a pie juntillas y sin faltar a la verdad en ninguna de sus presentaciones, aunque el resultado haya sido una enorme mistificación (véase “Soja, pediatría, esquizofrenia” aquí; El Abasto, no 57, Buenos Aires, ene 2004; aquí).
Un sitio-e de la Universidad de Colorado, EE.UU., ejerce ese papel en relación con los debatidos OGMs. Y en verdad, algunos de los trabajos presentados en internet dejan ver cierta equidistancia, carecen del carácter misionero, evangelizador, de otras publicaciones de lifesciences. [1]
Sin embargo, el análisis de la estructura interna de sus trabajos deja entrever lo que voy a calificar, hipotéticamente, como su verdadera finalidad: la defensa a ultranza de la expansión transgénica. Tomemos de los presentados en castellano el que nos pareció más significativo: “La tecnología Terminator”; Jason Sutton aparece como su redactor principal.
La matriz ideológica de Colostate se percibe incluso en la formulación de las preguntas. Ya al comienzo, para ir planteando la cuestión, la pregunta es: “¿Por qué guardar semillas en lugar de comprar semillas nuevas?” Tal vez esta pregunta sea la correcta para un ejecutivo de Aventis o Monsanto, o para la gente del USDA (Ministerio de Agricultura de EE.UU., por su sigla en inglés), pero si hablamos de la agricultura como actividad humana (bastante extendida y añeja), la pregunta debería ser exactamente la inversa.
Jason nos explica que existen dos técnicas de “protección de la biotecnología” [2] –obsérvese el lenguaje– a las cuales sus opositores las han bautizado –lo cual es rigurosamente cierto– “Terminator” y “Traidor”.
El primero, Terminator, “Sistema de protección de tecnologías” [sic] (TPS por su sigla en inglés) incorpora un rasgo genético que convierte a las plantas en suicidas, es decir que produce semillas infértiles. Lo que asegura que el campesino deberá comprar nuevas semillas cada vez.
Fue tanto el escándalo que semejante extorsión provocó que a comienzos de esta década, Monsanto, el titular de la técnica, prometió no llevarla al mercado (pero siguió acumulando “derechos intelectuales” sobre nuevos constructos con ese mismo fin).
Un buen indicador de la ecuanimidad o su falta es la elección del lenguaje: el lenguaje colostático es tan realista como el del rey Shapiro (namberuán de Monsanto): las patentes para estos medios de control se denominan: “Control de la expresión gén[et]ica en plantas”. Y nos remite al USDA para mayor ilustración, lo cual en criollo nos rememora el viejo proverbio “pan con pan...”. [3]
Ha sido ése precisamente el ministerio que junto con una empresa pusieron a punto tales técnicas de control (químico-transgénico) de lo vegetal (la empresa, empero, “hereda” el 100% de los derechos de autor sobre lo obtenido: Delta Pine, subsidiaria adivine el lector de qué; adivinó, de Monsanto).
Sin el menor atisbo crítico, más bien con la deliberada frialdad propia de quienes no se molestan en conocer realidades ajenas (inferiores) el trabajo enumera como “normal” que para los autores (de TPS) “ cualquier gene letal sería aceptable en los casos en que no hay ningún uso para las semillas.” Y ejemplifican con el de la difteria. Como si en el hambriento Tercer Mundo se pudieran seguir, se fueran a seguir, las estrictas instrucciones sobre destino de las semillas que aparecerán en los rótulos de los envases producidos en St. Louis, en Missouri, en el Primer Mundo.
El trabajo se articula analizando la cuestión con fórmulas de equidistancia (análisis de beneficios y riesgos); veamos cómo.
1. Leemos el objetivo título de “ Beneficios potenciales del Sistema de Protección de Tecnologías”:
- “ Las empresas pueden desarrollar variedades mejoradas de los cultivos ” [...];
- “Los cultivos transgénicos con TPS no propagarán sus genes a las plantas vecinas. Los genes TPS son transferidos en el polen y, por lo tanto, toda planta polinizada por una planta TPS producirá semillas muertas. Esto impedirá el flujo accidental de genes desde los cultivos transgénicos a las poblaciones de plantas silvestres.”
El beneficio es patente.
Veamos el “contracapítulo”; “ Riesgos potenciales del Sistema de Protección de Tecnologías”:
- “ El polen de las plantas TPS podría matar las semillas de los cultivos vecinos . El polen de las plantas TPS podría fecundar cultivos no TPS en los campos vecinos, lo cual daría como resultado la muerte no intencional de las semillas en los cultivos no TPS. USDA-ARS y Delta & Pine Land Co. dicen que será escaso el riesgo de que suceda esto porque la tecnología TPS está destinada a cultivos que se autopolinizan; por consiguiente, no es probable la polinización desde los campos cercanos.”
Quedémonos tranquilos: el riesgo anunciado en el subtítulo prácticamente se disuelve, tiende a ser inexistente.
Cierto es que en esta evaluación, Sutton tiene la amplitud mental de dar cabida a la opinión de la Unión de Científicos Preocupados, que nuclea a muchos científicos refractarios y críticos de la i. g. e incluso cita a una de tales críticas, Hope Shand (del grupo ETC), con una frase certera y lapidaria, “ La meta final de la esterilidad de las semillas no es ni la bioseguridad ni los beneficios agronómicos sino la esclavitud biológica " que Sutton o sus colaboradores tienen la caballerosidad de ni siquiera comentar.
2. Traidor (Traitor) se llama oficialmente Tecnología de restricción del uso genético específico, T-GURT (por su sigla en inglés) y consiste en un mecanismo según el cual determinadas sustancias químicas pueden actuar como disparadores o depresores de la actividad, mejor dicho del ciclo vital de una planta. “ El agricultor puede guardar y volver a sembrar semillas, pero no puede concretar los beneficios de las características controladas, a menos que pague por la sustancia química activadora cada año”, nos explica Sutton.
“Beneficios potenciales de la tecnología de restricción del uso genético específico para la característica”
· “Las características T-Gurt no serán activadas en las poblaciones silvestres
Si el polen T-Gurt accidentalmente fertilizara plantas silvestres cercanas, las características controladas por el sistema T-Gurt no serían activadas en las semillas silvestres porque la sustancia química de marca registrada no estará presente en el medio ambiente natural. El ADN para las características nuevas sería transferido a las poblaciones silvestres, pero no se expresarían esas características.
· Los agricultores de autoconsumo podrán volver a sembrar las semillas año tras año
Si bien no tendrían el beneficio de las características modificadas [genéticamente; sigamos observando las “denominaciones”] a menos que compraran cada año la sustancia química de marca registrada, los agricultores de autoconsumo tendrían la opción de seguir las prácticas tradicionales de volver a sembrar.”
La última opción “benéfica” que acabamos de transcribir parece apropiada para engatusar infantes: a los agricultores se les deja seguir trabajando-como-hasta-ahora, manteniendo la escenografía tradicional. Eso sí, lo harán con semillas tratadas, y por lo tanto dependientes (no sólo del “enchufe” químico y sino de rasgos genéticos totalmente fuera del control del agricultor).
“Riesgos potenciales de la tecnología de restricción del uso genético específica para la característica”
“[...] E l tratamiento químico puede provocar efectos negativos en el medio ambiente. La sustancia química de marca registrada usada para tratar las semillas cada año no debe ser una sustancia que tenga consecuencias negativas para el medio ambiente. Quienes desarrollan las variedades y los organismos gubernamentales reguladores deben considerar la inocuidad de la sustancia en el medio ambiente cuando diseñan y aprueban las variedades T-Gurt.”
Y con esta perspectiva, toda una promesa, y un caramelo de miel, nos podemos dormir dulcemente.
Hacia el final del trabajo, a confesión de parte, relevo de prueba:
“ En un esfuerzo por evitar las controversias sobre la tecnología TPS, las empresas agroquímicas, como Monsanto y AstraZeneca, están desarrollando T-Gurt.” ¡Acabáramos!
Leyendo la presentación del Sr. Sutton, sus contrastes nos remiten a la falsa oposición entre el torturador malo y el bueno, en este caso entre el Terminator y el T-GURT, que les dejará a los agricultores pobres del Tercer Mundo (unos poquitos marginados rurales que viven fuera de las fronteras de EE.UU., ¿qué serán?, ¿diez mil campesinos, cien mil agricultores?... bueno, la demografía más elemental nos recuerda que se trata de algunos miles de millones de humanos) la posibilidad de trajinar con semillas acondicionadas, preparadas, hibridizadas, genéticamente modificadas, aunque no suicidas, con las cuales los agricultores pobres podrán seguir haciendo, si sobreviven, como si fuera agricultura tradicional, pero eso sí, cada vez más dependientes.
Y a esto Richard Jefferson, director del Centro para la Aplicación de la Biología Molecular en la Agricultura (Australia), lo califica de “tecnología conciliatoria”. ¡Con razón es citado al final del artículo!
Luis E. Sabini Fernández es pPeriodista especializado en cuestiones de ecología y ambiente. A cargo del seminario de Ecología y Derechos Humanos de la cátedra de DD.HH. de la Fac. de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Editor de la revista Futuros (ecología, política, epistemología, ideología).
[1] Lifesciences, ciencias de la vida, es, significativamente, el calificativo que los grupos económicos que encabezan las investigaciones y las aplicaciones de ingeniería genética se han adjudicado. Modestamente. Vemos que el sitio de la Universidad de Colorado también y cuesta pensar que alguien acepte ese calificativo para esta novel rama de actividad sin aceptar sus presupuestos. Ver aquí el sitio-e.
[2] Que los laboratorios pioneros de la ingeniería genética, así como las autoridades regulatorias estadounidenses procuren rebautizar a la ingeniería genética como biotecnología es, como el autocalificativo de “ciencias de la vida”, todo menos inocente. Biotecnología es un calificativo amplio que abarca los fermentos milenarios y la elaboración de vinos, panes, para nombrar alimentos que han devenido básicos para la humanidad. Incluir la i.g. como una variante biotecnológica es un salto mortal para naturalizar incluso la construcción de quimeras, como los más ardorosos fundamentalistas dentro de la i.g. se proponer llevar a cabo; construcción de seres vivos, “combinando” paquetes genéticos diversos que ni necesitan pertenecer al mismo reino biológico (ya se ha visto que se puede incorporar un gene de luciérnaga a una planta de tabaco, p. ej.).
[3] La colusión entre los principales laboratorios de ingeniería genética y el USDA es proverbial y ha dado lugar al concepto de “puertas giratorias” dado el fluido y frecuente reemplazamiento de directivos de Monsanto y de otras corporaciones como directores ministeriales y viceversa (v. Jennifer Ferrara, The Ecologist, vol. 28, no 5, Londres, oct. 1998. Hay edición en castellano, GAIA, dic. 1998).
Fuente: Revista Rebelión