Acuerpamiento, justicia y ética/política de los cuidados
Acuerparse ha sido un eje de la política del feminismo comunitario, que implica necesariamente reconocerse como parte de un tejido social que disputa la vida, la propia existencia.
Uno de los mayores desafíos en la construcción de feminismos territoriales, “con los pies en la tierra”, es despatriarcalizar las memorias de resistencia, romper con la hegemonía masculina de los relatos de quienes han y siguen defendiendo las aguas y los territorios, y en ello reconocer las propias trayectorias de mujeres, disidencias y niñeces.
El extractivismo y sus cadenas de expansión desde la acumulación por despojo, han delimitado no sólo territorios desechables, sino cuerpos, los feminizados, los no productivos, los que salen de la norma capacitista, y pueblos, que desde la invisibilización, el desplazamiento y el vaciamiento de sus territorialidades, son conducidos por la lógica de las ganancias a su desaparición forzada.
Es en este marco que la justicia feminista comunitaria se levanta tanto como ejercicio de poder político como restauración simbólica ante la violencia estructural y las políticas de muerte, consolidando un cuerpo colectivo, un acuerpamiento, un sostén desde colocar en el centro los cuidados de las personas y de la naturaleza.
Acuerparse ha sido un eje de la política del feminismo comunitario, que implica necesariamente reconocerse como parte de un tejido social que disputa la vida, la propia existencia, en que desde el cuerpo me conecto a la tierra y me construyo como territorio, como lugar de pertenencia desde donde proyectar nuestros buenos vivires. Es así que la triada cuerpo-tierra-territorio nos permite no sólo tomar consciencia de nuestros andares sino también proyectar horizontes de vida.
¿Pero qué sucede cuando el cuerpo está ausente, enfermo, olvidado, negado? El propio cuerpo se convierte en el territorio de resistencia, en el espacio de remembranza de lo que hemos sido y de lo que seremos.
La desaparición forzada en las dictaduras empresariales-militares, por la trata de personas, por el actuar paramilitar y del sicariato, los feminicidios, transfemicidios y lesbofemicidios, responden a la misma lógica de control, violencia y opresión hacia los cuerpos, bajo el ideario de borrar pero al mismo tiempo marcar la ausencia, el horror, la violencia.
Los feminicidios de mujeres indígenas en Canadá, el lesbofemicidio de Nicole Saavedra en la V región de Chile, las desapariciones y feminicidios de niñas y mujeres en Alto Hospicio (norte de Chile), de las maquiladoras en el norte de México, son parte de un mismo entramado de violencia político-sexual, donde los Estados, por ausencia, omisión o represión, son los principales agentes y sostenedores de una necro-política.
Ante tanta injusticia, los pueblos se organizan y levantan propuestas de tribunales y juicios ético-populares, contra el extractivismo, la violencia estatal, para la verdad, para romper con el manto de impunidad, pero también para exigir restauración y garantías de no repetición como parte de una política y ética de los cuidados, y desde ahí sanar, asumiendo las heridas y los dolores.
Nos queda el desafío de materializar la dignidad de los pueblos en la construcción y aplicación de justicia, en seguir pulsando por la vida, por los buenos vivires, esos que se hacen “a mano y sin permiso”.
Fuente: Iberoamérica Social