¡Asesinaron al palabrero de las semillas nativas y defensor del agua!
Con Jorge Enrique Oramas Vásquez, a la fecha del 16 de mayo de 2020, día de su cobarde crimen, son cien los líderes asesinados en este año (según Indepaz). Este hombre de setenta años fue acribillado “sin amenaza previa” (como suele ocurrir en Colombia) en su propio terruño, de un tiro de fusil que lo impactó en el abdomen y terminó con su vida.
Su pequeña finca está ubicada en la vereda La Candelaria, corregimiento de Villacarmelo, a media hora en vehículo desde Cali, y fue el lugar donde vivió los últimos quince años. Se dedicaba al cuidado del agua y de la Madre Tierra, al cultivo y comercialización de semillas nativas como la quinua y el amaranto, al igual que otros productos totalmente libres de agrotóxicos. Estas actividades iban acompañadas de toda una pedagogía que promovía el despertar de la consciencia sobre la importancia de la alimentación libre de transgénicos y el rescate de las semillas nativas.
Enrique Oramas desarrolló un liderazgo muy particular, pues llevaba a cabo sus actividades desde un proyecto (autogestionado) que denominó “Biocanto, un canto a la vida y la naturaleza”, desde el cual fue gestando en su entorno algunos niveles de consciencia sobre la importancia de la soberanía, autonomía y seguridad alimentarias. Con su discurso crítico frente al consumismo propio del actual modelo neoliberal, instaba a quienes compartían con él a cambiar de hábitos alimenticios y a conectarse a la naturaleza para poder rescatar la vida (humana y no-humana), ya de por sí sumida en una grave crisis civilizatoria.
Y es que llevar a cabo esta lucha en medio de los Farallones de Cali tiene de por sí unos riesgos, toda vez que este pulmón lleno de biodiversidad y abundante agua está en la mira de los planes de este capitalismo devastador que pretende convertir santuarios naturales en sitios de recreación y turismo. Esta pretensión implica la destrucción de la riqueza natural y el desplazamiento de los pobladores de estos territorios para la ejecución de actividades extractivistas.
Enrique Oramas, con estudios en sociología de la Universidad Nacional de Colombia, fue un caminante de la palabra que siempre llevaba un mensaje a todas las comunidades adonde llegaba; y los últimos que compartió fueron alusivos a la actual situación que estamos padeciendo con la declaración de la pandemia por el Covid-19, donde increpaba a las élites dominantes y, en general, al modelo capitalista-neoliberal. Seguirá retumbando su voz acompañada del cununo diciendo: “A mí no me pueden prohibir […]”.
Por su compromiso con los derechos de la naturaleza y ante su asesinato, la Asociación Colombiana de Sociología, a través de una declaración pública, rechazó el hecho y exigió justicia: “Como parte de su liderazgo denunció e impugnó los grandes monopolios de las empresas multinacionales de abonos, semillas y defoliantes totalmente favorecidas por las élites gobernantes del país desde hace décadas. Era un claro defensor de la biodiversidad de los Farallones de Cali, opositor irreductible de la explotación y el extractivismo minero”.
Enrique afirmó hace unos meses: “Para nosotros se constituye en un deber moral y ético trabajar con agricultura que regenere la tierra, que la recupere, que sea orgánica y no tenga agrotóxicos, […] la gastronomía no puede ser una práctica para la muerte, para el thanatos…”. Con esta frase increpó no solo al poder, sino a todos los que consumen sin consciencia; impugnó el modelo modernizante que han llamado eufemísticamente modelo de desarrollo y progreso, modelo neoliberal que solo ha dejado una estela de muerte y desolación.
Hoy, Enrique es uno de los tantos asesinados en Colombia en plena “cuarentena”, pero su voz fuerte y decidida seguirá vagando por esas montañas que tanto recorrió; será recordado por la comunidad Nasa y Misak del departamento del Cauca, con quienes trabajaba mancomunadamente en la promoción de la quinua, el amaranto y los rituales ancestrales; por los niños, niñas y jóvenes estudiantes que se acercaron a su vida para aprender cómo es que se vive en armonía con la Madre Naturaleza; por las mujeres a quienes amó y respetó desde su ser de caminante. Sus pasos, ya en los años otoñales, se concentraron en el territorio que adoró y donde dejó no solo su sangre derramada, sino su sabiduría y legado.
Así pues, Enrique hace parte hoy de esa larga lista de líderes y lideresas asesinadas en la penumbra de la infamia y “sin el permiso –para los sicarios- en razón de la cuarentena”, como dijera cínica y fríamente la ministra del interior. Es una prueba más de la persecución desatada por una élite putrefacta que no perdona el disenso y el actuar desde la inteligencia y el amor por la vida. Solo nos queda continuar con el legado y las semillas sembradas por nuestros mártires.
Fuente: El Colectivo Comunicación