Viaje al corazón del agronegocio en Argentina
Pergamino es una isla en el océano de soja manipulado por las grandes corporaciones internacionales que convirtieron alimentos en commodities. Visitamos a la Asamblea por la protección de la vida, la salud y el medioambiente para hablar de fumigaciones encima de viviendas, semillas y mucho poder económico.
Francisco “Pancho” Sierra es un personaje de la mitología bonaerense conocido por sus dotes sobrenaturales que, según distintas variantes de la historia oral, tenía el poder de sanar los males de la gente. Para ello usaba agua, con la que hacía una especie de bendición, como médico que era y hombre de fe.
Su vida se remonta a fines del siglo XIX al norte de la provincia de Buenos Aires: oriundo de Salto, vivió en Rancagua, Pergamino, Rojas y Carabelas. A su estancia El Porvenir, en el último de estos lugares, se dice que acudían gentes de todas partes del mundo para tratarse con él.
La tradición pampeana relata que Pancho Sierra se marchó de la localidad de Rojas por que le negaron el agua con la que hacía sus sanaciones y que, furioso, declaró entonces una profecía fulminante:
-Rojas no va a prosperar nunca más.
La maldición Monsanto
La planta de transgénicos más grande de Sudamérica está ubicada, paradójicamente, en la localidad bonaerense de Rojas. Tiene nombre: se llama María Eugenia. Y papá: la multinacional Monsanto.
Planta Monsanto en Rojas, Buenos Aires.
Su ubicación es estratégica porque a 40 kilómetros está Pergamino, el corazón de la pampa húmeda, dueño de las tierras más productivas del país, 60% sembradas con soja, y sede de las principales multinacionales del agronegocio.
En su página web Monsanto promociona la planta que intenta construir en Malvinas Argentinas, Córdoba, contando que será de “similares características” a la María Eugenia bonaerense. Allí, los vecinos cordobeses mantienen un acampe desde septiembre del 2013 impidiendo la continuación de las obras, mientras la Justicia determinó que Monsanto debe presentar un nuevo informe de impacto ambiental.
La situación de la planta de Rojas es, sin embargo, distinta a la de Malvinas Argentinas: está ubicada a la vera de la ruta 31 en una zona donde no hay poblaciones cercanas que sufran su impacto directo. Sin embargo, en Pergamino y todo el norte bonaerense, cualquiera que escuche la palabra “Rojas” se toca un huevo o la teta izquierda, y recuerda con media sonrisa que la maldición de Pancho Sierra encarnó en una planta de Monsanto.
La isla en el océano
En un bar del centro de Pergamino, ocho personas toman cerveza, comen pizza y se turnan para contar de qué se trata esto que han dado en llamar Asamblea por la protección de la vida, la salud y el medioambiente. Son seis hombres y dos mujeres, con edades que oscilan entre los 24 a los 60 y pico, antropóloga, veterinario, apicultor, abogado, dueña de un gimnasio, mecánico. No son amigos de antes y no lo son necesariamente ahora; se conocen como en cualquier ciudad chica; están reunidos gracias a una pregunta: ¿qué podemos hacer?
Sabrina Ortiz, docente, estaba embarazada de su tercer hijo cuando en marzo de 2011, como siempre cuando había cosecha, su casa fue fumigada con agroquímicos. Vivía – y aún vive- frente a un campo plantado con soja, en el límite de la ciudad, barrio General San Martín. Tuvo náuseas, irritación en los ojos, dificultades respiratorias. Y perdió el bebé.
Pergamino desde el campo.
Su caso pasó primero desapercibido, siendo que Sabrina había denunciado en la fiscalía el incumplimiento de las ordenanzas que prohíben fumigar sin previo aviso y cuando el viento sopla para el lado de las poblaciones. La respuesta no fue judicial: tras la denuncia, el perro de los Ortiz apareció muerto, baleado.
En marzo de 2013 volvieron las fumigaciones. Esta vez, Sabrina fue invitada a un programa de radio que todos en esta pizzería recuerdan: aquél sería el puntapié para una convocatoria de vecinos para ver qué podían hacer ante las fumigaciones indiscriminadas. Nacía la Asamblea por la protección de la vida, la salud y el ambiente en Pergamino. “El caso se convirtió en un detonante”, explica Pedro, abogado e integrante de la Asamblea. “Un montón de gente que estaba preocupada por lo mismo tenía una excusa para ponerse a trabajar”.
En la Asamblea le conceden la palabra inicial a Pedro porque consideran sus dotes de oratoria, pero enseguida se pisan entre todos para aportar datos y experiencias que completen el panorama de Pergamino. “Es una isla dentro de un océano de producción agropecuaria. Si ves desde arriba, Pergamino es una cosa pequeñita y todo lo demás es un océano de soja fundamentalmente. En el 60% de las 300 mil hectáreas que tiene el distrito se siembra soja. Y el aumento del uso de agroquímicos desde el ´96 hasta ahora es exponencial”.
Desde 1997 y por decreto Pergamino es “la Capital nacional de la Semilla”, y otro nombre no declarado conoce a la zona como “Cluster de Semillas”: se estima que allí están radicadas unas 800 empresas vinculadas al agronegocio. Son multinacionales y empresas locales productoras de semillas transgénicas, vendedoras de agroquímicos, de maquinarias y de todo el paquete agrario que domina las 300 mil hectáreas pergaminenses, sembradas en un 80% por producción transgénica: soja, maíz y trigo.
A 240 kilómetros de la Capital, la entrada por la ruta 8 hacia Pergamino pasa antes por otras localidades primas del negocio sojero: Arrecifes y San Antonio de Areco. El camino es un desfile de silos y galpones acopiadores, de campos de trigo y otros sin sembrar ya que las lluvias intensas retrasaron la plantación, y de carteles que decoran esos campos: Syngenta, Cargill, Round Up, Scioli Presidente, Rotam, Erzig-Agro, Mónica López gobernadora, Ipesa, Dow-AgroScience, Palaversich, Marcos Di Palma intendente de Arrecifes, Produsem, Sursem, Rizobacter, Dreyfus, Gesagro…
Los silos de AFA.
También se ven distintas sedes de la Agricultores Federados Argentinos (AFA), una de las principales empresas nacionales que intermedia en el negocio agrario. Una de ellas, entre Arrecifes y Pergamino, tiene un cartel luminoso a la vera de la ruta 8 que exhibe los precios actualizados del trigo, del máiz y de la soja, al igual que la cotización de las monedas en las casas de cambio capitalinas. Las del momento: 1130 la tonelada de trigo, 1020 el maíz y 2500 la de soja.
La entrada a Pergamino convierte a la ruta 8 en una calle avasallada de concesionarias de autos de todas y cada una de las marcas. La plaza central es como todas las de ciudad, con la casa de gobierno, una iglesia y una iglesia universal de Dios… Más allá, en el tramo que une a la ciudad con la maldita Rojas, se está terminando de construir un hotel monumental de Howard&Johnson, cuya única función – Pergamino no es precisamente un lugar turístico- se estima que será albergar a los gerentes de Monsanto y Cargill, que viajan para reunirse periódicamente.
Una imagen más: el sponsor del equipo local, Douglas Haig, estampado en la camiseta, es Monsanto.
Douglas Haig y Monsanto.
Pequeños grandes cambios
“La estructura del negocio agropecuario en Pergamino es muy arraigada, extendida y profunda. Mucha gente depende del negocio agropecuario”, aporta Guillermo, veterinario. El abogado Pedro completa: “El nivel de concentración de poder político, social, económico y mediático que tienen estos sectores es abrumador. Sostener un discurso como el que sostenemos es ponerte a casi todo el mundo en contra. Entre ellos, todas las instituciones estatales como la Universidad, la Municipalidad, las principales empresas, dadoras de la mayor cantidad de trabajo”.
La Asamblea se debate cómo canalizar las discusiones no sólo sobre la afectación de la salud, sino las propuestas de otros modelos agropecuarios posibles. Redactaron así una ordenanza que plantea establecer una distancia de 500 metros entre las fumigaciones y la población, que hoy es de 15 (calle de por medio), e intentan moverla en los recintos sin mucho interés político. “En épocas de elecciones nadie se quiere poner de punta a un gran porcentaje de la población, más vale ocuparse de boludeces”, propone Mónica, profesora de letras y dueña de un gimnasio, sobre por qué el proyecto sigue cajoneado.
A raíz de los cuestionamientos de la Asamblea, también, la Secretaría de Producción municipal desarrolló un sistema informático de registro de fumigadores, pero los vecinos cuentan que la cantidad relevada resultó un mal chiste: ocho fumigadores.
Todos consideran que la actividad más incidente de la Asamblea tiene que ver con lo que llaman “charlas informativas”, para las cuales convocaron a especialistas como Darío Aranda, periodista, y parte del equipo científico de la Universidad Nacional de Río Cuarto que demostró cómo los agroquímicos afectan el material genético humano, ayudando a contraer cáncer.
Además, la historia de Sabrina Ortiz no queda lejos en el tiempo: el 25 de septiembre de este año su casa volvió a ser fumigada desde el campo del mismo agricultor. Se descompuso de nuevo, fue a la guardia del hospital, y en esta oportunidad obtuvo un certificado médico que deja constancia de una “intoxicación aguda grave”. Este registro podría ser un documento clave en un eventual embate judicial contra el aplicador vecino a los Ortiz, ya identificado, que el abogado Pedro está preparando.
Un recorrido por la misma calle en la que vive Sabrina arroja más evidencias de cómo soportan las familias el embate de las fumigaciones. Sebastián, 30 años, está cortándole el pelo a una yegua dentro de un ranchito que es su casa. Unas gallinas y patos corretean por ahí esquivando a las visitas. Cuando se le pregunta por las fumigaciones, se ríe: “La otra vuelta había viento oeste y vino la avioneta; rajamos para adentro en seguida y cerramos todo”. Dice que sus animales no sufren los efectos de los agroquímicos, y que hay personas que son más sensibles a otras: “como Sabrina”. Todos en la zona conocen su caso y su casa, que es parte de uno de los barrios humildes de Pergamino: perros y chicos en la calle, cumbia fuerte, casas con ladrillo a la vista y enrejados improvisados. Los que sufren las fumigaciones en Pergamino son, precisamente, los barrios más pobres, que siguen creciendo ante la explosión del metro cuadrado producto de la inversión inmobiliaria sojera, que los obliga a desplazarse a las periferias.
Radiografía del corazón sojero
¿Qué reacciones provocó la Asamblea si, como dicen, hablar de estos temas es ponerse a casi todo el mundo en contra?
Cuenta el “Turco” , técnico mecánico, otro de los integrantes de la Asamblea: “Estamos llegando a un punto en que lo que está en juego es la salud y la vida de las personas. Y no se puede estar en contra de eso. En la experiencia de juntada de firmas en espacios abiertos prácticamente el 90% que le pedimos si quería acompañar el proyecto de ordenanza, lo acompaña. Pero no se manifiesta hacia afuera esa preocupación porque justamente hay todo un entrelazado social que inhibe a la gente”.
Un ejemplo de ese blindaje social es que no se conocen muchos más casos de vecinos afectados por las fumigaciones, como Sabrina. Sigue el Turco: “Empieza a haber un cambio porque la sociedad dice: si están usando venenos, algún problema tiene que haber. Y cada uno tiene un vecino que tiene una enfermedad dudosa, oncológica, mucha gente con problemas de tiroides”. El veterinario Guillermo agrega: “Los médicos están abriendo los ojos respecto a la problemática del cáncer. Todos coinciden que aumenta pero es difícil medirlo. La otra vez tuvimos una reunión con el Secretario de Salud de la Municipalidad y se comprometieron a ver si podían hacer un relevamiento a través de los hospitales y centros de salud. Porque es una tarea de la que no hay registros de lo que está sucediendo en la ciudad. Y el saber popular dice que hay más cáncer”.
Los vecinos citan los trabajos del doctor Andrés Carrasco, que demostraron en embriones anfibios la afectación producto de los agroquímicos; y las investigaciones realizadas por profesionales de la Universidad Nacional de Río Cuarto, que vinculan los agroquímicos a enfermedades como el cáncer. “Entonces, como ahora se comprobaron estas cuestiones, ellos plantean que el problema lo puede llegar a tener el que está en una relación directa y si se aplican mal las cosas. Este discurso no está ya enmascarado en profesionales de la salud, sino a través de gente que es escuchada socialmente, y se salió del discurso netamente técnico”, cuenta el Turco.
El abogado Pedro: “Este sector que se siente cuestionado, criticado, y a veces se presenta como agredido, ha pasado a la ofensiva. Ellos han interpretado que están perdiendo la batalla por la instalación del discurso, que están siendo demonizados, y entonces salieron a dar esa batalla cultural-mediática”. Las formas locales que adquiere esta ofensiva, además de lobbys en la Universidad de Pergamino (donde los ingenieros hacen pasantías con empresas del agronegocio a partir de cuarto año) y recintos políticos en general, son charlas “informativas” que hablan de las “buenas prácticas” en la aplicación de agroquímicos. La próxima pautada desde la Municipalidad tiene como invitada al panel a Soledad Barruti, periodista autora del libro Malcomidos que cuestiona las formas de producción de los alimentos, pero que según los vecinos de la Asamblea estará acompañada de técnicos afines al agronegocio que encargados de desarticular su discurso. “Empiezan a manejar cuestiones sutiles del discurso, del uso del vocabulario, y empiezan a dar vuelta cuestiones: hablan de fitosanitarios en vez de agroquímicos, por ejemplo, de las buenas y malas prácticas”, cuenta Diana, antropóloga y la más joven de esta Asamblea.
Pedro apunta: “Eso tiene que ver también con otra lucha política, de cómo desde la sociedad se logra canalizar un discurso alternativo frente a ese discurso dominante”.
La dueña del gimnasio opina: “Los productores defienden esta forma de producir yo creo que por ignorancia. Yo creo que no tiene tanto peso la información sobre otras formas de producción”.
Pablo, hasta el momento callado, salta: “Tampoco creo que sea solo por ignorancia. Hay gente que defiende esto porque le da rédito económico”. Y para ilustrar su idea propone una anécdota a escala pergaminense: “La otra vez fue muy gracioso porque hay un gerente de una multinacional que entrena conmigo y él es defensor de la fumigacion, del agronegocio, y qué se yo. La otra vez estábamos hablando y le digo a uno de los chicos: pollo, no comas más porque está lleno de hormonas. Y el tipo salta y dice: sí, no, no, pollo no hay que comer más. Y las vacas tampoco, porque la grasa hace mal. O sea: lo otro está todo envenenado pero lo que él hace, no…”.
La Asamblea continúa la discusión: “Es que el productor no traza su propia estrategia, sino que se transformó en un empresario que toma decisiones inducidas por grandes empresas que han instalado el modelo y que han generado las condiciones para que sea aceptado por los productores por una cuestión de rentabilidad”.
Hoy, una hectárea promedio en Pergamino cuesta de 15 mil a 20 mil dólares, cuando en 2002 valía 3 mil dólares o 4 mil. Esta sobrevaloración se fue dando a la par de la rentabilidad que significó la escalada del precio de la soja en el comercio mundial, puerta de entrada a multinacionales que ofrecen semillas transgénicas resistentes a los avatares del clima, conjunto con productos químicos que combaten las plagas, y otro tipo de sustancias que buscan optimizar la cosecha con la misma idea: más y más rápido.
Este modelo agrario, cuentan los vecinos, ha logrado desplazar las viejas prácticas agrarias de poca tecnificación, más mano de obra y mejor cuidado ambiental – además de cuestiones impensadas como el patentamiento de una semilla-, entre otros cambios que notan en la Asamblea:
-Gran parte de las tierras en Pergamino son rentadas, es decir que los que explotan la tierra no son sus dueños.
-Vive menos gente en el campo, o no vive nadie: es común ver las casillas que antes eran de los capataces, abandonadas.
-Los molinos de agua y viento, también abandonados.
-Las rejas que separan las hectáreas también entraron en desuso, al no haber ganado.
-La soja le ganó a las vacas.
-Y al trigo.
-Y al maíz.
La Asamblea cuenta también cómo ha cambiado la ciudad desde el boom sojero:
-Hay más countries: de 1 pasamos a 7.
-Veo en el gimnasio gran cantidad de gente que viene de otras ciudades porque viene a trabajar a las semilleras.
-Cuando hay cosecha, hay inversión inmobiliaria: se han construido gran cantidad de edificios.
-Las concesionarias de autos, otra inversión.
-Abrieron el primer shopping.
-Y un bingo.
La Asamblea también quiere cambios. Pero los cambios que persigue esta Asamblea lejos están de este aumento en la rentabilidad y los tejes de la especulación. ¿Cómo describir otros sentidos posibles del modelo agrario, de una ciudad y una vida más sana? Guillermo: “Yo no creo que el cambio vaya a ser una cuestión de conciencia, sino de leyes. Van a tener que cambiar por ley cuando no puedan fumigar a 1000 metros, no porque sepan que están contaminando a la población”.
La Asamblea se queda pensando…
Turco: “Lo que pasa es que para llegar a esas leyes necesitamos la conciencia de aquellos que no están directamente involucrados, para impulsar una decisión política. Se van a tener que conquistar a través de luchas”.
Diana devuelve el eje de la charla: “Lo que nosotros apuntamos es a pensar qué es lo que se está produciendo, si se producen alimentos, cómo se producen, para quién, quién lo produce: todas esas preguntas, y no reducirlo a qué se aplica y cómo se aplica. No estamos apuntando a un fin económico sino a pensar en la salud, en la vida, en los alimentos, en la distribución de esos alimentos, y que esos alimentos sean sanos y accesibles”.
Los ojos de varios de la Asamblea se abren: la intervención de Diana no sólo marcó el camino que deben seguir recorriendo, sino que demuestra que, siendo la más joven, la pelea que están dando tiene futuro.
Imágenes: NosDigital
Fuente: NOSDIGITAL