Veinte años en que las agroindustrias han devastado los sistemas alimentarios

Por GRAIN
Idioma Español

"Veinte años después, el poder corporativo en el sistema alimentario ha crecido tanto, acapara tantas relaciones y segmentos de la cadena alimentaria, que hoy son las corporaciones quienes fijan las reglas globales mientras los gobiernos y la investigación pública siguen sus directrices."

CUADERNILLO 33

A principios de los noventa, las corporaciones eran una amenaza latente, un grupo que en las discusiones y negociaciones impulsaba con fuerza el modelo industrial de agricultura que destruía la biodiversidad agrícola, mientras decía promover la producción y la abundancia de alimentos.

 

Veinte años después, el poder corporativo en el sistema alimentario ha crecido tanto, acapara tantas relaciones y segmentos de la cadena alimentaria, que hoy son las corporaciones quienes fijan las reglas globales mientras los gobiernos y la investigación pública siguen sus directrices.

 

Este estallido de cambios ha sido devastador para la biodiversidad del planeta y para la gente que la cuida.

 

Las corporaciones utilizan todo su poder para expandir los monocultivos, intentan acabar con los sistemas campesinos de semillas y se han logrado colar a los mercados locales.

 

Esto hace mucho más difícil que los campesinos se mantengan en sus tierras y alimenten a sus familias y comunidades, pero organizados en movimientos sociales resisten ante el control cada vez mayor de las agroempresas metidas en el sistema alimentario global.

 

Ofrecemos un breve panorama de la expansión de las agroempresas en el sistema alimentario global durante los últimos veinte años.

 

La pugna por el control de las semillas

 

Concentración. La industria semillera se transformó dramáticamente en los últimos veinte años. De ser una industria con pequeñas compañías semilleras y programas públicos, pasó a ser una industria dominada por un puñado de corporaciones transnacionales.

 

Hoy, apenas diez corporaciones controlan cerca de la mitad del mercado global de semillas comerciales. La mayor parte de estas corporaciones son productores de agrotóxicos que impulsan cultivos modificados genéticamente que puedan aguantar una agricultura con insumos químicos intensivos.

 

El enorme control corporativo sobre las semillas se centra en cultivos como la soya [soja], la canola y el maíz —de los cuales las compañías ya cuentan con variedades comerciales genéticamente modificadas (GM).

 

Se centra en países con mercados más o menos grandes de semillas comerciales, mercados que permiten comercializar variedades GM (en Estados Unidos, tan sólo una compañía, Monsanto, controla más de 90 por ciento del mercado de semillas de soja).
En su avidez de control, las corporaciones buscan abrirle mercados a los cultivos transgénicos o apropiarse de los mercados potenciales donde los cultivos GM no tienen aún gran presencia.

 

Con esto último, logran asociarse con semilleras más pequeñas, y comprarlas eventualmente (como hizo Monsanto al asumir el control de la compañía semillera Seminis, o como hace Limagrain al comprar semilleras de trigo en el continente americano o semilleras de arroz en Asia). También desarrollan híbridos y/o variedades transgénicas para cultivos como el arroz, el trigo o la caña de azúcar que hasta ahora el sector privado no había podido involucrar debido a la práctica generalizada entre los campesinos de guardar sus semillas año con año.

 

Privatización. Al surgir las corporaciones transnacionales de semillas, los sistemas públicos de mejoramiento de cultivos, tan significativos hace veinte años, quedaron reducidos a ser contratistas del sector privado.

 

Ahora el sistema del CGIAR está coludido con las transnacionales, emprende un número creciente de proyectos de investigación y desarrollo conjunto en pos de OGM y cuenta con programas de asociación en sus centros experimentales, que venden su material de reproducción al mejor postor. Las instituciones nacionales de investigación y las universidades van por el mismo camino: se comportan más como compañías privadas que como instituciones con mandato público.

 

Los sistemas públicos de semillas están desapareciendo. Y puesto que la fuente principal de semillas son los campesinos, el sector privado busca entrar en el nicho campesino tradicional con la colaboración de las instituciones públicas de investigación.

 

Dudosa ayuda. La segunda ola de programas estilo Revolución Verde, que impulsan Bill Gates y otros patrocinadores, intentan que el sector privado (y no los programas públicos de semillas como ocurría antes) asuman el control de las existencias de semillas en todas partes.

 

El esquema típico es que se hagan proyectos para instalar pequeñas compañías privadas, semilleras locales, que establecen canales de comercialización y arman redes de productores de semillas. Aunque tarde o temprano la mayoría de estas pequeñas semilleras sea comprada (o aplastada) por las grandes transnacionales, tales proyectos buscan abrir mercados y proporcionar el respaldo crítico nacional para impulsar cambios en las regulaciones de semillas, en las leyes de propiedad intelectual y en la legislación de bioseguridad.

 

Esto erosiona los sistemas semilleros de los campesinos y le pavimenta el camino a las grandes corporaciones, que llegan a quedarse con el mercado y con más legislaciones en su favor.

 

El propósito implícito (pocas veces expresado) de estos programas es abastecer de semillas a una nueva clase de agricultores medianos y de gran escala en África y en otras partes, que pueden pagar por las semillas. No hay el más mínimo interés de apoyar los sistemas campesinos de semillas libres que se guardan y se intercambian o se truecan sirviendo a las familias y las comunidades.

 

La expansión del sector semillero corporativo es inseparable de la expansión corporativa en los procesos agropecuarios y los enormes mercados.

 

El caso más dramático es el explosivo crecimiento en las ventas de soja transgénica de Monsanto que, desde 1996, acompañó la expansión masiva de las plantaciones de soja de exportación en Argentina y Brasil.

 

Modelos semejantes de producción se aplican y se promueven por toda América, África y Asia, y desplazan a los sistemas locales/tradicionales de semillas.

 

Es común que la producción corporativa de semillas preceda a la imposición de formas corporativas de cultivo. Los programas chinos para promover el uso de variedades de arroz híbrido chino en África son parte de un trabajo de largo plazo por establecer plantaciones de arroz de gran escala en el continente, para exportarlas de regreso a China.

 

La separación reglamentada. La situación actual de las semillas es muy parecida al apartheid [esa discriminación racial que reglamenta la convivencia de “las razas” entre los humanos.]

 

Por un lado el llamado sector formal: las compañías privadas, los institutos nacionales e internacionales de investigación y las agencias gubernamentales, que promueven el desarrollo de variedades diseñadas para un modelo industrial de agricultura que va en contra de lo que necesitan los campesinos y de los sistemas alimentarios locales. Promueven todo tipo de leyes (derechos de propiedad intelectual, regulaciones de semillas, protecciones de inversión), beneficiándose de ellas, y cuentan con carretadas de dinero y con las facilidades necesarias para acceder a la biodiversidad desarrollada por los campesinos (que ahora almacenan los bancos genéticos).

 

Por otro lado: los sistemas campesinos de semillas siguen aportando gran parte de la comida del planeta, sin recibir casi ningún apoyo de los gobiernos. Es más, se reprime y se criminaliza a quienes desde hace milenios han cuidado y mantenido las semillas de la humanidad por el hecho de hacerlo.

 

Procesos agropecuarios

 

El control corporativo del proceso de labranza y cultivo se ha recrudecido durante los últimos veinte años, aunque haya recibido menos atención. Al igual que ocurrió en la Revolución Verde, mucho de este control vino con las semillas, pues los cultivos GM y los híbridos establecen por fuerza un modelo intensivo de cultivo con fertilizantes y plaguicidas químicos. De gran significación, sin embargo, es la expansión de la integración vertical.

 

La integración vertical. En los años sesenta y setenta, cuando ya se había nacionalizado la mayoría de las fincas y las plantaciones que se instalaron durante la ocupación colonial, la tendencia general entre las corporaciones globales de alimentos fue apartarse de la producción directa. En gran medida el capital decidió entrar a la agricultura por el lado de los insumos —controlar la venta de semillas, fertilizantes y maquinaria.

 

En años recientes es más frecuente que las corporaciones asuman una integración vertical: que incorporen en sus procesos grandes segmentos de la cadena alimentaria o toda ella —del diseño y la experimentación para producir semillas, la producción de agroquímicos, la siembra, el cultivo, la cosecha, el transporte, la transformación, el empaquetado, la refinación, la producción de mercancías alimentarias procesadas, a la distribución y venta al menudeo de productos muy lejanos del cultivo original. Esta integración, que queda bajo control directo, se logra sobre todo mediante contratos.
En el sector pecuario, por ejemplo, más de 50 por ciento del puerco a nivel mundial y 66 por ciento de las aves de corral y de la producción de huevo ocurre en granjas industriales, que por lo general son propiedad de las enormes corporaciones de la carne o tienen contratos con ellas. En Brasil, 75 por ciento de la producción avícola está bajo contrato, mientras en Vietnam 90 por ciento de la producción de lácteos está contratada. La producción por contrato se expande también a las mercancías de exportación como el cacao, el café, la “nuez de la india” o “castaña de cajú” y las frutas y vegetales. Estos contratos ocurren también con mayor frecuencia con los básicos, como el trigo y el arroz. En Vietnam, 40 por ciento de la producción arrocera del país se cultiva por contrato, con las directrices de las compañías.

 

Parte de la razón de esta integración vertical es que los minoristas globales exigen la adhesión estricta a ciertos estándares que ellos dictan. Los abastecedores quieren asegurar que los agricultores producen los alimentos según especificaciones estrictas. Pero la integración tiene que ver también con el control. Adquirir más poder extremo en el mercado, y poder forzar a sus proveedores por contrato a que accedan a condiciones cercanas a la servidumbre.

 

Además, estos agricultores o granjeros no son empleados de las compañías y entonces éstas no tienen que cumplir con ninguna ley laboral ni lidiar con sindicatos.

 

Los agroempresarios corporativos. Una consecuencia de la integración vertical es que surgieron lo que ahora llaman agroempresarios corporativos. Éstos son en realidad compañías, algunas veces propiedad de familias o que pueden ser una mezcla de inversionistas o accionistas que emprenden operaciones de gran escala, en diferentes partes de un país o en múltiples países.

 

En Argentina, donde la emergencia de tales compañías es muy sorprendente, unas treinta compañías controlan más de 2.4 millones de hectáreas de tierras de cultivo. En Ucrania, 25 compañías controlan unos 3 millones de hectáreas de tierras laborables —10 por ciento del total de tierras agrícolas en el país.

 

La mayoría de estas empresas agrícolas tiene arreglos especiales de abastecimiento con corporaciones de alimentos —como DaChan, el productor avícola chino, tiene con McDonald’s. Algunos ya fueron devorados por las empresas de alimentos que eran sus clientes, como Hortifruti, la productora de frutas y vegetales más importante de Centroamérica, que ya fue adquirida por Walmart. Más y más transnacionales están emprendiendo sus propias operaciones de granja, sea con frutas, cereales, lácteos, carne o caña de azúcar.

 

Hay otras fuerzas que impulsan el reciente impulso corporativo. La convergencia de las crisis financiera y alimentaria de 2008 disparó una ola de inversiones en la producción alimentaria y en tierras agrícolas en el extranjero. Se interesaron los inversionistas financieros (en busca de ganancias de largo plazo) y ciertos gobiernos que repensaban su relación con el sistema alimentario corporativo a nivel global (y que buscaban garantizar la seguridad alimentaria).

 

Combustibles del agro. La reciente fabricación de mercados para agrocombustibles introdujo a otras corporaciones en el mundo del cultivo.

 

Hay ahora legislaciones que le garantizan un mercado al etanol y el biodiésel en las economías industriales o en las (así llamadas) emergentes, por lo que los inversionistas financieros y las corporaciones del sector energético están soltando dinero para emprender operaciones agrícolas dedicadas a producir insumos para combustibles agroindustriales.

 

El efecto global de estos desarrollos es la masiva expansión de los monocultivos. Tan sólo la soja es responsable de más de una cuarta parte del incremento del monocultivo en el área agrícola global entre 1990 y 2007. Lo más sorprendente de estas cifras es que el grueso de la expansión de los monocultivos es que no implica producir más alimentos para la gente. La mayor área agrícola monocultivada tiene que ver con soja, con plantaciones de madera, maíz y caña de azúcar sembrados mayormente con fines industriales: sobre todo agrocombustibles y piensos para animales.

 

Mercados

 

En los ochenta y los noventa, hubo un desmantelamiento generalizado de todas las compañías y agencias estatales y paraestatales que, por lo menos en teoría, equilibraban los intereses de los agricultores y la población urbana. Las juntas internacionales de manejo de mercancías, que tenían intenciones semejantes, fueron desmanteladas durante estos años. Entretanto, con la creación de la Organización Mundial de Comercio y luego con los tratados bilaterales de comercio e inversión, se impuso un amplio paquete de reglas neoliberales a todos los países del mundo, lo que instauró una etapa de enorme incremento de la inversión extranjera en las agroempresas y la globalización de los sistemas alimentarios. El resultado neto de estos procesos fue la concentración de un enorme poder en manos de las corporaciones transnacionales del agronegocio. La mesa quedó servida para que los sistemas alimentarios se rehicieran y se adaptaran a las operaciones globales de las corporaciones.

 

Impactos. Para los países en el Sur, esta nueva ola de control corporativo significa, entre otras cosas:

 

1. Que la producción de mercancías agrícolas de gran comercio se desplazó (y se sigue desplazando) a ciertos sitios, como Brasil, donde los costos de producción son bajos, y donde es alto el respaldo estatal en infraestructura, financiamiento y políticas.

2. Que los supermercados (Walmart, Carrefour), las compañías de alimentos servidos (McDonald’s, KFC), y las procesadoras de alimentos (Nestlé, Unilever), todos del Norte, invadieran agresivamente los sistemas alimentarios nacionales.

3. Que las transnacionales alimentarias y agroempresariales, con sus cadenas globales de abastecimiento de comida y de alimento para animales, reemplazaron los mercados y los sistemas de producción alimentaria locales.

En gran medida, los gobiernos han aceptado con gusto estas tendencias, y se atropellan para proporcionarle incentivos a los inversionistas extranjeros, aprobando y poniendo en efecto leyes de propiedad intelectual y regulaciones de seguridad alimentaria que favorecen a las corporaciones y criminalizan a los campesinos y a sus sistemas alimentarios locales. Los escasos fondos públicos disponibles los destinan a las infraestructuras que requiere la expansión corporativa.

Algunos gobiernos del Sur, como China, Brasil, Tailandia y Sudáfrica han sido capaces de impulsar el desarrollo de sus propias agroempresas transnacionales, pero éstas son pocas, están dispersas y se dedican casi en exclusiva a la producción agrícola. Es más, son réplicas de las del Norte, se organizan de acuerdo con la misma lógica, y con frecuencia se integran de manera cercana a las transnacionales más grandes del Norte, como abastecedores para las corporaciones alimentarias (McDonald’s o Nestlé) o como clientes de corporaciones agroindustriales (Monsanto o Hybro Genetics).

 

El otro vínculo: las finanzas. Además, trátese de JBS en Brasil o Sineway en China, toda la maquinaria de las corporaciones agropecuarias se ha vuelto inseparable del sector financiero global. Estos últimos veinte años de globalización han sido, sobre todo, años de concentración de riqueza y poder en manos de Wall Street y otros centros financieros.

Hoy los operadores de finanzas mueven a diario billones de dólares por todo el mundo, en busca del modo más rápido de obtener los máximos dividendos. Más y más de este dinero fluye hacia la agricultura o, para ser más precisos, a las agroempresas y a la especulación con mercancías de exportación.

El acceso a grandes capitales impulsa la expansión de las agroempresas, lo que le brinda a las compañías los recursos financieros para apoderarse de firmas más pequeñas o para instalar nuevas operaciones, y al mismo tiempo las amarra con más firmeza que nunca antes a las altas ganancias rápidas, logradas a costa de los trabajadores, los consumidores y el ambiente. Entretanto, en años recientes el monto de capital especulativo que mueve mercancías agrícolas se ha disparado y esto, combinado con el control corporativo a todos los niveles de la cadena alimentaria, significa que los precios poco tienen que ver con la oferta y la demanda y que la distribución de la comida ya se desconectó totalmente de la necesidad.

Hoy, el sistema corporativo alimentario global está organizado en torno a un solo principio: las ganancias de los dueños de las corporaciones.

 

La gente

No es difícil sentirse apabullado por el crecimiento del poder corporativo en el sistema alimentario. Tal expansión corporativa se construye destruyendo los sistemas alimentarios locales (ésos cuya preocupación primordial es darle modos de vida y alimento a la gente marginada o explotada por la cadena alimentaria de las agroempresas).

 

Pese a todo lo dicho, todavía la mayor parte de las semillas no se siembra en aras de los objetivos empresariales. La mayoría de los campesinos no son parte de este sistema corporativo. La mayor parte de la gente no se alimenta de ese sistema.

 

Por todo el mundo, siguen ahí los fundamentos de sistemas alimentarios totalmente diferentes; por todas partes emergen y cobran fuerza movimientos que buscan revitalizar los vastos sistemas alimentarios tradicionales y salir del “orden alimentario” de las corporaciones. Si el capital puja por apoderarse de la agricultura, es sólo porque mucho de ella sigue funcionando por fuera de las cadenas corporativas de producción; es sólo porque se mantiene en manos de los campesinos, los pescadores, los recolectores, los cazadores, los pastores, dentro de los pueblos indios, las culturas locales y los circuitos mercantiles locales.

 

No necesitamos los agronegocios. Los veinte años de expansión de su control sobre el sistema alimentario han generado más hambre —200 millones más de hambrientos. Ha destruido modos de vida y sustento: hoy 800 millones de pequeños productores y trabajadores agrícolas no tienen suficiente que comer. Es una de las principales causas de la crisis climática y de otras calamidades ambientales y no tiene la capacidad ni la preparación para lidiar con sus efectos. Genera problemas de seguridad alimentaria sin precedente y ha hecho de la agricultura uno de los sectores más peligrosos para laborar, sea uno agricultor o trabajador.

 

Por encima de todo, ha canalizado la riqueza creada mediante la producción alimentaria global a las manos de unos cuantos. Cargill, la comercializadora de bienes de exportación agrícola más grande del mundo, obtuvo casi 10 mil millones en el periodo 2008-2010, a partir de los 1 500 millones obtenidos en 1998-2000.

 

En los últimos veinte años hubo un aumento descomunal de las agroempresas. Si la humanidad va a sobrevivir con alguna dignidad en este planeta, los siguientes veinte años debemos erradicarlas.

 

Fuente: Revista Biodiversidad, sustento y culturas

Temas: Sistema alimentario mundial

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