Veinte años de lucha
Un vigésimo aniversario invita a la reflexión: acerca de nuestros orígenes, acerca de nuestra trayectoria, acerca de los desafíos a enfrentar. Sin pretender un análisis a fondo, presentamos a continuación algunas reflexiones. Para ello conversamos con varias personas que nos han acompañado en estos años y les pedimos sus puntos de vista sobre la lucha por lograr un mejor sistema alimentario y un mundo mejor.
Cuando creamos GRAIN en 1990, gran parte de nuestro esfuerzo estuvo orientado a tratar de influir en los foros internacionales que elaboraban acuerdos sobre semillas y biodiversidad. Estuvimos a menudo en la FAO en Roma, donde los gobiernos negociaban un acuerdo sobre las reglas del juego para la conservación y el intercambio de las semillas y la distribución de los beneficios derivados de su diversidad. Esos fueron también los días en que se dio forma y se firmó el Convenio sobre Diversidad Biológica (CDB) en la Cumbre Mundial de la Tierra de Río en 1992. Justo habíamos organizado una gran conferencia en el Parlamento Europeo para denunciar los planes de la Comisión Europea de crear una norma legal que permitiría patentar organismos vivos. Estuvimos muy involucrados en la campaña contra esto. Al mismo tiempo, participamos por tres años en un diálogo o “mesa de concertación”, organizado por la Fundación Keystone, que nos sentó a la mesa con otras ONG, funcionarios gubernamentales, gente de la industria de semillas, de la biotecnología y gente de institutos de investigación agrícola, con el fin de buscar algunos consensos sobre cómo resguardar y usar la biodiversidad agrícola mundial.
¿Qué nos impulsaba entonces? Estábamos preocupados por la creciente concentración de la industria mundial de semillas, cuyo control lo iban adquiriendo las corporaciones agroquímicas y farmacéuticas, lo que conduciría a un impulso cada vez más fuerte hacia el monocultivo y a semillas uniformes por todo el mundo. Nos preocupaba la emergencia de nuevas tecnologías, tales como la ingeniería genética, que podrían orillar aún más a la extinción de la diversidad y al mayor control de las corporaciones sobre los agricultores y el sistema alimentario mundial. Nos alarmamos por los proyectos de ley presentados en una serie de países industrializados que habrían de permitir el patentamiento de organismos vivos y la privatización de los componentes más esenciales de la vida. Y nos dimos cuenta que la respuesta institucional a la rápida caída de la biodiversidad agrícola se limitaba a recolectar semillas de los campesinos y almacenarlas en bancos genéticos.
El panorama en nuestro entorno era deprimente y la lucha cuesta arriba, pero pensábamos que podíamos detener esos procesos ejerciendo presión sobre los gobiernos y sus delegados internacionales y apoyar así el papel y la contribución de los pequeños agricultores.
Juzgando las condiciones por el creciente debate en torno a la ingeniería genética, por la masiva partipación de la sociedad civil en la Cumbre de la Tierra de Río en 1992 y por las subsecuentes reuniones del CDB y otros foros ambientalistas, este optimismo lo compartía mucha gente. Sin embargo, a medida que avanzaron los años noventa, se hizo evidente una más cruda realidad. Más y más, la evolución de la agricultura y de la producción de alimentos, y el papel de las corporaciones transnacionales en ello, se definían en otro lugar: en las salas de consejo de las corporaciones y en los ministerios de comercio. Los años noventa fueron también los años del establecimiento y fortalecimiento de la Organización Mundial del Comercio (OMC) donde, protegidos de la mirada crítica de las organizaciones de la sociedad civil, se le fue imponiendo al mundo una agenda neoliberal despiadada, especialmente a los llamados “países en desarrollo” que aún tenían algún grado de protección en sus mercados. Más crecimiento económico y más comercio internacional a cualquier costo, se convirtió en el dogma central de todas las políticas. Y no se permitió la “interferencia” de ningún tratado o acuerdo relacionado con materias ambientales o agrícolas en ese campo.
Entonces vino Seattle en el año 1999. La confrontación entre los gobiernos que intentaban empujar al mundo aún más en la ruta neoliberal con un nuevo acuerdo de la OMC y los movimientos sociales que tomaron las calles para impedirlo, tuvo un gran impacto tanto sobre la OMC como sobre las personas y las organizaciones que luchaban por un mundo mejor. La OMC nunca se recobró del golpe y, en respuesta a ello, los países industrializados empezaron a firmar tratados bilaterales o regionales con el fin de asegurar sus intereses. Los movimientos sociales y las ONG involucradas en la lucha contra la agenda neoliberal de las corporaciones se dieron cuenta que realmente podemos ganar si sostenemos una línea de análisis y acción clara, radical y coherente.
Otro mundo es posible. A menudo en un segundo plano y sin exponerse en los foros internacionales había organizaciones y movimientos que resistían y construían en silencio a nivel local. Su importancia quedó muy clara para GRAIN cuando participamos en el proyecto Cultivando Diversidad*. Durante un periodo de tres años, de 2000 a 2003, este proyecto trabajó con cientos de organizaciones a través del mundo discutiendo, analizando y documentando las experiencias de grupos que trabajaban a nivel local en el tejido de sistemas alimentarios y agrícolas basados en la biodiversidad. Con este proyecto obtuvimos evidencia sólida de que no sólo es posible una agricultura diferente a la preconizada por las potencias industriales y las corporaciones, sino que es también más productiva, más sustentable y mejor para los campesinos y comunidades involucradas. En tanto desarrollan sólidas alternativas con su trabajo, las organizaciones y comunidades locales que resisten los embates neoliberales son la columna vertebral de cualquier intento por hacer este otro mundo posible. En las diferentes reuniones del Foro Social Mundial, realizadas en la primera década de este siglo, estas experiencias fueron logrando mayor articulación y obtuvieron una plataforma para su promoción.
Otro proceso, que empezó a influir fuerte en las agendas relacionadas con la agricultura y los sistemas alimentarios, fue la emergencia de la red de soberanía alimentaria y la creciente presencia y madurez de las organizaciones campesinas, como la Vía Campesina. Vía Campesina fue creada en 1993 e irrumpió con fuerza en la escena internacional durante el Foro Mundial de la Sociedad Civil realizado en paralelo a la Cumbre Alimentaria Mundial de 1996 en Roma, donde la soberanía alimentaria se lanzó como marco alternativo de un sistema alimentario mundial. La soberanía alimentaria fija su prioridad en las políticas alimentarias orientadas hacia las necesidades de las comunidades locales, con mercados locales, saberes locales y sistemas de producción agroecológicos. Por primera vez, el movimiento mundial por un sistema alimentario diferente tuvo un marco y una agenda para la acción que conectaba todos los puntos, que aunaba las luchas locales e internacionales y que conformaba una base para construir alianzas entre diferentes movimientos sociales y ONG. En los diez años siguientes muchos más grupos y movimientos comenzaron a usar la soberanía alimentaria como su marco para la acción. Esta alternativa se articuló y desarrolló en numerosos foros regionales e internacionales. El movimiento obtuvo un tremendo impulso en el Foro Mundial sobre Soberanía Alimentaria realizado en 2007 en Nyeleni, Mali, donde organizaciones campesinas, de pescadores artesanales, pastores, pueblos indígenas, mujeres y jóvenes se unieron con ONG y grupos ambientalistas para articular una agenda común para la acción a futuro.
A fines de los noventa, GRAIN se embarcó en un proceso descentralizador ambicioso y radical que nos permitiría una conexión más cercana con las realidades y luchas regionales y locales alrededor del mundo y nos transformó en un verdadero colectivo internacional. Este proceso también transformó profundamente la agenda de GRAIN. La mayor cercanía con los movimientos sociales y luchas locales nos hizo entender que no podíamos limitar nuestro trabajo a la biodiversidad agrícola y, gradualmente, fuimos ampliando nuestro objetivo hasta ser capaces de mirar el sistema alimentario en general. El resultado es que produjimos nuevos análisis y miradas acerca de los agrocombustibles, el arroz híbrido, la gripe aviar, la fiebre porcina, la crisis de los alimentos, el cambio climático y el acaparamiento de tierras, y pudimos relacionarlos con las luchas por la soberanía alimentaria. Estrechamos y profundizamos nuestras relaciones —y nuestro papel de apoyo— con grupos de África, Asia y América Latina. “Piensa globalmente, actúa localmente” se ha convertido en el verdadero modo de trabajo de GRAIN.
Lecciones y desafíos. Durante los últimos veinte años ocurrió un tremendo aumento en el dominio y control que las grandes transnacionales ejercen sobre el sistema alimentario mundial. Todo el proceso neoliberal de globalización ha ido entregándoles el control, lo que en el camino desató daños ambientales, inequidades y sufrimientos tremendos. Ahora existen más de mil millones de personas que pasan hambre cada día, destrucción ambiental masiva y una crisis climática que no seremos capaces de detener a menos que se hagan cambios profundos.
Los desafíos son enormes. La interconexión entre las crisis financiera, alimentaria y climática nos muestra con claridad que el actual modelo de desarrollo neoliberal no tiene reparación. Sin embargo, nunca antes en la historia habíamos estado frente a intereses tan poderosos que insisten en el mismo camino de destrucción. La discusión va más allá de cuál tipo de modelo de desarrollo económico seguir, cuáles semillas usar y qué pesticidas prohibir. Para todos nosotros, es un asunto de sobrevivencia.
Destacamos algunas reflexiones que, desde nuestra perspectiva, debemos resolver necesariamente.
Sobrevivir en un mundo hostil. No tiene sentido negar que, a pesar de las luchas crecientes de los movimientos sociales, para la mayoría de las personas el mundo se ha convertido en un peor lugar para vivir de lo que era hace veinte años. Podríamos argumentar que lo mismo sucede con la mayoría de las especies. Varias décadas de brutales imposiciones de una agenda corporativa neoliberal nos han dejado con políticas extremadamente agresivas, con una gran pérdida de espacios democráticos a todo nivel: local, nacional e internacional. Mientras que veinte años atrás muchos de nosotros estábamos involucrados en todo tipo de diálogos y mesas redondas, hoy a veces sentimos que no hay nadie con quien conversar. En gran medida, muchos Estados se han vuelto instrumentos para implementar una agenda totalmente privatizadora y muchas instituciones públicas se volvieron meros sirvientes de esta agenda. Cuando se inició el siglo XXI, los líderes mundiales nos prometieron que sería el siglo de la democratización, de los derechos humanos, del ambiente, del fin del hambre, pero, queda muy claro que vamos exactamente en la dirección opuesta. Esto nos deja, a menudo, en un entorno muy hostil; se reprime más a quienes se expresan, se criminaliza a quienes se movilizan, se silencia a quienes denuncian.
Aziz Choudry, activista e investigador de mucho tiempo, antiguo organizador del GATT Watchdog, actualmente profesor adjunto de la Universidad Mc Gill en Montreal y colaborador de GRAIN en numerosas actividades de oposición a los regímenes de libre comercio, señala la importancia de la memoria histórica y la necesidad de retener la sabiduría de las luchas del pasado. “La luchas contra la globalización que surgieron cuando la gente entendió que mediante la ronda del GATT en Uruguay se impuso al planeta todo un paquete de leyes para beneficio de las corporaciones, son la continuación de la larga historia de luchas anticapitalistas y anticoloniales. La OMC y su avance subsecuente a través de tratados bilaterales y acuerdos de inversión son sólo los más recientes instrumentos al servicio de la misma agenda. Por ello, debemos situar nuestra lucha dentro de esta prolongada y gran historia de resistencia y estudiar las luchas anteriores en búsqueda de enseñanzas.” Debido a la naturaleza integral de las amenazas que todos enfrentamos, lo más importante de todo para Aziz es la integración de diversas ideas y el diálogo entre personas provenientes de diferentes contextos y movilizadas alrededor de diferentes temas. “El activismo está destinado a mostrar siempre un montón de contradicciones y ambigüedades, pero esto no debe ser una barrera para seguir creando más vínculos. Hay una clara necesidad de construir alianzas que respeten las diferentes situaciones de las personas y su visión del mundo. La luchas más significativas y efectivas están ocurriendo con movimientos de base local que tienen una perspectiva mundial. Esto es difícil, es un trabajo poco glamoroso de construcción de movimientos que, crecientemente, está creando espacios donde es posible desafiar al poder. Es raro escuchar que se hable de estas luchas, pero existen donde hay esperanza del futuro.”
Brewster Kneen, otro autor y activista, que por muchos años fue miembro del Consejo Directivo de GRAIN, concuerda con Aziz y agrega: “Tenemos un gran desafío en entender cómo tratar con el Estado. El Estado es una construcción relativamente reciente y no debemos aceptarla como un hecho. Puede debilitarnos mucho que los movimientos sociales se definan a sí mismos en referencia al Estado. Los movimientos necesitan construirse en sus propios términos. Necesitamos cuestionar la autoridad del Estado. Lo que hacemos debería basarse en lo que sentimos que hay que hacer por responsabilidad moral, no en lo que el Estado nos permita hacer o no hacer. Ésta es tierra extraña, pero tenemos que aventurarnos fuera de nuestro territorio tradicional”.
Muchos otros con quienes hemos conversado llegan a conclusiones semejantes. Hoy vivimos en un mundo donde muchos de los pilares y fuerzas con los que creímos que sería posible construir un mundo mejor, se han erosionado o se corrompieron. Construir nuestros propios términos de referencia, aprender de nuestra historia y construir alianzas y diálogos entre diferentes asuntos y realidades, nos permite responder a esta ausencia.
¿Seguir o definir la agenda internacional? En los últimos veinte años, los conceptos y avances más interesantes, prometedores y movilizadores surgieron de los movimientos sociales que decidieron mirar las cosas desde su propia perpectiva en vez de mirarlas desde la perspectiva de los marcos definidos por los poderosos. Podemos anotar un gran numero de procesos de negociación en que hemos participado entusiastas porque sentíamos que podríamos obtener resultados positivos, pero en los que terminamos entrampados en debates sin fin y donde nuestras propuestas fueron despojadas de significado esencial y convertidas en promesas vacías. En la FAO argumentamos en favor de los “derechos del agricultor” para oponernos a la privatización de semillas y genes, y para promover la noción de que las comunidades rurales son el punto de partida para conservar las semillas y mejorar los cultivos. El proceso terminó con un tratado que permite patentar genes, que se centra en el manejo de los bancos de genes y que —como mera concesión formal— pudiera terminar apoyando financieramente algunos cuantos proyectos que involucren el manejo local de recursos genéticos. En el Convenio de Diversidad Biológica cuestionamos la “biopiratería” y presionamos por el reconocimiento del papel de las comunidades locales en el manejo de la biodiversidad. Obtuvimos un “régimen de reparto de beneficios” que no hace nada acerca del control monopólico que las empresas tienen sobre la biodiversidad recolectada en los bosques y que, esencialmente, regula quién y por qué cosas se paga cuando los recursos genéticos cambian de mano. Este régimen hace muy poco para proteger a las comunidades locales del continuo menoscabo de su integridad territorial y de la biodiversidad que manejan y, de hecho, justifica que nada se haga al respecto. Al comentar el papel de las ONG en las negociaciones intergubernamentales en un artículo publicado en Seedling en 2002, Erna Bennet señaló: “jugar el juego con las reglas del enemigo ha servido sólo para mostrarnos cómo llegamos a donde estamos. Pero no nos muestra cómo salir de allí”.
Por el contrario, en GRAIN hemos visto que, cuando los movimientos definen claramente su propia perspectiva, estrategias y tiempos, tienden a pasar cosas mucho más interesantes. Así ocurrió con el creciente movimiento en contra de la OMC, el cual mantuvo una posición clara y radical contra el modelo de desarrollo neoliberal. Así también la iniciativa de soberanía alimentaria, que permitió contar con una mirada de conjunto del sistema alimentario que es necesario construir. Es un marco que ayuda a resolver los aparentes conflictos de intereses entre campesinos del Norte y del Sur, entre productores y consumidores, agricultores y pastores, etcétera, al señalar claramente dónde reside la real fuente de los problemas. También ayudó a construir alianzas entre movimientos sociales diferentes, con un efecto movilizador importante. Demuestra que otro sistema alimentario es posible. Todos éstos son procesos cada vez más difíciles de ignorar o soslayar por aquellos que están en el poder.
¿ONG o movimientos? Uno de los desarrollos más alentadores de los últimos veinte años es el surgimiento, maduración y crecimiento de movimientos sociales involucrados en la lucha por un sistema alimentario diferente. Aunque se han levantado voces críticas al enfoque de alta tecnología de la Revolución Verde desde los años setenta y ochenta, hace veinte años el pensamiento dominante dictaba aún que la solución para el hambre era aumentar la producción de alimentos mediante el uso de mejor tecnología. Ésta continúa siendo la posición de la clase dominante. Pero en el proceso, los movimientos sociales empezaron a articular un análisis coherente y una visión acerca de lo que estaba mal con ese enfoque y acerca de lo que se podría hacer para crear un sistema alimentario que sustente a la gente sin expulsarlos de la tierra. Ello significó una clara postura en contra del modelo de producción controlado por empresas. Condujo también a la sólida visión de una agricultura orientada hacia las necesidades locales y controlada por las comunidades locales.
No siempre han sido fáciles las relaciones entre las ONG que participaron en los procesos de negociación gubernamentales (con temas sectoriales y agendas orientadas a lograr progresos según las posibilidades que estos procesos ofrecían) y los movimientos sociales que argumentaban por un cambio radical. Un ejemplo es la tensión que se produjo entre aquéllos que trataban de conseguir mayor transparencia de parte de la OMC y aquéllos que querían deshacerse de ella. Otro ejemplo es la participación —o no participación— en los numerosos diálogos que brotaron con grupos de intereses múltiples: mesas redondas sobre soya sustentable, sobre aceite de palma sustentable, sobre biocombustibles sustentables, etcétera. Estos encuentros reunieron a grupos empresariales y a algunas ONG para definir criterios y esquemas de certificación que promoviesen cultivos sustentables. Otras ONG, GRAIN entre ellas, denunciaron que estas reuniones eran procesos para justificar el status quo, no abordaban los verdaderos problemas y no arrojaban solución alguna. Otro ejemplo más son las diferentes estrategias en torno al cambio climático. Recientemente la Vía Campesina se vio obligada a “distanciarse de algunos grupos ‘autoconvocados’, que dicen hablar en nombre de los movimientos sociales pero, en realidad, son representantes de sus propias ONG”.
Antonio Onorati, uno de los miembros fundadores del consejo de GRAIN y luchador incansable en la creación de espacios institucionales y políticos para los movimientos sociales en organismos como la FAO, llama a esto el peligro de las “ONG auto-referenciales”: “Hacia 1990, la presencia de la sociedad civil en foros gubernamentales de negociación estaba dominada por ONG que traían sus documentos de posición y participaban en los debates. Era gente de buena voluntad que conversaba con diplomáticos de buena voluntad que estaban dispuestos a escuchar nuestros discursos y, quizás, incorporar algo de ellos en sus posiciones oficiales. A través del tiempo y en forma creciente, un buen número de estos grupos se han convertido en auto-referentes —definiendo sus estrategias y objetivos de manera aislada— y entonces se han convertido más en un problema que en parte de la solución. Si queremos lograr algo en los sitios donde los gobiernos se reúnen y negocian, necesitamos lograr que ellos reconozcan a los movimientos sociales como una fuerza representativa y les concedan un espacio de participación institucional y político. Esto es lo que hemos estado peleando, durante la pasada década, en la FAO y otros lugares”.
Aziz Choudry añade que también es un problema la tendencia de muchas ONG a compartimentar su enfoque en temas específicos en los cuales se han especializado. “Necesitamos vacunarnos contra esto. Los movimientos radicales de base tienden a examinar los temas ampliamente; analizan las interrelaciones y se centran en las causas subyacentes de los problemas. Muchas ONG caen en el discurso técnico y no se cuestionan cosas que fueron establecidas en el marco dominante. Algunas ONG buscan cómo mejorar las leyes de propiedad intelectual en tanto para muchos pueblos indígenas el problema radica en la contradicción entre los enfoque occidentales legalistas y una visión del mundo que no acepta cosas como patentar la vida. Un problema fundamental es que a menudo tales ONG consiguen mucho espacio político y son ‘capaces de anunciar, introducir y acomodar al poder político’. Es un hecho que muchas ONG se han beneficiado bastante de la globalización neoliberal, conforme han intervenido llenando el vacío que dejó la retirada del Estado”.
Estamos de acuerdo. Para que grupos independientes como GRAIN sigan jugando un papel significativo, es crucial que estemos en constante y activa colaboración con los movimientos sociales, acompañando sus procesos y entendiendo sus prioridades, lo que no significa seguir sus agendas sin ejercer la crítica, porque somos también parte en sus debates y procesos de aprendizaje. Pero sí implica comprometernos, desde nuestra propia autonomía, en un esfuerzo por construir relaciones en las que un diálogo constante sobre las prioridades y las estrategias alimente nuestro propio pensamiento y acciones.
Construcción de movimientos, alternativas y alianzas. Durante los últimos años es claro que la ayuda, aunque bien intencionada, puede volverse una trampa de dependencia, más que un impulso en la dirección correcta. Gathuru Mburu, del Instituto de Cultura y Ecología de Kenya y de la Red Africana de Biodiversidad, lo expone así: “Ahora entiendo mejor que las soluciones no vendrán de fuera. Necesitamos cambiar nuestra forma de pensar porque somos muy dependientes de la ayuda y las ideas extranjeras. Esta dependencia nos bloquea y ya no vemos las soluciones y capacidades que tenemos a la mano. Lo que necesitamos es que respalden nuestras propias soluciones. Nuestros saberes se han devalorado por años, a nuestra agricultura la han calificado de improductiva y a nuestra gente la creen falta de educación. Debemos poner el foco en trabajar con las comunidades para que sean ellas las que tracen su propio destino, tomen sus propias decisiones, con o sin apoyo. A menudo no le imbuimos poder a las comunidades para que ellas mismas hagan la defensa de lo que consideren adecuado, e intentamos hacerlo por ellos. Ignoramos su capacidad para manejar su propia situación local. Si hubiéramos entendido la importancia de los saberes locales, de las luchas locales, podríamos haber prevenido muchas cosas que ocurrieron”. O, en palabras de Diamantino Nhampossa de UNAC, la unión de pequeños agricultores de Mozambique: “Necesitamos redefinir la ayuda: necesitamos solidaridad y no que alguien nos diga qué hacer. Necesitamos relaciones, no dominación”.
Es irónico que la presión por entregar resultados medibles dentro de los plazos señalados en los proyectos, sea un factor que a veces ha minado la estructuración de los movimientos y la formulación de una alternativa clara, holística e integral al sistema alimentario industrial. En muchos lugares, esta mentalidad centrada en proyectos ha hecho más mal que bien. El resultado es que en la actualidad tenemos muchas iniciativas interesantes que van de los bancos locales de semillas y los huertos orgánicos a los sistemas comunitarios de producción de biogás y a mecanismos de crédito locales. Pero como muchos de ellos están desconectados de una lucha más amplia y de una visión del papel de las comunidades en la sociedad, carecen de fuerza para oponerse a la expansión del sistema alimentario industrial. Por lo tanto, éste es un reto más. Tenemos que ser más efectivos en la construcción de una fuerza social que, mientras produce el sustento que permita que las comunidades sobrevivan, logre desafiar al sistema alimentario industrial en todo nivel.
Es aquí donde Antonio Onorati ve en verdad la fuerza de los movimientos sociales rurales y de las organizaciones campesinas. “En comparación con los movimientos sociales urbanos —como los sindicatos obreros— los movimientos rurales tienen una idea más clara de la sociedad alternativa que quieren construir. Para ellos no hay alternativa, tienen que resistir para sobrevivir y, en el proceso, han organizado o revitalizado estructuras alternativas, mercados locales, sistemas de intercambio de semillas, agricultura libre de químicos, vínculos directos con los consumidores, etcétera. Inevitablemente, esto los enfrenta con los modelos de producción que quieren imponer Monsanto, el Banco Mundial y la OMC.”
En este sentido, la agenda de la soberanía alimentaria no sólo denuncia sino que propone soluciones. Para nosotros en GRAIN, si algo hemos aprendido en los pasados veinte años es la vital importancia de respaldar y participar en los procesos que se proponen, con toda claridad, crear un marco autónomo de trabajo a partir del cual se puedan construir alternativas y actuar. La lucha por la soberanía alimentaria es uno de esos marcos de trabajo. Esto no significa que no debiera haber ninguna relación o intervención en los procesos gubernamentales. Pero sí que tales relaciones han de ser construidas desde nuestra fuerza y orientadas a crear espacios políticos para poner nuestra propia agenda en la mesa en vez de correr tras las agendas de aquéllos que están en el poder.
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