Veganos, carnívoros, gauchos y otras cuestiones políticas
La irrupción de grupos veganos y animalistas en una exhibición de la Sociedad Rural y la respuesta violenta que provocó hace emerger problemas políticos y productivos cruciales ignorados por la campaña electoral y por el periodismo del espectáculo político. Algunas cuestiones, lecturas y herramientas para abrir debates que consideren la salud, la vida, la producción y el futuro, más acá de la grieta.
Foto: Nacho Yuchark
Jóvenes con carteles denunciando el sufrimiento animal y el cambio climático, con la respuesta de empujones y rebencazos de paisanos que defienden ese territorio que no es suyo sino de las exhibiciones rurales de sus patrones, mientras desde las tribunas el público acompaña el enfrentamiento repudiando a los invasores al grito de “basuras” y aplaude a los jinetes que topetean jóvenes desde sus caballos.
Los 40 activistas enrolados en organizaciones como Voicot, Acción Animal o Direct Action Everywhere (acción directa en cualquier parte) se lanzaron a la pista principal de La Rural en un intervalo del concurso de aperos con pancartas en las que se leía principalmente la palabra “Basta”, y reclamos contra la muerte y el sufrimiento de los animales. Así provocaron todo lo que provocaron.
¿Qué dejó ver y qué no todo este acontecimiento?
Algunos apuntes para salir del show.
Lo que no se habla. Estos temas involucran el presente y el futuro, pero casi nunca forman parte de las campañas electorales, ni de la agenda de los medios, dedicados a otras hipnosis. Esta vez cambió la historia por la aparición disruptiva de los activistas en uno de los emblemas del modelo de agronegocios.
La atracción de la carne. Los veganos rechazan el consumo de animales y sus derivados (lo que incluye carnes, huevos, lácteos, pescados). Empiezan por denunciar el sufrimiento y muerte de los animales. Es una posición filosófica y práctica que denuncia principalmente –de modo expreso o tácito- a la industria ganadera que a través de los feed lots concentra el 90% de la carne que se consume en el país.
Ganado dopado. En los feed-lots se concentran y hacinan multitud de animales, alimentados a granos y no a pasto. Esto cambia una cuestión: dejan de ser rumiantes, al ser alimentados por granos que además son transgénicos (por eso el boom del monocultivo de soja, que Argentina exporta para alimentar ganado chino y europeo, principalmente). Los animales viven sobre sus propios deshechos y deben ser tratados con toda clase antibióticos, medicamentos, vacunas y anabólicos que evitan enfermedades por las condiciones de hacinamiento, y se les acelera el crecimiento para rentabilizar la producción. A esto se agrega la denuncia sobre el estrés de animales criados de tal modo, y los efectos en sus cuerpos en el momento en el que van al matadero.
Efectos y cáncer. En términos prácticos, los animales son convertidos además en un producto, en una mercancía. Los efectos de toda esta combinación tanto en la carne como en quienes consumen esa carne, son desconocidos aunque merecerían ser investigados por la salud pública local y global. Dato (casi) oculto: en 2015 la Organización Mundial de la Salud a través del IARC (sigla en inglés de la Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer) catalogó a la carne procesada (hamburguesas, salchichas, etc) como “cancerígena” y a las carnes rojas como “posiblemente cancerígenas”.
El cambio climático. Los activistas señalan otra cuestión invisible: la industria ganadera genera más emisiones de gases con efecto invernadero que todo el transporte mundial. Sin embargo la tendencia global es a incrementar el consumo de carne en alrededor de un 70% en los próximos 30 años, lo cual rompería los límites de calentamiento global aceptables aún en el caso en el que se dejaran de utilizar definitivamente los combustibles fósiles (necesidad que también forma parte de la agenda del presente y del futuro).
El consumo. El problema de la industria masiva de la carne revela la importancia de encarar una transición a estilos de consumo que al menos reduzcan la incidencia de la carne y los derivados animales en la dieta humana.
Lo que no se aclara. La posición vegana descubre este problema, aunque no siempre queda clara la diferencia entre la producción masiva de los feed lots, y lo que realizan productores agroecológicos, campesinos y comunidades originarias también con animales. La posición filosófica frente a la muerte de otras especies resulta diferente en términos prácticos si se habla de una corporación, o de los métodos de cría que utilizan campesinos por ejemplo del MOCASE (Movimiento Campesino de Santiago del Estero), la UTT (Unión de Trabajadores de la Tierra) o comunidades indígenas. Hay allí saberes y prácticas que no chocan con el medio ambiente y que funcionan como indicios de cómo recuperar un tipo de producción agropecuaria más sana.
Otra producción limpia. Otro caso que no se menciona es el de los productores agroecológicos extensivos (que ya abarcan unas 80.000 hectáreas en el país) que utilizan la ganadería a pastos haciendo una rotación que permite nutrir y fertilizar suelos devastados por el monocultivo y los agrotóxicos. Esa recuperación de suelos es la que a su vez permite elaborar otras producciones de alimentos, granos, hortalizas, que no son transgénicas ni requieren ser fumigadas, y que son las que permiten pensar en una nueva matriz de producción y de alimentación.
El monocultivo. El debate sobre la producción de carne introduce un tema que en este episodio los grupos veganos y animalistas no han alcanzado a tocar: otro efecto de los feed lots (además de maximizar ganancias empresarias) es que permiten el vaciamiento de los campos para realizar monocultivos transgénicos, como lo vive la Argentina con la soja en modo creciente desde 1996. Ahí se encuentra la base del agronegocio con diversos efectos: deforestación (para ampliar la frontera agropecuaria), contaminación (empezando por más de 12 millones de habitantes de los pueblos fumigados en las zonas sojeras, y los múltiples casos de cáncer, malformaciones y enfermedades denunciadas a lo largo de los últimos 20 años), contaminación del agua (la Universidad de La Plata ha verificado la presencia de glifosato en el agua del Río de la Plata, en la lluvia y en los algodones de venta comercial). En Malvinas Argentinas, Córdoba, la movilización social logró un hecho inédito y altamente político: se logró expulsar a Monsanto que intentaba instalar allí una planta de procesamiento de semillas. En Entre Ríos, la movilización provincial logró detener una ley de ampliación de fumigaciones y un fallo del Tribunal Superior de Justicia alejando las fumigaciones a 3.000 metros (aéreas) y 1.000 metros (terrestres). El presidente Macri dijo que ese fallo es “irresponsable” y el candidato Alberto Fernández planteó que hay que “buscar un punto intermedio”, lo cual permite sospechar que el conflicto seguirá abierto, gane quien gane.
La matriz social. Con los campos vaciados, y en manos principalmente de escasas corporaciones y grupos dedicados a los negocios, la Argentina se ha convertido en uno de los países más urbanizados del planeta: 92% de sus habitantes viven en zonas urbanas, con todos los problemas que eso genera. La vida rural está al borde de la extinción, lo cual agrava el hacinamiento urbano. Las recientes experiencias agroecológicas proponen un cambio de rumbo, recuperando suelos, campos y posibilidades de vida que además aportan a desarrollos objetivamente sustentables.
El hambre. Los defensores del monocultivo de soja plantean que esa producción y exportación termina sirviendo para alimentar a la humanidad. La realidad: con todos los años de viento de cola, producciones cada vez mayores, 400 millones de litros de venenos rociados en el país, y cosechas récord, Argentina no parece haber alimentado a la humanidad ni a su propia población, que sufre cada vez más los efectos de la crisis mientras el modelo se sigue enriqueciendo. El hambre pura y dura, el consumo cada vez menor de alimentos, las familias que pasaron a comer una sola vez por día, los comedores sociales y eclesiásticos atiborrados, y la desnutrición como signo del presente vuelven a estar en el centro de la realidad.
Pesticidas e industria. El planteo vegano deja abierto un dilema: no comemos animales ni sus derivados, pero ¿cuál es la opción? ¿Las proteínas vía soja transgénica (que es donde comienza gran parte del problema)? ¿El consumo de frutas y verduras que universidades y organismos oficiales han demostrado contaminadas por pesticidas en un 70%? ¿La comida empaquetada de la industria? Estos dilemas no son para retrucar el pensamiento vegano, sino para abrirlo a cuestiones que no se alcanzan a solucionar con el viraje a una dieta sin carnes ni derivados animales que, vale decir, en tiempos de crisis económicas se vuelven más compleja.
Los medios. Las acciones del sábado pasado confirman lo que sabe cualquier persona o grupo que atraviesa por una situación conflictiva: la censura e invisibilización actual sobre lo social no es ya solo producto del Estado sino también de los propios medios. Si no se gana la calle, el espacio público, si no se rompen de algún modo moldes y estereotipos, cualquier reclamo por legítimo que sea suele ser ignorado o criminalizado. Que el conflicto sea tomado por los medios tampoco es una garantía de nada, pero a veces permite salir de la oscuridad y ampliar los márgenes del debate. Lo que más ruido hace parece seguir siendo mantener la movilización.
Lo generacional y lo político. Meterse en el centro de la Rural con una protesta inédita fue pura política, en el sentido genuino de la palabra para discutir o al menos abrir un debate sobre alimentación, las formas de producción y la cultura, también. Los jóvenes tal vez sean parte de una generación que intenta lo político sin creer ni confiar en lo partidario, lo cual dificulta lecturas simplistas en contextos electorales. El nivel de compromiso y de movilización (más allá de los acuerdos o rechazos que puedan generar sus ideas) son un indicio de interés por lo público, de falta de apatía, de no resignación a la fragmentación social ni a mandatos que cada vez se hacen más anacrónicos. En cualquier caso, no parece haber detrás de esa búsqueda otra cosa que la búsqueda de mejores formas de vida. Cualquier debate que apunte a esas cuestiones es crucial frente a modelos productivos y sociales que arrasan con bienes comunes y recursos naturales, que empobrecen, aíslan, contaminan y enferman.
Salidas. La organización internacional Grain publicó un informe en el que no solo describe la situación y los efectos de la industria ganadera, sino que plantea opciones: alejarse de carnes y lácteos de origen industrial, detener los llamados acuerdos de libre comercio e inversión, reducir el consumo de carne y eliminar la superproducción, apoyar la producción en pequeña escala y a los mercados locales.
Estos apuntes veloces merecen ser ampliados y corregidos, buscando nuevas conversaciones, nuevos horizontes; el conflicto en la Rural ha sido, en todo caso, apenas otro disparador para escuchar otras voces y otras propuestas que mes a mes profundizamos en nuestra agencia www.lavaca.org y la revista MU.
Aquí aún más material para quienes estén interesados en estos temas, y que siga el debate:
Fuente: La Vaca