Testimonio de una integrante de la mitad del mundo
Atziri es pintora y escenógrafa. Me platica: “Es tan extraño que casi nadie, en lo cotidiano, cuestione la desigualdad entre mujeres y hombres, es como si te metieras a discutir porqué unos son más altos y otros más chaparros. Para mí, es como asumir que unos tienen más y otros no tienen nada y eso es natural y nadie pierde el tiempo en cuestionárselo más allá. Desde que naces, el cuerpo te hace una historia totalmente diferente".
La Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM) incluye obligatoriamente, en sus maestrías de humanidades, lecturas y discusiones sobre desigualdad de género. Se aclara que los filósofos, politólogos e historiadores considerados fundamentales para la humanidad, deliberadamente o por inercia, eliminaron a las pensadoras, y con ellas, las perspectivas ¡de la mitad del mundo! Primera sorpresa: si no indagas, te educan bajo las premisas de lo que consideran esencial los hombres, de Aristóteles a Rousseau, Hegel y más. Segunda sorpresa, siempre hubo mujeres que debatieron, escribieron y cuestionaron a los pensadores, pero fueron sistemáticamente excluidas de la Historia selecta. Si ignorar la reflexión femenina ha sido una práctica tan cotidiana desde la Antigüedad, y un proceder tan habitual de la intelectualidad, ¿cómo no va a ser normal, a la vuelta de los siglos, invisibilizar los juegos de poder cotidianos que nos joden desde chiquitas, en las escuelas, los trabajos y las dinámicas familiares?
Gracias a los abre-ojos y abre-almas de mis profesoras Teresa Incháustegui y Florinda Riquer, entendí en sus últimos años a mi tía Tere, “la señorita”. Si bien tenía unos defectos de carácter bastante horripilantes, siempre supusimos malamente que si se hubiera casado hubiera sido “mejor”. En las últimas visitas que le hice, ya postrada esperando morirse y renegando de todo, pude verla como soberana en su decisión de no casarse (que la familia siempre tradujo como quedarse “sola”). También entendí porqué mi mamá siempre ha odiado a los pedros infantes y jorges negretes (pero sin son casi héroes oficiales), machismo gallardo hecho cine de oro. Y entendí a mi más querida amiga, Atziri Carranza López, a quien conozco desde los 15 y con quien no habíamos hablado nunca en serio de la desigualdad de género. ¿Tema de conversación? ¿de veras? Pero si así es la vida, ¿no? Pues sí, pero no está bien. Para nadie.
Atziri es pintora y escenógrafa. Me platica: “Es tan extraño que casi nadie, en lo cotidiano, cuestione la desigualdad entre mujeres y hombres, es como si te metieras a discutir porqué unos son más altos y otros más chaparros. Para mí, es como asumir que unos tienen más y otros no tienen nada y eso es natural y nadie pierde el tiempo en cuestionárselo más allá. Desde que naces, el cuerpo te hace una historia totalmente diferente. Todos los esfuerzos que los hombres hacen en esta sociedad, desde que nacen, tienen un respaldo implícito. Nosotras cada movimiento lo tenemos que argumentar, defender, sostener. Cuando dices que la desigualdad entre hombres y mujeres es absoluta, incluso ante determinados foros muy avanzados, la gente dice ‘¿de qué hablas?’, O cuando le cuentas a los hombres que te metieron mano en el metro, muchos dicen ‘¿de qué hablas?’ ‘¿eso sucede?’ Y sí, eso sucede. No es una realidad a la que ellos tengan que acostumbrarse para sobrellevar su vida. Nosotras sí.
”En los talleres mecánicos, basta que seas mujer para estar debajo de los maestros. Nunca te tratan como a cualquier cliente hombre, te tratan como si por ser mujer hubieras descompuesto el coche, porque no estás entendiendo lo obvio. Va más allá de la relación de poder económico. No importa que yo llegue a contratarlos, que llegue con dinero, si es hombre está por encima de mí. En ese sentido no pesa la lucha de clases, sino el poder de hombres sobre mujeres.”
Una mujer que se convierte en trabajadora ya no es una mujer, dijo el legislador francés Jules Simon en 1860 [1]. Atziri comenta: “Yo por ejemplo asusto mucho por ser una mujer tan independiente. Doy empleo, trabajo con muchos hombres, y colaboran, pero nunca dejan de confrontarme. Es tan grande lo que se mueve que sospechan que sea ‘realmente una mujer’, ¡seguro tengo un problema biológico! Tienen que buscar la explicación de por qué hablo directa y firme, por qué hago lo que hago. Para cualquier carpintero soy sospechosa de ser lesbiana, que lo soy. Por cómo trabajo, seguro tengo algún problema ‘del ser mujer’.
”Una amiga regaba las plantas en su balcón y abajo un tipo se puso a mirarle las piernas sin disimulo ninguno, violentándola. Esas sutilezas todas las mujeres las padecemos, pero están tan asumidas que pareciera que no tenemos nada de qué quejarnos, que somos exageradas si lo hacemos, que somos muy delicadas. Es un ejercicio de poder brutal, que luego afecta todos nuestros comportamientos cotidianos como mujeres, y la conducta de toda la sociedad. Tiene que ver con que a los hombres históricamente se les ha dejado poseer, como que ellos han tenido el derecho a tener la riqueza, —ya si son pobres es otro problema— el empoderamiento histórico que los pone a maltratarnos sin que nadie los cuestione lo heredan y lo disfrutan todos. Resulta que las mujeres tenemos menos valor en general, y en particular un precio, como cosas. El sistema en que vivimos tiene que discriminarnos para poderse justificar. Le viene muy bien arrinconar en los roles de género a las personas y que los roles hagan girar la rueda de la productividad, del consumismo, de la explotación del trabajo. Esa desigualdad se repite en todos los ámbitos, en la desigualdad por saberes, por edades, por identidades étnicas. Dinámicas que se construyen y alimentan para que la rueda de la rata gire. Solo tienes que nacer para inscribirte en la rueda de la rata de la desigualdad.
”Para mí, por ejemplo, cuando me encuentro con tantas dificultades para resolver lo cotidiano, o cuando se me desdibuja el futuro, regreso a desenredar la madeja. Me digo: nací mujer, con este problema en la boca (paladar hendido), soy lesbiana, soy pintora. Para encontrar algo de paz, me digo: ya haber sobrevivido independiente hasta el día de hoy, es mucho. He sobrevivido con todo en contra, ¡aquí estoy! así que no tengo porque entristecerme.”
Nota:
[1] Scott, Joan (1993) “La mujer trabajadora en el siglo XIX” Duby, Georges y Michelle Perrot, (1993). Historia de las mujeres en Occidente, 5 vols., Madrid: Taurus Minor/Santillana. Tomo 8: 99-130.
Fuente: Desinformémonos