Semillas del desastre, por S.M. el Príncipe de Gales







 
Semillas del desastre



Siempre he creído que la agricultura debe realizarse en armonía con la naturaleza, reconociendo que hay límites naturales a nuestras ambiciones. Es por esto que, hace unos doce años, decidí cultivar de manera biológica, sin pesticidas ni fertilizantes artificiales. Por propia experiencia tengo claro que la agricultura biológica es económicamente viable, que ofrece una amplia gama de beneficios ambientales y sociales y, lo más importante, que permite a los consumidores tomar decisiones sobre su alimentación.

Pero en una época en que los alimentos biológicos están en auge, el desarrollo de la agricultura intensiva está eliminando de hecho la posibilidad fundamental de elección sobre los alimentos que tomamos y planteando cuestiones cruciales sobre el futuro de nuestra alimentación y de nuestro medio ambiente, que todavía tienen que encontrar respuesta. Las cosechas modificadas genéticamente se presentan como un avance esencial que incrementará el rendimiento mediante técnicas que son meramente una extensión de métodos tradicionales de cultivo y selección de plantas. Me temo que no puedo aceptar este planteamiento.

La diferencia fundamental entre una planta cultivada de forma tradicional y una modificada genéticamente es que, en esta última, el material genético de una especie de planta, bacteria, virus, animal o pez es literalmente insertado en otra especie, con la cual nunca podría cruzarse de forma natural. El uso de estas técnicas hace surgir, me parece a mi, consideraciones cruciales de tipo ético y práctico.

Creo que esta clase de modificación genética lleva a la humanidad a campos que pertenecen a Dios, y sólo a Dios. Aparte de ciertas aplicaciones médicas altamente específicas y beneficiosas, ¿tenemos derecho a experimentar y a comerciar con los elementos básicos de la vida?. Vivimos en una era de derechos -me parece que es hora de que nuestro Creador tenga también algunos derechos.

Simplemente no conocemos las consecuencias a largo plazo de liberar plantas modificadas para la salud humana y el medio ambiente, en su sentido más amplio. Nos aseguran que estas nuevas planta son ensayadas y reglamentadas exhaustivamente, pero los procedimientos de evaluación parecen asumir que, si no se puede demostrar que un cultivo modificado genéticamente es inseguro, no hay razón para detener su uso. La lección de BSE y otros desastres provocados por el hombre en nombre de la «comida barata» es que son precisamente las consecuencias no previstas las que deben preocuparnos más.

Se nos dice que los cultivos modificados genéticamente precisarán un menor uso de productos agroquímicos. Aunque eso sea cierto, no es toda la historia. Lo que no se toma en cuenta es el impacto global ecológico y social sobre el sistema agrario. Por ejemplo, la mayoría de las plantas modificadas genéticamente comercializadas hasta ahora contienen genes de bacterias que las hacen resistentes a un pesticida de amplio espectro producido por el mismo fabricante. Cuando los cultivos son fumigados con este pesticida, perecen todas las otras plantas del campo. El resultado es un campo esencialmente estéril, que no es capaz de aportar ni alimento ni hábitat para la vida natural. Estos cultivos de plantas modificadas genéticamente son capaces de cruzarse con variedades silvestres emparentadas, dando lugar a nuevas semillas que incorporan resistencia al pesticida, y de contaminar otros cultivos. Se han encontrado genes modificados genéticamente procedentes de un campo de colza transgénica en un campo de colza convencional separados entre sí más de una milla. El resultado es que tanto los cultivos biológicos como los convencionales se hayan amenazados, y la amenaza es la misma para ambos.

También se están modificando plantas genéticamente para que desarrollen su propio pesticida. Se prevé que esto ocasionará la pronta aparición de insectos resistentes. Peor aún, ya se ha observado que tales plantas productoras de pesticida pueden matar tanto a los insectos beneficiosos como a los nocivos. Para dar sólo dos ejemplos, al insertar un gen de campanilla de invierno en la patata, ésta se hace resistente al pulgón, pero también acaba con las mariquitas que se alimentan del pulgón. Y los crisopos, un depredador natural de la mariposa del maíz, y alimento para los pájaros de las tierras de cultivo, han muerto cuando han comido insectos nocivos procedentes de campos de maíz modificado genéticamente.

A pesar de las grandes extensiones de tierra que probablemente se verán afectadas, no hay ninguna obligatoriedad oficial de hacer un seguimiento de los cultivos comerciales modificados genéticamente para conocer con exactitud lo que esté sucediendo. Pensemos en los desastres agrícolas del pasado que tuvieron su origen en la dependencia excesiva de una única variedad de cultivo, y sin embargo, ésto es lo que provocará la modificación genética. Es muy posible que dentro de 10 años prácticamente toda la producción mundial de cosechas básicas, como soja, maíz, trigo y arroz, sea de unas pocas variedades modificadas genéticamente, a menos que la presión del consumidor dicte otra cosa.

English Nature y otros organismos oficiales han hecho advertencias sobre las consecuencias potencialmente dañinas para el medioambiente de la introducción a gran escala de cultivos modificados genéticamente. Han pedido una moratoria en el uso de al menos uno de estos cultivos.

Una vez que el material genético se ha liberado al medioambiente no puede ser retirado. La probabilidad de tener problemas graves puede, como algunos sugieren, ser escasa, pero si algo realmente grave sucede, nos enfrentaremos al problema de eliminar una contaminación que se reproduce a sí misma. No creo que nadie tenga la menor idea de cómo llevarlo a cabo, ni de quién tendría que pagarlo.

También nos dicen que las técnicas de modificación genética ayudarán a «alimentar al mundo». Preocupación fundamental para todos nosotros. ¿Pero conseguirán las compañías que controlan estas técnicas lo que ellos consideran suficientes beneficios, vendiendo sus productos a los pueblos más pobres del mundo?. No creo que el problema básico sea siempre tan simple. Cuando el problema es la falta de comida, más que la falta de dinero para comprarla, puede haber medios mejores de alcanzar dichos fines. Por ejemplo, recientes investigaciones han demostrado que los rendimientos de algunos sistemas agrarios tradicionales pueden doblarse, e incluso triplicarse, mediante técnicas que conservan los recursos naturales a la vez que hacen un uso óptimo de las capacidades de trabajo y de gestión.

¿Necesitamos para algo las técnicas de modificación genética?. La tecnología ha traído ingentes beneficios a la humanidad, pero existe el peligro, especialmente en áreas tan sensibles como la alimentación, la salud y el futuro a largo plazo de nuestro medioambiente, de empeñar todo nuestro esfuerzo en conseguir lo que es técnicamente posible, sin parar a preguntarnos antes si es algo que debamos hacer. Creo que debemos parar e interrogarnos sobre esta cuestión, mediante un amplio debate público sobre los aspectos éticos que no pueden abordar sólamente la ciencia y la legislación. ¿No es mejor examinar primero lo que realmente queremos de la agricultura en términos de provisión de alimentos y seguridad alimentaria, empleo rural, protección del medioambiente y del paisaje, antes de considerar el papel que la modificación genética pueda, quizá, jugar en alcanzar estos objetivos?

Obviamente, todos tenemos que meditar sobre estos temas. Personalmente no tengo ningún deseo de comer nada producido mediante modificación genética, ni, conscientemente, ofrecer este tipo de producto a mi familia o invitados. Hay evidencia creciente de que una gran cantidad de gente opina lo mismo. Pero este punto de vista, que está siendo cada vez más amplio, no se podrá llevar a la práctica a menos que haya una separación efectiva de los productos modificados genéticamente, respaldada por un etiquetado completo en toda la cadena alimentaria.

Los argumentos de que ésto es imposible o irrelevante simplemente no son creíbles. Cuando los consumidores puedan elegir, contrastando información, sobre si toman o no productos con ingredientes modificados genéticamente, podrán enviar mensajes directos e inequívocos sobre sus preferencias. Tengo la esperanza de que los fabricantes, minoristas y reguladores se dispongan a asumir la responsabilidad de asegurar que esto pueda suceder.

 
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