Seguridad y soberanía alimentaria. ¿Derecho a reclamar o construcción a realizar?
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"En las zonas rurales, entre los pueblos tradicionales, campesinos y de agricultores familiares, la soberanía alimentaria es una práctica ancestral, y así es comprensible la relevancia de sus saberes y el empoderamiento de las mujeres que laboran allí sosteniendo esas tradiciones. Su movilización (valorando las articulaciones en defensa del cuidado de la salud), el modo de seleccionar y preparar los alimentos condicionados al medio ambiente, reafirma dimensiones inmateriales que se extienden a la defensa del agua, del territorio y de los cuerpos femeninos, en interés de la humanidad".
En su último informe mundial sobre seguridad alimentaria y nutricional, la ONU reconoció la insuficiencia de las medidas actuales para satisfacer el más básico de los derechos que sustentan la vida humana: el acceso a una alimentación adecuada.
En 2023, unos 735 millones de personas pasaron hambre. Estas tragedias ocultas, que hasta 2017 iban disminuyendo, ahora aumentan rápidamente. El deterioro se concentra en África, hay cierta estabilidad en Asia y se redujeron en América Latina, gracias a la recuperación observada en Brasil por las políticas adoptadas en los dos primeros años del gobierno de Lula, que sacaron a 24.4 millones de personas del mapa del hambre.
En 2024 se creó la Alianza Global Contra el Hambre y la Pobreza (AESSIN), apoyada hoy por más de 160 países y que pretende extender a otras regiones amenazadas por el hambre una adaptación de las acciones exitosas en Brasil, que involucran transferencias de ingresos, aumento de la oferta de empleos y aumento real del poder adquisitivo de los salarios, por lo que se incluyen entre las “soluciones vía mercado”.
Por su eficacia, Naciones Unidas y la AESSIN están proponiendo soluciones al hambre basadas en el mercado. Estas y otras organizaciones consideran que las principales causas del hambre son el cambio climático, los conflictos armados, las crisis económicas y las crisis sanitarias (como la Covid-19 y otras pandemias), además de la desviación de recursos necesarios para la adaptación/implementación de políticas incluyentes.
La ONU destaca que entre 2015 y 2019, un 40% de las ganancias multinacionales generadas en (y sustraídas de) cadenas de producción esenciales para las economías nacionales (y fundamentales para alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible) habrían sido transferidas a paraísos fiscales, alimentando círculos financieros especulativos.
Esta realidad se repite objetivamente en territorios donde, más allá de la orientación discursiva del gobierno y en detrimento de las necesidades del mercado interno, las decisiones de políticas estratégicas de desarrollo responden a los intereses del agronegocio internacionalizado.
En Brasil, entre 1994 y 2024, recursos públicos subsidiados hicieron que el área ocupada por la soja saltara de 11.5 a 45.73 millones de hectáreas, mientras que el cultivo de frijol, rubro esencial en la cultura alimentaria del país, se contrajo de 5.64 a 2.87 millones de hectáreas. La elección de la soja frente a otros alimentos de la canasta básica muestra lo equivocado de las interpretaciones que ocultan las razones más profundas del hambre. Inherentes al capitalismo y alimentadas por la insuficiencia de medidas cortoplacistas de “mercado”, esas opciones actualizan un sistema colonial de saqueo aplicado históricamente a regiones donde se concentran la pobreza y el hambre.
Según la FAO/ONU, construir seguridad alimentaria dependería de contabilidades nacionales que involucren flujos de bienes guiados por relaciones de precios, en mercados competitivos sujetos a los intereses de corporaciones transnacionales que controlan los precios y la distribución de insumos y productos.
Así, el hambre sería algo que podría corregirse mediante incentivos para adoptar mecanismos que incrementen la eficiencia productiva y comercial, que reduzcan desperdicios y optimicen el uso de los recursos naturales.
Pero ya sabemos que las manipulaciones del mercado explican la presencia de millones de personas hambrientas y otro tanto obesas, debido a una nutrición inadecuada, cuando la producción mundial de alimentos ya superaba lo necesario para alimentar adecuadamente a una población 20% mayor que la existente en el planeta.
No menos relevantes son el bloqueo a las medidas destinadas a contener la quema de combustibles fósiles, la privatización de los servicios públicos de acceso al agua, la minería, el uso de la tierra rural y urbana, y todos los mecanismos de tutela externa que fabrican los niveles de pobreza en las zonas de sacrificio que aumentan sin parar.
Hay muchos argumentos que demuestran existencia de una orientación doctrinal que aumenta las desigualdades, las injusticias y la degradación de conceptos inherentes a los derechos humanos y a la lucha contra el hambre y la desnutrición.
Aun reconociendo los avances importantes observados en Brasil, es insuficiente asumirlos como una guía para globalizar la esperanza, y se requieren nuevos enfoques y paradigmas. En este punto surge el concepto de soberanía alimentaria.
Propuesta por La Vía Campesina en 1996, la idea de soberanía alimentaria exige que los pueblos se organicen al punto de controlar los mecanismos de acceso a una alimentación adecuada, sana y de calidad, respetando las culturas alimentarias y desarrollando prácticas de base agroecológica, con cuidado de los ecosistemas y los bienes naturales comunes. Implica el control sobre las bases y cadenas de producción y considerar la historia, la cultura y las particularidades de los distintos territorios.
Así la garantía de acceso a los derechos humanos en general y a la alimentación en particular, adquieren una dimensión política donde la población exige su responsabilidad y participación directa, organizada regionalmente, en las decisiones relacionadas con la producción y distribución de alimentos. La soberanía, en este sentido, implica la autonomía de los pueblos, acceso a mecanismos de control de los procesos de producción y sus flujos. Implica comunicación social, educación popular y gestión comunitaria de semillas, agua, insumos y gestión territorial, entre otros bienes comunitarios que no pueden confundirse con mercancías ni ser apropiados.
Como es una orientación opuesta a los principios de mercado, la soberanía va más allá del concepto de seguridad alimentaria adoptado por la FAO/ONU y utilizado como justificación para difundir cultivos transgénicos, tecnologías, prácticas y conceptos aplicados a desmantelar las tradiciones campesinas, sus ferias, sus lógicas y canales de distribución.
En términos históricos, el principio de soberanía alimentaria se sustenta en iniciativas vinculadas a la campaña Semillas: Patrimonio de los Pueblos al Servicio de la Humanidad, que, con un fuerte rol de la Marcha Mundial de las Mujeres (MMM), estableció estrategias y vínculos entre organizaciones de mujeres del campo y urbanas, a través de circuitos de producción y distribución de alimentos.
En Brasil, en esa dirección y con amplio protagonismo femenino, en 2002 se creó la Articulación Nacional de Agroecología. En 2004 se creó la Asociación Brasileña de Agroecología y, en 2011, los movimientos campesinos lanzaron la Campaña Permanente Contra los Agrotóxicos y por la Vida. Estos y otros pasos similares, en distintos países, desembocaron en la construcción colectiva de conocimientos y en la difusión de prácticas productivas de base agroecológica para enfrentar al agronegocio en territorios dominados por corporaciones transnacionales. El intento es consolidar esta soberanía y fortalecer tecnologías y formas de trabajo, inherentes al modo de vida de las comunidades tradicionales.
Estos pasos pusieron de relieve la importancia de superar una alienación programada, construida por intereses de mercado y explicitada en la globalización de los procesos de producción y distribución de alimentos, con persecución, criminalización y, eventualmente, eliminación física de los dirigentes involucrados en el tema de la soberanía.
Porque la soberanía implica un cambio de paradigmas de producción y consumo, altera los hábitos y la cultura alimentaria dominante —pero no sólo en los centros urbanos desde donde conceptos afines a la soberanía popular y opuestos a la cultura dominante irradian hacia los territorios rurales.
En las zonas rurales, entre los pueblos tradicionales, campesinos y de agricultores familiares, la soberanía alimentaria es una práctica ancestral, y así es comprensible la relevancia de sus saberes y el empoderamiento de las mujeres que laboran allí sosteniendo esas tradiciones. Su movilización (valorando las articulaciones en defensa del cuidado de la salud), el modo de seleccionar y preparar los alimentos condicionados al medio ambiente, reafirma dimensiones inmateriales que se extienden a la defensa del agua, del territorio y de los cuerpos femeninos, en interés de la humanidad.
Éste es el concepto de soberanía. Abarca la emancipación de los territorios amenazados por la violencia que proviene del patriarcado y de los avances del sistema capitalista con matices observados en el fascismo genocida expresado en Gaza y que amenaza a Brasil.
La soberanía alimentaria también lucha por la reforma agraria y por desenmascarar las concepciones, los insumos (agrotóxicos) y productos (no alimentos) ultraprocesados, que a cambio de reducir el tiempo directo de trabajo, aumentan las enfermedades y la necesidad de remediación para las poblaciones afectados por exceso de contaminantes.
Es necesario apuntar a políticas de estímulo a la forma campesina de producción. A fortalecer las redes de “servicios ambientales ecosistémicos” dirigidos a recuperar la fertilidad de los suelos con la diversidad y sinergia de los policultivos. La construcción de soberanía también involucra huertos urbanos, cocinas colectivas y activismo local, articuladas internacionalmente. También hay que implementar redes de comunicación social, escuelas, mercados e industrias de procesamiento bajo control popular, y formular/difundir e intercambiar conocimientos y tecnologías coherentes con una perspectiva de autonomía en defensa del metabolismo vital del planeta.
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