Río Chubut: de vida desbordante a zona de sacrificio
La provincia patagónica fue noticia por el intento megaminero y la consiguiente reacción popular. A mediados del siglo XIX colonizadores y expedicionarios destacaron la vida que brotaba en torno a una zona que hoy pretenden sea extractivismo y latifundio.
Ninguno de los jinetes que llegaba desde el norte experimentó mayores emociones al divisar el río. En el diario de viaje que llevaba uno de ellos, las observaciones se detienen en los distintos grosores de la arena adyacente, no hay algarabía ni desazón alguna ante la cercanía del agua. Es más, el lamento que estampó George Claraz remite al hambre, antes que a la sed: “Se nos escaparon en varios lugares avestruces”. En la mañana del 12 de diciembre de 1866, cuando se aprestaban a retomar la marcha, los viajeros habían bebido té. Horas después, dieron con “el valle del Chubat” donde llamó la atención del suizo “un pico que parece estar formado por pizarra acerada, cuyas capas se elevan en forma muy empinada y casi vertical. Los indios llaman a este pico Yastetc. Según ellos, ese es el nombre de la bolsa que poseen los brujos, y dicen que van hasta allí en busca de la sustancia que usan para embrujar y matar a la gente”. Al menos, es lo que entendió el viajero, quien legó su experiencia escrita en alemán. Finalmente, el pequeño contingente se detuvo a la vista de las aguas y los sauces, en un lugar que consignó como Yanehapeto, que significaría “el paso, el vado” porque precisamente permitía el cruce. Rodolfo Casamiquela y otros etnólogos, supusieron que se trataba del actual Paso de Indios.
A fines de esa primavera, el Chubut presentaba “apenas media cuadra, y no es más ancho que el Saane junto a Friburgo”, comparó Claraz. Esa medida de longitud equivalía a poco menos de 130 metros, quiere decir que el brazo del río se limitaba a 65; pero alrededor, la vida bullía. Además de sauces, el observador se refirió en voces mapuches, tehuelches o castellanas, al árbol “kemel”, a una “ortiga grande”, al paico, lengua de vaca, apio cimarrón, cañas, gramíneas, quinoa, bálsamo y paja. “El río traía agua turbia y contenía pequeños caracoles, de los que junté tres; se desliza en meandros y tiene aquí y allá, pequeñas islas, como el río Negro. Los rincones son buenos y tienen mucho pasto. Pero el suelo bueno termina pronto”. Juzgó que “la planta más valiosa del río es una trepadora” de flores amarillas cuyas “raíces se parecen a la mandioca dulce” y que “tostadas en ceniza caliente tienen el mismo gusto que las papas dulces y casi el de las castañas”. Otro tanto sucedía si se hervían. “Los indios dicen que antes no existía, pero que un día sus antepasados la plantaron. Desde entonces se multiplicaron solas”.
¿Qué “indios”? El diario de Claraz es más bien escueto al introducir a sus compañeros de viaje, a quienes el autor había conchabado en Carmen de Patagones. Menciona a un Hernández, que era sobrino del jefe gününa küna Sinchel y mestizo. Respondía a ese nombre por ser hijo de un militar rosista y una mujer “tehuelche del norte”. Se expresaba en tres lenguas: aonekko ‘a’ien, mapuzungun y günün a yajüch (tehuelche, araucano y pampa, Claraz dixit). Contratado en primer término, pidió que fuera de la partida su suegro Manzana, a quien el suizo definió como pampa que también hablaba tehuelche.
Antes de las dos incorporaciones, ya trabajaba para él Vera, quien sería Rufino, de quien incluso hay dos fotografías posteriores. En sus leyendas, se le asigna identidad “awkache valdiviano”. El 15 de noviembre, “rezó su oración muy temprano. Ayer se enlazaron vacas para conseguir leche. Ante todo, se derrama un poco de leche como ofrenda para el dios”, interpretó el europeo. Un evidente pichi llellipun (pequeña rogativa) mapuche. También formaba parte del grupo Huinca o Curruhuinca, a quien el diario denomina así, indistintamente. De sus conversaciones con el empleador, se deduce que los mapuche eran profundos conocedores de la cordillera y tenían relaciones con la gente de Rewke Kura, por entonces longko principal en la cuenca del río Aluminé (Neuquén). En el presente, San Martín de los Andes se levanta sobre antiguos dominios de los Kurruwingka. Los Vera constituyen otra comunidad significativa.
De prosperar la zonificación minera que intentó imponer el gobierno de Chubut en diciembre de 2021, el tramo del río que recorrieron Curruhuinca, Vera, Hernández, Manzana y Claraz a fines de 1866 y comienzos de 1867, se vería afectado. En el esquema de las megamineras y las administraciones afines, la Comarca de la Meseta Central se extiende por el 75 por ciento de la Cuenca del Chubut, aproximadamente, unos 40 mil km2. Es el área donde se intentó dar luz verde a las corporaciones con la sesión de la Legislatura que mereció el levantamiento del pueblo chubutense, más expresiones de solidaridad en Río Negro. Para el diseño empresarial-estatal, los parajes que se dejaron cruzar por centenares de caravanas gününa küna y aonik enk o albergaron tolderías desde tiempos inmemoriales, conforman zonas de sacrificio.
En febrero de 1870, un contingente muchísimo más numeroso que se integraba por centenares de hombres y mujeres con sus respectivas tropillas de caballos, arribó al “brazo principal del Chubut”. Se trataba de una columna plurinacional, que conformaban familias aonik enk, gününa küna y mapuche. Inserto entre las primeras, iba otro europeo: George Musters. El inglés se maravilló un poco más que el suizo, al dar con el río: “Las orillas del lado meridional llamaban la atención porque estaban ribeteadas por una especie de hierba pampeana, mientras que en la parte norte se alzaban unos cuantos árboles, junto a los cuales se plantaron los toldos”.
El forastero estableció en “unas cuantas yardas” el ancho del Chubut y describió que era “fácilmente vadeable”, aunque en algunos pozones, los caballos debían nadar. “La vanguardia de los cazadores cruzó primero y algunos, o porque no conocían los vados o porque no querían servirse de ellos, se dieron un baño nadando junto a sus caballos”. Por entonces, los hombres de los tres pueblos consagraban buena parte de su día a la caza mientras la caravana avanzaba hacia el norte, en dirección a la ruka del gran Sayweke, donde iba a celebrarse un concurrido parlamento. La enfermedad de unas de las autoridades aonik enk obligó a que viajeros y viajeras permanecieran varios días en el lugar, al que Musters consignó como Chupatchush. El geógrafo Raúl Balmaceda lo ubicó al noreste de Leleque, es decir, en la Comarca de los Andes de la -por ahora- frustrada Zonificación Minera. Campos que son propiedad de la Compañía de Tierras del Sud Argentino, o sea, del Grupo Benetton. “El detalle más notable que podía observarse en las cacerías era la abundancia de armadillos, de los que cada cazador traía con frecuencia dos o tres. La pesca abundaba también en el río y los pescados eran término medio, de mayor tamaño de los que se habían sacado anteriormente”, celebró el británico.
El 18 de febrero se avistó humo, al norte de la toldería. Se trataba de un aviso. Por la tarde, “llegó un chasque trayendo consigo un par de botellas de aguardiente para Quintuhual, así como la noticia de que las cosas marchaban bien en el campamento de Foyel”. Kintuwal era el longko mapuche con cuya gente, los tehuelches del sur y del norte se habían encontrado donde hoy se erige el aeropuerto de Esquel. El remitente era una de las autoridades más destacadas entre los mapuche que residían cerca del Nahuel Huapi y el Limay. Ante las novedades, “el 21 reanudamos la marcha por una alta meseta quebrada por numerosos barrancos, que parecía haber sido barrida por una inundación”, describió Musters. Al anochecer, la caravana pernoctó en cercanías de Cushamen, otro nombre histórico de resonancias contemporáneas.
Días después, en algún punto sito entre los arroyos Chenqueniyen y Las Bayas (Río Negro), mientras disfrutaba de su hospitalidad, el marino dialogó con Foyel. El hijo de Paillakan se mostró partidario de mantener relaciones pacíficas con chilenos y argentinos, por cuestiones comerciales. Musters presumió de reproducir textualmente algunos de sus pareceres: “Dios nos ha dado estos llanos y colinas para vivir en ellas; nos ha dado el guanaco, para que con su piel formemos nuestros toldos, y para que con la del cachorro hagamos mantas con que vestirnos; también nos ha dado el avestruz y el armadillo para que nos alimentemos. Nuestro contacto con los cristianos en los últimos años nos ha aficionado a la yerba, el azúcar, a la galleta, a la harina y a otras regalías que antes no conocíamos, pero que nos han sido ya casi necesarias. Si hacemos la guerra a los españoles, no tendremos mercado para nuestras pieles, ponchos, plumas, etc.; de modo que en nuestro propio interés está mantener con ellos buenas relaciones, aparte de que aquí hay lugar de sobra para todos”.
Catorce años después, Foyel y su familia más toda su gente, caían prisioneras del Ejército Argentino en arroyo Genoa (Chubut). Conocieron el cautiverio y las humillaciones en el Museo de Ciencias Naturales de La Plata. Él pudo sobrevivir, pero varios de sus afectos no.
Algo más de 100 años después unos pocos cristianos poseerían no sólo aquellos “llanos y colinas”, sino una extensión de 900 mil hectáreas. ¿Cómo imaginar que el Proyecto Navidad de la Panamerican Silver y otros aspirarían a destruir aquellos dones que otorgara la generosidad de Futra Chaw (Padre Grande)? Latifundio y zonas de sacrificio donde por milenios, desbordó la vida. Antes, había “lugar de sobra para todos”.
Fuente: En estos días