Rebasar a los gobiernos oenegizados
Hace unos años, medio en broma medio en serio, recuerdo haber escrito que sentía lástima por el sistema político que supuestamente nos gobernaba. Me parecía triste observar a los pobres gobernantes que, como marionetas manejadas por el poder económico de multinacionales o fondos financieros, solo podían tomar las decisiones que estos les ordenaban. Pero en los últimos años el papel de los gobiernos está cambiando tan rápidamente que el sentimiento de lástima o decepción se ha transformado en un sentimiento de vergüenza y preocupación.
Como estamos viendo, por ejemplo en relación con la crisis energética y el precio de la electricidad, los verbos que ahora se conjugan en los boletines del Estado se reducen a “promover”, “recomendar”, “favorecer”, “solicitar”, “exhortar”… ¿A qué extremo se ha llegado con las políticas neoliberales capitalistas que han hecho que los gobernantes renuncien a su papel de gobernantes? ¿Es incapacidad para tomar decisiones? ¿Es temor? ¿A quién? Escuchando sus discursos en cumbres o conferencias pareciera que jerárquicamente se sitúan incluso por debajo de las organizaciones no gubernamentales.
Subleva observar, por ejemplo, a todos los gobiernos esgrimiendo recomendaciones a favor de la alimentación sostenible. ¿No es su papel tomar decisiones inmediatas para que la alimentación del país sea ecológica y de proximidad? Teniendo como tienen en sus manos la posibilidad de hacerlo, es muy contradictorio que mientras recomiendan estos hábitos, ellos, como responsables de la gestión de las compras públicas para abastecer de comida a las escuelas, los hospitales o los bancos de alimentos, sigan dejando este abastecimiento en manos de la agroindustria en lugar de favorecer la compra a proyectos locales, cooperativos, de los que mantienen además el mundo rural vivo.
Lamentablemente, vamos a ver cómo esta dinámica de los gobiernos capitalistas –una suerte de oenegización– se agravará aún más en estos momentos de carácter histórico por los que estamos transitando. Siguiendo con el ejemplo de la alimentación, seguro que en los despachos correspondientes a nadie se le escapa que la escalada de precios e, incluso, la escasez de algunos alimentos será un grave problema a corto plazo. De la misma manera que los astrólogos saben predecir el próximo eclipse, es sencillo analizar la conjunción de factores (crisis climática, pérdida de fertilidad de la tierra, agotamiento del petróleo y de los fertilizantes de síntesis, concentración empresarial…) que nos llevan a dicho escenario. Pero la reacción que observaremos, decía, no será un rápido giro en las políticas agrarias para reorientar la producción de nuestros campos a la alimentación local en lugar de mirar hacia la exportación allende los mares; la reacción no será garantizar una renta mínima a las y los agricultores para que se garantice una alimentación sana y suficiente a la población y se cuide el territorio; la reacción no será intervenir en los mercados con impuestos o aranceles para reequilibrar los poderes en la cadena alimentaria y redistribuir los recursos…
La reacción de los “gobiernos sin fronteras” será gastarse el dinero de las arcas públicas en magníficas campañas publicitarias para educar a la población a “alimentarse responsablemente”. Los más famosos cocineros, fichados para estas lides, nos enseñarán cómo cocinar pasteles con pieles de patatas, explicarán recetas para desayunar con las sobras de los supermercados y recomendarán el ayuno como una medida saludable para nuestros cuerpos. Y es que cuando las administraciones insisten en repetir eslóganes sobre cómo, con nuestro consumo, podemos cambiar el mundo, en realidad lo que hacen es evadir sus responsabilidades y cargar nuestras mochilas con enormes pedruscos que, de paso, nos inmovilizan.
Si este diagnóstico es certero, quizás es el momento para que los movimientos sociales dejemos atrás de la dinámica de “solicitar”, “exhortar” o incluso “exigir” a los gobiernos, e iniciemos ya, urgentemente, una completa desconexión para dirigir nuestras propias sinfonías. Si el Estado no es más que un estado de inmovilidad permanente, ¿a qué esperamos para organizarnos en comunidades de vida al margen de ellos?
Fuente: Palabre-ando