Producir semillas criollas para alimentar al mundo
La Soberanía Alimentaria se construye con propuestas concretas. Una de ellas es la experiencia del Movimiento de Pequeños Agricultores de Brasil que gestiona la mayor Planta de Producción de Semillas en manos de los campesinos de Latinoamérica. Desde la Cátedra Libre de Soberanía Alimentaria nos fuimos a conocerla. Aquí un poco más sobre esta experiencia.
El viaje
Salimos el domingo 20 de enero de la estación de ómnibus de Retiro rumbo a Santo Tomé, ciudad limítrofe de la provincia de Corrientes y desde allí tomamos un micro hacia Sao Borja, Estado de Río Grande Do Sul. Ya en suelo brasilero cambiamos algunos billetes a razón de 1 real por cada 5 pesos argentinos y emprendimos viaje rumbo norte, al Estado de Santa Catarina. Nos esperaban 11 horas más de travesía.
Santa Catarina es una zona lechera por excelencia, así que gran parte de la economía de los pequeños productores consiste en la cría de vacas. La producción agrícola para los campesinos es secundaria, principalmente maíz para alimentar el ganado. Sin embargo durante el trayecto nos encontramos con un paisaje inesperado -aunque tristemente conocido-: campos de soja sembrados hasta el borde mismo del camino nos acompañaron las cuatro horas de viaje a Santo Angelo y las otras siete a la ciudad de Sao Miguel do Oeste. “Un desierto verde donde no crece más vida que la soja” nos explicará días más tarde Rogelio en una de nuestras visitas a los alrededores.
Por fin llegamos a nuestro destino a las dos y media de la madrugada del martes 22. Allí nos recibió Anderson, quien nos va a acompañar durante toda nuestra estadía.
El Movimiento
Anderson y Rogelio son dos de los más de treinta técnicos que trabajan en el MPA, siglas que identifican al Movimiento do Pequeños Agricultores de Brasil. Se trata de un movimiento de carácter nacional y popular, de masas, autónomo y permanente, conformado por grupos de familias campesinas. El MPA se fundó en el año 1996 y agrupa actualmente a unas 700.000 familias en todo el territorio federal. Integra también junto a otras organizaciones campesinas de Brasil -como el MST y el movimiento de mujeres campesinas-, la organización Vía Campesina. El principal objetivo del Movimiento es producir alimentos saludables no solo para familia campesina, sino también para el trabajador brasileño, para garantizar la soberanía alimentaria del país al mismo tiempo que trata de recuperar la cultura y la identidad de los campesinos -sostiene Anderson. El lema estampado en remeras y folletos pregona “Por soberanía alimentaria y poder popular”.
Con esta mirada integral es que el MPA trabaja sobre cinco ejes fundamentales: (1) la producción de alimentos; (2) la soberanía alimentaria, hídrica, energética, y genética; (3) la calidad de vida de los campesinos; (4) la educación y formación; y (5) la comunidad campesina. Hoy en día, el MPA se organiza en 17 de los 27 Estados de Brasil y en cada uno de los lugares lleva adelante diferentes tipos de experiencias, de acuerdo a las problemáticas y posibilidades locales. En esta oportunidad, lo que nos convoca es lo que ellos denominan “la mayor planta de producción de semillas en manos de los campesinos”, gestionada por la cooperativa Oeste Bio, en Sao Miguel Do Oeste.
La Cooperativa
La cooperativa Oeste Bio se conformó hace seis años. Compuesta enteramente por campesinos, es una de las herramientas del movimiento para promover la Soberanía Alimentaria con el objetivo de producir de semillas campesinas “a escala”. Esto significa que los agricultores pasen de producir semillas criollas para autoconsumo a la producción en cantidad para abastecimiento también de otros campesinos. Las semillas se venden en más de un 90% al Estado Federal que compra para luego distribuir gratuitamente entre otros pequeños productores a través de programas públicos. Así se garantiza el acceso de este sector a semillas criollas locales a la vez se se evita que tengan que recurrir a las grandes empresas transnacionales como Monsanto, Syngenta y otras para abastecerse.
La cooperativa es quien gestiona -en la modalidad de concesión- la planta, técnicamente llamada Unidad de Beneficio de Semillas. El proyecto data del año 2007, pero la construcción comenzó a ponerse en marcha en 2009 y recién en 2011 entró en funcionamiento. Tanto el galpón como la maquinaria se obtuvieron mediante una inversión de 8 millones de reales aportados por el gobierno federal. La tierra que ocupan pertenece al MST. Alrededor de 70 personas trabajan en la cooperativa. La instalación incluye además de la planta en sí, las oficinas del movimiento, un comedor donde almuerzan los trabajadores y trabajadoras, una sala donde una maestra cuida a los hijos e hijas de los trabajadores en contraturno escolar y les ayuda con las tareas y una casa para alojar visitas y estudiantes de la Universidad que realizan pasantías en el Movimiento.
La planta seca, selecciona, almacena y vende semillas de feijao preto (porotos negros) principalmente pero también de otras variedades, milho (maíz), aveia (avena), trigo y soya (soja). Todas ellas criollas, es decir no transgénicas. Los productores son pequeños campesinos de la región de 5 a 25 / 50 has. Aunque consideran pequeño campesino a familias de hasta 75 has.
La Experiencia
La logística es compleja. Primero los productores firman un contrato con la cooperativa en el cual estos se comprometen con la producción de semillas y a la vez se aseguran la compra de su producción por parte de Oeste Bio. Se dejan consignadas allí las condiciones de entrega, la calidad esperada de la semilla, además el precio y la modalidad de pago. La Universidad Federal de Santa Catarina es quien realiza los test de transgenia para garantizar la pureza de la semilla. Como requisito se exige que el productor –o sus vecinos- no haya sembrado semilla transgénica en 400 metros a la redonda y que lo sembrado más allá no tenga la misma época de polinización de la semilla a vender. El precio es conveniente para los productores ya que la cooperativa paga el doble del precio del mercado, afirma Cella, otro compañero del Movimiento.
Se estima que la producción anual ronda las 3.000 toneladas al año. Esto es 150.000 bolsas de 20 kilos de semillas que apiladas todas juntas llenan el mismo galpón. Si tenemos en cuenta de el Estado de Santa Catarina cuenta con unas 730.000 hectáreas de tierras cultivables, las semilla producida solamente en esta planta de San Antonio sirve para sembrar algo menos de 1/6 de la tierra cultivable de todo el Estado.
Durante el proceso de producción la cooperativa ofrece asistencia técnica a los campesinos. Los técnicos recorren diariamente los alrededores de San Antonio, Guaraciaba, Anchieta, Dionisio Cerqueira y otros municipios del Santa Catarina. Esta asistencia también incluye el rescate de variedades perdidas y la investigación y experimentación de algunas nuevas en las mismas parcelas de los campesinos en un trabajo mano a mano entre productores y técnicos, de construcción de un conocimiento colectivo.
Cuando llega el tiempo de la cosecha un camión propiedad de la cooperativa va a buscar la semilla al campo de cada productor. El camión llega a la planta, se pesa en una enorme báscula, operación que se repetirá a la salida, con la semilla ya descargada. En ese momento se saca una muestra para medir la humedad de las semillas -el máximo permitido es de 14%- y el porcentaje de descarte -restos de pasto o semillas partidas o huecas-. En base a esos cálculos se saca la cantidad de semilla “buenas” que se va a obtener y que se va a pagar al productor.
Ya en el galpón se realiza la descarga del camión y si es necesario –si la humedad de la semilla supera el 14%- paso por un secadero. En la primera selección se separan las semillas de aquellos otros restos orgánicos –hojas, ramas, pasto- que se regalan a los campesinos de la zona para compostaje. En un segundo proceso de selección se separan las semillas grandes que servirán para sembrar y las más pequeñas o que están partidas que servirán para vender para alimentación y forraje. Una vez seleccionadas las semillas buenas se embalan en bolsas de 20 kilos y se almacenan allí mismo hasta que sean compradas.
Alrededor de 600 familias están involucradas actualmente en la producción de semillas y más de 1300 han pasado por la experiencia. Actualmente no todos los productores beneficiados son socios de la cooperativa. Pero en un futuro la idea es que sí lo sean. Aún así se sostiene el mismo precio a productores socios y a quienes no lo son para evitar que una familia decida asociarse a la cooperativa exclusivamente por cuestiones económicas.
Más allá de la producción campesina
Si bien la producción de alimentos es un pilar fundamental en la política del Movimiento, la mejora de la calidad de vida del campesino es fundamental. “Si el campesino no tiene una comunidad de referencia se muda a las ciudades con todo lo que ello implica” sentencia Anderson. Por eso el Movimiento lleva adelante -entre otras propuestas- un Plan de Mejoramiento Habitacional con fondos federales para la construcción de viviendas para las familias campesinas. El Plan “Mi casa, mi vida” subsidia en un 94% la construcción de la vivienda de la familia.
Algunas conclusiones
Podemos decir que el diagnostico sobre la situación de Latinoamérica, es compartido. El avance de la industrialización de la agricultura y del agronegocio va acorralando a muchos campesinos en una asimetría de fuerzas. El avance de la modificación de la ley de semillas, en varios países del sur del continente, en beneficio de grandes empresas semilleras transnacionales, está en la agenda de los movimientos campesinos, ya que entra en contradicción con las formas de producción y de vida de los campesinos.
Ante este panorama el MPA tiene claro que es fundamental el resguardo de la semilla y la biodiversidad en un país donde –según sus cálculos- el 70 % de la alimentación de sus habitantes está en manos campesinas. Según nos cuenta Anderson, el Movimiento calculo en 20 millones de reales anuales el perjuicio que les acarrean a las grandes semilleras como Monsanto y Syngenta.
Frente a un gobierno que evalúan “tiene una alianza con los agronegocios” consideran fundamental el rol del Estado (1) regulando los precios – que por ejemplo a la hora de la cosecha las grandes empresas no hagan que el precio de los alimentos caiga por debajo del costo de producción-; (2) regulando el destino de la producción -”que el maíz se quede acá en vez de irse a EEUU para convertise en etanol” propone Fabiano-; y ofreciendo políticas concreta a los campesinos como el programa “Mi Casa, mi Vida” o los subsidios a productores de semillas criollas.
Ciertamente la Unidad de Beneficio de Semillas de Sao Antonio Oeste demuestra claramente que es posible dar un paso más en la escala de producción agroecológica, avanzando hacia otro modelo alimentario que se sustente en la producción campesina. El nivel de organización, la cantidad de recursos económicos y humanos, el trabajo cotidiano entre los campesinos y los técnicos, que se desarrolla en este territorio, no deja de impresionarnos y de señalar caminos a seguir.Agradecemos Anderson, Cella, Fabiano, Rogelio- y a los compañeros del MPA por el recibimiento cálido y tanta sabiduría compartida.
Fuente: 8300