Privatizar la asistencia como estrategia de mercado
En la Conferencia de Alto Nivel de la FAO sobre Seguridad Alimentaria Mundial, las agencias de Naciones Unidas con sede en Roma anunciaron la creación de un acuerdo entre la Alianza por una Revolución Verde en África (conocida como AGRA por sus siglas en inglés), la FAO, el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA) y el Programa Mundial de Alimentos (PMA). AGRA es la iniciativa elefantiásica para el África subsahariana financiada por la Fundación Bill y Melinda Gates y la Fundación Rockefeller. Esta nueva asociación forjada en Roma es la respuesta incorrecta a la emergencia alimentaria. Las agencias multilaterales manotean en busca de una bala mágica que haga frente a la emergencia alimentaria. Los gobiernos no están pudiendo gobernar y entonces abdican de su responsabilidad con la agricultura y el desarrollo internacional para ponerlo en manos de los filantrocapitalistas y las agroempresas.
Según la FAO, el nuevo acuerdo conjunto trabajará “de cerca con otras partes interesadas en estas áreas, consideradas graneros, para mejorar con rapidez la producción de alimentos, la seguridad alimentaria y los ingresos rurales… Cada agencia brindará su experiencia singular con el fin de lograr una revolución verde ambiental y económicamente sustentable que finalice la crisis alimentaria perenne”.
El acuerdo forjado entre AGRA, FAO, IFAD y el PMA promoverá soluciones de mercado para la pobreza y el hambre que provocarán nuevas dependencias hacia las semillas patentadas y los agroquímicos que promueve la agricultura industrial. Jacques Diouf, director general de FAO, dice que se trata de que la nueva alianza “desate el potencial de África”. Estas dizque soluciones filantrópicas basadas en el mercado introducirán semillas de alta tecnología que vienen adosadas con leyes de propiedad intelectual, regulaciones semilleras de tipo corporativo, liberalización de comercio y otras prácticas afines a los intereses de las agroempresas.
Este proyecto minará los derechos de los campesinos y su capacidad de producir comida para sus propias comunidades.
El mismo día en que los “aliados filantrópicos” anunciaron su nuevo trato, Monsanto salió también con su boletín de prensa: una página más del mismo libro de juegos. Monsanto —la semillera más grande del mundo— responde a la crisis alimentaria con un oportunismo de relaciones públicas que busca empujar a los agricultores y a los renuentes consumidores a que acepten semillas genéticamente modificadas. En su oferta —que busca legitimar moralmente las controvertidas semillas gm—, Monsanto alega que mejorará la vida de los pequeños propietarios y los campesinos de escasos recursos “compartiendo su experiencia de modo que les brinde acceso a la moderna tecnología agrícola”. Monsanto presume de inmediato que se ha unido con la Fundación Gates y el cimmyt para desarrollar semillas tolerantes a las sequías. Unilateralmente, Monsanto y su socio agroquímico, BASF, “donarán” a los países africanos pobres genes tolerantes a la sequía. Bajo su disfraz filantrópico, el fin último es forzar la apertura de nuevos mercados para las semilleras multinacionales —antes que los campesinos africanos y los consumidores puedan tomar sus propias decisiones acerca de las semillas gm. No debemos olvidar que el negocio de Monsanto es vender semillas patentadas para la agricultura industrial —no la filantropía. Las semillas genéticamente modificadas por Monsanto no han resultado de utilidad para las necesidades de los campesinos. Las estadísticas de la industria muestran que 80% del área mundial dedicada a cultivos transgénicos está plantada con variedades tolerantes a herbicidas diseñadas para aguantar una verdadera tormenta de matayerbas químicos. Nada tienen que ver con aumentar rendimientos, acentuar lo nutritivo o resistir enfermedades. Monsanto y BASF cuenta ya con cientos de patentes y solicitudes de patentes para genes “adaptados” a los climas. Pero tales remedios tecnológicos patentados no brindan las estrategias de adaptación que los campesinos necesitan para lidiar con el cambio climático. Estas tecnologías privadas concentrarán todavía más el poder de las corporaciones, aumentarán los costos, inhibirán la investigación independiente y erosionarán aun más el derecho que tienen los agricultores de guardar e intercambiar sus propias semillas.
El 5 de junio, una nota de Diana B. Henriques en el New York Times informa de sucesos relacionados. Las compañías privadas se avorazan por las lucrativas oportunidades de inversión, no sólo en el mercado de exportaciones agrícolas: también es tierra de cultivo, fertilizantes, silos y equipo de embarque. “Food is Gold, so Billions Invested in Farming” explica que los operadores de fondos de resguardo y las firmas de inversión esperan lucrar con la actual crisis alimentaria. Por ejemplo, Emergent Asset Management, con sede en el Reino Unido, reúne entre 450 millones y 750 millones de dólares para invertirlos en tierras productivas e introducir mejor equipo. Un representante de Emergent le dijo al New York Time que el fondo escogió África porque “la tierra es muy muy barata, comparada con otras economías agrícolas… sus microclimas son fabulosos pues permiten un rango de diversos cultivos. Hay una mano de obra accesible. Y muy buena logística —caminos amplios, buen transporte por camiones y transporte marítimo”.
No deberían determinar la agenda de investigación agrícola unas cuantas corporaciones semilleras, biotecnológicas y agroquímicas que los gobiernos, que no pueden gobernar, invitaron. Las agencias de Naciones Unidas en alimentos y agricultura, los filantrocapitalistas y las corporaciones transnacionales inundan de dinero el África subsahariana para imponer masivos ajustes estructurales en la agricultura —sin hablar siquiera con los campesinos africanos y sus organizaciones. Los organismos intergubernamentales con sede en Roma (y los gobiernos que los “gobiernan”) fracasarán porque ignoran el principio más fundamental: los campesinos deben ser los principales arquitectos y actores en el fortalecimiento de la soberanía alimentaria en África.
Hope Shand es investigadora del Grupo ETC
Revista Biodiversidad, sustento y culturas N° 57