Plantas vs. Zombies
En un mundo en el que Trump niega el cambio climático y Bolsonaro amenaza con deforestar la Amazonía brasileña y acallar a los indígenas, los defensores de la tierra son hoy más que nunca los héroes y heroínas del siglo XXI.
Siempre he pensado en lo mucho que los autores se parecen a sus historias, como los dueños a sus perros. Incluso aunque en éstas aparentemente no hablen de sí mismos, como en este caso. En Guerras del interior (Debate, 2019), el premiado cronista peruano Joseph Zárate escribe sobre "los otros", aquellos personajes sobre los que un periodista urbano, occidental, sueña con escribir, pero sus motivaciones son otras. Zárate nos descubre las vidas de Edwin Chota, un electricista que un día muta en líder de una comunidad asháninka, y que es asesinado por enfrentarse a la tala ilegal de árboles en la Amazonía peruana. También la de una señora chiquitita llamada Máxima Acuña, quien pese al acoso y las amenazas no piensa moverse de su casa, de su chacra y de sus lagunas en la sierra del Perú, donde una poderosa multinacional quiere instalar un megaproyecto minero para extraer oro. Finalmente, la historia del niño Osman Cuñachí, que apareció bañado en petróleo en una foto que dio la vuelta al mundo denunciando la contaminación del río de su pueblo, Nazareth, en la selva peruana.
Joseph cuenta la historia de estos tres defensores del territorio ligados a tres elementos que sostienen la colonialidad, el progreso y la continuidad de la sociedad capitalista en el sur global: la madera, el oro y el petróleo. Los materiales de explotación cambiaron pero hoy el sistema que esclaviza a los indígenas se mantiene. Intereses millonarios rodean la extracción de estos recursos necesarios para nuestro día a día. Las cifras del libro noquean: la mitad de las comunidades de la selva peruana siguen sin ser dueñas de sus tierras. El 80% de la madera que exporta el Perú es ilegal, de árboles en peligro de extinción. Miles de nativos trabajan aún en condiciones de esclavitud. Cada semana son asesinados cuatro ambientalistas en el mundo. Esto no es idealismo, es lucha por la supervivencia.
¿Qué historia muda de sudor, sangre y explotación cuenta la bonita mesita de centro de tu salón, hecha de maravillosa madera? ¿Alguna vez has puesto la mano sobre el tronco de un árbol talado y te has sentido triste? ¿Es que la leña en el ojo no te deja ver el bosque, el río donde Osman pesca y se da chapuzones, la laguna de la que beben las ovejas de Máxima, la sombra bajo la que duerme el bebé de Chota? ¿Por qué en la casa de Máxima, que vive sobre una mina de oro, lo único de metal que hay es uno de sus dientes? ¿Por qué Cajamarca, donde tiene Máxima su casa es la región del Perú que más oro produce pero la que más pobres tiene en todo el país? ¿Puede la gente aceptar envenenarse a cambio de dinero? ¿Es casual que el niño del petróleo juegue un videojuego que se llama Plantas vs. Zombies?
Son solo algunas de las paradojas de estas guerras interiores, y algunas de las preguntas que se hace este libro. Las guerras del interior no son las guerras de los hombres en el poder sino las de los pueblos que no lo tienen. O que tienen otro tipo de poder. Máxima dice más de una vez en el libro que ella para qué quiere oro si no puede darle de comer a sus animales, si el agua de la lluvia no está limpia. "¿Has escuchado que las lagunas se venden? ¿O que los ríos se venden y el manantial se prohibe?", le pregunta la defensora al periodista. Su guerra es una guerra por recuperar la ternura. Esta es la lucha también entre los saberes ligados a la naturaleza y a la vida en comunidad, y la prepotencia ignorante y egoísta de los dueños del presente inmediato. En un mundo en el que Trump niega el cambio climático y Bolsonaro amenaza con deforestar la Amazonía brasileña y acallar a los indígenas y sus reclamos de consulta previa, los defensores de la tierra son hoy más que nunca los héroes y heroínas del siglo XXI, y aquí están retratados en todas sus contradicciones, en sus derrotas y conquistas.
Joseph Zárate ha logrado hacer lo que casi nadie hace en la crónica: lo que hay en Guerras del interior es un respetuoso sentido de la relación entre el fondo y la forma de una historia. Y que tiene que ver con su trabajo de hormiguita de la información, tan minuicioso y desesperado como el acto de recoger el petróleo del agua contaminada en unas botellitas para limpiar el río. Lo que vemos es el obsesivo esfuerzo de Joseph por ordenar un mundo en palabras que sea fiel al que él ha conocido, y que es urgente que conozcamos, como si Joseph también estuviera cartografiando un mapa y colocando allí hitos. Veo a Joseph en su misión de contar con generosidad, sin los aspavientos literarios y reporteriles del cronista estrella, la vida sencilla y a la vez épica de estas personas como otro mínimo que se vuelve máximo: si para enfrentar los ataques de los traficantes de madera, Edwin Chota se debe a la urgencia de poner su comunidad en el mapa –las comunidades nativas no aparecen en la cartografía oficial y lo que no está en el mapa no existe–, Joseph tiene la misma urgencia y responsabilidad por poner estas vidas a orbitar: para sumar a esas existencias que quieren ser borradas por los depredadores de vida hay que contar sus historias al mundo.
Por eso es tan importante que Joseph Zárate, un joven urbano, periodista, cronista premiado, nos diga en el epílogo que él no quiere dar voz a nadie, porque los defensores del territorio ya tienen su propia voz y llevan años luchando por hacerse escuchar. Él quiere darse voz a sí mismo. Hay un vínculo a veces secreto y a veces no tan secreto entre el cronista y los protagonistas de sus crónicas. Quizá basta con que compartan lo más importante. Y en Guerras del interior ocurre esa magia: las luchas de estos individuos se vuelven logros colectivos. Por eso no hay cabida para el paternalismo, para la idealización, para el mito, para la solidaridad distante. Quien escribe es Joseph Zárate, nieto de Lilí, mujer amazónica habitante de Vistoso, una de esas comunidades de la selva peruana borradas del mapa. La voz tenue del cronista Joseph grita en este libro junto a las de Chota, Acuña y Osman, y entonces la comunidad de Lilí reaparece como un espíritu de los bosques.
Fuente: El Diario