Pandemia de racismo: ¿podés respirar?
“I can’t breath”, no puedo respirar, llegó a decir George Floyd, afrodescendiente, antes de morir por asfixia bajo la rodilla del policía blanco Derek Chauvin el 25 de mayo pasado en Estados Unidos. Con el aire, la vida dejaba el cuerpo de Floyd frente a varias cámaras que registraban (impotentes?). Y explotó todo; “No Justice, No Peace”; sin justicia, no hay paz. Millones; hombres, mujeres; blancos, negras, latines; salieron a la calle con carteles improvisados a gritar, a romper todo, porque en ese clima de odio racial no se puede respirar. El policía asesino fue detenido recién 3 días después, cuando ya ardía Minnesota. Trump, como buen supremacista blanco, salió a redoblar la apuesta con la biblia en la mano, amenazando con mayor represión.
En el sur también sentimos que no se podía respirar, y ese sentir nuestro también marchaba por las calles yanquis con ellos y ellas; celebrando cada vidrio roto y patrullero en llamas. Admirando la claridad y fuerza con que esas mujeres negras le hablaban al país y al mundo. Hermanes.
“Indios sucios”
Ayer se difundieron con fuerza las imágenes de la brutal golpiza a una familia Qom de la localidad de la Fontana en Chaco. El sábado 30 de mayo la policía irrumpió como una patota de la dictadura en la casa, golpeó a la familia y se llevó detenidas a 4 personas menores, dos varones y dos mujeres; a ellos los molieron a golpes y de ellas abusaron. “Indios infectados. Ya les tiramos alcohol, ¿quién les prende fuego?”. Mientras la Ministra de Seguridad del Chaco, Gloria Salazar, declaró que “no se tolerarían esas situaciones”, los policías de la Comisaria 3ra, compañeros de los involucrados, recorrieron el barrio amenazando a los vecinos de que “tengan cuidado con lo que dicen”.
Entre enero y marzo de 2020 murieron 11 niñas y niños por hambre y sed. Cada día teníamos la noticia de una o uno más, nunca supimos sus nombres. Episodios del empobrecimiento estructural al que los condena la indiferencia de los Estados, y el avance del extractivismo en sus territorios ancestrales destruyendo las fuentes de alimentos y agua.
En plena cuarentena el negocio del desmonte sobre el Gran Chaco continuó avanzando y se destruyeron miles de hectáreas. En simultáneo, las comunidades wichí de Chaco profundizaban la organización de la Guardia Comunitaria Whasek para defender el territorio. Y hace pocos días atrás los golpes también llegaron allí. El 12 de mayo pasado fue detenido por la policía provincial Carlos José Peñaloza, un joven wichí de 24 años: “Me llevaron a Fuerte Esperanza, me maltratan. A la noche me sacaron toda la ropa. Me colgaron con esposas a cada mano. Toda la noche desnudo hasta el amanecer. El miércoles a la noche, otra vez lo mismo”. Recién fue liberado en la noche del viernes 15 de mayo, después que las comunidades cortaran la ruta 9 exigiendo su liberación. En el marco del mismo conflicto una joven wichí fue violada, el comisario se negó a tomar la denuncia y el médico del hospital informó que se trataba de “relaciones sexuales consentidas”. Hoy ambos fueron removidos.
El último episodio fue la intimación por “sedición” a las comunidades organizadas en la guardia, por el propio Gobernador Capitanich, y una negociación que relajó la situación cuando el Ejecutivo provincial se comprometiera a resolver una larga lista de demandas de las comunidades, y la Whasek se reconvirtiera en guardia ambiental.
“Negros cabeza”
El 15 de mayo un grupo de la policía tucumana de Monteagudo se disponía a “intervenir” ante una carrera de caballos que violaba la cuarentena. Llegaron de civil y a los tiros. Juan Antonio Espinoza es molido a golpes y cuando su hermano Luis Armando les pide que paren es asesinado a quemarropa. Su cuerpo desaparece una semana y, escándalo mediante, aparece cerca de la frontera con Catamarca. Las pericias determinaron que la bala asesina es policial. Hay 9 policías y 2 civiles imputados, entre ellos el subcomisario Rubén Montenegro, quién habría sido el ideólogo de la desaparición del cuerpo.
“El caso de Luis Espinoza es muy similar a lo que pasó con Maldonado” declara Norita Cortiñas.
Luis Armando Espinoza era trabajador rural, y tenía 31 años.
“Pibes Chorros”
El 24 de mayo Alex Campos y otros dos muchachos cazaban liebres con honderas en un campo de Cañuelas. El dueño del campo, el empresario Pablo Rodolfo Sánchez, los embiste con su camioneta 4×4 y le pasa por arriba matándolo.
Los muchachos comenzaron a gritar, implorando que lo llevara a un hospital. Sánchez se negó y dijo: “Voy a llamar a la Policía y que hagan lo que tengan que hacer”; llamó al 911 y dijo que había un robo en curso en su propiedad. Uno de los chicos llamó a sus familiares, que llegaron rápidamente mientras el estanciero se refugiaba en su camioneta. Mientras la tía de Alex golpeaba el vidrio, Sánchez dijo: “Eso le pasa por venir a robarme. Bien muerto está”.
Alex tenía 16 años.
¿Queda aire?
Estamos hablando de asesinatos y violencia explícita. Además está la otra, la que hace lo suyo a través de terceros como el coronavirus, sobre la base del abandono, la precariedad y la pobreza estructural; y que acaba de cobrarse la vida de Ramona Medina, Víctor ´Oso´ Giracoy y Agustín Navarro, referentes comunitarios de la villa 31 por ejemplo.
En Argentina ser indígena, ser un laburante precarizado como todo trabajador rural, ser un joven humilde que sale a cazar liebres, es muy riesgoso; y este peligro se dispara exponencialmente si a cualquiera de estas condiciones se le suma ser mujer, o travesti o trans. Esto es lo que no nos deja respirar.
La pandemia de racismo y violencia recrudece en el contexto de la crisis sanitaria ¿Qué vidas merecen ser vividas?
A diferencia del país del norte, aquí las declaraciones de las máximas autoridades no tiran nafta, sino que son componedoras, comprensivas, declaran que “esto no puede suceder”, exigen justicia y comprometen sus “máximos esfuerzos” en ello. Pero necesitamos más que declaraciones, necesitamos que esto se termine. La violencia y la muerte siguen porque sus raíces se hunden muy hondo en la historia de este país, y ahí no hay tuit piola que sirva. Como en tantas cosas necesitamos esfuerzos concretos; que la buena voluntad se haga carne aliviando heridas en un cuerpo social lacerado por la violencia que la matriz patriarcal, colonial y capitalista infringe a través de miles de tentáculos de carne y hueso.
Mientras seguiremos luchando y construyendo para dar vuelta esta historia. Porque necesitamos respirar.