Neocolonialismo verde, rebeldía negra en Brasil
"Brasil es el cuarto productor mundial de celulosa, después de Canadá, Estados Unidos y China. De acuerdo con el informe de 2014 de la Industria Brasileira Árbol Forestal, el área forestal cultivada en Brasil llegó a 7.6 millones de hectáreas en 2013. El eucalipto representa el 72% de este total con 5 millones 474 mil hectáreas".
Papel higiénico y toallas de primera calidad, productos suaves y blancos, son el destino principal de la celulosa brasileña extraída de los árboles de eucalipto. Un producto que abastece, principalmente, a países del primer mundo. Aunque esto ha generado impactos sociales y ambientales en tierras brasileñas, muchas comunidades jamás han tenido en sus manos un papel de ese tipo.
La región conocida como Sape do Norte, que incluye los municipios de São Mateus y Conceição da Barra, en el estado de Espírito Santo, Brasil, ha sido afectada fuertemente por las plantaciones de eucalipto. En São Mateus, las plantaciones ocupan el 70% del territorio. De Vitoria, capital de Espírito Santo, a São Mateus, casi 300 km de longitud son ocupados por árboles de eucalipto. En trechos accidentados aún se ven resquicios del bosque nativo y su biodiversidad, algunas hectáreas que se recorren en escasos minutos en automóvil.
Esta área es símbolo de la resistencia negra, tierra de quilombolas. Quilombo viene de la lengua kimbundu, una de las lenguas bantúes más habladas en Angola. Quilombo se llamó a los lugares donde vivieron los esclavos rebeldes o fugitivos, que llevaban una vida de libertad, apartados de las ciudades o en el campo. De ahí viene la palabra quilombola, usada para referirse al negro rebelde.
“El quilombo llegó de África en la época colonial, se negó a ser esclavizado y encarnó la resistencia negra. Ellos construyeron comunidades, a las que llamaron quilombos. Huyendo de la esclavitud, permanecían aislados en pequeñas comunidades de 20 a 30 familias. Sus descendientes permanecieron ahí”, dice Marcelo Calazans, de la Federación de Organizaciones para la Asistencia Social y Educacional (FASE).
La emancipación de los esclavos ocurrió en 1888 y no fue acompañada de medidas que permitiesen a las comunidades negras permanecer en las zonas rurales. Un siglo más tarde se dio el reconocimiento legal de estas comunidades con la Constitución de 1988, aunque no se garantizó efectivamente el territorio quilombo. Pero, con o sin reconocimiento, estas comunidades sobrevivieron en las zonas rurales, como lo prueba Sapé do Norte.
En la década de 1960, con la llegada de la industria de la celulosa extraída del eucalipto, los quilombolas y sus familias se vieron obligadas a abandonar sus tierras y algunos se trasladaron a las grandes ciudades, donde terminaron nutriendo las favelas. Se estima que antes de que llegara la neocolonización del eucalipto, había 15,000 familias quilombolas. Hoy se calcula que 1200 familias se reorganizan en 32 comunidades de Sapé do Norte. Sus descendientes están dispersos en comunidades «aisladas» por plantaciones de eucalipto, sufriendo todo tipo de presiones y efectos provocados por la industria de la celulosa.
“Hubo plantaciones de monocultivos en lugares inverosímiles, en nacimientos y zonas de recarga hídrica. Se eliminaron los bosques de la ribera, se cortó el curso del agua, las lagunas fueron rellenadas con tierra, se mató la biodiversidad del bosque atlántico con plaguicidas y herbicidas, eso hizo imposible la siembra agrícola, al menos que se usaran agroquímicos”, explica a Avispa Midia Simone Batista Ferreira, investigadora del Departamento de Geografía de la Universidad Federal de Espírito Santo.
Empresa líder mundial:
La empresa Aracruz Celulosa llegó a tierras de Espírito Santo en la década de los años 1960. Estuvo constituida en un primer momento por accionistas como Souza Cruz (subsidiaria de British American Tobacco), la familia Lorentzen –ligada a la realeza noruega-, y el Grupo Safra, con 28% de participación de capital cada uno; el Estado brasileño era socio con las acciones del Banco Nacional de Desarrollo Económico -BNDES-, que se redujo al 12%. En el año 2009 la empresa Aracruz Celulosa cambió de nombre y nace Fibria Celulosa, resultado de la incorporación de acciones de Aracruz Celulosa y Votorantim Celulose e Papel. Fibria es considerada en la actualidad líder mundial en la producción de celulosa de eucalipto. Es la única empresa del sector forestal del mundo que está en el Índice Dow Jones, cotizando en la Bolsa de Valores de Nova York.
Bosques sin vida:
Un bosque sin flores, sin olor, sin animales, ningún ave vuela por este lugar. Un bosque escéptico, color verde uniforme. Árboles raquíticos, troncos delgados y altos, parecen columnas cimbradas en la tierra. En Ecuador las plantaciones de eucaliptos son conocidas como el bosque silencioso, porque no hay pájaros. En Chile les llaman bosque militar porque, además del color verde del uniforme militar, los árboles están formados y ordenados de una forma rígida. En Brasil le llaman desiertos verdes, simplemente porque no hay vida en su entorno.
Brasil es el cuarto productor mundial de celulosa, después de Canadá, Estados Unidos y China. De acuerdo con el informe de 2014 de la Industria Brasileira Árbol Forestal, el área forestal cultivada en Brasil llegó a 7.6 millones de hectáreas en 2013. El eucalipto representa el 72% de este total con 5 millones 474 mil hectáreas. En 2013 se produjeron 15.1 millones de toneladas de celulosa y 10.4 millones toneladas de papel. El objetivo es alcanzar una producción de 22 millones de toneladas de celulosa en Brasil en el año 2020.
La celulosa de Brasil tiene como principal destino el mercado de Europa, que recibe 41% del volumen de las exportaciones, seguido por Asia y América del Norte, con 39% y 20%, respectivamente.
Demanda internacional:
De acuerdo con el economista Helder Gomes, miembro de la Red de Alerta contra el Desierto Verde, en los años 60 los mercados internacionales sufrían una presión por la demanda de pulpa y papel, por las dificultades de la ampliación en la producción de madera en los principales países productores de eucalipto.
En esa época, estudios de la FAO indicaban las dificultades para ampliar la producción en los países productores y la disponibilidad de tierras en los países centrales, el largo período de maduración y las presiones de los movimientos sociales contra el aumento de las emisiones contaminantes y contra la expansión de los monocultivos.
Esto obligó a que organismos internacionales, la propia FAO, comenzaran a subsidiar la expansión de los programas forestales en países como Brasil, donde había condiciones ecológicas favorables para el rápido crecimiento de los bosques, disponibilidad de tierra, abundancia de mano de obra barata y políticas gubernamentales que beneficiaban a esta industria.
Destrucción:
Aracruz Celulosa es responsable inmediata de la destrucción de 43,000 hectáreas de selva tropical en el municipio de Aracruz, municipio que además alberga tres de las mayores fábricas de celulosa de la misma empresa.
El Informe de Evaluación de Impacto Ambiental, hecho por el Instituto de Tecnología de la Universidad del Estado de Espírito Santo para los permisos de expansión de la producción, documenta que “a través del análisis de fotografías aéreas obtenidas en los inicios de la década de 1970, se encontró que al menos el 30% de la superficie de Aracruz estaba cubierto por bosque nativo, que fue sustituido por bosques homogéneos de árboles de eucalipto”.
Aracruz devastó el bosque y expulsó a las comunidades: “De 40 comunidades indígenas que había durante los primeros años de desarrollo de esta industria, solo quedaron 6”, afirmó a Avispa Midia el abogado Sebastiao Ribeiro Filho, de la Red de Alerta contra el Desierto Verde.
Blanqueamiento toxico:
La cadena de producción de la celulosa, además de impactar la vista con el paisaje homogéneo, también impacta el olfato. Caminando por Aracruz de pronto llega un olor ácido. “¡Es cloro!”, avisa Calazans, que explica: “para blanquear el papel se requieren millones de litros de químicos, entre ellos peróxido de hidrogeno y cloro, prohibidos en muchos países. No hay una regulación severa de su uso. Los desechos van directamente al mar”.
De acuerdo con Luiz Loureiro, ex funcionario de Aracruz, las plantaciones constantemente son atacadas por plagas que son contenidas con químicos como el glifosato o el mirex, plaguicida prohibido en todas sus formulaciones y usos, por ser dañino para la salud humana y el ambiente. “Los trabajadores mueren por envenenamiento y por accidentes y eso no se dice. No reciben orientación sobre el envenenamiento y muchas veces llevan sus ropas de trabajo a casa y son lavadas con las de sus hijos”.
Daniela Meirelles, integrante de Fase, quien da talleres a mujeres trabajadoras de la empresa de celulosa, afirma que la empresa promueve la igualdad de género dando oportunidades de trabajo a las mujeres. “Fibria, con la intención de integrar a las mujeres a la producción, promovió una política de genero para contratar mujeres quilombolas. El detalle es que el trabajo consiste en fumigar árboles, sin la protección e información necesaria sobre los químicos usados”.
Los empleos prometidos:
De acuerdo con Sebastião Pinheiro, profesor de la Universidad de Rio Grande do Sul, los desiertos verdes no generan empleos, por el contrario, destruyen las fuentes de sustento de miles de familias: “Los desiertos verdes no generan trabajo; para generar un empleo se necesitan 400 hectáreas de eucalipto. En la agricultura familiar o campesina se necesitan diez personas por hectárea. La Organización Mundial de Comercio (OMC), el Banco Mundial (BM) y los gobiernos que vienen promoviendo este cultivo, que beneficia a unas cuantas multinacionales, están provocando un genocidio económico destruyendo la agricultura tradicional y eso significa la destrucción de pueblos y comunidades enteras”.
Memoria de la destrucción:
“Tengo el recuerdo del bosque atlántico. Vivíamos de la agricultura en el campo, de la caza. También recuerdo cuando llegó la empresa. La devastación no fue de árbol en árbol, fue con grandes cadenas de unos 100 metros arrastrados por tractores, devastando todo lo que había a su paso. Cada eslabón de la cadena debía pesar unos 100 kilos. Había árboles con diámetros enormes que no resistieron las grandes cadenas. Vi muchas cosas monstruosas que la empresa hizo. Yo vi sin saber, sin conocer las consecuencias y ahora estamos pagando el precio”.
El Ministerio Público de la Federación en noviembre de 2014, como medida cautelar suspendió una de las líneas de financiamiento de Fibria, la del BNDES para la zona quilombola del norte de Espírito Santo.
Fibria está siendo acusada de fraude en la obtención de tierras para sus plantaciones. Según la demanda, a principios de 1970, antiguos funcionarios de la empresa se autonombraron como pequeños agricultores ante el gobierno del estado de Espirito Santo, con el fin de obtener títulos de dominio de terrenos «baldíos». Después, los empleados transfirieron estos títulos de propiedad, de terrenos ubicados entre Conceição da Barra y São Mateus, a Fibria. El período en que las áreas permanecían como patrimonio de los funcionarios no duraba ni una semana.
Quilombolas resisten al eucalipto:
¿Qué hizo mal este pueblo? ¿Lo que hizo este pueblo mal así?
Estas preguntas son parte de una canción cantada por los negros en la época de la esclavitud y que los quilombolas de la Barra da Conceição mantienen como una tradición en el ritual Ticumbi. En la canción preguntan a San Benito las causas de tantas pérdidas: de su territorio, los bosques, los campos, el agua.
Hoy la canción tiene otra dimensión en la voz de Souza, maestro Ticumbi. Una dimensión de resistencia. La cultura de sus antepasados sirve para resistir las nuevas formas de esclavitud, la neocolonización del eucalipto. “Somos comunidades aisladas por el eucalipto y estamos aquí resistiendo”, dice Souza, quien cuenta que su padre, entre 1960 y 1970 fue expulsado dos veces de sus tierras, de donde obtenía la subsistencia para su familia. “Las personas que reclamaban ser los propietarios de estas tierras aparecían y hacían presión para que saliéramos. En ese momento teníamos miedo y salíamos. Era más difícil de afrontar. Y fue así que estas tierras fueron transferidas a la empresa [Aracruz]”.
La resistencia ya no es suficiente, dice Vando Falcão Souza, hijo de Souza, es necesario avanzar: “No tenemos tiempo que perder. Nuestro camino a seguir contra el eucalipto es volver a la tierra que fue de nuestros antepasados y continuar plantando alimentos”, sostiene.
Angelim 1 es una recuperación de tierras hecha por familias quilombolas. Después del corte de los árboles realizado por la empresa, las familias regresaron a la tierra y comenzaron un proceso de recuperación del suelo. “Después de 40 años de plantar eucaliptos en el mismo lugar, un proceso de transición es necesario. La tierra está muy seca, llueve y el agua desaparece. Muchos decían que no íbamos a ser capaces de plantar nada, pero estamos viendo que con paciencia y mucho trabajo es posible. En unos cinco años podemos hacer que la tierra sea como era antes del eucalipto”, dice Falcão.
Ya comenzaron a florecer nuevas plantas, que llaman la transición al post-eucalipto. Generalmente empiezan con plantas como la sandía, yuca, calabaza y frijol. “El maíz y el café aun no crecen. Nosotros ya estamos cultivando varias especies de frijoles y estamos empezando a comercializar en los pequeños mercados de la comunidad. La intención es formar un tipo de cooperativa”, dice Falcão.
Saliendo de las Senzalas:
A pocos kilómetros de Angelim 1 existe otra recuperación de tierras, Linharinho. Allí, en el esfuerzo de transición se aplica la agroecología. “Después de limpiar la tierra del eucalipto la técnica es plantar árboles del bosque nativo traídos de otros lugares, y alrededor de estos árboles otros cultivos, como el frijol y la calabaza. Así vamos a reconstruir el bosque y la cosecha al mismo tiempo. El proceso es lento, llevará seis o siete años para que los animales silvestres vuelvan y se recuperen las aguas”, dice Antonio Rodrigues de Oliveira.
Rodrigues cuenta que llegó a estas tierras con pocos recursos, con el rostro en alto, sus manos y el coraje necesario. “No podemos esperar nada del gobierno, ni de la empresa, ni de nadie. Tenemos que tomar el azadón, entrar en la tierra, construir una choza, hacer un pozo… sacar agua, incluso empujando con un burro si es necesario. Morir de hambre nunca más... Vamos poco a poco porque no tenemos infraestructura, pero lo haremos”, sostiene y agrega que la situación es difícil y recuerda que la empresa llegó a plantar eucaliptos hasta en el cementerio donde estaban sus abuelos. “No dejaron casi nada, sólo algunos roedores que se adaptaron, cerdos salvajes y armadillos viviendo como vivimos, migrando y buscando lo necesario para subsistir”.
No duda en comparar la situación de su comunidad con la de sus antepasados. “Estamos haciendo lo que hicieron nuestros antepasados. Huyeron de los lugares de la esclavitud, conocidos como Sensala [donde los esclavos estaban presos en granjas] y crearon condiciones de vida en lugares aislados. Abrieron claros e hicieron producir la tierra. Aquí es un quilombo, lugar de la liberación”, sostiene Rodrigues, quien ha trabajado en varias fincas y experimentó la migración hacia las grandes ciudades.
Cultura de transición:
Dentro de la industria de la celulosa lo que marca la velocidad es la cantidad de troncos de eucalipto que entran todos los días. La maquinaria necesita fibra de celulosa homogénea para operar a la máxima potencia, para esto debe prevalecer la homogeneización: terreno plano, árboles largos, delgados y sin ramas. La tierra debe estar libre de impedimentos, la diversidad es un obstáculo.
João Guimarães, otro quilombola de Angelim 1, dice que es necesario construir un conocimiento que permita convertirse en una cultura de la transición post-eucalipto. “Ya no podemos vivir lamentando la desaparición del río y el manantial de agua que murió y los árboles que desaparecieron, los pájaros que se han ido. El bosque atlántico que se fue, lo tenemos que recuperar. Estos 40 años de plantaciones de eucalipto no se olvidan de la noche a la mañana, tenemos que trabajar duro, experimentar cómo vamos hacer esta recuperación, con ensayo y error, para construir una transición del conocimiento”.
Esta es la primera generación que está retomando las tierras para la producción de alimentos. Las tierras retomadas son parte de este proceso; están sirviendo para crear este conocimiento. “Vivimos cierta tensión debido a que estas tierras están en disputa y nos pueden desalojar en cualquier momento. Pero no tenemos opción. Nuestra forma de insurgencia es plantar alimentos con nuestras hoces y azadones. De forma lenta, pero recuperando la tierra y nuestra independencia”.
Lucha por la memoria:
Una de las controversias que está en juego es el recuerdo del bosque atlántico y su transmisión a las generaciones más jóvenes. “Tal vez en 100 años un quilombola mirará las plantaciones de eucalipto y dirá que es un bosque, porque no va a tener la referencia de lo que es un bosque nativo”, dice Calazans. “La empresa sabe que si rompe esta memoria ya no tendrá resistencias”.
Fuente: La Jornada del Campo