¿Necesita México a Monsanto?
"Poner en manos de transnacionales el alimento más importante del país, no sólo provocará una mayor dependencia alimentaria y económica; los maíces nativos se contaminarán (cerca de 60 tipos diferentes), seguramente muchos desaparecerán; el efecto en la cultura profunda del maíz será catastrófico."
Por Carlos H. Ávila Bello
22/08/2015
Desde 2013 y gracias a una demanda colectiva, estaban detenidos los permisos para que empresas como Monsanto sembraran maíz transgénico en México. Este 19 de este agosto, el juez duodécimo de distrito de materia civil del primer circuito, Francisco Peñaloza Heras, resolvió suspender esta prohibición. Aparentemente los argumentos presentados por diferentes científicos, a través de la Unión de Científicos Comprometidos con la Sociedad (UCCS), no fueron tomados en consideración por el mencionado magistrado. Poner en manos de transnacionales el alimento más importante del país, no sólo provocará una mayor dependencia alimentaria y económica; los maíces nativos se contaminarán (cerca de 60 tipos diferentes), seguramente muchos desaparecerán; el efecto en la cultura profunda del maíz será catastrófico.
Ya en octubre de 1999 comenté en este mismo diario (“Liberación de organismos transgénicos en el medio ambiente: ¿revolución o involución?”) que “los recursos genéticos de un país son importantes y estratégicos por tres razones: 1) para preservar la diversidad genética; 2) para detener la erosión genética (las razas de maíz que existen en México, junto con los teocintes, constituyen una fuente de variabilidad genética, útil en caso de que los maíces “mejorados”, con su alta uniformidad genética, sean atacados por plagas o enfermedades; su pérdida constituiría una erosión genética irrecuperable, y 3) para asegurar el futuro alimentario del país. Deben tomarse en cuenta también los derechos de las comunidades campesinas e indígenas sobre esos recursos, ya que llevan miles de años mejorándolos; no es fortuito que se encuentren en nuestro territorio parientes silvestres de cultivos como el maíz, el frijol, el jitomate y el aguacate, entre otros”.
Una pregunta fundamental en este momento es ¿necesita México a Monsanto y las transnacionales semilleras interesadas en el maíz? La respuesta es un rotundo NO. ¿Cuál sería una estrategia sensata para lograr elevar la producción y productividad del campo mexicano y con ello alcanzar la autosuficiencia alimentaria? Una respuesta es invertir suficiente en ciencia a través de las instituciones públicas del país (al menos el 2% del PIB). Ya se ha dicho que los países que han logrado un progreso más o menos equitativo para sus pueblos han invertido en educación, ciencia y tecnología. Sin embargo, en los últimos sexenios en México la inversión en ciencia ha fluctuado entre 0.3% a 0.4% del PIB. Esta situación ha sido muy bien capitalizada por empresas como Monsanto, por ejemplo han financiado proyectos relacionados con la experimentación de transgénicos o con la exploración para obtener las semillas del teocinte perenne, cuya información genética, calculó esa misma empresa, le podría redituar hasta 6.8 billones de dólares anuales. Se debe ser claro, el interés fundamental de Monsanto y las transnacionales que promueven la siembra de maíz transgénico en el país es de negocios, no humanitario.
Hasta hace pocos años Monsanto esperaba que los transgénicos representaran en México entre 75 y 80% de sus ventas. Esta empresa quiere recuperar la inversión de millones de dólares que ha realizado en el país desde hace más de una década, para lograrlo requiere que se permita la siembra comercial de maíz transgénico, esta planta reditúa mundialmente cada año casi 75 billones de dólares. El asunto de los maíces transgénicos en México involucra cuestiones éticas muy importantes, espero que el magistrado Peñaloza Heras las tome en consideración. ¿Es éticamente aceptable liberar al ambiente organismos cuyo funcionamiento no conocemos cabalmente? ¿Sería aceptable arriesgar la alimentación de las poblaciones humanas, especialmente las campesinas e indígenas, que dependen directamente del cultivo de las diferentes razas de maíz mexicanas? ¿Debemos continuar imponiendo la visión del mercado a poblaciones cuyo objetivo inicial es lograr la seguridad alimentaria de la familia y de sus comunidades? ¿Se debe permitir la pérdida de parte de la diversidad biológica que deben heredar las generaciones futuras? ¿Deben considerarse mercancías las plantas como el maíz, el frijol, la calabaza, el chayote, el aguacate o aquellas medicinales que, por generaciones, han domesticado los pueblos originales y campesinos?
Bajo la lógica capitalista la respuesta sería afirmativa, pero existe otra visión, aquella que por generaciones ha considerado a la tierra como Madre, aquella cuyos hombres y mujeres dicen “la planta que crece en mi parcela, es la misma que crece en la de otro compañero”, por ello, “no es suya, ni mía, es de todos”. Pertenece a un todo, cuyos hilos invisibles apenas empezamos a comprender, un todo que tiene su raíz en el fondo de la tierra, se extiende a través del tronco y la copa de un árbol sagrado como la ceiba, nace de las entrañas de la madre tierra en forma del maíz-hombre del Popol Vuh.
Hombres y mujeres cuyas profundas raíces y conocimientos han transformado una pequeña mazorca de dos hileras, hasta maíces de 12, 14, 16 hileras, de hasta 60 cm de largo, las razas de maíz que hoy conocemos y disfrutamos en diferentes formas y productos. Cada uno de los recursos naturales que se apropian las transnacionales antes ha sido observado, cuidado, transformado y vuelto a transformar, durante miles de años, por los pueblos originales, para beneficio no sólo de sus comunidades, sino de la humanidad; de esta manera se perfecciona el uso de los recursos, obtienen nuevas variedades, que se conservan, experimentan, adoptan, modifican o desechan de acuerdo con las necesidades sociales, culturales y características ambientales de cada lugar.
Los representantes de Monsanto argumentan que los rendimientos de maíz en México son muy bajos, cierto, en parte, sin embargo, los transgénicos de maíz no son la respuesta al aumento en producción y productividad, de acuerdo con datos del Departamento de Agricultura de Estados Unidos, entre 1995, año en el que se introdujeron los maíces transgénicos al campo estadounidense, y 2007, la producción de maíz no presentó cambios estadísticamente significativos. Parte de la solución es apoyar a los campesinos e indígenas mexicanos, que representan 92% de los productores de maíz cuya producción se orienta al autoconsumo en predios de entre 1 a 5 ha, con rendimientos de entre 1.3 a 1.8 ton-ha-1.
Hace algunos meses, durante la presentación del libro “El maíz mexicano ante la amenaza de los transgénicos”, un productor de Sinaloa comentó que él obtiene con semillas conservadas y mejoradas por él mismo, entre 10 a 12 ton ha-1 por lo que no necesita transgénicos de maíz. La respuesta no es la siembra de maíz transgénico, si lo es mantener la biodiversidad en los agroecosistemas. Así mismo, por ser un aspecto de seguridad alimentaria es importante que los procesos de distribución de semillas sean controlados por un Estado soberano y con visión clara de servicio hacia el país, no a las transnacionales. Se deben crear bancos de germoplasma para almacenar y documentar las características de las razas locales de maíz, obteniendo plantas mejoradas que satisfagan las necesidades locales, regionales y nacionales.
Otra respuesta a la pregunta que abre esta contribución es estimular el progreso de las comunidades indígenas y campesinas para lograr equidad y un país realmente independiente y justo. Se debe reorientar la política agropecuaria del país de tal manera que se otorguen créditos, sin paternalismos ni manipulación política, que permitan a los campesinos e indígenas capitalizarse para incorporar sus productos a los mercados locales, regionales o nacionales, con precios justos; deben establecerse redes de comercialización que permitan, sin intermediarios, el flujo de diferentes productos entre las regiones del país. Es necesario considerar a la alimentación y la conservación de los recursos naturales como aspectos de seguridad nacional, que deben ser decididos con base en las características sociales, ecológicas, económicas y diversidad cultural. El país tiene la capacidad para producir prácticamente todo lo que necesita.
Termino con dos preguntas no sólo dirigidas al Magistrado Francisco Peñaloza Heras, sino también a quienes se tomen la molestia de leer estas líneas. ¿Podremos las y los mexicanos de hoy dar un giro civilizatorio a las actuales circunstancias que nos han puesto en un camino casi sin salida? ¿Podremos cambiar los paradigmas actuales que dirigen no sólo el destino de la agricultura, sino de toda la sociedad? En 1854, cuando Franklin Pierce, presidente de Estados Unidos, ofreció al jefe Seattle comprar las tierras que tenían a cambio de confinarlos en una reserva, el líder piel roja finalizó su hermoso discurso, conocido hoy como “La carta apache”, con las siguientes palabras: “termina la vida, empieza la supervivencia”. Esas sabias palabras nos están alcanzando, ojalá las y los mexicanos tengamos la capacidad para cambiarlas.
- Carlos H. Ávila Bello es Profesor-Investigador de la Universidad Veracruzana. Miembro del Directorio Nacional de Expertos en Bioseguridad.
Fuente: ALAI