Mujeres en marcha. Boletín N° 152 del WRM
Haciendo honor una vez más al Día de la Mujer, marchan en todo Brasil miles de mujeres campesinas, trabajadoras, desempleadas. Marchan para expresarse contra la criminalización de los movimientos sociales, contra la violencia que recae sobre las mujeres, contra el agronegocio y los monocultivos de eucalipto y caña. Marchan también en defensa de la soberanía alimentaria y energética, y de la inversión pública en la agricultura campesina.
Pero no solo en Brasil. También en los cinco continentes la Marcha Mundial de las Mujeres invita a marchar “en la lucha contra la privatización de los recursos naturales y de los servicios públicos. Vamos a marchar por la soberanía alimentaria y energética, y contra la destrucción y el control de nuestros territorios y contra las falsas soluciones frente al cambio climático”.
En todo el mundo hay mujeres que toman conciencia, se organizan, reclaman, se empoderan.
De ellas y para ellas es este boletín.
NUESTRA OPINIÓN
Mujeres empoderadas: luchas sociales y conciencia de género
A nadie cabe duda que estamos inmersas e inmersos en un largo y en ocasiones resistido proceso de toma de conciencia de las relaciones sociales de género que, en términos generales, han colocado históricamente a la mujer en situación de desigualdad y subordinación.
La lucha de la mujer, una lucha libertaria desde su condición de sector excluido, es, en esencia, un reclamo social de cambio en las relaciones y estructuras sociales que, en la mayoría de las sociedades, a través de los sistemas políticos, legales, culturales, religiosos y familiares han restringido el rol de la mujer al ámbito privado y familiar. Es, en definitiva, un reclamo de justicia social.
En el mundo occidental es posible ubicar antiguas raíces en la figura de la francesa Olympe de Gouges, dramaturga y activista política, que en 1791 fue autora de la "Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana”, en clara contrapartida a los "Derechos del Hombre y el Ciudadano". El artículo 10 de su declaración establece que “la mujer tiene el derecho de subir al cadalso; debe tener también igualmente el de subir a la Tribuna”, significando con ello que si la mujer tiene el derecho a ser ejecutada, también debería tener el derecho a hablar.
En el siglo XX el tema de género adquiere mayor visibilidad en tanto es tomado por organismos y procesos internacionales, siendo instrumental la Plataforma de Acción de la IV Conferencia Mundial de las Mujeres de Beijing, en 1995, que aboga por la participación plena de la mujer en el ejercicio del poder en la esfera pública.
Desde entonces, progresivamente, documentos, conferencias y procesos internacionales han ido reconociendo formalmente el derecho de la mujer a participar de manera igualitaria con el hombre en los ámbitos de poder y toma de decisiones. Sin embargo, ese reconocimiento formal no se acompasa con los datos de las estadísticas, que revelan una subrepresentación de la mujer con respecto al hombre en los espacios decisorios.
En otros ámbitos, y especialmente en países del sur, las luchas sociales ante la imposición de modelos productivos que implican la destrucción de bienes comunales como el agua, la tierra, el territorio, la soberanía y hasta la propia cultura, han encontrado a las mujeres a la par de los hombres, y en ocasiones en la vanguardia. Esas mujeres que comienzan a librar batallas generalmente no para sí sino en función de los hijos, la familia, la comunidad, crecen en el camino, adquieren protagonismo, se empoderan y terminan transitando el cambio individual y la acción colectiva propia, que deviene en acción política pues intenta incidir en las decisiones públicas.
Son avances construidos sobre el dolor, el coraje y la esperanza de muchas vidas anónimas de mujeres como las del manglar de Ecuador en defensa de su soberanía alimentaria ante el avance destructivo de las granjas camaroneras; las campesinas del MST de Brasil defendiendo la producción campesina, desplazada por las plantaciones industriales de eucaliptos; las mujeres de Idheze, en Nigeria, que cerraron instalaciones petroleras de la empresa Nigeria Agip Oil Company, cansadas de que ni siquiera indemnizaran a la comunidad por la contaminación sufrida durante años; las mujeres del histórico Movimiento Chipko, en el Himalaya de la India, abrazadas a los árboles de sus bosques para defenderlos de los madereros. Mujeres que resisten el avance de los monocultivos de árboles, mujeres contra la minería, contra las represas, contra el petróleo. Contra la destrucción, porque luchan por la vida.
Y esas conciencias engendran otras conciencias, que son escalones para salir ya sea de la invisibilidad o de la opresión lisa y llana. La mujer ya no quiere ser mediatizada por el hombre. Un colectivo de mujeres Mapuche denuncia “La invisibilidad, negación y exclusión del Estado chileno hacia las mujeres mapuche, que no cuenta con programas que involucren la situación ni nuestro modo de vida”. Pero a su vez reacciona y acusa que eso “también se traslada a gran parte del mismo Movimiento Mapuche”. Habla de la “invisibilidad” de las mujeres mapuche a pesar de que han estado “a la par con los hombres, gestando el movimiento, luchando por la consecución de los derechos como integrantes de la sociedad y sobre todo como mujeres”. (1)
Las Mapuche son claras y enérgicas en sus reclamos: “La reivindicación por los derechos, la justicia, la equidad y el respeto que se exige empieza por casa. Se habla de reconstruir la ‘patria’ Mapuche y ¿quién dice que debe ser patria, que significa lo que es del pater/padre? El seno de nuestra existencia es la Mapu Ñuke, la madre tierra, nuestra MATRIA”.
Al igual que sus hermanas Mapuche, mujeres de todo el mundo incorporan sus reivindicaciones propias a las luchas colectivas y se pronuncian cada vez con mayor fuerza, haciéndose dueñas de su lugar en el mundo, de sus vidas.
Raquel Núñez
World Rainforest Movement
(1) “La matria mapuche”, http://www.mapuche-nation.org/espanol/html/articulos/art-77.htm
ECOLOGÍA Y GÉNERO: POR EL CAMINO DE LA EMANCIPACIÓN
Conexiones entre las corrientes ecologistas y de género
Las mujeres suelen tener un papel crucial en los conflictos ambientales referentes a las actividades petroleras, mineras y madereras, la cría de camarones y las plantaciones de árboles. Son mujeres valientes que no vacilan en desafiar el poder político, los tiranos locales y la violencia armada para proteger los recursos naturales de los que dependen ellas y sus familias. De este modo, protegen su cultura, su estilo de vida, sus sitios sagrados, sus medios de subsistencia y demás. Si bien se trata de un fenómeno muy generalizado, ha sido poco estudiado, y lo mismo sucede con respecto a la emancipación que dichas mujeres pueden lograr a través de su lucha. Este artículo pasa revista a las diversas corrientes ecologistas existentes y a su conexión con las de género, con el fin de exponer los diversos enfoques políticos del papel de la mujer en las luchas ambientales.
Las corrientes ecologistas pueden defender diferentes valores, que van de los más conservadores (por ejemplo, la conservación de parques nacionales a expensas del bienestar de poblaciones indígenas) a los más progresistas, en los cuales los problemas ecológicos y la equidad social están intrínsecamente ligados, como es el caso de las movilizaciones socioambientales referentes a las actividades extractivas (minería, explotación maderera o petrolera) o productivas (cría de camarones, plantaciones). Para comprender esas diferentes posiciones en el ámbito político, Martínez-Alier (2002) propuso organizarlas en tres corrientes ecologistas generales, como se verá a continuación. Por nuestra parte, veremos además cómo se articulan dichas corrientes con los temas de género.
En primer lugar, Martínez-Alier identifica el “culto a la naturaleza silvestre”, que promueve la conservación de una naturaleza intacta, libre de toda intervención humana, y suele estar basado en la biología conservacionista. Su contrapartida feminista sería el esencialismo, que no cuestiona los papeles atribuidos a cada sexo porque los hombres y las mujeres son psicológicamente diferentes debido a sus características biológicas. La emancipación de las mujeres o, mejor dicho, su realización, se logra por medio de la valorización de las tareas, características y valores tradicionalmente asociados a su sexo. En ambos casos, la idea es reservar espacio y/o cuerpos a las diversas actividades, de forma dualista y complementaria, por ejemplo a la industria y la conservación (sin cuestionar el crecimiento económico), o a las mujeres y los hombres (sin cuestionar las relaciones entre los sexos). Los especialistas “esencialistas” han aplicado el enfoque de la mítica “naturaleza intacta” a las relaciones de las mujeres con la naturaleza, con el argumento de que, por razones biológicas, las mujeres están más cerca de ella que los hombres. Esto provocó la aparición de una primera ramificación ecofeminista (Diamond y Orenstein, 1990; Plant, 1989), más tarde atacada por otros especialistas que defendían un ecofeminismo materialista (Mellor, 1997).
En segundo lugar, la corriente ecologista de la “eco-eficiencia” busca volver compatibles el crecimiento económico y la conservación del ambiente, por medio de cambios técnicos y de políticas económicas que “internalicen” las “externalidades negativas” del mercado. Hoy en día, ésta es la corriente dominante y su base académica suele estar en la economía ambiental. Aparece en nociones tales como “modernización ecológica”, “tecnologías limpias”, “contabilidad verde”. Está dominada por el optimismo tecnológico, y considera que el crecimiento económico es una forma de aumentar la “sostenibilidad”, como dice el Banco Mundial. Esta corriente tiende cada vez más a integrar la dimensión de género en sus análisis, pero de un modo similar al del enfoque del costo ambiental: como una variable que se debe internalizar. Su contrapartida en los estudios sobre género se manifiesta a través de cambios institucionales y políticos que permitan a las mujeres tener acceso a oportunidades y profesiones tradicionalmente masculinas, gracias a medidas de discriminación positiva. Las cuestiones de igualdad y empoderamiento de las mujeres son tratadas, en general, desde la perspectiva de que las mujeres se pondrán a la altura de los hombres gracias a su inserción en la economía de mercado (trabajo remunerado, acceso al crédito y a la propiedad, educación). Las normas a alcanzar suelen estar determinadas por el modelo masculino occidental, de acuerdo con la ideología dominante en materia de desarrollo, que requiere que las sociedades no occidentales se pongan a la altura de los países industrializados insertándose rápidamente en los mercados mundiales.
En tercer lugar, tenemos la corriente que Martínez-Alier llamó “ecologismo de los pobres”, también llamada movimiento de “justicia ambiental” o “ecología de la liberación” (Peet y Watts, 1996). Esta corriente va en contra de los impactos negativos del crecimiento económico y, de manera más general, de la distribución desigual de los beneficios económicos y los impactos socioambientales de la industrialización. Se manifiesta a través de los conflictos socioambientales contra la extracción industrial de recursos naturales (actividades petroleras, mineras y madereras) o la producción industrial de recursos biológicos (plantación de árboles, cría de camarones). Dichos conflictos denuncian y atacan el acceso a los recursos y servicios naturales, la contaminación y demás impactos ambientales que se derivan de la desigualdad en materia de propiedad, de poder y de ingresos. Los protagonistas de esos conflictos son, por un lado, el estado y/o las empresas privadas; por otro lado, las poblaciones empobrecidas, rurales o urbanas, constituidas por campesinos, indígenas o asalariados, que reclaman justicia social. Esta corriente suele pasar desapercibida, porque cuestiona el discurso dominante sobre la economía, pero también porque la categoría de “los pobres” es algo imprecisa. Dicha categoría comprende: 1) a las poblaciones urbanas desfavorecidas, más o menos integradas al sistema de mercado pero incapaces de obtener en él un nivel de vida apropiado; 2) los grupos indígenas no integrados al mercado y considerados “pobres” a pesar de que muchos no lo son, pues se adaptan a las riquezas naturales de su entorno sin menoscabarlas; 3) las poblaciones rurales empobrecidas por el sistema de mercado, que luchan por proteger los ecosistemas de los cuales dependen. Obviamente, no todos los pobres son ecologistas, pero en muchos conflictos ambientales están a favor de la conservación de los recursos naturales debido a sus propias necesidades de subsistencia o para proteger su salud. No todos hablan un lenguaje unificado; en general, no se trata del lenguaje de la ecología occidental ni del de la economía convencional: las poblaciones locales hablan más bien de la defensa de los derechos humanos, de los imperativos de subsistencia, de la necesidad de seguridad alimentaria, de la defensa de la identidad cultural y de los derechos territoriales, del respeto hacia lo sagrado. Sin embargo, adoptan cada vez más el lenguaje de los ambientalistas occidentales por razones estratégicas (comunicación, visibilidad, protección), porque encaja bien en sus reivindicaciones y porque existe una globalización de los problemas ambientales. Es interesante notar que los movimientos socio-ambientales que logran notoriedad internacional son los que han combinado una identidad cultural específica (en cuanto a derechos territoriales, medios de vida, espiritualidad) con elementos del ambientalismo occidental (conservación de ecosistemas, diversidad biológica). Tal es el caso, por ejemplo, del bien conocido movimiento de los Seringueiros de Brasil (asociado a la figura de Chico Mendes), del movimiento Chipko en la India, del Movimiento Cinturón Verde en Kenya (asociado a la figura de Wangari Maathai), pero también de muchos otros movimientos como Fundecol, de Ecuador, que lucha contra la cría de camarones, etc.
Guha (2000) resume así la diferencia entre el “culto a la naturaleza silvestre” y el “ecologismo de los pobres”: “Mientras que los ecologistas del Norte han prestado profunda atención a los derechos de las especies vegetales y animales maltratadas o en peligro de extinción, los ecologistas del Sur han estado en general más atentos a los derechos de los miembros menos afortunados de su propia especie”. El fundamento académico de esta corriente estaría en la antropología ecológica, la agroecología, la ecología política y, a veces, la economía ecológica.
La contrapartida feminista de esta corriente podría ser llamada “ecofeminismo de los pobres” o “ecología de la liberación feminista”. En muchos conflictos ambientales las mujeres tienen un papel clave, como en el caso de los movimientos antes mencionados. La división sexual del trabajo, del poder y del derecho de acceso a los recursos naturales, que implica responsabilidades, conocimientos y campos de acción específicos, hace que hombres y mujeres perciban de modo diferente la explotación industrial. Al movilizarse para preservar los ecosistemas, las poblaciones de mujeres empobrecidas actúan en nuevos ámbitos, emprenden nuevas actividades y cuestionan la identificación y las relaciones de género en el seno de su propia sociedad. Más aún, en algunos casos intentan conectarse con el sistema de mercado a través de sus propias redes de organizaciones. Esta emancipación avanza de abajo hacia arriba. Los sectores académicos que fundamentan estos movimientos y analizan cómo las relaciones entre los sexos se estructuran y son estructuradas por la gestión, las políticas y los cambios ambientales son el ambientalismo feminista (Agarwal, 1992), la ecología política feminista (Rocheleau et al., 1996), el ecofeminismo socialista o materialista (Mellor, 1997; Merchant, 1992), la economía política ecofeminista (Mellor, 2006) y la economía ecológica feminista (Perkins y Kuiper, 2005; Perkins, 2007; O’Hara, 2009). Mientras los dos primeros desarrollan un enfoque basado en estudios de caso, los dos siguientes se interesan más por la filosofía de la teoría económica. Por su parte, el último tiende a integrar ambos enfoques incorporándoles elementos de economía ecológica, tales como el tiempo, las economías locales, la evaluación y la sostenibilidad.
El papel de las mujeres en los conflictos ambientales suele no ser bien conocido. A veces las mujeres son las instigadoras, a veces dirigen y organizan la lucha, a veces interactúan con los hombres en los conflictos, a veces enfrentan a los hombres a través del conflicto y a veces son los hombres quienes lideran la lucha mientras que las mujeres son el eje del movimiento. Agarval (2001) propuso la siguiente tabla para analizar los diferentes roles que pueden cumplir las mujeres:
Tabla 1. Tipología de participación
Forma o nivel de participación
Rasgos característicos
Participación nominal
Es miembro del grupo.
Participación pasiva
Se le informa de las decisiones ex post facto, o asiste a las reuniones y escucha durante la toma de decisiones, sin dar su opinión.
Participación consultiva
Se le pide opinión sobre temas específicos, sin garantía de que esto influya en las decisiones.
Participación activa específica
Se le pide que emprenda tareas específicas (o se ofrece voluntariamente para realizarlas).
Participación activa
Expresa opiniones, solicitadas o no, o toma iniciativas de otro tipo.
Participación interactiva (emancipadora)
Tiene voz e influencia en las decisiones del grupo.
El papel de las mujeres en los conflictos ambientales tiene el potencial de corregir el desequilibrio de costos y beneficios del “desarrollo” de origen corporativo, así como para poner en jaque la supremacía masculina a nivel local. Cuando las mujeres toman parte en la lucha, ya sea dirigiéndola, organizándola o participando activamente en las decisiones, suelen redefinir su posición social dentro de su propia cultura y desafiar al mismo tiempo la economía global.
Sandra Veuthey, correo electrónico: moc.liamtoh@yehtuev_ardnas
Bibliografía
Agarwal, B., 1992. "The gender and environment debate: lessons from India". Feminist Studies 18: 119–158.
Agarwal, B. 2001. "Participation Exclusion, Community Forestry, and Gender: An Analysis for South Asia and a Conceptual Framework". World Development 29(10): 1623-1648.
Diamond, I., Orenstein, G.F. (Eds.), 1990. Reweaving the World. Sierra Club Books, San Francisco.
Guha, R., 2000. Environmentalism: A Global History. Longman, Nueva York.
Martínez-Alier, J., 2002. The Environmentalism of the Poor: A Study of Ecological Conflicts and Valuation. Edward Elgar, Cheltenham.
Mellor, M., 1997. Feminism and Ecology. University Press, Nueva York.
Mellor, M., 2006. "Ecofeminist political economy". International Journal of Green Economy 1: 139–150.
O'Hara, S., 2009. Feminist ecological economics: theory and practice. In: Salleh, A. (Ed.), Eco-Sufficiency and Global Justice. Pluto Press, Nueva York, pp. 152–175.
Peet, R., Watts, M., 1996. Liberation Ecologies. Routledge, London.
Perkins, E., Kuiper, E., 2005. "Exploration: feminist ecological economics". Feminist Economics 11: 107–150.
Perkins, E., 2007. "Feminist ecological economics and sustainability". Journal of Bioeconomy 9: 227–244.
Plant, J., 1989. Healing the Wounds: The Promise of Ecofeminism. Green Print, Londres.
Rocheleau, D., Thomas-Slayter, B., Wangari, E., 1996. Feminist Political Ecology: Global Issues and Local Experiences. Routledge, Nueva York
MUJERES HACIENDO CAMINO AL ANDAR
La soberanía alimentaria en las manos de las mujeres del ecosistema manglar
Esta historia está cultivada con los pensamientos, las experiencias, los sueños, las palabras y las manos de mujeres recolectoras de concha de la provincia de Esmeraldas, ubicada al norte de Ecuador.
Las condiciones de vida allí son difíciles: el acceso a las comunidades generalmente es duro; existen escuelas en algunos lados, pero muchas veces los profesores y profesoras se desaniman y se van. Para que los muchachos y muchachas estudien, los padres y madres tienen que hacer esfuerzos grandes y mandarlos fuera. El agua no es buena para consumirla y los alimentos escasean cada vez más.
Con la llegada de las piscinas camaroneras se fueron los manglares, las fincas también se fueron. Ni los muertos respetaron, pues invadieron hasta los cementerios. La gente se va buscando mejorar su vida, pero regresa siempre porque lo que aprendieron es a recolectar, a pescar y a sembrar alimentos.
Iniciamos esta reflexión con muchísima felicidad. Hace tiempo que estamos luchando por la defensa del ecosistema manglar, venimos conversando sobre cómo perdemos la comida, el trabajo, las tierras. Hasta la dignidad quieren quitarnos. Estamos atrapadas entre la destrucción de los bosques primarios y las piscinas camaroneras, y ahora también entre las plantaciones de eucalipto y de palma africana, que avanzan amenazándonos con desaparecernos.
Nos sentamos a conversar entre aproximadamente noventa mujeres que todos los días comparten la jornada de recolección de concha entre las raíces de los manglares. Juntas abrimos otra puerta más para avanzar en este camino. Rosa, Jacinta, Delfida, Uberlisa, Fátima, Gladys, Digna, Reverside, Anita, Nelly, Albita, Lucety, Ismelda, Nancy, Danny, Daila, Mercedes, María, Andrea, Estefanía, Santa, Lourdes, Marianeli, Flora, Herlinda, Tasiana, Rita, Ramona, Marieta, Carmen, Pastora, Ninfa, son mujeres con las que llevamos casi veinte años de lucha por la defensa del ecosistema manglar, desde la década de los 80, cuando las piscinas de cría y cultivo de camarón empezaron a invadir los manglares. Tenemos años luchando, “pero no estamos cansadas”.
Al calor de un plato de comida tradicional, al cobijo de la inteligencia y la alegría picaresca de las mujeres esmeraldeñas recolectoras de concha, labramos esta historia para compartirla con otras mujeres, con otras luchas, con otras esperanzas … y en esta fiesta metieron cuchara también Don Garci, Goyo, Cocoa, Edgar, Pirre, La Mona, Fifo, Maximo y Alfredo.
“Como una pesadilla de la que hay que despertar”
“Un día nos despertamos y era como un mal sueño, como una pesadilla. Unos con máquinas, otros con machetes, todos destruyendo los bosques de mangle; luego el fuego terminaba de acabar con toditito. Grandes letreros se colocaban. ‘Propiedad privada. No pase’ y unas calaveras aparecían, también, pintadas en los letreros”. Luego ya guardias armados y con perros impedían el paso a las mujeres recolectoras de concha hacia los pocos espacios de manglar que sobrevivían. Los guardias las insultaban, las perseguían con perros y amenazaban de muerte.
Así empezó la historia de destrucción en el cantón Muisne, al sur de la provincia de Esmeraldas. Esto era a finales de los años 80. Para entonces la acuacultura industrial del camarón ya venía destruyendo el ecosistema manglar y las fincas campesinas desde la provincia de El Oro.
Al principio la población creyó en las ofertas de los empresarios: “Venían como en época de campaña política, prometían hasta el cielo. En los primeros años parecía que se venía la bonanza. Todas y todos salíamos a recolectar larvas de camarón y a pescar las camaronas ovadas para entregarlas a la industria. Pero pronto se acabó todo y aquí estamos, cruzadas de brazos sin tener nada”. La gente de las comunidades nunca se imaginó que en pocos años su vida estaría tan afectada.
“Con la recolección de la concha, mi madre parió y crió diez hijas. Todas estudiamos hasta el colegio y nunca faltó en la casa. No con lujos, pero había de todo a la hora de comer: diversos tipos de cangrejo como el guariche, el tasquero, la mapara; también animal de monte, gallina de campo, y concha, almeja, mejillón, pescado. El plátano antes abundaba más. En esos años había porque todos tenían sus pequeñas finquitas. Se cultivaba en los patios de las casas, también, y en las eras había todo lo que es hierbitas: la chillangua, orégano grande, orégano chiquito, chirarán, cebollita, menta e palo. Se comía la pepa e pan, la chonta, la chontilla…de todo abundaba. Ahora una familia conchera vive bien pobremente, las camaroneras ocupan los manglares y ocupan las tierras que eran de nuestro abuelos. Muchas fincas se perdieron.”
Las mujeres recolectoras de concha del cantón Muisne cuentan que la parroquia Bolívar, en el sur del cantón, antes era más amplia, tenía árboles de mango, de aguacate, de naranja, de guayaba, de limón, de mandarina, tenía palmeras de coco. En cada patio de las casas estaban las “chacras”; allí se encontraba maíz, habichuelas, frijoles, yuca, camote, zagú, tomate, ají dulce, ají picante, camote yema de huevo, camote morado y papa camote. Cuentan la mujeres que apenas se bajaba al patio ya tenía a la mano todo el aliño: cebolla blanca, cebolla ajo, cebolla totora. Había también plantas aromáticas: alivia dolor, poleo, saragoza, limoncillo, menta. El mismo paisaje describen las mujeres de Bunche y de Daule.
Sabemos cómo se va deteriorando la vida de los compañeros pescadores, de los cangrejeros, de los carboneros, porque todos somos uno mismo: nosotras, los compañeros, los manglares. Los cuentos, las leyendas, los bailes, los cantos ya casi no están.
Antiguamente existían grandes bailaderos, en grandes salones. Al son de la guitarra el pueblo festejaba sus fiestas. En esta parte era muy sonada la guitarra. El pueblo negro llegó al cantón Muisne con sus tambores, con sus arrullos y alabados por los años 40, y se fusionaron con las costumbres y la cultura del pueblo manabita (pobladores de la provincia de Manabí). Todos y todas van al manglar y en él han hecho su vida.
“Pero lo que yo siempre digo es que lo más importante es nuestra lucha política. Esa no tiene que desmayar nunca, más bien tiene que crecer. Lo más importante es recuperar nuestra empresa natural, nuestro ecosistema manglar. Allí nadie nos pide documentos, nadie nos pone límite de edad, nos recibe con humildad. Todo lo demás es complementario. No permitiremos que se legalice a la industria camaronera, porque si el gobierno le entrega las tierras, ahí sí se harán más soberbios y nos querrán humillar”. Así se expresa Andrea, 24 años, madre de tres hijos varones y con toda la fuerza de la mujer conchera de la provincia de Esmeraldas.
Dicen las mujeres recolectoras de concha del cantón Muisne que a pesar de que el dolor de ver la destrucción del ecosistema manglar era profundo y aunque la impotencia se apoderaba de ellas, pues la rapidez con que se destruía el ecosistema las rebasaba, su pensamiento las desafiaba a encontrar algún camino. Afortunadamente estaban juntas; existían organizaciones comunitarias, pues para entonces el cantón Muisne aprendía de la historia de la Organización Campesina de Muisne Esmeraldas (OCAME), una fuerte organización inspirada desde la iglesia de los pobres.
Hoy la propuesta es recuperar el ecosistema manglar y junto con él recuperar todo lo que se ha perdido, porque hasta la cultura van quitando. Cuando se reforesta el manglar, ya junto viene la concha, ya aparecen los tasqueros, los churos, las chorgas, los cangrejos. También viene el trabajo en comunidad, porque solas no se puede, y siempre nuestras comunidades se han caracterizado por la solidaridad, la reciprocidad. Las familias sobreviven porque entre todos se sostienen: abuelos y abuelas, hijos e hijas, nietos y nietas, tíos y tías, papá y mamá y “el que esté de paso”, todos y todas aportan, no solo con dinero sino con el trabajo, con la compañía, con el buen consejo. Y eso hay que mantenerlo.
Lo que está todavía “bajito” es el trabajo con la producción de las fincas y en las eras, aunque se ha empezado. Pero hay que ponerle fuerza porque es como un cuerpo incompleto, como si faltaran las manos o tal vez el corazón. Se están haciendo ferias de los productos del manglar y de las fincas; las llamamos Ferias de Soberanía Alimentaria. De lo que se trata es de comercializar lo que se produce, que es propio de nuestra tierra, que no tiene productos químicos. También se están sacando productos del manglar, pero con el mensaje de que la concha debe ser grande, la de 4,5 cm. que ya está buena para vender; la pequeñita tiene que devolverse al manglar a terminar de crecer. También con el cangrejo queremos hacer lo mismo, comercializar cangrejo grande, cuidar la cangreja “huevona”, cuidar las madres, que son las reproductoras.
“Es que nosotras consideramos al ecosistema manglar como nuestra madre, y así lo hemos aprendido todos. Allí está la vida, el ecosistema manglar es una maternidad, es una industria natural que Dios nos ha heredado, para que no seamos pobres.”
Largas jornadas de reflexión, felices encuentros entre comunidades, reforestación de bosque de mangle, van construyendo un proceso político de resistencia, de disputa de territorio que es finalmente una disputa de poder.
Por el colectivo de mujeres de la Reserva Ecológico Cayapas Mataje, al norte de la provincia de Esmeraldas, y el Refugio de Vida Silvestre del Estuario de Manglares Muisne Cojimies, al sur de la provincia de Esmeradas. Enviado por Marianeli Torres, CCONDEM, Ecuador, correo electrónico: ce.gro.mednocc@ilenairam
Nigeria: mujeres que sufren la maldición del petróleo
La riqueza petrolera natural del Delta del Níger se ha transformado en una dolorosa maldición.
Las comunidades deben lidiar constantemente con las consecuencias de los derrames de petróleo, la quema de gas y otras amenazas que surgen de las actividades de exploración no controladas de las empresas petroleras internacionales. Muchas mujeres de estas comunidades de subsistencia cargan con la agobiante tarea de cuidar de sus familias protegiéndolas de la contaminación más aguda. Los casos de cáncer, infertilidad, leucemia, bronquitis, asma, muerte al nacer, bebés con deformaciones y otros problemas relacionados con la contaminación tienen una inusitada frecuencia en esta región. Desde Ikarama hasta Akaraolu e Imiringi, hay mujeres heridas y agonizantes.
Como dijo una granjera, Marthy Berebo, “Si me desnudara ante usted, vería el daño que esta contaminación le ha causado a mi cuerpo. Sufro de horribles dolores en todo mi cuerpo.”
Ikarama, una comunidad predominantemente pesquera y agrícola con una población de 10.000 personas, también figura entre las comunidades más contaminadas del Delta del Níger. Ubicada a lo largo del arroyo Taylor, Ikarama es la sede de Nigeria Agip Oil Company (NAOC) y de Shell Petroleum Development Company (SPCD). Las tuberías de Shell que unen los estados de Delta, Bayelsa y Rivers pasan todas a través de Ikarama. Okordia Manifold, empresa perteneciente a Shell, también se encuentra en Ikarama. Se supone que al albergar grandes empresas multinacionales como Shell, las comunidades florecen. Pero en Ikarama sucede lo contrario ya que se encuentra en un profundo y oscuro pozo de pobreza. Las calles aún no han sido pavimentadas como lo prometió la empresa, mientras la vida de las personas empeora, con sus medios de vida destruidos por los frecuentes derrames de petróleo.
Alili Ziah es viuda y con siete hijos. Antes podía mantenerlos con la pesca, pero ahora que el agua está contaminada su familia se ve obligada a depender de la caridad de otras personas. “Donde quiera que ponga trampas, cuando las voy a inspeccionar están cubiertas de petróleo crudo,” comentó. Al igual que Ikarama, Imiringi ha albergado varios sitios de quema de gas de Shell desde 1972. Los efectos que estas fogatas tóxicas tienen sobre la salud de las personas, son enormes. Quienes viven cerca se quejan de erupciones cutáneas, irritación de los ojos y otras complicaciones. La contaminación es bastante probable ya que las mujeres habitualmente secan su alimento básico, el kpopko garri, cerca de estos sitios de quema de gas. La salud reproductiva de las mujeres también se vio afectada, como lo demuestra el creciente número de casos de infertilidad y malformaciones congénitas.
El petróleo es el elemento vital de Nigeria desde fines de los años 1950, cuando Shell abrió con éxito su primer pozo en el Estado de Bayelsa, en 1956. El ochenta por ciento de la riqueza del país consiste en kilómetros de tuberías y 400 kilómetros de oleoductos. Cuenta con 349 perforaciones. Cuando alcanzó su pico productivo, Shell produjo un millón de barriles de crudo diarios. Hay posibilidades de que la cifra aumente una vez más.
Pero las empresas petroleras tienen muy poco para mostrar en lo que respecta a su contribución para el desarrollo de las comunidades. De hecho, simplemente las han sumido en más pobreza y enfermedades al contaminar la tierra, el agua y el aire de manera descontrolada. Sólo en el Delta del Níger hay más de un centenar de sitios de combustión de gases. Dados los enormes capitales involucrados en esta industria, no es sorprendente que haya conflictos que cuestan la vida a más de 1.000 personas por año.
De las empresas petroleras que operan en el Delta del Níger, Shell ha sido la de mayor notoriedad por las violaciones de los derechos humanos que han cometido las fuerzas de seguridad por ella contratadas. Shell entrega armas y paga el equipamiento y el personal de seguridad del gobierno, siempre dispuesto a sofocar cualquier intento de levantamiento y a violar los derechos humanos. En todos estos casos, las mujeres son las principales víctimas, como viudas y madres. Ellas han sido los pilares de las familias y sobre sus hombros recaen mucho dolor y penurias.
Muchas mujeres aún tienen cicatrices y viven con sus cuerpos deformados como consecuencia de los operativos militares que, pagados por Shell, avanzaron sobre las comunidades con tanques de guerra y armas, disparando y matando a cientos de personas, incluso mujeres y niños, arrasando aldeas enteras y mutilando a miles de personas, en los tiempos en que Saro-Wiwa despertó la conciencia de la nación y de la comunidad internacional sobre la injusticia ambiental en Ogoniland.
Promise Yibari Maapie quedó con su brazo izquierdo permanentemente atrofiado como consecuencia de un disparo. Su hija Joy también recibió disparos en las piernas. “Los soldados trajeron dolor, pena y hambre a mi vida,” dijo a un periodista. Luego del infame genocidio de los Ogoni hubo varios casos más, incluyendo la masacre de Odi de 1999, donde ciudades enteras fueron arrasadas. Fue un ataque de las tropas del gobierno en represalia por el asesinato de algunos militares por parte de los militantes. A mediados de 2009, hubo masacres y bombardeos en varias aldeas del reino Gbaramatu, en el Delta del Níger. Durante el proceso, varias mujeres fueron desplazadas, heridas o asesinadas. Hubo informes sobre mujeres que dieron a luz en bosques y arroyos mientras escapaban del ataque militar. Como es habitual, también hubo denuncias de violaciones por parte de los soldados.
Las mujeres son las principales víctimas de la tragedia del Delta del Níger. Además de lidiar con la combustión de gas y los derrames de petróleo, viven sus vidas al límite. Cuando las oxidadas tuberías que transportan el crudo se rompen, dañan las tierras cultivables, los bosques, ríos y arroyos. Decenas de personas también mueren, como en octubre de 1998, cuando la explosión de una tubería de petróleo calcinó a unas 2.000 personas en la ciudad de Jesse, Ethiope Occidental, un Área de Gobierno Local del estado del Delta. Lo que es aún peor es que las intervenciones del gobierno no existen y cuando existen, son tardías o están mal organizadas. Aparte de esto, las construcciones de los enormes proyectos de perforación contaminan y alteran los cursos de agua de las comunidades, privando a los residentes de acceso a la misma. Los impactos son sentidos principalmente por las mujeres. Además de ser agricultoras, también proveen comida y agua a sus familias.
A pesar de la tragedia que cargan sobre sus cuerpos, las mujeres han quedado sin voz en muchas comunidades. En la mayoría de los casos, para que las mujeres puedan participar en las asambleas consultivas de la ciudad, donde se discuten asuntos que afectan a la comunidad, es necesaria la intervención especial de organizaciones de la sociedad civil (OSC). Los hombres insisten siempre en que los temas a discutir son demasiado serios para ellas. En muchos casos, las mujeres no pueden reclamar la propiedad de tierras. Las tierras agrícolas habitualmente pertenecen a los padres y esposos. El divorcio o la muerte de sus esposos pueden significar el fin de su estadía en esas tierras. Así, los desastres ambientales constituyen una doble tragedia para ellas.
No obstante, en algunas comunidades las mujeres se están organizando, intentando desatar los malévolos nudos de costumbres retrógradas y tomar en sus manos el control de su destino.
Extraído y adaptado de: “When Blessing Becomes a Curse in the Niger Delta”, Betty Abah, para Women in Action, una publicación del grupo de mujeres de ISIS International en Filipinas, publicado en febrero de 2010 (edición titulada: Women in a Weary World: Climate Change and Women in the Global South). Este artículo puede leerse en línea con fotografías aquí.
Abah es Punto Focal de Género de la organización Environmental Rights Action/Amigos de la Tierra Nigeria. Correo electrónico: gro.noitcare@ytteb / ku.oc.oohay@habaytteb
El documento completo puede leerse aquí.
Papúa Nueva Guinea: mujeres en plantaciones de palma se asocian y fortalecen
A fines de 2008, WRM y Amigos de la Tierra Papúa Nueva Guinea/CELCOR organizaron conjuntamente un taller con mujeres de dicho país. El taller trabajó sobre las plantaciones de palma aceitera que se están promoviendo principalmente para alimentar el mercado europeo con aceite de palma (utilizado en productos como cosméticos, jabón, aceite vegetal y alimentos), así como para producir agrocombustibles.
En ese país donde la mayor parte de la población de 5 millones de personas aún vive en la zona rural y depende de la agricultura de subsistencia para su sustento, la producción de palma aceitera para exportación está aumentando a expensas de los medios de vida tradicionales.
El taller reunió a mujeres de distintas provincias y les permitió expresar sus preocupaciones acerca de la expansión de las plantaciones de palma aceitera: posible escasez de tierras debido a dicha expansión, contaminación de los ríos y arroyos así como de los suelos y el aire, resultado del uso de agrotóxicos en las plantaciones.
Sin embargo, fueron más allá y trataron también temas de género, dando elementos para comprender los impactos que las plantaciones de palma aceitera tienen sobre ellas en su condición de mujeres. Se refirieron al control masculino sobre las mujeres a través del creciente control de los hombres sobre los ingresos provenientes de la producción de palma aceitera, a las restricciones de acceso de las mujeres a las huertas como consecuencia de la transformación de las tierras de cultivo tradicionales en plantaciones de palma aceitera, a los trastornos sociales que representa el aumento del alcoholismo y de la violencia doméstica.
La reunión sirvió como catalizador para la necesidad de las mujeres de organizarse, y uno de los resultados del taller fue un plan para crear una asociación de mujeres en el marco de la campaña sobre temas relativos a la palma aceitera. En noviembre de 2009 se creó la asociación Mujeres en la Asociación de Palma Aceitera (WOPA, por su sigla en inglés), que en este año 2010 se encuentra en proceso de inscripción ante la Administración para la Promoción de Inversiones.
La Asociación se formó con el objetivo de:
• “Exponer los impactos de la industria de la palma aceitera de Papúa Nueva Guinea sobre mujeres y niños, generando conciencia y movilización en la comunidad.
• Hacer campaña por un cambio en las políticas de gobierno y en las prácticas de gestión de las empresas de palma aceitera que impactan sobre el medio ambiente y sobre el bienestar económico y social de mujeres y niños.
• Hacer campaña y ejercer presión para defender los derechos de mujeres y niños contra las privaciones y violencia a las que las somete la industria.
• Unir a las mujeres afectadas para crear una base sólida y formar una red de mujeres para trabajar en temas que afectan a mujeres y niños.
• Actuar como un organismo, una voz o un catalizador para las mujeres afectadas por la palma aceitera.
• Hacer campaña y presionar para que se defienda, se preserve y se maneje el medio ambiente y los medios de vida de manera sustentable.”
La creación de WOPA es importante para difundir los problemas de las mujeres en la industria de la palma aceitera de PNG, que en general no se consideran y son dejados de lado por las políticas de las empresas o por ciertas normas constitucionales del país. La iniciativa WOPA es un alivio para las mujeres que están trabajando en silencio sobre los problemas de la palma aceitera que afectan sus medios de vida.
Hay muchos desafíos por delante para las mujeres organizadas en WOPA. Sin embargo, es un paso importante en el proceso de empoderamiento para exigir que se respeten sus derechos y, como ellas reclaman, “para que el medio ambiente y las formas de vida y sustento de la comunidad sean defendidos, preservados y manejados de manera sustentable”.
Adaptado del artículo "Women in Oil Palm Association (WOPA)" enviado por George Laume, Amigos de la Tierra Papúa Nueva Guinea-CELCOR, correo electrónico: gp.gro.roclec@emualg. El artículo completo puede verse en: http://www.wrm.org.uy/countries/PapuaNG/WOPA.pdf
Brasil: mujeres afectadas por represas - cambios en el modo de vida
La construcción de centrales hidroeléctricas en Brasil está marcada por la falta de respeto al medio ambiente y a la sociedad, y principalmente, por la falta de respeto a las comunidades afectadas, que ven cómo sus modos de vida se modifican radicalmente y cómo se anulan en nombre del “desarrollo de la sociedad capitalista”. En Brasil ya se construyeron más de 2.000 represas que expulsaron a más de 1 millón de personas de sus tierras. Hay proyectos del gobierno federal que prevén la construcción de otras 1.443 represas en los próximos 20 años; son obras que traen aparejada la falsa promesa de generación de empleos y desarrollo, de respeto a la naturaleza, de energía más barata para el pueblo y de garantizar el derecho de las familias a ser indemnizadas. Sin embargo, lo que hemos vivido hasta ahora es el control de las represas en manos de las multinacionales, la generación de pocos empleos, la energía más cara para los trabajadores y la falta de pago de indemnizaciones.
Es decir, hay una dictadura instalada contra el pueblo que vive a orillas de los ríos. Y no son sólo impactos concretos y materiales, como la inundación de bosques, ciudades, escuelas, casas, sino también impactos no materiales y afectivos; porque con la pérdida del vínculo espacial también se pierden, entre otros, los vínculos familiares, la vivencia con la comunidad y la referencia del entorno- pérdidas que atacan directamente al “sentimiento”, causando graves daños a la salud e al bienestar de las poblaciones afectadas.
Cambios de costumbres e inferencias económicas
No podemos atribuir a los proyectos hidroeléctricos toda la responsabilidad por la desigualdad en las relaciones de género, pero sí sabemos que modifican las condiciones preexistentes y que tienden a agravarlas. La sociedad capitalista y patriarcal se refuerza con el accionar de las empresas en iniciativas locales (donde la represa está siendo o fue construida) y estructurales del modelo capitalista.
Al anunciar la construcción de las centrales se desatan diferentes reacciones de conducta entre mujeres y hombres. En la mayor parte de los casos, se constata que las mujeres tienen fuerte resistencia a salir del territorio y no logran asimilar la posibilidad de cambios en su espacio. Por su parte, algunos hombres se convencen más fácilmente y ven la posibilidad de obtener una compensación financiera al salir del lugar. Uno de los factores que justifica esto es que, históricamente, los hombres se vinculan a las actividades que generan o mueven recursos financieros (dinero), mientras que las mujeres no.
Al residir en áreas rurales, la mayoría de las mujeres afectadas por las represas mantienen una estrecha relación con la tierra. Usan los recursos de la naturaleza principalmente para la alimentación, pero también usan otros bienes destinados al consumo de la familia, como infusiones, leña para cocinar y como fuente de calor, etc. En este sentido, las mujeres son las principales víctimas de la degradación ambiental, lo que resulta en pérdidas inconmensurables para las comunidades que dependen de la naturaleza para su sustento.
Esto se comprueba por el dato de que el 70% de las familias afectadas por represas en Brasil no recibió indemnización y en los pocos casos de reconocimiento de derechos, la nueva superficie es mucho menor que la anterior. De este modo, las mujeres pierden su espacio de producción campesina y de autonomía. Pierden su huerto o jardín, el área de producción variada de alimentos (árboles frutales, hierbas medicinales y animales domésticos), el área de experimentación y conservación de semillas, de complementación de sus ingresos y de enriquecimiento de la dieta nutricional de las familias- espacios donde las mujeres determinaban qué iban a plantar, como iban a hacerlo, qué semillas iban a cultivar, etc.
Tal cambio no implica solamente la pérdida del espacio de poder y decisión de la mujer, sino el aumento de su dependencia económica en relación al mercado y a la farmacia, por ejemplo. En las comunidades que antes de la represa mantenían la relación con la naturaleza como un factor fundamental para la continuidad de su modo de vida, en el nuevo contexto, las mujeres son las más perjudicadas y tienden a sufrir tales impactos negativos con mayor intensidad.
El proceso de vaciamiento de las comunidades que se quedaron y no fueron afectadas por la inundación del lago, tiene como consecuencia la pérdida de los lazos familiares, de las relaciones con el entorno y el vaciamiento de los espacios de encuentro comunitario, como la iglesia. A medida que las comunidades se vacían, escasea el servicio de transporte público, se cierran escuelas rurales y sistemas locales de salud. Es posible, entonces, imaginar el impacto sobre la vida de las mujeres, ya que recae sobre ellas el cuidado de la familia, de los niños, personas mayores, portadores de necesidades especiales, etc. Con la escasez, y muchas veces la suspensión, de los servicios públicos de transporte la movilidad de las mujeres, y potencialmente el acceso a empleos, estudios y diversión, se hace más difícil.
Estas poblaciones fueron expropiadas no solo en el sentido jurídico. Estas personas que viven de los ríos, perdieron sus condiciones materiales de trabajo y fueron desarraigadas, transplantadas geográfica y culturalmente, expropiadas de un saber y de una sintonía con el medio físico, su entorno, con valores “abstractos” pero de gran importancia sentimental y principalmente referencial, que nunca serán reconstruidos ni pueden ser medidos en dinero.
Relaciones afectivas y la salud de la mujer
El empobrecimiento y el trauma con la ruptura social de las comunidades tienen un efecto más grave sobre las mujeres, principalmente en cuanto a sus relaciones afectivas y de salud. En algunos casos, el empobrecimiento, generado por el desplazamiento forzado de las personas y la violenta llegada de estas obras enormes, aumenta la falta de entendimiento, la desestructuración familiar, el abandono de las familias y la migración masculina para las áreas urbanas, elevando el número de casas lideradas por mujeres, que pasan a enfrentar solas toda la responsabilidad de la crianza de los hijos. El aumento de la violencia doméstica, como consecuencia del alcoholismo, es otro efecto agravado por la desestructuración de las familias y el empobrecimiento.
En relación con la salud, es común que la administración de la casa y el bienestar de la familia sea responsabilidad de la mujer. Ella es quien controla lo que hay y lo que falta, y visualiza la necesidad de “economizar” los recursos disponibles para asegurar su existencia por más tiempo. Eso se refleja en la situación nutricional, a pesar del hecho de que los modelos culturales, en las diferentes regiones del país, reproducen la desigualdad entre géneros cuando se trata de la distribución del alimento en el interior de las familias. En algunos estudios, se constató que era recurrente la distribución desigual de los alimentos entre hombres y mujeres en la familia, especialmente en situaciones de mayor escasez, como ocurre tras la llegada de las represas. “A las mujeres y niñas se les atribuye una porción menor o se les excluyen algunos alimentos considerados más “fuertes” (la carne, por ejemplo), ya que su trabajo se considera “liviano” y exige “menos reposición de energía”.
También en relación con la salud de las mujeres, la llegada de trabajadores de otras regiones y estados para la construcción de las represas y la consecuente urbanización de la región son otros factores que pueden aumentar el nivel de enfermedades de transmisión sexual, especialmente el SIDA. Además, se da el aumento de casos de embarazo de adolescentes, que inmediatamente son abandonadas porque tras la construcción de la represa, los jóvenes buscan trabajo en otro lugar.
Como si no fueran suficientes tales relaciones “ocasionales”, una de las estrategias usadas por las empresas es la contratación de jóvenes para que seduzcan a las chicas y así se acercan a las familias con la finalidad de convencerlos para que salgan pacíficamente de la comunidad y para que no participen de las actividades propuestas por la organización de los afectados por las represas. Se constata también la instalación de “negocios de prostitución”, popularmente conocidos como “zonas”, en las proximidades de las instalaciones de las represas o de los alojamientos de los trabajadores. Esta estrategia de las empresas tiene el objetivo de “entretener” a los obreros, que están lejos de sus familias hace bastante tiempo. En algunos casos, se da la mercantilización del cuerpo de las mujeres con la venta de adolescentes para la prostitución, lo que puede llegar a influir y a facilitar el tráfico internacional de mujeres.
Los hechos anteriormente señalados son apenas algunas de las pérdidas que sufren las mujeres como consecuencia de la construcción de represas. Son innumerables las consecuencias que afectan a las mujeres y nuestro objetivo es ponerlo en discusión enfatizando las problemáticas que afectan directamente a las mujeres que fueron dejadas en el olvido a lo largo del tiempo haciendo casi invisibles las cuestiones de género. Es posible que también haya muchas otras cuestiones abiertas a la discusión y tomadas para el análisis y la profundización, para el reconocimiento de las mujeres como sujetos políticos en el proceso de transformación social.
Por Movimento dos Atingidos por Barragens – Brasil, enviado por el Setor de Comunicação – MAB, correo electrónico: rb.gro.lanoicanbam@asnerpmi, www.mabnacional.org.br
Una herencia nada brillante: las mujeres comienzan a organizarse contra la minería de oro en Tailandia
Los exuberantes arrozales verdes, los cultivos de vegetales, las montañas boscosas y las tranquilas aldeas del distrito de Wangsaphung de la provincia de Loei, al nordeste de Tailandia, podrían ser un oasis de tranquilidad rural, con aire puro para respirar, frutas y vegetales frescos para comer y agua potable para beber. Desde las tierras altas de la montaña hasta las zonas bajas a lo largo del río Mekong y sus afluentes, las tierras fértiles proveen cosechas zafrales de nueces de macadamia, bananas, frutos de lichi y de longan, mangos, maracuyás, tamarindos, granos de café, soja, maíz, arroz, sésamo y caucho. En el pasado se desarrollaba alguna actividad de búsqueda de oro en pequeña escala a lo largo del lecho de los ríos, ya que el área es rica en minerales, en especial oro, cobre y hierro. Sin embargo, hoy en día, la tierra y el agua de las que dependió el pueblo Isaan por generaciones se ha contaminado con cianuro, arsénico y otros metales pesados. El origen de la contaminación es una mina de oro abierta recientemente, operada por una empresa tailandesa de origen australiano, Tongah Harbour S.A.
En 1996, el Departamento de Recursos Minerales de Tailandia comenzó un proceso para aprobar el otorgamiento de permisos para la búsqueda de oro en Wangsaphung, solicitados por Tungkam Ltd. (TKL), una subsidiaria de Tongah Harbour que cuenta con apoyo financiero australiano y alemán. El Ministerio de Industria tailandés otorgó en 2003 la autorización final para el arrendamiento de un área de aproximadamente dos kilómetros cuadrados, por un período de veinticinco años. En setiembre de 2006, TKL comenzó sus operaciones en la primera mina de oro a cielo abierto, en la cima de una montaña que había sido designada como zona de conservación por el gobierno tailandés. Hasta la fecha se han abierto sólo dos sitios, que cubren un total de dos kilómetros cuadrados, así como una planta in situ para la cianuración y el tratamiento del oro con carbono. Desde principios de 2009 TKL ha presentado más de cien solicitudes de permisos de minería y espera la aprobación del gobierno tailandés.
Los residentes de la zona no estaban al tanto de los permisos de minería, hasta que llegó la maquinaria de TKL. Si bien la empresa afirmó que había dado los pasos necesarios para consultar a la comunidad, no hay documentación disponible que aclare dónde se realizaron las consultas, quién participó o qué se discutió. Los lugareños afirman que estas reuniones no fueron anunciadas públicamente y que la compañía eligió ella misma a las pocas personas que participaron.
Según activistas locales, el público no tiene acceso a los acuerdos realizados entre la empresa y el gobierno ni al certificado de concesión minera que indicaría el tipo de actividad minera y el período de duración de dicha actividad en las tierras que rodean sus campos. Además, no fue sino en 2008 que se divulgó alguna información acerca de las evaluaciones de impacto ambiental (EIA) obligatorias por ley. Estos estudios fueron realizados discretamente por dos firmas australianas, junto con una empresa tailandesa y la facultad tailandesa de la Universidad de Khon Kaen, sin aporte ni participación alguna de los aldeanos.
Si bien Tungkam afirma estar comprometida con la “buena gestión ambiental”, los residentes locales informan que algunos de los efectos más devastadores de la mina se relacionan con la pérdida de fuentes de agua potable. El sitio de la mina ha interferido con la ruta de un manantial natural que originalmente traía agua dulce y prístina desde la montaña, a través de Wangsaphung. Como medida de mitigación, la compañía desvió el curso del agua para que corriera rodeando la periferia de la mina. Los residentes alegan que el agua del manantial se contaminó no sólo por los relaves sino también por la eliminación inadecuada de desperdicios sólidos en el lugar. Desde 2006, en numerosas ocasiones se han observado enormes cantidades de peces envenenados flotando en los arroyos de la zona. Con altos niveles de cianuro y metales pesados, este arroyo desemboca directamente en el río Loei, un afluente del transfronterizo río Mekong. Además, los residentes señalan que el agua contaminada de la mina baja desde la montaña durante los monzones, y les preocupa que los metales pesados se filtren hasta las aguas subterráneas. Mientras tanto, en la estación seca, el polvo de la mina vuela a través de zonas habitadas, aumentando las enfermedades respiratorias entre la población local.
Por primera vez en la historia, los agricultores están informando sobre una grave escasez de agua que deja los arrozales en seco y parches de suelo agrietado. Con el tanque de relaves adyacente a sus campos, la mayoría de los residentes están preocupados al no saber qué grado de contaminación tienen las frutas, los vegetales y el arroz que aún intentan cultivar. Dado el nivel de contaminación y acidificación del agua de lluvia, los lugareños ya no pueden contar con recolectar agua potable naturalmente. Por el contrario, han tenido que comenzar a comprar agua, agregando una carga más a los ya ajustados presupuestos familiares.
Reconociendo la necesidad de aumentar sus ingresos para poder solventar la compra de agua y comida, algunas mujeres están viajando con más frecuencia a la capital provincial para conseguir trabajos temporales durante el día. Los residentes han terminado por perder la capacidad de conservar sus métodos de soberanía alimentaria y sus medios de vida autosuficientes, mientras que les han usurpado sus derechos al alimento, al agua y a la salud. Como responsables de la cocina, la limpieza y la provisión de agua para beber, así como de otras necesidades diarias, las mujeres declaran que, a raíz de este problema, se ven sometidas a mayor presión para la realización de sus tareas domésticas.
Durante los últimos dos años, los lugareños comenzaron a informar sobre sarpullidos, problemas respiratorios, severas irritaciones oculares, dolores de cabeza crónicos, mareos y sensación de debilidad en las piernas. Además, las explosiones regulares y frecuentes en la mina no sólo agrietan las estructuras de las casas y rompen los vidrios de las ventanas, sino que también provocan palpitaciones en los ancianos y casos de angustia crónica en los niños.
Luego de trabajar en sus campos y arrozales, mujeres y hombres sufren irritaciones de la piel que, luego de pelarse, terminan transformándose en lesiones ulcerosas. Los hombres que trabajan en la mina han sufrido problemas de salud preocupantes, como enfermedades de la piel, graves problemas oculares y pulmonares, insomnio y trastornos neurológicos. Mientras tanto, las mujeres informan que luego de lavar la ropa utilizada en la mina y los campos sufren de irritaciones en sus brazos y manos, dificultades respiratorias y dolor en los ojos. Los análisis de sangre realizados a los niños dan evidencia sólida de altos niveles de cianuro y contaminantes metálicos pesados. Un informe realizado por funcionarios del gobierno tailandés y publicado en febrero de 2009 advirtió a los residentes que eviten tomar el agua del lugar o utilizarla para cocinar, debido a los altos niveles de cianuro, arsénico, cadmio y manganeso detectados en ella.
La policía y los guardias de seguridad armados han trabajado con Tungkam para vigilar el sitio de la mina y la comunidad, informando sobre todos quienes acceden a la mina y a sus alrededores. En general, los lugareños están demasiado intimidados para hablar públicamente sobre los impactos de la mina y, como resultado de ello, las voces de los defensores de la justicia social y ambiental permanecen calladas. La falta de oportunidades para participar en la toma de decisiones que afectan el futuro de su tierra y sus medios de supervivencia, así como el hecho de acallar el desacuerdo, sólo puede entenderse como una grave violación de los derechos políticos y sociales garantizados por la legislación nacional e internacional.
Inicialmente, los residentes locales estaban contrariados por la falta de comunicación, consulta y apertura de Tungkam respecto a sus planes para las tierras ancestrales de los Isaan. En 2006, cuando los documentos relativos a los permisos de la mina llegaron a manos de un biólogo local, la información fue divulgada entre la comunidad. Desde entonces, un pequeño equipo de residentes preocupados – en su mayoría mujeres – formó una comisión especial que ha organizado reuniones comunitarias para discutir los impactos de la mina de oro sobre el agua, el suelo, los vegetales, la calidad del aire y la salud de las personas. Organizaron foros públicos y discusiones abiertas, exposiciones de fotografías y talleres. Según los miembros de la comisión, son en general las mujeres – y en particular las de las nuevas generaciones – quienes participan en las discusiones sobre los impactos de las minas y las estrategias para cambiar su situación. En noviembre de 2006, se realizó en Wangsaphung un intercambio de activistas de Birmania, Camboya, Indonesia y Filipinas, como parte de una movilización internacional contra la minería de oro comercial a gran escala. Según las lugareñas, luego de esta primera exposición internacional se reforzaron las medidas de seguridad en el sitio de la mina. Desde entonces, quienes intentan investigar las operaciones de Tungkam están siendo sometidos a severas tácticas intimidatorias.
A lo largo de 2008, los residentes locales ayudaron a documentar los impactos del envenenamiento con cianuro sobre la salud. Luego procedieron a presentar demandas ante las comisiones nacionales de derechos humanos y salud. Un informe publicado por la Comisión de Derechos Humanos exhortó a Tungkam a limpiar las áreas contaminadas. Sin embargo, a pesar de que la comisión validó las preocupaciones de la comunidad y condenó las operaciones de la empresa, no se tomó ninguna medida de reparación. Por el contrario, Tungkam comenzó a publicitar su compromiso con la “ética corporativa positiva”, y patrocina fiestas escolares, torneos deportivos y becas de estudio para los jóvenes. Para los aldeanos de Wangsaphung, estas iniciativas son poco honestas, y tienden a restar importancia a sus graves preocupaciones sobre la herencia duradera del envenenamiento con cianuro y arsénico.
A fines de 2009, la comisión comunitaria de Wangsaphung intentaba detener los planes de expansión de la planta de procesamiento y cianuración del oro. Se organizaron protestas frente a la oficina del gobierno distrital para reclamar que se hicieran públicos los documentos sobre los planes de expansión. Otras redes sociales planean realizar nuevas manifestaciones. Simultáneamente, las mujeres están organizando cooperativas de tejedoras y de producción de alimentos que les permita mantener el sentido de identidad, seguir principios ecológicos y practicar el autoabastecimiento. Este trabajo preliminar pretende formar una base de solidaridad colectiva desde donde lanzar una campaña para exigir la prohibición de toda nueva mina y el cierre de ésta en tierras de los Isaan.
Por Tanya Roberts-Davis junto con la Red Tailandesa de Comunidades Afectadas por la Minería/Grupo de Estudio sobre EcoCultura, correo electrónico: gro.ecaepu.inmula@strebort
Las mujeres y el cambio climático, las más afectadas y las menos escuchadas
En un estudio publicado recientemente en Alemania sobre Clima y Desarrollo podemos encontrar las siguientes afirmaciones: “La pobreza afecta a mucha, demasiada gente – y afecta a los hombres y a las mujeres en forma diferenciada y en número diferente. La mayoría de los pobres son mujeres, como ha mostrado la investigación y esto está vinculado con el hecho de que en la gran mayoría de los países las mujeres y las jóvenes sufren discriminación legal y social. Las mujeres tienen menos acceso a la educación y a la salud que los hombres, y no tienen las mismas oportunidades económicas.
Hay buenas razones para creer que uno de los resultados de esta discriminación social y política de las mujeres es que ellas también son afectadas por el cambio climático en forma diferenciada, una circunstancia que exacerba la pobreza y los riesgos que ellas corren”. (1)
Una de las buenas razones para creer que esto es cierto está dada por el hecho de que la mayoría de las personas afectadas por los peores desastres climáticos ocurridos en los últimos años son pobres y mujeres en su gran mayoría. En Indonesia, por ejemplo, durante el tsunami se ahogaron mucho más mujeres que hombres por diferentes razones: porque no sabían nadar, porque se quedaron a cuidar a sus niños hasta último momento, porque quedaron encerradas, porque se enteraron demasiado tarde, porque sus vestidos largos no les permitieron movilizarse rápidamente, porque sus reservas nutritivas eran escasas y no les permitieron hacer los esfuerzos necesarios para salvarse, etc.
En un artículo sobre “Mujeres y Cambio Climático”, Kellie Tranter, una abogada australiana, describe algunas de las causas de muerte como las mencionadas arriba y demuestra que en los desastres denominados “naturales” han muerto más mujeres que hombres: el 90% de las 140.000 víctimas que murieron en el ciclón que impactó Bangladesh en 1991 fueron mujeres, más mujeres que hombres murieron en la ola de calor que azotó Europa en el 2003 y en el tsunami en Indonesia en el 2006 murieron 3 a 4 mujeres por cada hombre.(2)
Testimonios relevados durante el año 2009 en un estudio que se realizó con mujeres de Alemania, Bolivia y Tanzania, (3) dan cuenta que las mujeres se ven recargadas en sus actividades cotidianas por efecto del cambio climático. Un ejemplo de ello ocurre en el departamento de Oruro en Bolivia. “En épocas con olas de calor se secan las fuentes de agua y el agua restante se vuelve cada vez más salada y por ello cada vez menos potable. Fuertes vientos se llevan la tierra suelta y la secan. Además hay nuevas especies de parásitos. Grandes daños causa una especie de piojo que ataca la raíz de la alfalfa y que mata así la planta forrajera”. Además el cambio de temperaturas ha hecho que cultivos que antes crecían con facilidad ahora ya no crecen y tanto las continuas heladas como las lluvias les ocasionan pérdidas. También disminuye el ganado, por la falta de pasturas, y porque ha aparecido una “nueva y agresiva especie de mosquito que ataca tanto a seres humanos como a los animales. En síntesis, el cambio climático hace la ya penosa vida laboral de las bolivianas todavía más dura”.
Historias muy similares cuentan las mujeres de Dodoma, Tanzania. Las sequías continuas obligan a las mujeres “a recorrer un camino cada vez más largo para conseguir agua y a veces se ven obligadas a comprarla … las cosechas han decrecido en forma catastrófica. Esto causa una preocupante escasez de alimentos en todo el pueblo”… Las mujeres deben utilizar diversas estrategias para sobrevivir. Gladis, por ejemplo, cuenta que “como ya no podemos contar con los ingresos de la agricultura … me dedico también a la horticultura y a la cría de cerdos y gallinas. Además, coso maletines de colegio… fabrico cerveza local y hago trabajos ocasionales”. Pero ellas también reclaman no ser las únicas que se sacrifiquen. Exigen que el gobierno evite la continua tala de árboles y la quema de bosques que empeoran el suministro de agua y el clima a la vez que demandan que los países industrializados cambien su estilo de vida.
Las mujeres no pueden continuar siendo víctimas y deben tener protagonismo a la hora de elaborar políticas relacionadas con el cambio climático. Si bien han obtenido algunos reconocimientos formales, éstos no se ven reflejados en las propuestas ni en las estructuras de la Convención de Naciones Unidas sobre Cambio Climático.
Por un lado, gran parte de las políticas propuestas como (falsas) soluciones para el clima agravarán aún más las situaciones descritas arriba. Por ejemplo, la promoción de cultivos a gran escala para ser usados como combustibles y los monocultivos de árboles como supuestos sumideros de carbono han demostrado tener impactos negativos sobre los bosques, suelos, el agua y también sobre las mujeres.
Por otro lado, las mujeres tienen serias dificultades para ser tenidas en cuenta inclusive dentro de la propia estructura de la Convención, contrariando sus propios enunciados. En diciembre de 2007, en Bali, líderes internacionales declararon por primera vez que los “temas de género son pertinentes en las políticas relacionadas con el clima”. En 2009, la Convención dio reconocimiento formal a la participación de grupos de mujer y género. Sin embargo, recientemente, el secretario General de Naciones Unidas Ban Ki- moon anunció la creación de un grupo “de alto nivel” encargado nada menos que de conseguir los fondos para hacer frente a los impactos negativos del cambio climático en los países más pobres y desarrollar una economía que no esté basada en el uso de combustibles fósiles. (4) Son 19 miembros. Todos hombres. En sus manos puede estar el destino de la humanidad. (5)
Los enunciados de “equidad de género” deben reflejarse en los hechos. Ya no queda tiempo. Las mujeres, a la vez que son las que más sufren los efectos del cambio climático son también fundamentales a la hora de encontrar soluciones. Resolver las desigualdades de género es cuestión tanto de justicia como de supervivencia.
(1) Tomado de “Climate Change Adaptation from a Gender Perspective, A cross-cutting analysis of development-policy instruments” de Birte Rodenberg para DIE Research Project “Climate Change and Development“, Bonn 2009
(2) Publicado en Mirada Global.com http://www.miradaglobal.com/
(3) Tomado de “Fortalecer a las mujeres. ¡Cambiar el clima!”, organización VEN
(4) Tomado del artículo en inglés de Elizabeth Becker y Suzanne Ehlers “Why are women being left out of climate decision-making?” http://www.grist.org
(5) Información adicional en el comunicado de prensa de Género y Cambio Climático, Mujeres por la Justicia climática, disponible en inglés aquí.
Las invisibles mujeres y hombres que resisten contra la destrucción de su territorio en el Norte del Gran Chaco
Vivir no debe por qué ser una lucha contra poderes asesinos. La vida de las mujeres y los hombres Ayoreo de los grupos aislados (sin contacto con nuestra civilización) no era una lucha, era vida en y con los territorios, como durante siglos. Hoy sin embargo, y a pesar suyo, su vida se vuelve un resistir, un aguantar – y un tener que luchar – desde que otro mundo vino a invadir y a sobreponerse al suyo...
¿No es esa también nuestra historia, estemos donde estemos? ¿De vernos presos, enredados y atascados en situaciones de resistencia y de aguante, cuando nuestro interés simplemente era el de estar tranquilos, de sentir felicidad, de vivir?
Las mujeres y los hombres indígenas Ayoreo de los seis o siete grupos que viven “en aislamiento voluntario”, una condición y denominación que no han buscado sino que es el resultado de un proceso de exterminio y arrinconamiento, hoy son una ínfima pero significativa minoría humana. Antes, los pueblos indígenas que poblaban toda nuestra América, cada uno con su mundo diverso, eran mayoría, y los minoritarios y “aislados” eran los primeros colonizadores e invasores.
Hoy, los grupos aislados Ayoreo continúan su vivir en los bosques del norte del Gran Chaco: caminando y recorriendo sus territorios grupales, de lugar en lugar, y, al hacerlo, encuentran la vida y dan vida a cada rincón de su rica y variada geografía, la que nosotros con ojos de externos a la vida del monte muchas veces percibimos como una mera extensión boscosa uniforme e invariable en la planicie chaqueña. Nuestro lenguaje vuelto economicista tiende a describir ese su andar nómada como un asegurar “recursos” para vivir: el agua, tan preciada en el Chaco bastante seco, los animales que cazan y comen, las frutas que crecen en el monte. Pero ellas y ellos no tienen esa mirada que solo ve lo útil y lo define todo desde la escasez: los bosques chaqueños no son pobres, sino ricos, el vivir de los que “aún” viven en estos bosques no es un sobrevivir y luchar. No lo era. Mientras, para nosotros occidentales de las sociedades “modernas”, ya nos resulta impensable una vida que no esté sometida a la presión de lo económico, al tener que “ganarse la vida” luchando. Para muchas y muchos de nosotros, es la única manera de vivir que nos queda, y es la que consume todas nuestras energías.
Sin embargo, la gente del monte que llamamos aislados no necesita “ganarse la vida”. La tienen ganada cuando nacen, y vuelven a encontrarla y a la vez recrearla con cada paso y cada día. Su mundo en el que viven no es su enemigo como lo es el nuestro para nosotros. Su mundo - lo llaman ‘eami’ que significa monte (bosque), y también significa mundo – los contiene, los alberga y los cobija. Es un mundo con el que viven en comunicación, ese es su vivir, y que a la vez vive con esa comunicación: lo sienten, lo miran, lo reconocen, pronuncian sus nombres. Lo respetan, temen sus fuerzas inmensas, y saben cuidarse de las mismas. Saben que hay una manera de convivir con el mundo que es el “cómo hay que vivir”, el “buen vivir”, y si se logra vivir así, sin molestar al mundo, apenas comunicándose con el mismo y con lo que a uno le toca, se mantiene un equilibrio sagrado que es lo que sostuvo a este planeta durante un tiempo largo, antes de nuestra era, como fruto de muchos equilibrios guardados cuidadosamente por mujeres y hombres de muchos mundos. El mundo Ayoreo es solo uno de ellos...
La verdad que no sabemos bien cómo están de veras, ahora mismo. De su vida de antes y de siempre, sabemos a través de los testimonios recogidos de aquellos que fueron arrancados a su mundo a la fuerza, por misioneros, y que llegaron a contarnos sus vidas. Pero con los grupos aún ahora aislados nadie tiene contacto. Solo podemos discernir y recoger – como frutos del monte - las señales de su vida y su andar, e interpretarlas a la luz de nuestro conocimiento y nuestra intuición. Más al extremo norte y noroeste del Chaco viven grupos aislados más cobijados por montes aún continuos y extensos; también con más y más desmontes en la cercanía, pero aún hay cierta tranquilidad. No así en el sur, más cerca de los pueblos y las ciudades nuestras del Chaco Central. Allí hay mujeres y hombres aislados que escuchan y reciben ya cada día el mensaje de la destrucción de los bosques y de su lisa y llana desaparición. Y su andar de cada día ya está marcado por la misma. Muchos de sus lugares ya se volvieron “no- lugares”. Puntos del planeta que perdieron su cara y su nombre, desaparecidos que no volverán, y que en el mundo Ayoreo “dejaron de ser”. En cambio, desde el nuestro, reciben nuevos nombres, los lugares Ayoreo muertos se vuelven lugares de nuestro mapa, (¿un mapa de la muerte?), conectados por nuestros caminos, determinados por nuestras obras, productivos según nuestra definición, clasificados según su grado de utilidad para nosotros; algunos se vuelven estancias ganaderas, otros, futuras plantaciones de soja (si Monsanto logra la anunciada hazaña de la semilla resistente a la sequía).
Mientras, esos grupos Ayoreo aislados más expuestos, viven y caminan entre estancias y empresas ganaderas, siempre invisibles, pero ya no tienen a dónde ir para no escuchar el ruido día y noche de las topadoras que echan más monte cercano, o el de los camiones en cualquiera de los muchos caminos que impusieron el artificio de la cuadrícula a su mapa.
¿Saben las mujeres Ayoreo aisladas, y los hombres, contra qué están luchando? Hace un tiempo, dejaron en los bordes de su mundo plumas y señales chamánicas con el fin de detener la desaparición del mundo, pero en vano. Deben percibir que lo que tienen en frente son poderes más fuertes que los de su mundo, fuerzas que hablan otros idiomas. Y deben empezar a dudar de sus propias fuerzas, a sentirse amenazados y debilitados.
Esta época del año, los meses de febrero y marzo, es la época del ají del monte, y son ellas, las mujeres Ayoreo que recorren el monte para recogerlo. Este año, estas mujeres lo harán con más temor, con muchas más precauciones, con el crujir incesante de las máquinas presente. Habrá menos ají. No habrá el ají de algunos de los lugares porque ya no existen. Al igual que el ají, también el caraguatá pertenece al mundo de la mujeres, son ellas las que lo recolectan para convertir sus fibras en el hilo para los bolsos y tejidos, sus escritos cotidianos en los que entretejen vivencias, creencias, esperanzas y sueños.
Las mujeres recolectoras están amenazadas, al igual que los frutos que buscan, al igual que los hombres cazadores que están amenazados como los animales que cazan. Con ello, la fuerza independiente, diversa y única de su mundo está en peligro.
La deforestación, palabra que en lo escrito aquí, en este texto, suena tan abstracta y que sin embargo en el Norte del Chaco es tan implacablemente concreta, la deforestación destruye de a poco la vida y equilibrio del mundo Ayoreo también. Destruye libertad y autonomía, vida que no depende de dinero ni de supermercado. Vida auto sostenida, y sustentable.
Luchar no siempre es guerrear y atacar. A veces es un florecer silencioso, invisible y pacífico. Las mujeres - y los hombres- de los grupos aislados luchan contra la deforestación. Lo hacen con su estar allí y aferrarse a su vida, inseparable de la de sus territorios. A veces luchar es simplemente estar y persistir, es valorarse y hacerse fuerte, y reconocer y estar consciente de la propia riqueza.
Benno Glauser (Iniciativa Amotocodie, Chaco Paraguayo), correo electrónico: moc.liamg@resualgonneb
Mujeres Garo de Bangladesh: la vida de un pueblo del bosque sin bosque
Sicilia Snal (25) es una mujer Garo de la aldea Sataria, ubicada en el bosque de shorea de planicie [árbol Shorea robusta, sal] de Modhupur. Es una parcela de bosque de apenas 25.000 hectáreas y, sin embargo, es el tercero entre los más grandes de Bangladesh, un país que tiene uno de los niveles de cobertura forestal per cápita más bajos del mundo. Rutinariamente, Sicilia debe recorrer el bosque cercano para recolectar leña. Este es un derecho tradicional del que tanto ella como los demás aldeanos han gozado siempre.
Hoy en día este bosque nativo histórico ha perdido todo excepto su nombre. Se redujo a menos del diez por ciento de su tamaño original. Esto ha convertido en un desafío la vida de los Garos que aún intentan aferrarse al bosque. Muchos fueron asesinados, torturados, encarcelados bajo falsas acusaciones; las mujeres fueron violadas y obligadas a emigrar a las ciudades para transformarse en trabajadoras industriales, esteticistas, empleadas domésticas, etc.
Contando con poca educación formal en su remota aldea, Sicilia complementa los ingresos de su familia trabajando como jornalera. Una carga adicional sobre ella es que en los bosques donde recolectaba madera para combustible sólo quedan meros arbustos.
Su vida cambió drásticamente el 21 de agosto de 2006. Temprano en la mañana de ese día fue a recolectar madera como de costumbre. En su camino de regreso a casa, ella y otra mujer Garo bajaron su carga para descansar por un momento. De repente, para su gran sorpresa, un guardia forestal les disparó por detrás con un arma. Sicilia fue herida. Más de cien perdigones entraron en su cuerpo; algunos penetraron en la vesícula biliar y los riñones. Cayó inconsciente. En una escuela de medicina de la aldea más cercana le practicaron cirugía y le extirparon la vesícula.
Quedaron algunos perdigones en sus riñones que sólo pudieron ser extraídos luego que diera a luz a su tercer hijo. Con un centenar de perdigones en su espalda y sus manos, ya no puede hacer ningún trabajo pesado. Como en otros casos, ella no obtuvo justicia en la corte. Su caso se agrega a otros miles de casos que siguen pendientes en el tribunal local.
Bihen Nokrek (35) de Joynagachha, otra aldea del bosque, fue muerto a balazos por guardias del Departamento Forestal (DF) en la madrugada del 10 de abril de 1996. Una comisión judicial investigadora compuesta por una sola persona - un magistrado de la corte local - sólo produjo un informe final que, según una fuente del Departamento, decía que los disparos habían sido justificados. Bihen Nokrek dejó una esposa y seis hijos que languidecen en la pobreza y en la inseguridad.
En 1992, Renu Nekola, una mujer Garo de la aldea Kakraguni, ubicada en la misma zona, pasó más de un mes y medio en prisión por “dañar los bosques”. Según Nekola, fue arrestada mientras recolectaba leña, el 12 de diciembre de 1991. Nekola, con una pequeña hacha en mano, fue apresada y acusada de cortar un árbol en pie. El magistrado de una corte local la condenó a un mes de prisión, pero cuando recibió el veredicto conforme a la ley forestal ya hacía un mes y veintitrés días que estaba presa.
Sicilia Snal, Bihen Nokrek y Renu Nekola son descendientes de una tribu Garo matrilineal, que se estableció en este bosque siglos atrás. Dicha tribu hizo un largo viaje desde el Tíbet. La mayoría de los Garo vive en el estado indio de Meghalaya. Hubo un tiempo en que el bosque era denso y lleno de vida. La gente cultivaba de todo. Por siglos practicaron el cultivo de tala y quema también en las tierras altas, conocidas localmente como Chala.
En la sociedad matrilineal Garo, las mujeres tienen propiedades, hacen todo, pueden elegir marido con independencia y se las ve en todas partes haciendo todo tipo de trabajo pesado, en los campos y los hogares, con total libertad, en marcado contraste con las mujeres de la sociedad musulmana mayoritaria. Mientras en la sociedad musulmana las mujeres están sometidas a diversas restricciones, las mujeres Garo son iguales a los hombres. Fuman tabaco y beben con sus hombres. No se enojan mucho si algunos incluso cometen adulterio. Las ofensas pueden ser resueltas pacíficamente a cambio de unos pocos puercos que toda la aldea consume en un ambiente de fiesta. Se trata de un pueblo hermoso, con una hermosa mentalidad, que crece en el bosque. Esta imagen no se repite en la mayoría de las aldeas bengalíes.
Estos hijos de los bosques, que una vez vivieron una vida pacífica en las aldeas forestales, hoy están expuestos al mundo exterior debido a la rápida desaparición del bosque. En los últimos tiempos, la causa principal de la dramática pérdida de bosques nativos en Modhupur y en otros lugares, es el monocultivo de árboles exóticos como el eucalipto y la acacia, financiado por el Banco Asiático de Desarrollo (BAD) y el Banco Mundial. Dichas plantaciones de rotación corta tienen efectos graves y multiplicadores. Últimamente, algunos forasteros han iniciado plantaciones comerciales de enorme escala, de bananas y ananás, entre otras cosas.
Sin los bosques, la vida de las mujeres Garo en particular se ha vuelto dura y riesgosa. La madera para combustible y los alimentos, que las mujeres siempre recolectaron en el bosque, se han vuelto escasos. Todavía van al bosque, que ha quedado reducido a un mero monte bajo, pero deben enfrentarse a “pistoleros y pistolas”. Los guardias armados del Departamento Forestal, los militares a veces, los grupos de bandidos del bosque y los comerciantes de fuera – todos juntos – causan dificultades insuperables para las mujeres Garo en particular. Sicilia Snal y Renu Nekola son sólo dos de miles de mujeres que enfrentan disparos, violaciones y otros tipos de acoso en su vida cotidiana en los bosques.
La grave deforestación, las plantaciones y la invasión de forasteros en las aldeas del bosque obligan a las mujeres Garo a emigrar a las ciudades. Un hecho sorprendente sobre las mujeres Garo en la capital Dhaka es que si uno visita cualquier salón de belleza , verá chicas Garo trabajando tranquilas y sonrientes. También se las encuentra en centros de fisioterapia. Son las que cuentan con mayor confianza de los extranjeros para trabajar en sus casas como empleadas domésticas. Unos pocos miles de chicas y mujeres Garo, desarraigadas de su tierra y su bosque, hacen una diferencia llamativa en la capital. Son mujeres excepcionales con valores muy diferentes. Los tipos de trabajo que “contaminan” a otras mujeres de sociedades patriarcales no provocan “contaminación” alguna en ellas. Su psique las iguala verdaderamente a los hombres. Por eso, donde sea que estén, ellas son las hacedoras del cambio.
Las mujeres Garo llevan de vuelta a sus aldeas los ingresos que logran en la ciudad. El bosque ha desaparecido de los alrededores de la mayoría de sus pueblos, pero ellas permanecen firmes y enseñan a las personas de otras sociedades las lecciones que necesitan aprender. Sonríen frente a cualquier contratiempo que enfrenten. No tienen títulos de propiedad sobre la tierra donde construyen sus casas en la aldea, pero son quienes guardan las semillas del bosque. Llegado el caso, si estuviera en sus manos, el bosque podría volver a florecer.
Philip Gain, Society for Environment and Human Development (SEHD), Bangladesh, correo electrónico: ten.hcetic@dhes.
Brasil: por quién y por qué luchan las mujeres, también en el 8 de marzo
¿Qué es la felicidad? Podríamos tener muchas respuestas y podríamos incluso considerar que ser feliz es un asunto estrictamente personal. Sin embargo, por lo menos dos aspectos de la felicidad son universales: todas y todos la queremos y difícilmente alguien podría declararse feliz si tuviera hambre, frío, falta de casa o falta de acceso al conocimiento construido y acumulado por la humanidad.
¿Cómo estamos en términos de 'coeficiente de felicidad'? Desde el punto de vista de ser mujer, muy mal. Desde el punto de vista de ser campesinas y trabajadoras, muy mal. Desde el punto de vista de ser madres, mal.
Mal ¿por qué?
Dentro del hogar, las tareas domésticas todavía son consideradas "tareas femeninas", donde los hombres que dicen ya haber superado el machismo "ayudan", pero no toman esas tareas como suyas. Los atributos comúnmente asignados al sexo femenino son usados para destratar y minimizar a personas, por ejemplo, como en algunos refranes de hinchas de fútbol. Ser "mujercita" es ser nada, es ser un esclavo, es ser un objeto.
Ser madre no es solamente "padecer en el paraíso". Muy pocos lugares de trabajo, escuelas y espacios públicos y privados ponen a disposición centros infantiles para que las madres puedan estar efectivamente en las actividades, sean cuales sean. Al buscar trabajo, la pregunta: "¿tienes hijos?" puede ser el comienzo del rechazo. En general, el individualismo tan cultivado en la modernidad no reconoce a los niños como responsabilidad colectiva, como personas cuyo bienestar debe interesar a todos y todas. Los hijos son responsabilidad únicamente de sus madres.
Como trabajadoras todavía recibimos menos que los hombres por el mismo trabajo fuera del hogar. Muchos jefes y patrones consideran a las trabajadoras también como objetos sexuales. Y como campesinas, sufrimos directamente los impactos del avance del capitalismo en el campo, en la forma de actuación de las empresas transnacionales del agronegocio.
Además de todo eso, somos golpeadas y violentadas diariamente, y, lo que es más triste todavía, con un alto índice de violencia practicada por padres, maridos, hijos, tíos, abuelos..., o sea, una violencia nacida dentro de la familia.
Volvamos a la cuestión de las campesinas. Podría parecer que es un curso "natural" del desarrollo humano la desaparición de oficios, como ocurrió en la Revolución Industrial; por lo tanto, la desaparición de las campesinas también sería "natural", ya que la "modernidad" avanza para el campo. También podría parecer que la población que vive en las ciudades no tiene nada que ver con lo que ocurre en el campo, como con la violencia de las empresas del agronegocio contra las campesinas y campesinos.
Considerando lo que comemos, podemos ver dos opciones en las ciudades: comida "industrializada" y comida "natural". Por comida industrializada nos referimos a las redes de "fast-food" y alimentos prontos nacidos de Bunge y otras empresas. Por comida natural estamos hablando de leche, granos, frutas, legumbres, etc., cuya producción está atendida entre un 60 y un 80% por campesinos y campesinas.
Los efectos de ambas opciones alimentarias ya están bastante en evidencia. Altos índices de obesidad, cáncer, suicidios, depresión y una amplia variedad de enfermedades por dietas tipo McDonald. Nunca oímos hablar de alguien que se haya enfermado por comer alimentos saludables producidos por los campesinos.
Por lo tanto, la tarea de producir la alimentación, imprescindible para la felicidad de cualquier persona, no puede ser un negocio, y en toda la historia de la humanidad las campesinas fueron protagonistas en garantizar la alimentación de todos y todas.
El negocio de empresas transnacionales como Monsanto, Syngenta, Nestlé, Bayer, Cargill, Dupont, Basf, no es producir comida, es producir ganancias. En ese camino de siempre buscar ganancias, van intentando exterminar a los campesinos. Y las primeras afectadas son las mujeres campesinas.
Donde avanza el agronegocio, retrocede el campesinado. Los pocos puestos de trabajo que permanecen, son ocupados por hombres mal pagados y muy explotados; para las mujeres, las alternativas son: migrar para las ciudades, quedarse en el hogar totalmente dependientes, o prostituirse.
Para toda la sociedad eso significa menos trabajo, menos comida, menos viviendas y más violencia. ¿Qué felicidad puede construir ese modelo, si incluso el orgullo de saber y poder producir el alimento y la identidad campesina, heredada y perfeccionada por cada generación, pueden ser robados por las empresas del agronegocio?
Cuando una empresa patenta una semilla, que es un patrimonio de los pueblos y debe estar al servicio de la humanidad, está robando los saberes construidos históricamente por los campesinos y campesinas.
En varias regiones del Brasil, las empresas de celulosa están expandiendo sus desiertos verdes de eucaliptos. En Bahia, en Espírito Santo, en Maranhão, en Rio Grande do Sul, Stora Enso, Votorantin/Fíbria, Suzano, van arrancando pueblos indígenas, descendientes de esclavos, campesinos y campesinas de sus tierras e instalando sus ejércitos clonados, bajo la forma de eucaliptos y bajo la forma de soldados.
Nosotras, las campesinas, nativas, negras, del Movimiento Sin Tierra y de Via Campesina, nos lanzamos contra el proyecto de muerte de las empresas transnacionales. En este 8 de marzo reafirmamos nuestra lucha, porque el 8 de marzo es un día de rosas, sin dejar de ser un día de continuar la lucha, de derrumbar los eucaliptos y el hambre que representan.
Anunciamos en nuestro manifiesto que “¡no queremos solamente comida, queremos alimentos saludables, queremos soberanía alimentaria!” En Brasil, según una investigación de la Universidad Federal de Rio de Janeiro (UFRJ), 80% de las personas sin acceso a renta son mujeres. El cambio de esa situación pasa por la construcción de la soberanía alimentaria.
¿Qué es la Soberanía Alimentaria? Es que el pueblo -mujeres, hombres, jóvenes, ancianas y ancianos- decida lo que quiere en su alimentación, y es tener la capacidad de producir y consumir alimentos saludables, en la cantidad necesaria y de acuerdo con su cultura. La soberanía alimentaria implica una transformación cultural, donde están contempladas nuevas relaciones entre las personas.
Algunos intentan descalificar nuestras luchas llamándonos delincuentes, ignorantes, nos comparan a los destructores de máquinas que actuaron cuando la sangre de las trabajadoras y trabajadores textiles comenzó a ser derramada durante la Revolución Industrial.
¿Cuál es nuestro delito? ¿Cortar eucaliptos para producir alimentos? ¿Impedir el robo del patrimonio colectivo, como son las semillas, rechazando las semillas transgénicas patentadas? ¿Proponer la construcción de una sociedad con pan, con agua, con aire, educación, para todas y todos? ¿En eso consisten el delito y la ignorancia?
Para construir soberanía alimentaria precisamos combatir el agronegocio y el avance del desierto verde de eucaliptos. La soberanía alimentaria es la base de la felicidad de un pueblo, pues implica alimentos abundantes, saludables y accesibles, y nuevas relaciones entre las personas y entre las personas y el medio ambiente.
Hombres, tengan en cuenta que una mujer que convive, que lucha al lado de un hombre que se declara machista, es como un esclavo conviviendo con alguien que se declara esclavista. ¿Qué relación de igualdad y respeto puede existir en una situación así?
Cuando luchamos por una nueva sociedad, con soberanía alimentaria, luchamos por nuestra felicidad, personal y colectiva. En el Día Internacional de la Mujer Trabajadora continuamos luchando por alimentos, pero no queremos solamente comida, queremos soberanía alimentaria, queremos ser felices en nuestra vida en el campo.
Por Janaina Stronzake, MST de Rio Grande do Sul, correo electrónico: moc.liamg@anajarret
Fuente: WRM