Mitos - ¿Para alimentar a la humanidad se necesita a la industria?
En nuestra nueva sección, Mitos, intentaremos coleccionar, y desmentir, las falacias que mueven a las corporaciones, los organismos internacionales y los gobiernos nacionales a promover políticas y emprendimientos que socavan nuestro futuro con injusticia, miseria, despojo y devastación.
La producción industrial de alimentos y sus versiones procesadas (harinas, repostería, pastas, bebidas, mantequillas, endulzantes, aceites, salsas, mayonesas, enlatados, platillos congelados, etcétera) constituyen un 30% de la alimentación de la humanidad, pero insumen el 70% de los suelos, agua, combustibles y fertilizantes.
Desde la Revolución Verde, la producción industrial de alimentos se ha presentado como la única solución para resolver las necesidades alimenticias de la creciente población planetaria. Hace más de medio siglo que las políticas alimentarias mundiales y nacionales se basan en las estadísticas sobre cultivos, rendimientos, precios y canales de distribución del ámbito industrial. Además de colocar su información como verdad incuestionable y opción única, la industria agroalimentaria vuelve invisibles —con afán de erradicación— las redes de producción no industrial que cubren los rincones del planeta. Las excluye de las grandes iniciativas para resolver el hambre del mundo, les impone lógicas fabriles, cultivos que coticen en las bolsas de valores. Diseña planes para aprovechar el subsuelo y otros recursos que se hallan en los territorios donde funcionan esas redes, ya que su producción es “mínima.”
Los agricultores con parcelas de menos de 2 hectáreas, pescadores artesanales, cazadores, pastores, recolectores y hortelanos en las ciudades utilizan menos del 30% de los recursos para la producción agrícola: tierra, combustibles fósiles y agua. Producen en primer lugar para sus familias y comunidades, lo que implica alimentar, al margen de la industria, a más de mil 500 millones personas, y acercarle a otras tantas productos diversos, con procesamiento mínimo, con empaquetado mínimo, sin conservadores ni aditivos químicos.
Las formas no industriales de producir alimentos proveen más de 70% de la comida que nos mantiene en pie: de 15 a 20% proviene de agricultura urbana, 10 a 15% de la caza y la recolección, 5 a 10% de la pesca artesanal y de 35 a 50% de las pequeñas parcelas agrícolas.
La producción industrial, por ser masiva, requiere espacios enormes, cantidades inimaginables de insumos para arrancarle algo a suelos más y más devastados; se transporta en contenedores gigantescos a los centros de procesado; allí se altera para permanecer años en los anaqueles, y los productos se adicionan de tal forma que los compradores se enganchan sin defensa en el consumo de la sal, la grasa y el azúcar añadidos. La adicción garantiza la ganancia.
Entre el 33 y el 40% de la comida industrial se desperdicia en la producción, transporte, procesamiento y en los hogares de las megalópolis; un 25% se pierde por sobreconsumo.
Pese al costo y el desperdicio, 2 mil millones de personas tienen deficiencias de micronutrientes. Casi mil millones están debajo la línea del hambre y mil 400 millones padecen sobrepeso. Se dice que la obesidad duplicará para 2030. El costo del desperdicio y de curas para afecciones relacionadas con malnutrición y sobreconsumo rebasa los 4 billones de dólares anuales: la mitad del valor mundial del mercado de comestibles industriales.
No es cierto que sólo con producción industrial se cubrirán las necesidades alimentarias de la humanidad. La producción en redes no industriales es tan potente que aun la FAO tiene que aceptar que las más de 500 millones de fincas familiares “son necesarias para garantizar la seguridad alimentaria mundial, cuidar y proteger el entorno natural y terminar con la pobreza, la subalimentación y la malnutrición.” No se necesita la producción industrial para alimentar al mundo.
Fuente: Revista Biodiversidad 82 / 2014-4