México: la experiencia zapatista: un testimonio, por Andrés Aubry

Los Caracoles construyen con zapatistas y no zapatistas una sociedad campesina alternativa, siembran cariño a su tierra, producen, van venciendo poco a poco la enfermedad endémica del campo, y generan conocimiento y arte desde abajo. En ellos nada se hace sin pensamiento. De ellos no sale enriquecimiento pero sí una deslumbrante dignidad, se restaura lo humano magullado por el neoliberalismo

Ahora Chiapas "está peor que antes del primero de enero de 1994" rezan los sabios de la oficialidad federal y estatal. ¡Cómo no! ¿Acaso el EZLN no había profetizado el desastre del campo aquel día del arranque operativo del TLC? ¿No es el saldo previsible del incumplimiento de los Acuerdos de San Andrés, o de aquél de la Ley del 11 de marzo de 1995 sobre el diálogo, al obstinarse el gobierno a perpetuar los medios militares en vez de buscar una salida política que iría a las causas del conflicto?

Nunca antes hubo tantas parcelas sin sembrar y tantos migrantes a Estados Unidos por desesperación, tanta fraccionalización de las organizaciones con todo y "reconciliación", tanta división en las comunidades polarizadas por una meticulosa guerra sicológica, ni tanto abandono del Estado por delegar tácitamente sus funciones al ejército, y renunciar a desmantelar a paramilitares. ¿Desde cuándo una guerra mejora las cosas?

Y, sin embargo, existe otra evidencia contraria: la práctica zapatista de una resistencia pertinaz, creativa, por la reflexión que genera la rebeldía (la lucha también es productiva de conocimiento), va revirtiendo la tendencia. Los zapatistas y no zapatistas de las comunidades que están dentro de la órbita de los Caracoles y su gestión, ya viven mejor que antes del primero de enero. Están más atendidos que en los años anteriores a 1994, más animados porque ven una salida concreta del túnel, y, aun con una innegable (pero digna) austeridad, cosechan ya los primeros beneficios de opciones promisorias.

Una sociedad y un gobierno zapatistas, no un Estado zapatista

Los recientes informes de las JBG o Juntas de Buen Gobierno (y sus reportes cifrados, consultables por los carteles públicos en el auditorio de los Caracoles y en cada local de los consejos municipales autónomos), o el reportaje de Gloria Muñoz (suplemento dominical del 20 aniversario de La Jornada) son mucho más que el reflejo de un gobierno rebelde, son el espejo de la nueva sociedad que alumbra, y va construyendo la práctica zapatista. Sin esta contextualización, se arriesga errores de interpretación sobre el proyecto político zapatista promulgado el 9 de agosto de 2003 en Oventic.

Lo primero es que se trata de la expresión de un gobierno no ejercido por una clase política. Las JBG son rotativas y agarran desprevenido a cada nuevo gobernante: "todos fuimos gobiernos" reza la sexta parte del "video" que las presenta. Esta opción procura una constante reinyección y promoción de las bases, sin privilegiados ni profesionales del poder. En todas sus instancias (CG del EZLN encargada de insurgentes y milicianos, comandancias que recogen y dan forma a las grandes opciones políticas del zapatismo, JBG y consejos autónomos más cercanos a las bases de apoyo), estamos en presencia de otro gobierno, aquél que surge del mandar obedeciendo, uno sin afán de poder (de mandar, reprimir y vencer), bien distinto de la teoría del Estado modelado por las ciencias políticas. Los zapatistas no han tomado el poder, tan sólo han construido niveles y ámbitos de gobierno alternativo en el que la rebeldía de las bases "tiene, en todo tiempo, el inalienable derecho de alterar o modificar la forma de su Gobierno" (artículo 39 constitucional); el único en tener poder y soberanía sigue siendo "el pueblo" (misma referencia). En las innovaciones organizativas del EZLN no hay ningún capricho sino sólo la señal de una radicalización progresiva de la aplicación reflexionada de textos fundadores, como por ejemplo, la Constitución (en su versión original) y los Acuerdos de San Andrés.

Y lo otro es que testimonia una práctica social que refleja una sociedad campesina, también otra, alternativa, no "cerrada" ni "corporativa" según la clásica y caduca definición de los antropólogos, sino abierta a todos los mundos. Es innegablemente campesina pero está atravesada a diario por vientos y gentes de todo el país (la mayoría llega del campo, del México rural) y de varios continentes. Si bien su gobierno es zapatista, está para todos cuantos viven dentro del territorio del Caracol y lo respetan, sean o no zapatistas, desde la JBG y consejos autónomos, desde sus clínicas, sus sistemas internos normativos (por ejemplo me encontré con polleros presos sin cárcel, en rehabilitación con trabajo comunitario), o desde sus buenos oficios ya señalados en recientes comunicados. Su apertura universalista no lo exime de fomentar las solidaridades pueblerinas cuyos mundos, aun distantes del zapatismo, caben también dentro de su propio mundo no tan local.

El sótano de la economía capitalina

No han faltado teóricos aliados del EZLN que han confesado su reticencia y decepción ante un proyecto tan humilde, hasta tan simple, que ven como muy lejos de la meta "contra el neoliberalismo, por la humanidad". Quienes compartimos nuestro tiempo entre los libros y el campo estamos más tranquilos que ellos.

El primero en detectar e identificar el sistema-mundo de nuestra economía fue Fernando Braudel (quien, después, inspiró a otra voz mayor, la del comprometido Immanuel Wallerstein). El primero, el patriarca de la historia nueva, en los tres voluminosos tomos de su historia del capitalismo --el cual hace remontar al siglo XV--, se queja más de una vez de que a los historiadores no les importa el comer, la atención de la parcela, las futilidades de la vida cotidiana, que, sin embargo, tejen la historia verdadera, la vivida.

En el completo edificio del sistema-mundo, Braudel distingue varios pisos, desde su lejana génesis hasta nuestros días. El techo que lo cobija es el Estado que, en sus inicios, no es sino un modesto tapanco. Abajo de él, los principales responsables ocupan el piso superior, aquél de los negocios, luego y pronto el de los bancos, y de todos los cazadores de capital. Pero existe en la base el piso bajo, al nivel de la calle del suburbio o de la vereda del campo, habitado por víctimas que también son actores porque, desde y con ellos, se ha ido gestando el sistema que nos aqueja. Es el universo del campesino, de sus parcelas de cultivo, de sus migraciones, de la lucha por la vida, de los niños de la calle (ya desde el siglo XVIII), del encuentro con policías y soldados de todas las banderas tan retratado por los maestros de la pintura flamenca, el pequeño mundo de la cárcel, del patio o del taller del artesano, de la mesa cotidiana con sus frustraciones, de casas sin muebles y sin bienes.

Braudel le dedica un tomo entero que intitula "las estructuras de lo cotidiano"; es el escenario de "la civilización material", su rez-de-chaussée a ras del suelo, omnipresente en la base del edificio del sistema-mundo, siempre cruzado en persona por los agentes del capitalismo, o sus intermediarios y sus viles manos largas o caciquiles, un lugar estratégico, pues, y hasta cognitivo, pero olvidado por los historiadores (y tantos otros): el de los de abajo, allí donde todo se gesta ¡hasta el capitalismo! En una comida compartida con Wallerstein, le pregunté: "¿Y por qué tanto interés suyo por el zapatismo?" Me contestó: "Todo lo nuevo que va a durar así empieza, así empezó el capitalismo". ¿Por qué no sería también desde allí, desde las opciones antisistémicas a ras del suelo del ezln, que empezará su fin, ya a la vista según el mismo Wallerstein?

En la fase en que están los zapatistas, la meta es la instauración de los Caracoles.

Una nueva sociedad

Este octubre de 2004 es otro aniversario, el 30avo de la celebración del Congreso Indígena de 1974. Lo menciono porque, cuando me presenté por primera vez a una JBG, uno de sus miembros me reconoció, identificándome enseguida porque me asociaba a ese evento. En aquel entonces, las "estructuras de lo cotidiano" que se escogieron para estudiarlas y transformarlas se desplegaron en cuatro ejes: la tierra, el comercio, la salud y la educación.

Estos cuatro ejes siguen siendo las prioridades que movilizan la gestión de las JBG. La tierra es todo un mundo, que va desde la madre que cobija a mis muertos hasta el suelo que se cultiva o es robado por la finca, de la semilla hoy agredida por patentes y transgénicos hasta los recursos naturales. El comercio es la piratería mercantil de los coyotes del campo y de los negocios transnacionales que también piratean la agroalimentación. La salud, afectada por las enfermedades curables que matan. La educación, deseducada por el sometimiento de la escuela convencional y su aparato de desciudadanizacióon, desenfocado de las problemáticas locales y regionales vividas por el alumnado y sus familias.

El primer eje se sintetiza en torno a la agroecología es decir una vía campesina (no una agricultura industrial), liberada de la dependencia y de la contaminación de los agroquímicos. Un bello mural de Oventic que se puede disfrutar desde la carretera (en donde, en enero de 1996 cuando la fundación del entonces Aguascalientes II, mujeres y niños zapatistas corrieron las tanquetas del ejército como ganado) despliega el esplendor de la diversidad varietal del maíz chiapaneco.

Un ejemplo más: en otro Caracol más lejano, la JBG comisionó a uno de sus miembros para acompañarme porque quiso agilizar la coordinación y los contactos de un proyecto recién aprobado. La mala brecha pasaba ante un banco de arena trabajado. Pregunto: "Y estos dos trascabos ¿qué hacen?". Me explica que son de una dependencia gubernamental porque a ella le toca el mantenimiento de este tramo, y al Caracol otro tramo (sin los trascabos del gobierno). "Pero, el banco ¿de quién es?". "De nosotros" respondió con orgullo. Insisto, pensando en el proyecto que motivaba nuestras andanzas: "¿Y cuánto cobran?". Casi se ofuscó el JBG: "¡Entre zapatistas la naturaleza no se vende!" La agroecología gestiona racionalmente los recursos naturales, vigila que la cantera no sea un desastre ecológico como aquél de los bancos de arena que desfiguran el entorno de San Cristóbal y le quitan su agua; no se hace negocio con una riqueza que es de todos.

El segundo eje es el comercio alternativo. Canaliza el trabajo de las artesanas tejedoras, las botas de los zapateros zapatistas, crea redes comerciales para el café y la miel. Como son cultivos orgánicos, cobran un valor agregado que amplía la oferta; como prescinde de los coyotes rurales o industriales, exportándose directamente a Suiza, Francia, Alemania, Bélgica, Canadá y Estados Unidos, en un intercambio más justo entre clientes y cafetaleros, los gastos de intermediación casi no existen (por el voluntariado internacional de los asesores comerciales de la cooperativa), lo que aumenta notablemente la retribución del productor.

Este piso bajo de la estructura de base del productor es estratégico porque esta "civilización material" brinca ya el segundo nivel del negocio --nacional e internacional-- del edificio económico mediante sus redes. Los traileres que surcan los caminos de las cooperativas zapatistas enseñan que el intermediarismo escandaloso va transitando hacia un mercado de intercambio equitativo, cuyo resultado es ya una mejoría del nivel de vida del productor de abajo.

La salud empieza por lo primero: la prevención de enfermedades, no sólo por campañas de vacunación (a veces aleatorias por la vulnerabilidad del biólogo a la incomunicación de las comunidades) sino también por la higiene del hogar y de los alimentos, y por la formación de equipos de salud comunitaria, sin lo cual la curación sería irremediablemeente repetitiva. Y no olvida lo último, que es la rehabilitación del enfermo. Además, es alternativa porque no desperdicia los recursos tradicionales de "la medicina de hierbas" (racionalizada en laboratorios) y su cálido entorno sico-social-somático que asocia a la familia del enfermo y genera una nueva relación entre el médico o sus auxiliares y los pacientes.

En un nicho discreto de la selva, existe un pulcrísimo edificio de colores alegres, con amplios corredores y patios entre recámaras y consultorios; en su quirófano operaron las mejores y más diestras manos de Chiapas y personalidades médicas nacionales y extranjeras. Tiene espacios para hospedar y alimentar a familias de pacientes, y otros para el estudio, talleres, reuniones. Semeja más un centro anfitrión comunitario que un hospital. Los pacientes no llegan cohibidos sino como si fuera un hogar donde saben que la atención será cálida. La dirección no es médica sino campesina, coordina mantenimiento, cocina, laboratorios, atención a enfermos y también a doctores (todo de paso), campañas de vacunación y la esencial relación con las comunidades de su amplia área. Allí, en cuanto apenas aclara el día, es como una colmena activa, se amanece con el escandaloso bullicio de los pájaros de la selva pero también con el canto tarareado del personal. Al manifestar mi extrañamiento por tanta alegría, me contestaron con toda naturalidad: "Por supuesto, la salud es vida" y se celebra a diario.

El último eje sin ser menor es la educación. Su tarea no es distribuir el saber sino aprender a saber, comprender, enfrentar los problemas, identificarlos y aprender a resolverlos aun si se presentan de improviso. También es un aprendizaje, desde el aula de la democracia (artículo 3, inciso II, letra a de la Constitución) y de la autonomía, no con recetas sino viviéndolas. El clima educativo es tan central como su contenido.

Conozco a promotores de una escuela secundaria que, tres años antes no sabían hablar español y por tanto no leían. Ahora algunos son ratones de biblioteca, el cuento tsotsil de otro ya fue premiado por una instancia académica evidentemente no zapatista. Quisieron celebrar el tercer aniversario de su nueva chamba de voluntarios de la educación. Se hizo la oscuridad en el salón, se prendió velas, se oyó en sordina el canto chamula del Bolonchón (la serpiente-jaguar en tsotsil) y la lectura, por su autor, de varios poemas en los que todos se identificaban. Luego, otro promotor agarró su guitarra y le ofreció un recital de su composición. Sin concluir todavía su primer ciclo de tres años, esta escuela zapatista había parido ya a un cuentista, un poeta y un cantautor.

Los Caracoles construyen con zapatistas y no zapatistas una sociedad campesina alternativa, siembran cariño a su tierra, producen, van venciendo poco a poco la enfermedad endémica del campo, y generan conocimiento y arte desde abajo. En ellos nada se hace sin pensamiento. De ellos no sale enriquecimiento pero sí una deslumbrante dignidad, se restaura lo humano magullado por el neoliberalismo. Quien se atreve a decir que Chiapas hoy es peor que en 1994 nunca ha pisado suelo comunitario, ni ha visto brotar sus reflexionadas y atinadas alternativas. No sólo le va mejor, ya es otro.

15 AÑOS OJARASCA número 90 - octubre 2004.

Fuente: Suplemento Ojarasca N° 90, La Jornada, México

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