México: el derecho a desobedecer

El espantapájaros del "separatismo" nubla por autoconvencimiento a los dueños de la ley-tal-cuál, por aquello del Estado de derecho en que parapetan sus verdaderas intenciones. Como si los mexicanos, un pueblo libre, no tuvieran derecho a desobedecer

Ojarasca N° 76
Agosto de 2003

"El precipicio no nos corta en dos. El precipicio nos rodea"
Wislawa Szymborska: Autonomía.

Las acusaciones del poder y sus epígonos-publicistas no cambian. Alimentan de chanchuyo las falacias, y ya ni se molestan en elaborar ideología.

Hoy, la derecha radical sufre una de sus recurrentes fiebres de fascismo protoclerical muy veintes-treintas en la triada cristeros, sinarquistas, catolicismo criollo. La principal diferencia histórica radica en que salieron de su catacumba (que con los años se redujo a doméstico clóset gracias a la viada del PRI) y ahora están en el poder. La ultraderecha incrustó en el Estado huestes de legionarios de Cristo, Opus Dei y otras "modernidades" medievales. El danzón conserva razón: Juárez no debió de morir.

La fuerza de la autonomía demostrada por las comunidades zapatistas al establecer las Juntas de Bien Gobierno, es la campana y el badajo, la llamada de atención y el paso que sigue. El "ya basta" no escuchado hace diez años se va transformando en un por dónde alternativo y posible desde la extremada resistencia.

La soberanía de México está en las peores manos desde hace dos décadas. En su fase terminal, el partido de Estado tumbó paredes y leyes suficientes para que este noveau régime sólo aplanara y apisonara los escombros. A la vez (en 1988, 1994, 2000), los mexicanos se empeñaron en derribar el sistema priísta para construir la casa de la democracia. La victoria fue pírrica: sacamos al pri pero llegaron un pan radicalizado y Fox.

Al sistema del poder (de las armas y el Estado). A los políticos de hueso colorado ya sin pellejo, pero bien aferrados (y cada partido una manzana agusanada). A los empresarios-socios de la traición vestida de seda. A todos les cae como patada la autodeterminación indígena llevada a la práctica, ante la evidencia de que las autonomías no muerden a la nación sino (¿ahí el problema?) la defienden.

Digamos que el movimiento indígena y popular actualiza la diálectica de nuestra historia. Independistas republicanos o monárquicos, reformistas liberales o conservadores, porfiristas o antireeleccionistas, revolucionarios de uno u otro bando, Calles o cristeros (y un esquemático etcétera).

Será que nos rodean dos oceános. Que el poroso imperio del norte no consigue destruir a los millones de trabajadores que lo penetran por lo bajo. Que en el sur todos conocen con matemática precisión dónde empiezan Guatemala y Belice. La cosa es que, en lo que se discute si tiramos todo por la borda o aguantamos para seguir siendo lo que somos, los mexicanos estamos a solas entre nosotros mismos.

Y sí, el globo, los organismos centrales del Control Planetario. Y la rebelión de los desalineados. Pero también en esa foto nuestra presencia es muy reconocible, e importa.

El abismo no nos divide. Está fuera de nosotros, y en vencerlo México gana su altura. La autodeterminación es un derecho individual y colectivo, cultural y político, expresable en todas las lenguas vivas del cuerpo nacional y posible donde los pueblos lo demanden. Contra quienes manotean "ilegalidad", "separatismo", "descontrol" y "enajenación territorial", las autonomías ofrecen a México una oportunidad histórica de lucir los colores de la pluralidad entre iguales a todo brillo.

Fuente: La Jornada, Suplemento Ojarasca

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