Manifiesto de los pueblos de Morelos
"Llegó el momento de actuar. Tenemos que entender que hoy, si la lucha de cada pueblo está aislada se condena a la derrota, al despojo, a la destrucción de su organización comunitaria y a ver morir cada uno de sus recursos vitales y sus sueños. Mientras que los pueblos que nos juntemos no podremos ser derrotados jamás..."
El siguiente documento, del cual presentamos algunos fragmentos, proviene de México, donde las comunidades indígenas que compartieron con Emiliano Zapata su idea del autogobierno comunitario basado en un territorio campesinoindígena siguen, al filo del milenio, luchando por una vida digna, para lo cual hacen una valoración de los ataques que pesan sobre su futuro y hacen un diagnóstico con horizonte desde sus propios saberes
Desde que oímos los primeros truenos de mayo nos preparamos para sembrar…
Nuestras tierras, cerros y aguas
En nuestro principio están las bases de lo que actualmente somos. Nosotros, los pueblos de Morelos, somos herederos de los señoríos tlahuicas, xochimilcas y otros pueblos milenarios, herederos de las permanentes luchas de resistencia que datan de la Colonia y la Guerra de Independencia. Somos los pueblos constructores de la Revolución mexicana, herederos directos de Zapata y Jaramillo, pueblos que hemos librado una lucha incansable por el reparto de la tierra y el agua como base de nuestra libertad. Siempre hemos considerado a la naturaleza algo tan importante como nosotros mismos.
Nuestros padres y abuelos siempre tuvieron respeto y veneración por la tierra, el agua, el aire y el fuego. Somos pueblos que sentimos y respetamos nuestro maíz, nuestros montes, nuestros días y noches, con todas sus estrellas. Desde tiempos inmemoriales acostumbramos hablar con nuestras aguas y venerarlas. Buscamos entendernos con nuestro sol y nuestra luna. Son sagrados para nosotros los vientos, los puntos cardinales y todos los animales de nuestras tierras que nos acompañan —como las hormigas, las chicharras, las polillas, los jumiles, nuestros perros y nuestras aves, como los píjolos, los tecolotes [buhos] o los guajolotes [pavos].
Somos pueblos que respetamos y sentimos nuestras necesidades, muy especialmente la del agua.Conservamos este respeto profundo, aunque la religión, la economía y la cultura dominantes no nos permitan manifestar abiertamente nuestros sentimientos de respeto por la lluvia, por los cerros, por nuestras tierras y semillas.
La tierra nos da de comer, el agua nos da vida y alegría, mientras los cerros y sus selvas no sólo nos dan agua, sino también pinos, encinos, jacarandas, tabachines, ceibas, bugambilias, nochebuenas y animales como el venado, el jabalí, mapaches, tejones, zorrillos, armadillos, liebres y conejos, ardillas, coyotes, comadrejas, cacomixtles, tlacuaches, murciélagos, chachalacas, urracas, zopilotes, auras y cuervos. Por eso los cerros son toda nuestra fortaleza.
Aprendimos a leer la niebla, el frío y el calor, los temblores ligeros de la tierra y los eclipses. Aprendimos a interpretar el sonido de nuestros ríos o hablar con el viento que sale de los pozos naturales y los ríos subterráneos. Conversando con el monte, con la lluvia, con las nubes, con el sol y con los seres que viven en nuestro territorio hemos aprendido a entender nuestros lugares, sus manifestaciones, sus fenómenos naturales, y de ahí planear nuestras actividades del año.
Entendemos y veneramos la relación con nuestras tierras, aguas, y aires porque mantenemos en pie nuestra organización colectiva, y sabemos que el día que ésta muera, morirán nuestras relaciones, nuestros saberes y cada uno de nuestros recursos. Por ello conservamos nuestras danzas. En ellas no sólo llamamos al agua, sino que nos prometemos no desintegrarnos. Mantener nuestra palabra es la verdadera ley que se debe cumplir.
Nuestras comunidades cuidan colectivamente sus tierras, para ello nuestros antepasados nos dejaron delimitaciones. Construyeron colectivamente tecorrales. Para guardar y defender las tierras de los robos y de lo que altere nuestra paz. Nuestros pueblos teníamos guardabosques, guardaganados, guardatierras, y guardacercas. Y por ello seguimos acudiendo a nuestras plazas cuando el repique de las campanas avisa de una amenaza común.
Tenemos muchos lugares sagrados donde colocamos cruces y realizamos ceremonias y danzas que simbolizan nuestro respeto y veneración por el agua, la tierra, nuestras semillas y comunidades.
Desde la Colonia, pueblos indígenas como Xoxocotla fueron pueblos rebeldes, renuentes al proceso de evangelización. Xoxocotla, Alpuyeca, Atlacholoaya y Temimilcingo siguen siendo pueblos rebeldes porque mantienen en pie a sus dioses antiguos dedicados a la veneración del agua […]
El agua todavía vive en el corazón de estos pueblos cuando en el Día de la Ascensión se veneran los cuatro puntos cardinales, el cielo y la tierra de la pequeña gruta sagrada de Coatepec, el Pozo del Padre, la Santa Cruz, las piedras en forma de mesa en el camino real a Santa Rosa Treinta y en un punto en el Cerro de la Tortuga. En sus ceremonias agradecen y fomentan colectivamente la experiencia de recibimiento. Porque danzando con las ramas agradecen con alegría del corazón el agua que reciben del cielo, las montañas, los bosques y las tierras. No en balde son pueblos que todavía distinguen el sabor sagrado del agua viva.
La devastación actual
Hace décadas que el crecimiento de las insaciables ciudades de Cuernavaca y Cuautla, el turismo depredador, las modernas industrias y una agricultura que utiliza agresivas sustancias químicas, vienen devorando nuestras mejores tierras, nuestros ríos y manantiales, las barrancas, las selvas bajas y los bosques, con toda sus árboles y especies. ¿De qué nos sirvió tanta lucha por la tierra y el agua, si todos nuestros recursos son saqueados y destruidos? Vemos que avanza la imparable deforestación del Corredor Biológico del Chichinautzin, del área natural supuestamente protegida de El Texcal. Que avanza la urbanización sobre los numerosos manantiales del área protegida de Los Sabinos, en la naciente del río Cuautla, la implacable deforestación de más y más barrancas en Cuernavaca, y que cada día se ahonda y crece la enorme herida que la cementera Moctezuma le abre al área “protegida” de la Sierra de Montenegro.
Nuestros bosques, que son las esponjas que absorben el agua que utilizamos todos, son destruidos porque los gobiernos federal y estatal permiten que florezca la tala clandestina en la Sierra del Chichinautzin, sobre todo en la región de las lagunas de Zempoala.
Las barrancas, que durante siglos sirvieron para que se abundaran especies de flora y fauna, se animaran los arroyos y se regulara el clima, hoy peligran porque en ellas se construyen grandes unidades habitacionales, se pretende abrir carreteras o libramientos o porque se las usa como tiraderos de basura a cielo abierto, como ya ocurre en Cuernavaca.
Nuestros cerros y montes, que son nuestra protección, porque permitieron que hace miles de años se entablara comunicación e intercambio de productos, ideas y tradiciones entre los pueblos, hoy son destruidos por la voracidad de las empresas y la corrupción de los tres poderes y los tres órdenes de gobierno, que se aprovechan privadamente del patrimonio de todos.
Somos testigos de cómo la disolución de nuestra vida comunitaria y la corrupción de nuestras autoridades han permitido que se ensucien de forma indescriptible nuestros canales, apancles [acequias], acueductos y jagüeyes [pozas]. También vemos cómo se pierde paso a paso la nieve del volcán Popocatépetl, que se secan los ríos Amatzinac y Cuautla y que siguen el destino del Apatlaco y el Yautepec (que se volvieron canales de desagüe), y sus saltos de agua y sus barrancas se convierten en basureros, lugares tan contaminados que se vuelve imposible vivir a su lado.
Los principales acuíferos del estado, en El Texcal de Tejalpa y en la Colonia Manantiales de Cuautla, hace ya muchos años fueron concesionados a la poderosa empresa femsa-CocaCola, que no rinde cuentas a nadie sobre la enorme cantidad de aguas extraídas.
Las aguas superficiales de Morelos están a punto de desaparecer porque la urbanización salvaje que ocurre en nuestro entorno demanda un consumo cada vez mayor de agua, sin que se le impongan restricciones a la perforación de pozos de la industria o a las empresas inmobiliarias, que sólo la saquean y no nos devuelven sino podredumbre.
Mientras, los gobiernos municipales entienden las ineficientes plantas de tratamiento (que ya existen o por construir) sólo como oportunidades de hacer más negocios privados, traspasando a empresas particulares el manejo comercial de esas plantas.
Pero aunque la escasez del agua avanza a ojos vistas, la Comisión Nacional del Agua, sin tener un verdadero registro histórico de los afluentes, mantiene con cinismo que éstos no han disminuido. Manipula los aforos que establecen la capacidad de los acuíferos, y construye un discurso oficial de supuesta sobreabundancia del agua, que le permite autorizar más perforación de pozos e insultantes gastos de agua a las industrias o las unidades habitacionales, mientras a los pueblos les dora la píldora y les habla de que hay agua suficiente para un continuo crecimiento rural […]
En realidad el agua resulta cada vez menos suficiente para todos. Los pueblos que conservan las originales dotaciones de agua de sus manantiales ya no logran hacerlas valer, y el abasto de la misma no llega a los pueblos.
Así, este manejo oficial del recurso, que autoriza la sobreexplotación de los acuíferos, que ofrece información falsa para confundir a los pueblos, que permite la contaminación indiscriminada de los ríos, que solapa la inoperancia de las plantas de tratamiento y eleva las tarifas de agua, en realidad está encaminado con gran dolo a fomentar los conflictos entre los pueblos.
Como en muchos otros lugares del país, el agua profunda de los acuíferos se convierte en bien privado, cada vez más escaso, más codiciado y más caro. El agua rodada, que mal sobrevive en nuestros campos, aunque se mantiene como agua barata, empeora su calidad por una contaminación que destruye los animales acuáticos o terrestres y las plantas que crecen en las riberas de los ríos. Se contaminan y destruyen manantiales, ríos, canales y apancles, se pierden pozos artesanos, lo que implica destruir nuestras formas de alimentación, plantas medicinales, posibilidades de higiene y de vida, con todo y los saberes tradicionales que la sustentan.
Nuestros pueblos han tenido que sufrir, por años, la imposición gubernamental de criterios autoritarios sobre el uso de nuestro propio territorio. Alpuyeca y Tetlama fueron sacrificadas durante más de 30 años con la operación de un tiradero de basura a cielo abierto que se convirtió en una montaña y enfermó, deformó y mató a decenas de pobladores hasta que los pueblos dijeron “no más” y salieron a las carreteras hasta lograr que se cerrara. Pero ahora, como las ciudades grandes “necesitan” un espacio para tirar su basura, pretenden hacerlo otra vez en pueblos como San Antón, Anenecuilco y la Nopalera, San Rafael, Yecapixtla, Moyotepec, Cuentepec o Axochiapan, sin tomarnos en cuenta, sin hacer verdaderos estudios de impacto ambiental, pero sobre todo, sin hacerse responsables de la devastación que generan las basuras modernas en nuestras tierras, nuestros ríos y manantiales, en nuestra salud y en nuestras vidas.
Mañosamente le llaman a nuestras tierras “espacios vacíos”, o si acaso “improductivos”, porque muchos de nosotros todavía somos campesinos e indígenas. Ellos sólo ven cómo hacer negocio con nuestras tierras, sin importarles que todavía las cultivemos, las habitemos y las cuidemos.
En suma, Morelos, en algún tiempo considerado como lugar privilegiado por su clima, sus manantiales, sus tradiciones y la calidez de su gente, pierde hoy de forma irreversible todas sus riquezas naturales y culturales, mientras los pueblos estamos en peores condiciones económicas, ambientales y sociales, porque aquí predomina la injusticia. Nuestro territorio es visto por los gobiernos federal, estatal y municipales como botín, como fuente de enriquecimiento sin límites para unos cuantos, mientras se nos despoja de aquello a lo que hemos dedicado toda nuestra vida a cuidar y compartir comunitariamente: el agua, la tierra y el aire.
Antes, la Iglesia confesaba a los pueblos para poder castigar ejemplarmente a quienes osaran rebelarse contra el poder de las haciendas. Como el despojo de tierra era causa de continuas quejas, peticiones de justicia nunca escuchadas, continuas rebeliones, motines y levantamientos, la Iglesia estaba ahí predicando desde el púlpito y el confesorio que las injusticias, despojos y la explotación obedecían a leyes divinas. Como ahora hemos llegado a una nueva era de arrebato de los bienes de los pueblos, pero la Iglesia ya no puede auxiliar en esta función, son los funcionarios públicos, principalmente de la Comisión Estatal de Agua y Medio Ambiente, sus ingenieros, hidrólogos, biólogos, quienes auxiliados por los medios de comunicación, predican el nuevo catecismo según el cual la expansión ilimitada de las ciudades, la devastación de las tierras y el despojo y agotamiento de las aguas, “no implican científicamente problema alguno”. Estos funcionarios obedecen el sagrado designio de las leyes del mercado y la especulación global, predicando el “progreso científico técnico de la humanidad”.
Por ello, aunque en el periodo colonial y la dictadura porfirista éramos esclavos o peones, hoy la gente viene a estar igual o peor, porque los empresarios y funcionarios, en no pocas ocasiones verdaderos delincuentes ambientales, aprueban todo tipo de proyectos, deciden por nosotros, compran tierras a precios bajos o expropian en directo nuestros territorios con sus recursos, explotan nuestro trabajo al tiempo que marginan a una parte cada vez mayor del pueblo campesino e indígena de Morelos.
Los sucesivos gobiernos de la entidad aplican lo que sabemos es la política general del gobierno federal mexicano: destruir sistemáticamente el campo y los campesinos. Absorber en las ciudades o expulsar por la migración a los pueblos originarios, para abrir paso a la apropiación privada de sus recursos naturales y la expansión irracional de las ciudades, los comercios, los hoteles, los centros de convenciones, los balnearios privados, las carreteras, las gasolineras, los centros comerciales, los campos de golf, las universidades privadas, los aeropuertos, los rellenos sanitarios o los tiraderos de basura a cielo abierto, los incineradores de basura, los megaviveros comerciales, los supermercados y las tiendas de conveniencia.
Para nosotros todo lo anterior sólo representa una mayor escala de destrucción de nuestros recursos, nuestras formas de vida, nuestra cultura, nuestra organización comunitaria y nuestra salud.
Ante tanta agresión, durante los últimos años hemos decidido resistir y enfrentar la devastación y el robo. Hemos emprendido luchas históricas por defender nuestra existencia contra el despojo de nuestras tierras, ríos y manantiales, como fue la lucha de los pueblos de Tetelzingo y Xoxocotla contra la construcción de dos aeropuertos, o la lucha del pueblo de Tepoztlán contra un club de golf; contra la deforestación y la destrucción del patrimonio cultural de Cuernavaca, cuando la corporación Costco quiso destruir el monumento morelense conocido como Casino de la Selva, o la lucha de la comunidad de Ocotepec por la defensa de predios colectivos contra la construcción de una megatienda: Soriana.
Ahora la lucha es la de Xoxocotla, Tetelpa, Santa Rosa Treinta y San Miguel Treinta, Tetecalita, Tepetzingo, Acamilpa, Pueblo Nuevo, El Mirador Chihuahuita, Temimilcingo, Tlaltizapán, Huatecalco y Benito Juárez, que defienden la supervivencia de sus manantiales Chihuahuita, El Zapote, El Salto y Santa Rosa.
Es la lucha contra los basureros a cielo abierto o rellenos sanitarios en Alpuyeca, Tetlama, Yecapixtla, Axochiapan, Cuentepec, Anenecuilco, La Nopalera, San Antón, San Rafael y Puente de Ixtla. Contra las gasolineras y estaciones de gas contaminantes en San Isidro, Ocotepec, Jiutepec, Cuautla y Cuernavaca. Contra la destrucción de la barranca de Los Sauces en Cuernavaca. Contra la construcción de libramientos carreteros, como en Huitzilac, y en los bosques del poniente de Cuernavaca o contra la construcción de la carretera Siglo xxi (Veracruz-Acapulco), en Popotlán, Amilzingo, Ahuehueyo, Tenextepango, El Salitre y las Piedras. Contra la deforestación general de nuestros bosques en la Sierra del Chichinautzin y El Texcal.
Es la lucha contra la expansión irracional de las defectuosas y destructoras unidades habitacionales, como las edificadas en los municipios de Xochitepec, Jiutepec, Cuernavaca o Emiliano Zapata; contra la criminalización, el hostigamiento y la persecución de nuestras luchas; contra el despojo de tierras en todo el estado y contra la privatización de los servicios públicos de agua, recolección y manejo de basura o el desmantelamiento de nuestras formas ancestrales de producir, intercambiar, de organizarnos y disfrutar la vida.
Nuestra lucha también es por defender espacios dignos de convivencia colectiva, que todavía existen en nuestras comunidades, por recuperar y aprovechar los recursos comunes, que son de todos, en beneficio de los pueblos, por rescatar nuestra lengua y tradición, por adoptar formas racionales de desarrollo económico, y por gobiernos honestos, al servicio de los intereses de las comunidades y no de los empresarios corruptos. Nuestra lucha es por lograr autonomía en nuestras decisiones y en la forma de gobernarnos como pueblos; por darnos a nosotros mismos y a nuestros hijos, nietos y los que vengan después, una garantía de existencia saludable y sustentable.
El sueño de los pueblos
Los pueblos de Morelos en lucha esperamos con el corazón volver a ver bello el lugar donde vivimos. Que podamos reunirnos —los que ya se fueron al haber sido empujados a emigrar, con los que todavía no nacen. Aunque es un sueño profundo, en realidad lo estamos soñamos despiertos. Hemos comenzado a reunirnos cada vez en más lugares para platicar comunitariamente cómo sería posible librarnos de la maldición de la basura y otros contaminantes, cómo conservar limpio nuestro ambiente y los recursos naturales que todavía sobreviven, cómo rescatar nuestros ríos, manantiales, bosques y especies; cómo remediar algunos de nuestros lugares más envenenados. En Morelos queremos que el crecimiento demográfico de las ciudades del país y de nuestro estado ya no responda a la emigración campesina hacia la ciudad —que viene de permanentes políticas anticampesinas—, ni de los obligados procesos de reacomodo que ello ocasiona en la incontenible mancha urbana de la ciudad de México. […]
Queremos que el campo ya no sea asesinado por las políticas públicas federales y estatales y que nuestros jóvenes, en vez de ser excluidos y se vayan, puedan trabajar y tomar gusto por el campo. Soñamos con que nuestros jóvenes no carguen encima con la permanente sospecha policiaca de ser delincuentes por ser pobres, ni que una parte de los mismos esté siendo empujada a la autodestrucción que le impone su enrolamiento dentro de las filas de la economía criminal: sea el tráfico de drogas, el contrabando, el robo y otras formas de corrupción incluso legalizadas.
Aunque nuestros pueblos no cuentan con el apoyo del Estado para obtener verdaderos servicios comunitarios, en realidad somos comunidades que tenemos recursos materiales y humanos que nos pueden permitir rescatar y atender los sistemas de agua, la basura local, una agricultura sin agroquímicos, tratar nuestras enfermedades y fomentar nuestros sistemas propios de educación comunitaria. Ante la marginación y el despojo ilimitado de nuestros bienes comunes estamos descubriendo que en el fondo de nosotros mismos está el poder inesperado de nuestros propios saberes locales, base para construir nuestra autonomía territorial y muy variadas experiencias de autogestión.
Soñamos colectivamente con descontaminar nuestros ríos, barrancas y cascadas, retomando sencillas tecnologías apropiadas, que no son costosas y que, por ello, pueden quedar bajo la administración, vigilancia y control comunitario, evitando las malas gestiones gubernamentales o aprovechando, cuando existen, nuestros propios fondos financieros provenientes de nuestras propias cajas de ahorro o de nuestras uniones de crédito, sin que entre nosotros prospere el abuso en los recursos o en la mano de obra, o el uso faccioso, ineficiente, dilapidador y corrupto de los recursos gubernamentales disponibles […]
En este reencuentro entre nosotros vemos a Morelos como un lugar donde puede prosperar la agricultura de alimentos, flores y viveros que no se acaben, desnutran o envenenen nuestras tierras y aguas, ni enfermen o deformen genéticamente a nuestros hijos. Que con cada nueva cosecha se pueda enriquecer la fertilidad de los suelos. Imaginamos una explotación racional de nuestros bosques y una producción agrícola muy productiva y diversificada.
Queremos que las empresas inmobiliarias dejen de “sembrar” varillas y planchas de pavimento en vez de maíz, que las grandes empresas dejen de introducir en nuestros campos semillas transgénicas, que dejen de introducir toneladas de plásticos y otras basuras perniciosas en la vida de nuestras ciudades, que dejen de presionar nuestras tierras para producir biocombustibles que sólo estarán al servicio de los automóviles y sus megaciudades […]
No comulgamos con la idea de que el único “progreso” posible es el que nos proponen los empresarios transnacionales o los políticos corruptos empeñados en despojarnos de nuestras tierras, bosques y aguas.
Queremos que no se pierdan en el olvido nuestras raíces. Que se rescaten, desde nuestras casas y pueblos, las tradiciones que todavía muchos practican o recuerdan. Que las difundamos para que podamos volver a entender su sentido profundo. Como mujeres de los pueblos queremos rescatar lo que aprendimos de nuestras madres y abuelas. Que en nuestros pueblos podamos seguir transmitiendo la sabiduría efectiva de nuestros antepasados. Frente al crecimiento de un consumo cada vez más manipulado, necesitamos rescatar la producción de alimentos propios, domésticos, sanos, que no nos esclavicen a las tiendas de autoservicio, ni a enfermedades degenerativas como la diabetes, los problemas del corazón o el cáncer […]
Nuestro sueño es integral, porque en él, nos imaginamos arraigados en el territorio y tejiendo juntos formas nuevas y tradicionales de organización que nos permitan consensar, entre todos, que los pueblos podamos tener agua, bosques, suelos fértiles y salud, con reservas para las próximas generaciones; recuperar, como comunidades, nuestra convivencia armónica; reconstruir nuestros lazos; construir la autonomía de cada pueblo, basada en nuestras propias leyes y normas sobre el manejo de agua, los suelos y la basura, respetando la consulta y los derechos de todos. Queremos la justicia que la legalidad de los poderosos nos ha negado […]
Nuestra aspiración, como la de muchos otros pueblos del mundo, es lograr que, en Morelos, ningún proyecto de desarrollo se pueda construir o implantar sin la consulta y aprobación de los pueblos, porque sabemos que es nuestro derecho decidir sobre nuestros recursos y territorios […]
Llegó el momento de actuar. Tenemos que entender que hoy, si la lucha de cada pueblo está aislada se condena a la derrota, al despojo, a la destrucción de su organización comunitaria y a ver morir cada uno de sus recursos vitales y sus sueños. Mientras que los pueblos que nos juntemos no podremos ser derrotados jamás.
Zapata vive en los pueblos que se organizan y se levantan
Consejo de Pueblos de Morelos
Xoxocotla, 29 de julio de 2007
La versión completa puede obtenerse escribiendo a: xm.manu.rodivres@rro o en Ecoportal