Luchas anti-extractivistas, alternativas y transiciones desde el ecologismo popular
Revista Biodiversidad, sustento y culturas #118
1. Transiciones en disputa. En los últimos años, desde las cumbres del poder mundial, el discurso de la “transición energética” se consolida como un nuevo conglomerado ideológico, tecnológico y político que abre paso a una nueva ofensiva extractivista en el Sur Global. Bajo la retórica de la desfosilización, se pretende legitimar la intensificación de la vieja matriz colonial de intercambio ecológico desigual. Lejos de una “preocupación climática”, esa “transición energética” desde arriba hace caso omiso de las verdaderas raíces de la crisis climática y la real dimensión de sus efectos. Su interés se centra en las tasas de rentabilidad.
Ese discurso es confrontado por las luchas anti-extractivistas que protagonizan comunidades defensoras de sus territorios de vida. Esas luchas señalan que no estamos sólo ante el agotamiento de fuentes de energía, sino ante la inviabilidad del régimen extractivista del capital.
Como fenómeno político, el extractivismo alude a un patrón de poder que hunde sus orígenes en la invasión, conquista y colonización de la entidad “América”. La explotación y el saqueo de sus territorios y pueblos dio lugar a la articulación histórico-estructural entre extractivismo, colonialismo y capitalismo. La incesante acumulación de valor abstracto precisa del despojo sistemático y la explotación creciente de territorios/poblaciones constituidos como meras zonas de sacrificio, de abastecimiento de materia y energía (incluido el trabajo humano) para los centros imperiales.
El extractivismo implica el consumo predatorio de las energías vitales para abastecer la rueda incesante de producción y consumo desigual de mercancías. Sobre la apropiación oligárquica de la tierra, se monta un circuito perverso de transformación sistemática de seres vivos en recursos mercantilizables, que desvía sistemáticamente los flujos hidroenergéticos desde los usos y valores sociales de (re)producción de la vida, hacia el mundo de las insaciables ambiciones financieras.
La crisis climática no es la crisis de “los combustibles fósiles”. Es la expresión de la crisis terminal de un modelo civilizatorio fundado sobre la depredación extractivista de los flujos hidroenergéticos que hacen de la Tierra un planeta vivo.
Frente a tal escenario, las luchas anti-extractivistas se conciben como condición y punto de partida para pensar la transición como una gran migración civilizatoria hacia modelos radicalmente otros de sociedad y producción social de la vida en común. A la falsa solución de la “transición energética” desde arriba, acá proponemos explorar y valorar las transiciones socioecológicas desde abajo.
2. Colombia: territorios en perspectiva ecofeminista. Colombia es hoy epicentro de una intensa lucha popular contra el extractivismo. En los últimos años, una serie de consultas populares permitieron frenar varios proyectos. Las movilizaciones contra proyectos de minería, petróleo y fracking permitieron múltiples articulaciones intersectoriales. La Mesa Social Minero Energética y la Alianza Colombia Libre del Fracking —emblemática en la articulación entre movimientos ecologistas, comunidades indígenas y campesinas y la Unión Sindical Obrera— fueron claves para frenar el fracking.
En estos procesos, cabe destacar la centralidad de las mujeres. Ellas son vitales en mantener la biodiversidad y las economías diversificadas como base del sustento propio y la autonomía política de los territorios. Ejercen un rol clave como portadoras y educadoras de conocimientos ancestrales sobre los territorios: ciclos de la naturaleza, del agua, de la luna y sus conexiones con los ritmos de la agricultura, la cría de animales, los ciclos de los cuerpos; los saberes de medicina tradicional y la salud colectiva.
Está también la firmeza crítica de las mujeres en las luchas anti-extractivistas. Sus sensibilidades y posiciones aportan un enfoque anti-colonial y antipatriarcal que cuestiona de raíz la violencia que el extractivismo supone sobre los territorios y entre las personas. Ponen en el centro de los procesos políticos de re-existencia la necesidad de recuperar y de cuidar los vínculos que se han roto con la naturaleza y al interior de las comunidades.
De las resistencias emerge una construcción colectiva de alternativas, como los casos de las mujeres wajú y afrocolombianas en la Guajira, involucradas en procesos de remediación y transición hacia territorios más saludables; las mujeres del Magdalena Medio y del Cauca que, desde regiones atrapadas por monocultivos, caminan por transiciones agroecológicas.
Pensamos así la energía desde una perspectiva múltiple, vinculada a la diversidad de dimensiones y aspectos de la vida en general. Las transiciones no implican sólo un cambio en las fuentes de energía, sino una redefinición integral de nuestras sociedades. Esto no es tarea de “expertos” sino de comunidades que son las que tienen que ir reconstruyendo los vínculos y las dinámicas de la vida colectiva, gestionando las energías bajo paradigmas de justicia y sustentabilidad interdependientes.
3. Sentido y horizonte de las transiciones post-extractivistas. En un mundo en crisis, las luchas anti-extractivistas disputan los sentidos que se pretenden imponer a las transiciones. Las transiciones ecológicas post-extractivistas, se contraponen a la agenda neocolonial de “transición energética” que se pretende imponer desde el Norte global. Se oponen también a la colonialidad de las élites gobernantes en nuestros países. La transición post-extractivista no es sólo una crítica a las economías primarias exportadoras con vías a un desarrollismo industrial. No se trata de pasar de un bando/hemisferio al otro, incluso suponiendo que eso sea posible. Más que un nuevo tipo de desarrollismo industrial, se busca un cambio integral en el sistema de acumulación capitalista, colonial, patriarcal, eurocéntrico. Y el industrialismo es también otra versión de ese mismo sistema.
Las transiciones a las que apuntamos no tienen nada que ver con un tránsito a modelos de negocio verde. El Green New Deal estadounidense, así como el programa Next Generation europeo, hacen del cambio climático un nuevo nicho de rentabilidad y de recuperación de competitividad de sus economías.
Una transición post-extractivista no apunta sólo a una sociedad “descarbonizada”. La idea de sostener la misma economía (su lógica, reglas y objetivos), sólo que ahora presuntamente basada en “energías limpias”, es un espejismo ideológico que tiene el efecto de reducir el horizonte político de la transformación.
Si el extractivismo es un régimen de poder sobre el entramado de la vida, lo que estamos buscando es un cambio en todo el sistema de vida, en las formas de entender la riqueza, el territorio, la energía y los procesos vitales. Es una gran mudanza hacia otro paradigma epistémico y político: re-crear nuestras formas de ser y estar en la Tierra y con la Madre Tierra.
4. Del individualismo competitivo al comunalismo cooperativo. Nuestra época se presenta como un momento crítico de la vida de la Tierra y en ella. Es un mundo, un régimen climático y un estado geológico del planeta totalmente nuevos. El Capitaloceno es detonado por el extractivismo, el geometabolismo del capital. El problema no es sólo la dependencia fósil de la economía de acumulación; es la acumulación como definición del sentido y horizonte de la existencia.
Una matriz energética no se define sólo por el tipo de fuente primaria; es una ecuación de poder y un régimen de relaciones sociales. No implica sólo qué tipo de energía usamos para mover el sistema de máquinas y objetos, sino qué tipo de energías políticas, motivacionales, mueven al sistema de sujetos.
Más allá de la toxicidad manifiesta de los hidrocarburos quemados en desmesura, hay que identificar la toxicidad primaria del patrón de subjetividad que determina esa desmesura. La ambición, la codicia, el guerrerismo y la actitud de conquista permanente es lo que ha moldeado el prototipo de la subjetividad moderna hegemónica. El hábito de conquista —de varones blancos, violentos, ultra-individualistas y competitivos, dispuestos a adueñarse del mundo y a engullírselo con total desprecio del resto de lo vivo— es el patrón de subjetividad que subyace a la “matriz energética” del mundo colonial-moderno-contemporáneo.
No es sólo cuestión de cambiar de las fuentes de energía sino la matriz política de las energías que constituyen los modos de concebir, estar y relacionarnos en y con el mundo de la vida terráquea en su integralidad.
La crisis civilizatoria es una de la gestión colonial-capitalista-patriarcal del mundo. El régimen malversa sistemáticamente los flujos hidro-energéticos, desviándolos de la (re)producción de la vida, hacia el circuito necroeconómico de la mercantilización. La mercantilización, más que la carbonización, es lo que está asfixiando la Tierra.
Las luchas anti-extractivistas son un campo de aprendizaje político y de gestación de los sujetos históricos del cambio. Resguardar los territorios como espacios de vida es la modalidad de las transiciones desde abajo que están en marcha. Las luchas en defensa de los territorios como refugios de vida gestan nuevas subjetividades, sociabilidades, sensibilidades y saberes profundamente comprometidas con la valoración, la crianza y el cuidado de la vida; la base material y espiritual de una nueva matriz energética y un nuevo régimen geometabólico.
Estas luchas nos enseñan que la sustentaibilidad energética es una tarea de recreación de las comunidades de vida, de los vínculos y flujos de interdependencia de los humanos con el territorio y de los humanos entre sí. Son apuestas y construcciones colectivas, no de “expertos” individuales, ni de cambios que se pueden imponer desde arriba. Para producir transformaciones importantes y en el sentido que las precisamos, los cambios, las transiciones tienen que gestarse desde lo común, desde abajo y desde adentro.
Pero no hay sustentabilidad sin justicia. Y no hay justicia sin comunalidad y con-fraternidad. La comunidad de vida humana no es un dato biológico, es una construcción política. Si queremos sobre-vivir en esta nueva Era, estamos confrontados al desafío de re-aprender y re-emprender los caminos de la con-vivencialidad, de la cooperación social; lo que implica desandar el camino “civilizatorio” sumido en la lógica de guerra perpetua y competencia ciega, hasta la muerte, en la que hemos sido mal-educados.
No hay transición energética sin una pedagogía política que nos “enseñe” a construir comunidad y a convivir fraternalmente. La con-fraternidad (intraespecífica, pero también inter-especies) no es un componente “ideológico” ni un “mandato moralista”: es una condición material de la vida.
Lo comunitario no es una entidad romántica; implica una energía social regulada por y para la vida. Implica una matriz de relacionalidad circular, de flujos energéticos ordenados en función de criterios de reciprocidad, inter-dependencia, mutualidad, compromiso colectivo; en fin, una matriz de esfuerzos y disfrutes equitativamente compartidos.
Si la especie humana tiene posibilidades de futuro, esas posibilidades, esa esperanza está puesta en la medida en que un comunalismo cooperativo pueda sopreponerse a la lógica del individualismo competitivo. No sólo necesitamos dejar el petróleo bajo el suelo. Necesitamos conmovernos por la maravillosa complejidad de la vida de la Tierra, en la Tierra y con la Tierra; cuerpos sintientes y conscientes en gran comunidad de comunidades con-vivientes.
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