Los springbreakers del libre comercio, por Luis Hernández Navarro
Cada año, al comienzo de marzo, se trasladan a Cancún alrededor de 50 mil jóvenes, en su mayoría estadunidenses. Son mundialmente conocidos como springbreakers. (...) En septiembre llegarán a Cancún los nuevos springbreakers a seguir su desenfrenada carrera por acabar con las medidas que permiten a los gobiernos regular el comportamiento de las empresas privadas. Falta ver si la sociedad civil internacional y los países pobres se lo permitirán
Usan sus vacaciones de primavera para “alocarse” y escapar de las reglamentaciones en las que viven cotidianamente. Aunque muchos de ellos son menores de edad se emborrachan, consumen droga y practican sexo callejero. Lo que no pueden hacer en sus lugares de origen lo viven en las playas mexicanas.
Este septiembre llegarán a las costas quintanarroenses una nueva variedad de rompe regulaciones. Asistirán, como protagonistas ventrales, a la quinta reunión ministerial de la Organización Mundial del Comercio (OMC). Aunque la mayoría de ellos tiene bastantes años más que los muchachos que se “revientan” en primavera, su apetito para desembarazarse de las reglas laborales, ambientales o de protección nacional que contienen la expansión irracional de las grandes empresas trasnacionales, es casi insaciable. Son los springbreakers del libre comercio.
Viajarán a Cancún este otoño para derribar las barreras que protegen las agriculturas campesinas, controlar los mercados agrícolas mundiales, apropiarse de la vida de todos mediante patentes, desmantelar los sistemas de salud pública, y avanzar en el establecimiento de nuevos compromisos en el terreno de las inversiones extranjeras, compras gubernamentales, políticas de competencia y facilidades aduanales. Su objetivo es establecer las reglas de un sistema de inversión, producción y comercio acorde con los intereses de las grandes corporaciones que no pueden fijarse país por país.
El “sueño de los banqueros”.
En el mapa de los modernos enclaves urbanísticos de la globalización Cancún ocupa un lugar privilegiado. Sol y sombra del desarrollo desbocado, la ciudad es, simultáneamente un emblema de la modernidad y del atraso. Al lado de los más sofisticados y lujosos hoteles y villas desplegada en supermanzanas conocidas arquitectónicamente como “diagrama del plato roto”, conviven el precarismo y la ausencia de servicios públicos indispensables.
Cancún ,“nido de serpientes” en su acepción original, nació por decisión gubernamental hace 33 años. Una isla desierta y relativamente desconocida en el Caribe, separada de tierra firme por estrechos canales que unían la mar con varias lagunas, y una ribera rodeada de selva virgen y playas poco exploradas, todos de enorme belleza natural, fueron convertidas en el polo de atracción turístico más importante del país.
Toneladas de concreto, varillas y vidrio hicieron nacer lo que el cronista de la ciudad, Fernando Martí, bautizó como “el sueño de los banqueros”. Un impresionante negocio de constructores, políticos y cadenas hoteleras trasnacionales que han financiado la construcción de más de 27 mil cuartos de hotel y precipitado la formación de un núcleo urbano de 700 mil habitantes. Un proyecto que ha provocado un ecocidio y en el que miles de personas viven sin drenaje, y con pocos servicios de agua y electricidad, y muchos de ellos son clientelas políticas cautivas de líderes urbano-populares poco escrupulosos. Como lo han documentado los periodistas Arturo Cano y Naomi Adelson, la mitad de los terrenos urbanos de Cancún surgieron de invasiones de terrenos encabezadas por la lideresa Magaly Achach y el Frente Unico de Colonos (FUC), organismo ligado al Partido Revolucionario Institucional (PRI), avaladas por el Instituto de Vivienda de Quinta Roo.
Cancún es fuente captadora de divisas e imán que atrae a casi la mitad del turismo que llega al país, pero es, también, un ejemplo de pobreza. Población en crecimiento en una nación sin empleos, es punto de llegada de todo tipo de buscadores de oportunidades. Territorio para lavar dinero, para la trata de blancas y el narcotráfico, florecen allí fortunas e inseguridad. Se trata en realidad de dos ciudades distintas, unidas por una ancha avenida, que comparten un mismo nombre. En un lado se encuentra la pólis del esparcimiento y los paisajes privilegiados, en el otro la de la escasez. Pocos lugares más adecuados para que los nuevos springbreakers, los fundamentalistas del libre mercado, se reúnan para oficiar una ceremonia de culto.
Un matrimonio bien avenido
Aunque formalmente se trata de una institución multilateral que representa intereses de estados nacionales, en la práctica, desde su nacimiento en 1995, la OMC y las grandes corporaciones trasnacionales son como hermanos siameses. Al comenzar el nuevo milenio, las 200 principales compañías del mundo desarrollan el 28 por ciento de la actividad económica mundial, las 500 mayores realizan el 70 por ciento del comercio mundial y las mil más grandes controlan más del 80 por ciento de la producción industrial del planeta.
Como ha señalado Steven Shrybman, “muchos observadores han descrito las normas de la OMC como una declaración internacional de derechos de las compañías multinacionales”. Ello se refleja en el funcionamiento real de la institución multilateral, que no coincide necesariamente con su operación pública.
El primer borrador de la propuesta agrícola de Washington en la Ronda de Uruguay –el antecedente directo en el nacimiento de la OMC- fue elaborado por quien sería su negociador: un antiguo ejecutivo de Cargill. Concluída su misión, regresó a laborar en la compañía.
Esta empresa, uno de los grandes gigantes agroalimentarios mundiales, controla la cuarta parte de las exportaciones de granos de Estados Unidos, y Excel, una de sus subsidiarias, el 22 por ciento de la industria de empacado de carne. La agenda de ese país en las negociaciones comerciales agrícolas es, en mucho, fijada por este monopolio.
Durante la fallida reunión ministerial de la OMC efectuada en 1999, la transnacional envió a los delegados un mensaje claro: “Abrir los sistemas alimentarios para hacer más libre el comercio dará a los agricultores oportunidades para crecer y prosperar, satisfará los deseos de los consumidores de tener más opciones de compra y mayor seguridad, y promoverá pacíficamente la prosperidad en el mundo. Los ministros reunidos en Seattle pueden servir a esta noble causa”.
En The WTO´s Hidden Agenda, Gregory Palast (CorpWatch, 9 de noviembre de 2001) revela la magnitud del vínculo secreto existente entre industria y gobierno en el diseño de las propuestas europeas y estadunidenses para promover cambios a favor de las corporaciones en las reglas de operación de la OMC. Utiliza para ello documentos confidenciales del Secretariado de la OMC y un grupo de capitanes de las finanzas de Londres descubierto por el think tank holandés Corporate Europe Observatory.
Las minutas muestran que los funcionarios gubernamentales compartieron documentos confidenciales de la negociación con los líderes de las corporaciones, así como información interna en torno a las posiciones de la comunidad europea, Estados Unidos y países en desarrollo.
En estas reuniones se informó y discutió sobre el GATS (Acuerdo General sobre Comercio en Servicios por sus siglas en inglés), un tratado que afectaría todos los servicios públicos, desde salud y educación, hasta la energía, el agua y el transporte. Los servicios que involucra representan el 22 por ciento del comercio mundial. Contempla once grandes sectores y uno más agrupado en la categoría de “Otros”. El Acuerdo promueve la desregulación total de estos servicios y representa un desafío a las leyes nacionales sobre medio ambiente, laborales y de protección al consumidor, a las que define como barreras comerciales.
Los documentos secretos sugieren que los cabilderos corporativos tuvieron un éxito asombroso en convencer a los gobiernos occidentales de que adopten sus planes para ampliar radicalmente el alcance del GATS. Un memorándum confidencial obtenido del interior del Secretariado de la OMC, escrito cuatro semanas después de la reunión de un grupo empresarial sobre el asunto, señala que los negociadores europeos habían aceptado la enmienda promovida por el sector al artículo VI.4, conocido como la prueba de necesidad.
La prueba de necesidad requiere a las naciones que prueben que sus regulaciones -desde el control de la contaminación hasta las leyes que prohiben el trabajo infantil- no son impedimentos ocultos al comercio. La industria quiere que la OMC emplee una prueba de necesidad parecida a la del TLCAN, que ha funcionado para revertir las reglas ambientales locales.
El Grupo de Trabajo sobre Reglamentación Doméstica de la OMC llegó a un consenso privado para incluir en el GATS un mecanismo mucho más enérgico que el establecido en el TLCAN, pues éste sólo requiere que la reglamentación nacional sea "menos restrictiva al comercio." Propuso que bajo los términos del GATS las leyes y regulaciones nacionales deberán tener una menor jerarquía si limitan la posibilidad de hacer negocios más allá de los absolutamente necesario.
El rediseño de las fronteras
El país de las barras y las estrellas ha decidido volver a dibujar los contornos de las fronteras nacionales. Suena la hora del unilateralismo del Tío Sam. Poco después del 11 de septiembre de 2001 George W. Bush lo dijo con claridad: “La historia nos ha dado la oportunidad de defender la libertad y combatir la tiranía, y es exactamente lo que vamos a hacer. No bajaremos la guardia hasta terminar. Algunos se relajará, otros se cansarán, pero no será mi caso, ni el del gobierno de Estados Unidos, ni el de mi país.”
La guerra juega un papel clave en el establecimiento del nuevo orden. Es parte del ciclo de expansión y consolidación de un nuevo ciclo de reformas neoliberales y no un mero accidente propiciado por un grupo de fundamentalistas religiosos. Su objetivo es imponer un gobierno de la globalización autoritario, establecer un nuevo imperio, o en palabras de William Kristol y Robert Kagan una “hegemonía global bondadosa”.
Otra vez, lo señaló el hombre de la Casa Blanca: “Los terroristas –afirmó- atacaron el World Trade Center, y nosostros los derrotaremos expandiendo y promoviendo el comercio mundial.” Meses después, interrogado sobre las resistencia a una intervención militar estadunidense en Iraq, respondió: “He visto toda clase de protestas desde que soy presidente. Recuerdo las protestas contra el comercio. Había muchas personas que sentían que el libre comercio no era una cosa buena para el mundo. Yo estoy completamente en desacuerdo. Creo que el libre comercio es bueno tanto para las naciones ricas como para las pobres. Eso no cambió mi opinión sobre el comercio.”
La pasión estadunidense por el libre comercio no está guiada por la generosidad sino por la voracidad: quiere abrir nuevos mercados para sus productos y sus compañías. Washington ha dado muestras de que el unilateralismo que sigue en la diplomacia abarca también muchos otros ámbitos, incluidos sus políticas comerciales. La nueva Farm Bill, el incremento de los aranceles a los productos siderúrgicos provenientes de otros países, el Trade Promotion o “Fast Track”, la votación de la Cámara de Representantes en contra del etiquetado en origen de la carne de vacuno son algunas de las perlas que forman este collar.
El Zar del libre comercio
En la baraja política estadunidense las grandes corporaciones tiene un as. Su nombre es Robert Zoellick y ocupa el puesto de secretario de Comercio con rango de Embajador del más importante mercado del planeta. Es el principal asesor del presidente George W. Bush en materia comercial y su negociador en jefe en cuestiones de comercio. Será una de las figuras claves en la V reunión ministerial de la Organización Mundial de Comercio (OMC) que se efctuará en Cancún.
Fundamentalista del libre mercado egresado de la Universidad de Harvard, indistintamente funcionario público o gerente empresarial, Robert Zoellick ha sabido representar muy claramente los intereses de las grandes compañías en las políticas públicas comerciales. Fue subsecretario de Estado bajo las órdenes de James Baker, durante el gobierno de George Bush padre, pero trabajó también como consultor de Enron, empresa de la cual fue accionista hasta que se reintegró a la administración pública. Funcionario del Departamento de Estado entre 1985 y 1988, fue parte, años después, del Consejo del consorcio Viventures/Vivendi Universal, uno de los gigantes que controlan el agua potable en el mundo, además de producir armas, ocupar un lugar privilegiado en la industria de los medios y presionar para privatizar las compañías telefónicas de los países pobres.
Zoellick trabajó también con SAID, una firma dedicada a la seguridad en los sistemas de comunicación basada en Sudáfrica, fletada en Bermudas. Entre sus actividades se encuentra la defensa de los derechos de propiedad intelectual tales como patentes y derechos de autor, especialmente aquellos que son parte del patrimonio de compañías estadunidenses. SAID trabaja también luchando contra la piratería en Internet.
El hoy secretario de Comercio laboró para el gigante Goldman Sachs y para Alliance Capital, una firma líder en inversiones globales, con bienes por un monto de cerca de 430 mil millones de dólares. Así las cosas no resulta extraño que la agenda comercial que ha defendido para el comercio como jefe de las negociaciones comerciales de su país corresponda puntualmente a las exigencias de los grandes consorcios. Zoellick ha buscado que en los acuerdos comerciales firmados con otros países o en la reglamentación de los organismos multilaterales se incluyan medidas como la negativa a que otros países tengan alguna forma de control de capitales, la prohibición a que los gobiernos extranjeros favorezcan en sus compras a empresas nacionales y la obligación de los gobiernos a indemnizar a las compañías estadunidenses en caso de que sus ganancias sean afectadas por políticas públicas.
Como él mismo lo ha dicho, “El libre comercio trata sobre la libertad. Es importante para nuestra economía pero también lo es para otros intereses y valores en todo el mundo. Siempre he creído que la apertura es la carta victoriosa de Estados Unidos. Nos hace más fuertes como pueblo y más dinámicos como nación.”
Ese es el hombre con el que el resto del planeta deberá enfrentarse en Cancún.
Uniliateralismo y multilateralismo comercial
Pero ¿acaso esta vocación unilateralista en la imposición de un nuevo Imperio no choca con la disposición para abrir sus mercados, fomentar el intercambio internacional de mercancías y participar en la construcción de un sistema mundial de comercio?
El apetito de la sociedad estadunidense por el consumo parece no tener fin. Lejos de disminuir ante las dificultades económicas, su capacidad para devorar mercancías de todo el planeta crece con el paso del tiempo. El déficit de su balanza comercial es enorme y sostenido. Si en 1972 era de apenas el 0.5 por ciento de su PIB en el 2000 llegó al 4.5 por ciento y en 2002 fue deficitaria en 435 mil millones de dólares.
Desde 1935 Estados Unidos ha venido abriendo sus fronteras para ciertos productos de socios específicos. La media tarifaria actual sobre el conjunto de las importaciones es de cerca de 2 por ciento y la media sobre todos los productos no exentos es de 4 por ciento.
A partir del fin de la Segunda Guerra Mundial Washington ha desempeñado un papel clave en la promoción y el funcionamiento del sistema mundial del comercio. Casi todas las grandes rondas de negociación para la liberalización comercial han sido impulsadas por él. No hay, en este terreno, potencia capaz de sustituirlo, aunque, coyunturalmente, la Unión Europea haya sido un contrapeso a sus planes. Cuenta con los recursos y los medios para hacer valer su interés en un nuevo orden.
Estados Unidos ha aceptado someterse al sistema de solución de disputas de la OMC, a pesar de haber perdido varios casos importantes en este foro. Ha desempeñado, además, un importante papel en las negociaciones post-Doha.
¿Puede acusársele entonces de unilateralismo? ¿No demostrarían estos hechos que su retórica antiproteccionista es sincera? Veamos los contras y asegunes del caso.
En parte, el déficit en la balanza agropecuaria se compensa con la transferencia de recursos que los países periféricos hacen por concepto de pago de patentes, tecnología y regalías en general, así como del avance que sus empresas han tenido en invertir sin trabas en otras naciones, gracias a la prohibición de índices de nacionalización en los proyectos de inversión extranjera.
Es cierto que las tarifas arancelarias estadunidenses son, en promedio, bajas, pero esta media oculta el hecho de que las tarifas más altas son aplicadas a mercancías provenientes de países no desarrollados destinados al consumo de sus habitantes pobres como ropa y calzado. Este monto oculta, además, la existencia de un verdadero arsenal de medidas de protección tales como salvaguardas, antidumping, derechos compensatorios contra subsidios, requisitos sanitarios y fitosanitarios, barreras técnicas para manufacturas, requerimiento de empaque o restricciones ambientales. Por si fuera poco, los cuantiosos apoyos que ciertos productos reciben y que provocan que su precio sea artificialmente bajo (sobre todo en el caso de algunos cultivos), hacen prácticamente imposible a los exportadores extranjeros poder incursionar en el mercado imperial.
El multilateralismo comercial le interesa a Estados Unidos en tanto ellos son los principales beneficiarios de su funcionamiento. Es en este marco que los sectores más dinámicos de su economía tales como la tecnología de punta, la biotecnología, la informática, las patentes genéticas y el comercio electrónico, resultan ser los ganadores netos de negociaciones para adoptar reglas sobre temas aún no incluidos. Se trata de un sistema que beneficia a sus empresas, y que le permite el uso de su poder de mercado.
Por lo demás, este multilateralismo se encuentra claramente acotado. Desde la firma del primer tratado de libre comercio con Israel en 1985, Washington ha entrado en una febril construcción de pactos comerciales de diverso tipo al margen de la OMC. Según el secretario Zoellick el presidente Bsh tiene la llave “que necesita para empujar la liberalización comercial globalmente, regionalmente y bilateralmente. Al avanzar en múltiples frentes, estamos creando una competencia en la liberalización, colocando a Estados Unidos en el corazón de una red de iniciativas para abrir mercados. Si hay quien está listos para abrir sus mercados, Estados Unidos será su socio. Si otros no están listos, Estados Unidos avanzará con los países que lo estén.”
La lista de los acuerdos de libre comercio aprobados o en negociación crece rápidamente: Canadá, México, Chile, Singapur, los cinco países que integran el Mercado Común Centroamericano, las cinco naciones que formanla Unión Aduanal Africana, Marruecos, Australia, y por supuesto, el ALCA. Estas negociaciones evitan hacer concesión alguna en ramas como la agricultura, argumentando que requieren de un acuerdo global y sistémico, pero exige –como sucede con el ALCA- hacer compromisos en temas claramente globales y sistémicos como propiedad intelectual, inversiones, servicios, competencia y compras gubernamentales.
El dogma de la liberalización comercial propagado por Washington busca fortalecer su capacidad para dosificar el acceso de los socios hacia su mercado de acuerdo a las concesiones obtenidas para sus empresas en otras naciones. No en balde el premio Nobel de Economía, Joseph Stiglitz, afirmó que la nueva ley agrícola es "el ejemplo perfecto de la hipocresía de la administración Bush en materia de liberalización comercial".
La guerra de los alimentos
Esta estrategia coloca a Washington en una posición en la que puede utilizar su fuerza y obtener concesiones significativas frente a naciones más débiles que se ven obligados a hacer concesiones importantes para tener acceso al mayor mercado del planeta, al tiempo que lo colocan en mejor posición frente a otros rivales comerciales.
De acuerdo con Zoellick, en el caso específico de la agricultura, estas agenda “ tienen el potencial para obtener mayores beneficios a la agricultura estadunidense, aún si trabajamos en las negociaciones de la OMC. Estas iniciativas nos permitirán nivelar el campo de juego” con otros países (...) “estas negociaciones ayudan a asegurar la apertura de mercados para las exportaciones agrícolas mientras reserva la reforma a los subsidios a los compromisos de la OMC.” O sea, con estos TLC, Estados Unidos no tiene que hacer concesión alguna para modificar sus cuantiosas subvenciones agrícolas pero pueden obligar a los demás a hacer todo tipo de concesiones.
La producción de alimentos es un arma clave y poderosa que Estados Unidos ha aceitado desde hace décadas. Como ha señalado Peter Rosset, guerra, alimentos y derechos de propiedad intelectual están estrechamente vinculados a la estrategia económica de la Casa Blanca desde los años 70. Desarrollo de la industria militar, producción masiva de granos y patentes han sido pilares de la hegemonía estadunidense en la economía mundial.
La comida es un instrumento de presión imperial. John Block, secretario de Agricultura entre 1981 y 1985, afirmó: "El esfuerzo de algunos países en vías de desarrollo para volverse autosuficientes en la producción de alimentos debe ser un recuerdo de épocas pasadas. Estos países podrían ahorrar dinero importando alimentos de Estados Unidos".
Los productos agrícolas made in USA son una de las principales mercancías de exportación de ese país. Con su mercado interno saturado está empujando, agresivamente, para abrir las fronteras a sus alimentos. Una de cada tres hectáreas se destina a cultivar productos agropecuarios para exportación. Una cuarta parte del comercio rural la realiza con otros países.
El presidente George W. Bush lo ratificó al firmar la Ley de Seguridad para las Granjas e Inversión Rural de 2002. "Los estadunidenses -dijo- no pueden comer todo lo que los agricultores y rancheros del país producen. Por ello tiene sentido exportar más alimentos. Hoy 25 por ciento de los ingresos agrícolas estadunidenses provienen de exportaciones, lo que significa que el acceso a los mercados exteriores es crucial para la sobrevivencia de nuestros agricultores y rancheros. Permítanme ponerlo tan sencillo como puedo: nosotros queremos vender nuestro ganado y nuestro maíz y nuestros frijoles a la gente en el mundo que necesita comer."
México y los nuevos springbreakers
Sí en alguna nación se ha cumplido el sueño de libre comercio de los nuevos springbreakers ese es México. Este país tiene 10 tratados de libre comercio con 32 países, está negociando otros con Panamá, Uruguay y Japón, y participa en el ALCA Entre 1990 y 2001 su comercio creció a un promedio anual del 13.4 por ciento.
Sin embargo, este “éxito” tiene mucho de espejismo. El comercio crece pero la economía está estancada. En el mismo lapso de tiempo el PIB se incrementó un ritmo de sólo el 2.7 por ciento. El saldo comercial con la Unión Europea creció espectacularmente. Y si la balanza comercial con Estados Unidos es superavitaria ello se debe a las exportaciones petroleras y maquiladoras. En palabras de Alejandro Nadal “Como Alicia, tenemos que correr más rápido para mantenernos en el mismo lugar”.
No obstante el fracaso, los funcionarios mexicanos insisten en esta misma ruta a la hora de decidir que van a hacer en Cancún. Han apostado el futuro del agro mexicano a la reunión de la OMC. Allí –han dicho- buscarán presionar a Estados Unidos, la Unión Europea y Japón para que reduzcan los apoyos que brindan a sus productores rurales.
Pero poco duró el efecto de las declaraciones de los funcionarios mexicanos. Fueron refutadas unas cuantas horas después de pronunciadas. Ernst Micek, director general de Cargill, señaló: "No podemos reducir los subsidios en agricultura. Estados Unidos no modificará su política antes de ocho o diez años”. Y Kathleen B. Cooper, subsecretaria de Comercio, aseguró: a corto plazo los subsidios que aprobó el Congreso al sector agrícola no podrán disminuirse.
Efectivamente, la política de subvenciones rurales de Estados Unidos no se modificará. Al igual que se hace ahora, el anterior farm bill, llamado Libertad para Sembrar, se aprobó anunciando que prepararía el terreno para acabar con los subsidios. En lugar de ello, terminó elevándolos.
Esta política no cambiará por una combinación de intereses. La exportación de alimentos es clave para esa economía: tiene efectos multiplicadores. Por cada dólar que se exporta de productos rurales se generan 1.47 dólares en otras actividades. La fijación de precios de los granos por debajo de los costos de producción, gracias a los subsidios, es la mejor garantía de que los mercados agrícolas estadunidenses permanecerán casi inaccesibles para otros países. Además, Washington ha decidido establecer unilateralmente nuevas reglas de convivencia mundial y la agricultura no tiene por qué ser una excepción.
Farol de la calle, oscuridad de la casa, Estados Unidos ha impulsado sistemáticamente en los foros internacionales la reducción de los subsidios agrícolas, pero los ha incrementado dentro de sus fronteras. Esa fue su posición en septiembre de 1986 durante las conversaciones de Punta del Este. Lo mismo sucedió en julio de 1987 con la llamada Opción Cero, en la que propuso la reducción de todas las subvenciones agrícolas que distorsionaban el comercio o la producción en un plazo de 10 años. En septiembre de 2001 se unió al grupo Cairns para reformar el sistema de comercio internacional y eliminar todos los subsidios que deforman los mercados. Apenas en la reunión de la OMC del año pasado, en Doha, refrendó su política antisubsidios, como lo hace ahora de cara al encuentro mexicano.
En septiembre llegarán a Cancún los nuevos springbreakers a seguir su desenfrenada carrera por acabar con las medidas que permiten a los gobiernos regular el comportamiento de las empresas privadas. Falta ver si la sociedad civil internacional y los países pobres se los permitirán.
Fuente: La Jornada, México, 5-8-03