Los peligros del trigo transgénico

Idioma Español
País Argentina

La aprobación de la variante HB4 por parte del gobierno nacional traerá graves consecuencias para la agricultura, el ambiente y las poblaciones rurales.

El 12 de mayo, el gobierno argentino -a través de resolución 27/2022 del Ministerio de Agricultura- aprobó la producción y comercialización del trigo transgénico HB4, resistente a la sequía y al glufosinato de amonio. Se trata de un trigo que surge a partir de una investigación de la Universidad Nacional del Litoral, el Conicet y Bioceres, la mayor distribuidora de semillas transgénicas del país.

Pero la historia del HB4 se remonta a unos años atrás. En 2015 la Comisión Nacional de Biotecnología Agropecuaria (CONABIA), organismo estatal encargado de la aprobación de este tipo de semillas, consideró que cumplía con todos los requisitos regulatorios. Sin embargo, la recomendación de aprobación no fue en ese entonces ratificada por el Ministerio.

Luego de un intenso lobby, el 9 de octubre de 2020 se publicó la Resolución 41/2020 de la Secretaría de Alimentos, Bioeconomía y Desarrollo Regional (dependiente de la misma cartera) en el Boletín Oficial con su aprobación, pero sujeta a la evaluación por parte de Brasil. Es que cerca del 90% del trigo importado por el vecino país procede de Argentina, una media de 5 a 6 millones de toneladas anuales. 

Luego de la publicación de esta primera resolución, muchas voces se manifestaron en contra de la aprobación del primer transgénico de trigo del mundo. Y no es para menos: lo que está en disputa es uno de los alimentos emblemáticos de la dieta argentina. Se calcula que es consumido, en promedio, en cantidades que superan los 85 kg por persona al año; más que casi todas las culturas del mundo. Además, si bien Argentina no es centro de origen ni de diversidad del trigo, posee materiales genéticos de altísima calidad que fueron históricamente adaptados a las distintas ecorregiones trigueras. 

Así, un colectivo de organizaciones campesinas, redes, movimientos sociales, grupos de estudios y colectivos socioambientales publicó el  documento de la campaña “¡Con nuestro pan no!”, donde se detallan 20 puntos para la oposición al trigo HB4 y contó con las firmas de 250 organizaciones y 6.200 personas. Con argumentos diferentes, vinculados al temor de no poder colocar sus trigos en los mercados globales por ser transgénicos, también se manifestaron en contra un grupo de empresarios vinculados a la producción, el comercio y la industria triguera. 

No obstante, durante 2021 la Comisión Técnica de Bioseguridad de Brasil (CTNbio) aprobó la comercialización de la harina de trigo transgénico y sus derivados, pero no la siembra en sus territorios de la semillas. Este acontecimiento, sumada a la aprobación por parte de China de la soja HB4 y del trigo HB4 por parte de Australia y Nueva Zelanda, dieron luz verde para que este año finalmente se complementara la autorización. 

¿Qué son los transgénicos?

Las semillas transgénicas son producto de la biotecnología moderna entendida como aquella que utiliza técnicas de ingeniería genética para la manipulación de seres vivos. Esta se ha desarrollado a partir del descubrimiento y la lectura de las cadenas de ADN y la decodificación del genoma. A partir de técnicas recombinantes, lo que en un primer momento se basaba en la observación y descubrimientos de las fórmulas de ADN en seres vivos, se transformó en la posibilidad de escindir cromosomas y reinsertarlos en pares diferentes a los fines de modificar ciertas características del individuo estudiado. 

Esta capacidad de “reinventar” la información genética se comenzó a utilizar también para la obtención de organismos genéticamente modificados (OGM). A estos se les ha introducido de forma deliberada modificaciones en su material genético a los fines de brindarle una utilidad y características diferentes a las propias de la especie.

Una de las principales funciones ha sido su uso para la modificación de semillas y el abastecimiento de variedades mejoradas. Así, las semillas transgénicas pueden resultar resistentes a los insectos o a la sequía, inmunes a los virus y sobre todo, tolerantes a los agrotóxicos que se aplican en el momento de la producción. El HB4, nuevo eslabón de este engranaje, es un evento biotecnológico por el cual se interviene el genoma del cultivo insertando un gen del girasol que aumenta su resistencia al stress hídrico y que suma como variante apilar los genes que dan tolerancia al glufosinato de amonio. 

La aparición de la biotecnología transformó a las semillas y sus conocimientos asociados, en productos con alto valor agregado, plausibles de ser protegidos y apropiados por parte de las empresas semilleras y biotecnológicas transnacionales. Y esto implicó también modificaciones fundamentales sobre el sistema de propiedad intelectual habilitando el patentamiento de aquellas semillas que fueron modificadas genéticamente.  

Argentina adoptó tempranamente las semillas transgénicas y el paquete que la acompaña con la liberalización en 1996 de la soja Roundup Ready (RR) resistente al glifosato, mismo momento que en EE.UU. Esto fue acompañado por la cuasi eliminación de las políticas activas de intervención estatal en la economía agraria; y la creación en 1991 de instituciones que comenzaron a regular la biotecnología como la mencionada CONABIA. 

Durante los años siguientes, el modelo continuó su profundización a través de la sanción de leyes y regulaciones, y con la implementación de políticas de ciencia y tecnología. Todos los gobiernos, más allá de su signo político, impulsaron con entusiasmo los cultivos transgénicos, no sólo la soja, también maíz y algodón resistentes a insectos. Se fue configurando así, un modelo hegemónico basado en la agricultura biotecnología, o una «bio hegemonía». 

Un dato que es imposible de soslayar es su rápida expansión. Los cultivos transgénicos abarcaban en 2019 más 24 millones de hectáreas: 17,5 millones fueron sembradas con soja; 5,9 millones son de maíz; 485.000 de algodón y más de 1.000 de alfalfa. En soja y algodón los transgénicos representan casi el 100% y en maíz el 96% de la superficie total sembrada. 

Estas semillas, junto los paquetes que las acompañan, produjeron transformaciones en el sistema agrícola nacional, con importantes aumentos de la producción, intensificación de la agricultura y especialización de las exportaciones de origen agropecuario. En simultáneo, esto se dio con preocupantes consecuencias a nivel ambiental, social y económico como el aumento de los desmontes y la contaminación con agrotóxicos, que amenazan la soberanía alimentaria.

Pero al mismo tiempo, en los últimos años comenzaron a replicarse a lo largo del territorio experiencias agroecológicas que apuntan a la producción sin agrotóxicos en el marco de una agricultura ambiental y socialmente sustentable. Muchas de ellas se desarrollan con el acompañamiento de sectores del Estado como la Secretaría de Agricultura Familiar, Campesina e Indígena (SAFCI) y la recientemente creada Dirección Nacional de Agroecología, ambas dentro de la órbita del Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca (MAGyP). 

Entre las experiencias de trigo agroecológico encontramos a la cooperativa «La Comunitaria», de la rama Rural del Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE) en la provincia de La Pampa; y el establecimiento “Monte Callado” de la localidad de Tandil que producen harina de trigo integral agroecológica. Un ensayo de la Chacra Experimental Integrada Barrow (Ministerio Desarrollo Agrario, provincia de Buenos Aires – INTA) demostró que mediante esta estrategia de manejo se optimizan los rendimientos y se reducen los costos, minimizando el impacto ambiental con la sustitución de insumos químicos por procesos biológicos.

¿Qué pasa con el trigo transgénico?

El énfasis que hacen los defensores del trigo HB4 en la “resistencia a la sequía”, oculta que se trata, además, de una semilla resistente al glufosinato de amonio, un herbicida más tóxico que el glifosato; que incrementa los niveles de amonio en las plantas y les causa la muerte rápidamente. 

Pero además de aumentar la utilización masiva de agrotóxicos, con todas las implicancias ya probadas que esto tiene para la salud humana y para la biodiversidad, también supone un gran peligro de contaminación para variedades de trigo no transgénico. Si bien hablamos de una planta autógama (la soja también lo es), el flujo de genes entre el trigo HB4 y las otras variedades puede ocurrir con una alta probabilidad. 

La primera forma de posible propagación del transgén es a través del polen, que por el viento puede llegar a varios metros. En segundo lugar, el flujo de genes también se produce mediante la mezcla de semillas que pueden ocurrir en diferentes etapas de la cadena de producción: cosecha, transporte, procesamiento, almacenamiento, industrialización, empaquetado y siembra. Todo esto implica un alto riesgo para la biodiversidad; para la autonomía de los y las productores que cada vez se vuelven más dependientes de las empresas; y sobre todo, para la posibilidad de producir con modelos alternativos.  

De esta manera, la aprobación del trigo en cuestión, no hace más que consolidar y profundizar un modelo de producción, comercialización y consumo, que ya es altamente concentrado y dependiente de los insumos básicos donde tres empresas transnacionales controlan el 60% del mercado mundial de semillas: Bayer-Monsanto, Corteva (fusión de Dow y Dupont) y ChemChina-Syngenta. Y en el que las y los productores agrarios tienden a ser meros proveedores, y las y los consumidores de alimentos simples “clientes” de mercados globalizados.

Fuente: Primera Línea

Temas: Agrotóxicos, Transgénicos

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