Límites, fascismo territorial y la derecha sin complejos
Los grupos de ultraderecha buscan desviar la mirada del proceso de desposesión y expulsión que estamos viviendo. Solo en un clima de tensión, violencia e histeria es posible esconder dicho proceso.
El Club de Roma advertía en 1972 sobre la inviabilidad del crecimiento indefinido de la población y sus consumos en un planeta con límites físicos. Aunque esas proyecciones sobre la disponibilidad de recursos fueron denostadas, la información científica que disponemos hoy valida en buena medida lo que entonces se auguraba.
El IPCC advierte en su último informe que disponemos de doce años para mitigar el calentamiento global y limitar el alcance de la catástrofe global. De lo contrario, millones de personas estarán en peligro ante las crecientes sequías, inundaciones, incendios, hambrunas y pobreza.
La Agencia Internacional de la Energía en su último informe anual advierte que en 2025 será imposible satisfacer la demanda de petróleo. Igualmente señala problemas con el carbón, uranio y gas natural. También lo afirma Brufau, máximo responsable de Repsol, que habla de previsible escasez de petróleo en un par de años. Estos desajustes provocarán una fortísima inestabilidad en los precios del petróleo.
El declive de la energía fósil y la crisis climática obligan a una transición del sector energético y del transporte hacia energías renovables. Ello implicará depender de otros minerales que también son finitos. La electrificación de los vehículos estará probablemente limitada por el uso de cobalto, litio y níquel; podría haber restricciones para las aleaciones de acero que necesitan cromo, molibdeno o vanadio y en equipos electrónicos que requieren plata, cobre o tántalo. La energía solar fotovoltaica demandará materiales tales como indio, selenio, estaño o teluro y la energía eólica está asociada a imanes permanentes que requieren neodimio y disprosio. La extracción de los minerales nombrados se encuentra en situación de riesgo alto, cuando no ha sobrepasado ya sus picos.
Todos estos factores inciden en la economía y las personas. Tras la crisis de 2007 y sin habernos recuperado, estamos en puertas de una nueva recesión económica. Los síntomas están ahí para quien quiera verlos. General Motors anuncia el cierre de cinco plantas en Norteamérica, Arcelor anuncia un ERTE para 2019, Vodafone anuncia un ERE en España, Alcoa pretende cerrar las secciones con más consumo energético, el sector financiero afronta dos grandes ERE, etc. Seguirán las refinerías, empresas de automoción y otras, no porque se apliquen políticas ecológicas como se dice a veces, sino porque los capitales abandonan sectores que no dan los beneficios que esperan y, con ellos desechan a las personas trabajadoras.
A su vez, l as condiciones materiales de vida empeoran. La vulnerabilidad económica afecta al 32,6% de la población española. Casi un 30% de las familias emplean ahorros o piden dinero prestado para hacer frente a sus gastos. Se extreman las formas de explotación y, los empleos mal pagados y precarios se convierten en una nueva normalidad.
Wallerstein plantea que las crisis cíclicas del capitalismo se producirán cada vez más seguidas al topar con los límites del planeta. Tiene razón. La economía, no nos cansamos de repetir, es un subsistema del medio natural en el que se inserta, no al revés. Tanto por el lado de la extracción como de los residuos, nuestro planeta se encuentra en una situación de translimitación. Eso significa que el decrecimiento de la esfera material de la economía es simplemente un dato. El crecimiento económico actual está directamente acoplado al uso de materias primas y, ante su declive, se estanca y retrocede inevitablemente.
Hoy, la humanidad necesita un planeta y medio para vivir. La huella ecológica mide la superficie ecológicamente productiva necesaria para producir los recursos consumidos por una persona media de una determinada comunidad humana, así como para absorber los residuos que genera. Esa superficie se dispara en lugares como Estados Unidos o Europa. Es decir, los países enriquecidos no viven con los recursos de sus propios territorios, sino con las materias primas y productos manufacturados con cargo a otros lugares. En España, el 80% de la energía y 75% de los minerales utilizados proceden fundamentalmente de América Latina y África, y los alimentos que consumimos requieren el doble del territorio nacional.
En su obra Mein Kampf, Hitler declaró que los alemanes merecían “espacio vital” acorde con la dignidad de la raza aria y defendió la legitimidad moral de ocupar los territorios de otros pueblos inferiores y eliminar a quienes vivían en ellos. Si cambiamos espacio vital por huella ecológica iluminamos dimensiones ocultas que explican la emergencia de movimientos de extrema derecha.
El capitalismo mundializado en este planeta translimitado ha intensificado los mecanismos de apropiación de tierra, agua, energía, animales, minerales y explotación de trabajo humano. Instrumentos financieros, deuda, compañías aseguradoras, y todo un conjunto de leyes, tratados internacionales y acuerdos constituyen una verdadera arquitectura de la impunidad que allana el camino para que complejos entramados económicos transnacionales, apoyados en gobiernos a diferentes escalas, despojen a los pueblos, destruyan territorios, desmantelen las redes de protección pública y comunitaria que existan, y criminalicen y repriman las resistencias que surjan.
Este es el fascismo territorial que, dice Boaventura Souza Santos, establece fronteras internas y externas que separan a quienes están dentro de quienes son población sobrante. Un fascismo que se esconde detrás de una democracia vaciada.
Esta construcción política es asumida como ley natural y cuenta con amplio consenso, no solo de las derechas sino también de la socialdemocracia. Las tensiones sociales que se crean pueden hacer saltar las costuras del modelo. Los chalecos amarillos, las movilizaciones en Polonia, el movimiento feminista, el de pensionistas, las propias personas migrantes organizadas en caravanas y/o grupos de asalto a las vallas, son manifestaciones de ese malestar.
En medio de estas turbulencias se produce un repunte significativo de opciones políticas de ultraderecha. Trump, Bolsonaro o Abascal enarbolan un discurso xenófobo, misógino, histriónico y agresivo que evoca un pasado glorioso que nunca existió. Buscan desviar la mirada del proceso de desposesión y expulsión que estamos viviendo. Solo en un clima de tensión, violencia e histeria es posible esconder dicho proceso.
La economía globalizada asienta el fascismo territorial a partir de la ingeniería social y la racionalidad económica que considera que las vidas y los territorios importan solo en función del “valor añadido” que produzcan. La extrema derecha es el cómplice necesario que criminaliza, estigmatiza, deshumaniza y legitima el abandono y expulsión de las personas “sobrantes”. La ultraderecha pretende mantener el orden del fascismo territorial mediante el miedo, la desconfianza y el ejercicio del poder contra el último.
El feminismo está en el centro de su diana, creo que por tres motivos. Uno, por ser un movimiento organizado, de masas y transversal que ha lanzado un órdago al sistema en su conjunto y que reclama revertir las prioridades económicas y políticas poniendo las personas en el centro; dos, porque en un marco de recortes y destrucción de servicios públicos, se pretende que las mujeres garanticen la reproducción cotidiana de la vida; y tres, porque es fácil generar rechazo contra un movimiento que cuestiona los privilegios de la mitad de la población y que pone patas arriba la ética reaccionaria familiarista que lleva milenios asentada.
La extrema derecha exacerba la virilidad más añeja y cobarde. Una virilidad sumisa al poder, fuerte con los débiles, que quiere “poner a las mujeres en su sitio”, se crece cuando trata con brutalidad a los animales o cuando humilla y criminaliza a personas extranjeras o a quienes piensan distinto… sin complejos. Todo vale excepto señalar las lógicas económicas y los agentes que provocan la crisis y levantan vallas para proteger los privilegios de los ricos. Ocultan el despojo material y canalizan la rabia y el miedo a través del linchamiento social de colectivos declarados como monstruosos.
¿Cómo hacer para garantizar las condiciones de vida para todas las personas? ¿Cómo afrontar la reducción del tamaño material de la economía de la forma menos dolorosa? ¿Qué modelo de producción y consumo es viable para no expulsar masivamente seres vivos? ¿Cómo mantener vínculos de solidaridad y apoyo mutuo que frenen las guerras entre pobres, vacunen de la xenofobia y del repliegue patriarcal?
Señalar las causas estructurales y a quienes están detrás de este proceso de acumulación por desposesión es condición necesaria para crear las condiciones políticas que permitan recomponer un metabolismo social en el que la vida digna sea posible.
Yayo Herrero es activista y ecofeminista. Antropóloga, ingeniera técnica agrícola y diplomada en Educación Social.
Fuente: Revista Contexto
Publicado por Rebelión, 1 de enero, 2019