Las mujeres, despojadas de su tierra mientras se instalan los inversores
"El acaparamiento de tierras dedicadas al pastoreo no es un fenómeno reciente; lo que quizá es diferente esta vez es que la desposesión se ha intensificado con la globalización, es más difícil de seguir la pista y más sorda a los derechos de los pobladores."
El 12 de marzo de 2010 Kooya Timan viajó 66 kilómetros a la oficina en Arusha de la red de ONG Ngorongoro donde pasó la noche para atender mi llamada al día siguiente. Kooya, madre de cinco hijos, nació y creció como masái.2 Este pueblo vive del pastoreo en el noreste de Tanzania; los recursos naturales y el ganado con esenciales en su forma de vida. Las mujeres masái figuran entre los grupos más marginados de la sociedad tanzana.
Kooya, de 37 años, cultiva judías (maharage) y maíz (mahindi) para alimentar a su familia. Afirma que «nuestra vida es más dura que nunca. La tierra es pobre. Hemos perdido mucho ganado por infecciones víricas3 y por hambre. Los niños no van a la escuela». Las pocas vacas y cabras que les quedan dejan a su familia en una posición de precariedad extrema. Sobreviven con una dieta mínima porque los recursos de los que dependen ya no son suyos. Kooya no tiene tierra suficiente para cultivar excedente para venderlo en el mercado local. «Muchas mujeres se encuentran sin casa y emigran a las ciudades cercanas para buscar trabajo», dice.
El acaparamiento de tierras dedicadas al pastoreo no es un fenómeno reciente; lo que quizá es diferente esta vez es que la desposesión se ha intensificado con la globalización, es más difícil de seguir la pista y más sorda a los derechos de los pobladores. En 1984 Tanganyka Breweries Ltd. y sus socios inversores decidieron destinar 10.000 hectáreas de tierra en esta zona al cultivo de cebada para sus bebidas. El acaparamiento de tierra continúa hoy en varios formatos, con la cesión a terceros de terrenos para proyectos turísticos, conservación, minería de piedras preciosas o plantaciones. La tierra se divide en parcelas y se reparte entre los inversores extranjeros; por su parte, los consejos locales se enfrentan a una tarea titánica para reclamar las tierras o negociar los derechos de uso para los ganaderos y agricultores locales. Los líderes espirituales masái –los laibon–, que representan a sus comunidades, son excluidos de estas decisiones. Las mujeres, sobra decirlo, se encuentran en el último escalón y sin voz en estos asuntos.
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