La semilla infiltrada del agente non-santo
La instalación de una planta de Monsanto pone en alerta a una ciudad. Detrás, modificaciones genéticas llevan a preguntas sobre el futuro de la vida, los límites de la ciencia y el papel de los estados en la toma de decisiones.
“Arzani puto y traidor. Nos vendiste, Monsanto mata”, son las voces de los vecinos de Malvinas Argentinas hechas grafiti en las paredes de esa ciudad cordobesa. Daniel Arzani es el intendente radical que se niega a llamar a una consulta popular para que los habitantes de Malvinas decidan sobre la instalación de una planta acondicionadora de semillas transgénicas de Monsanto. Entre otras razones, supo decir que no quería molestar a los vecinos con un llamado a las urnas.
La planta que Monsanto pretende instalar en Malvinas Argentinas se va a levantar en un predio de 28 hectáreas y será una de las más grandes del mundo. Recibirán semillas transgénicas procedentes de San Luis, las seleccionarán y las rociarán con pesticidas y fungicidas para luego distribuirlas. La construcción y los procedimientos son similares a los de la planta que la multinacional posee en Rojas, provincia de Buenos Aires, desde 1994.
“La fábrica generará una nube de polvo de cascarillas de maíz impregnada de químicos que caerá irremediablemente sobre el pueblo”, alerta uno de los informes de la Red Universitaria de Ambiente y Salud de la Universidad de Córdoba (RedUAS). Por otra parte, aseguran que lo que le espera a la localidad cordobesa ya se puede ver en Rojas: contratos laborales precarios, temporales y en calidad de tercerizados para los trabajadores, bajo una fuerte presión e intimidación para que no se organicen, y condiciones de salubridad insuficientes para los operarios, que tendrán que bañarse en sus casas y lavar allí su ropa de trabajo, con los agrotóxicos utilizados para “acondicionar” las semillas.
Para acceder al documento haga clic en el enlace a continuación y descargue el archivo: