La posibilidad de la soberanía alimentaria
Tomando como ejemplo el territorio catalán, altamente ‘desruralizado’, en este artículo se explica como siempre es posible una transición hacia una alimentación que descanse prioritariamente en el campesinado local. Con sus particularidades, seguro que puede hacerse extensivo a tantos otros muchos lugares que han perdido su soberanía alimentaria.
12 de abril de 2014
Como expliqué en el artículo ‘prevenir el crack alimentario’, disponer de alimentos suficientes en un país como el nuestro es más frágil de lo que pensamos. De hecho, como se defiende desde los movimientos en favor de la Soberanía Alimentaria, la globalización que ha ido arrinconando las políticas que apoyaban a los tejidos agrarios propios de cada territorio nos ha conducido a escenarios de alta dependencia alimentaria. Así, decía, somos vulnerables a las especulaciones de los mercados internacionales que marcan los precios de los alimentos que tenemos que comprar, dependemos brutalmente de grandes corporaciones (en la producción y en la distribución) que también, con la crisis, están en la cuerda floja y cualquier tensión internacional puede repercutir en el abastecimiento.
Pero también es cierto que cuando se plantea como respuesta dicha Soberanía Alimentaria, siempre surge una nueva pregunta, ¿qué grado de suficiencia alimentaria puede alcanzar un territorio contando con sus propios recursos naturales y humanos, sin poner en riesgo a las futuras generaciones? Pues bien, recogiendo los datos aportados por Pep Tusón, ingeniero agrónomo y colaborador habitual de la revista Agrocultura, podemos afirmar que, en el caso de Catalunya, se dispone de tierra suficiente para satisfacer prácticamente al 100% el total de la alimentación de su población. Y no es la siempre mitificada agricultura y ganadería industrial e intensiva la fórmula apropiada, al contrario, son las prácticas agroecológicas -con una agricultura que se sabe parte de la Naturaleza- las que pueden garantizar la alimentación de una población de 7’5 millones de personas.
Para llegar a esta conclusión Pep Tusón toma como primera referencia una dieta saludable y equilibrada, muy habitual en Catalunya hasta hace cinco o seis décadas, que equivaldría al consumo diario por persona aproximado de 200 gramos de cereales (arroz, trigo, cebada…), 75 gramos de legumbres (garbanzos, habas, lentejas…), 30 gramos de pescado, huevos o carne, 300 gramos de hortalizas y 100 gramos de frutas. Es evidente que esta propuesta significa un giro importante en la dieta actual pero también sabemos que modificarla es conveniente pues es responsable de muchos de los problemas médicos más generalizados entre la población.
Para producir, según esta dieta, los alimentos necesarios para toda la población catalana y obtenerlos practicando una agricultura de secano y agroecológica, se requeriría un total de 857.250 hectáreas de tierra fértil; y dado que la disponibilidad de tierra en Catalunya es de 841.830 hectáreas, Pep Tusón concluye que “se cuenta con un 98% de la superficie necesaria para producir los alimentos de toda nuestra población”. Esa pequeña diferencia de un 2%, explica también el investigador, quedaría rápidamente cubierta si una reducida parte de las actuales 264.462 hectáreas cultivadas en regadío, se mantuvieran productivas, puesto que sus rendimientos son superiores a los cultivos en secano.
Si en la actualidad Catalunya no puede abastecer a su población es desde luego por haber caminado, de la mano de todas las administraciones, hacia un agricultura de monocultivos enfocada a la exportación, lo que nos lleva a situaciones tan paradójicas como que, primero, se produce más del doble de alimentos de origen animal (carne, leche y huevos) de lo mucho -excesivo- que consumimos; segundo, tanta producción animal estabulada nos obliga a importar muchos cereales aún cuando nuestra producción actual de éstos también es excedentaria respecto al actual consumo humano; y, tercero, ni tan siquiera el bajo consumo actual de legumbres y hortalizas en un país con facilidad para estos cultivos es cubierto por nuestras campesinas y campesinos y nos vemos obligados a importarlas.
Trabajar en favor de la soberanía alimentaria de una sociedad desruralizada como Catalunya, con una agricultura industrial muy presente y enmarcada en sistemas económicos globales requiere de una planificación y coordinación de todos los sectores implicados, exige trasladar a la población información acerca de los hábitos nutritivos, necesita planes de formación en agricultura ecológica dirigida a agricultores, ganaderos y técnicos y, por último, -como gran virtud- debe acompañarse con políticas decididas que favorezcan la incorporación de muchas más personas al sector primario. No es sencillo, no es un cambio de hoy para mañana, pero es posible y, pienso, deseable que se apunte hacia esta dirección que no es, aunque pudiera parecerlo, la búsqueda de la autosuficiencia.
Es mucho más.
Es reconocer colectivamente, personas consumidoras y agricultoras, que necesitamos ajustes importantes y radicales en nuestras mesas y en nuestros campos para que, apostando por una alimentación sana, priorizando los sistemas agrarios locales y complementados con intercambios comerciales con otros territorios, claro, nos reapropiemos también del control de algo tan fundamental como es la comida. Comida necesaria para vivir y comida necesaria para generar medios de vida.