La evolución discursiva de la sostenibilidad a la resiliencia: ¿Un problema ético?
"El propósito de este artículo es analizar la emergencia discursiva del concepto de resiliencia, que apunta hacia la sustitución del de desarrollo sostenible al tiempo que instaura prácticas biopolíticas de legitimación de la injusticia social que promueven la opacidad de las condiciones mínimas de dignidad humana."
Por Luis Fernández Carril* y Judith Ruiz-Godoy Rivera*
Introducción
El propósito de este artículo es analizar la emergencia discursiva del concepto de resiliencia, que apunta hacia la sustitución del de desarrollo sostenible al tiempo que instaura prácticas biopolíticas de legitimación de la injusticia social que promueven la opacidad de las condiciones mínimas de dignidad humana. Para comprender cómo se ha constituido este término, es necesario comenzar nuestro trabajo clarificando qué entendemos por desarrollo sostenible, pues es el punto de partida de nuestro análisis. Más adelante repararemos en la resiliencia y ahondaremos en la forma en la que emerge dicho concepto.
Entendemos el desarrollo sostenible de acuerdo con el reporte Nuestro futuro común, mejor conocido como Informe Brundtland, presentado en 1987 por la Comisión Mundial para el Medio Ambiente y el Desarrollo de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). En dicho informe se acuña y define el desarrollo sostenible como “aquel que satisface las necesidades del presente sin comprometer las necesidades de las futuras generaciones” (CMMAD, 1987). Bajo esta generación del término, se establece una directriz ética para el desarrollo. Por primera vez, el concepto intenta conciliar las diferencias (irreconciliables) entre el desarrollo económico y la protección del medio ambiente con la justicia social.
Para iniciar nuestro análisis, debemos hacernos una pregunta obligada y a su vez esgrimir ciertos marcos de referencia. ¿Cómo emerge el discurso de la resiliencia y por qué sustituye al del desarrollo sostenible frente al cambio climático?
Foucault define el discurso como “un conjunto de enunciados que provienen de un mismo sistema de formación, entendida esta a su vez como la constitución de un número limitado de enunciados que define un conjunto de condiciones de existencia” (Foucault, 2009: 14). Sin embargo, aquí no interesa tanto la definición de discurso como su producción, su operación y su emergencia social, es decir, cómo opera, qué saberes distribuye, qué poderes ejerce y qué clasificaciones ostenta. “La sociedad construye visiones desde las cuales se percibe y se conforma la noción misma de realidad. Estas visiones están construidas por relaciones de poder. De este modo, la realidad es una construcción desde una trama de poder” (Balestena, 1998: 47).
La imposibilidad del desarrollo sostenible
Tras 30 años de la introducción de la sostenibilidad en la agenda del desarrollo internacional, la sobreexplotación de recursos ha ido en aumento. El lunes 8 de agosto de 2016 se conmemoró el Día del Agotamiento de la Tierra,[1] que señala el día en el que se termina el “presupuesto ambiental” del año en el mundo[2]. El año anterior fue el 13 de agosto. Esto no solo habla de la alarmante situación presente, sino que también muestra un aspecto terrorífico del desarrollo futuro en el que simplemente se agotarán los recursos de la Tierra. Por otro lado, según un reporte del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, en los últimos 40 años se ha triplicado la extracción de todos los recursos primarios que utilizamos para hacer todas las cosas que usamos y poseemos. En 1970 la extracción global de recursos alcanzaba aproximadamente 20.000 millones de toneladas. En 2010 la cifra se disparó hasta los 70.000 millones de toneladas de materiales naturales, entre biomasa, combustibles fósiles, metales y minerales, extraídos para su procesamiento industrial (PNUMA, 2016)[3].
A su vez, el cambio climático, como un producto indirecto del desarrollo económico mundial, pasó de ser un riesgo a una realidad confirmada, una amenaza inminente y creciente con repercusiones que comienzan a apreciarse, como lo han ido prediciendo y confirmando los reportes del Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC, 2007, 2014).
Este es el panorama que nos es dado. Sin embargo, un discurso subyace en cómo representamos y agendamos sus componentes. Ante el escenario de explotación de recursos que niega todo posible desarrollo sostenible y el inminente cambio climático fruto de la antropogenia previamente establecida, era necesario modificar el discurso sobre el derecho universal a un desarrollo sostenible.
Para entramar el análisis que pretendemos realizar, es necesario comprender que las formaciones discursivas no son un puro y simple modo de sumar signos que se traducen en enunciados. Toman cuerpo en el conjunto de las técnicas, de las instituciones, de los esquemas de comportamiento, de los tipos de transmisión y de difusión, y en las formas pedagógicas que, a la vez, las imponen y las mantienen, por ende, “como cualquier disciplina, están construidas tanto sobre errores como sobre verdades” (Foucault, 2009: 34). Esto ayuda a percibir la indisociable territorialidad entre discurso, poder y saber.
El discurso sobre el cambio climático no escapa a esta trama de saberes y poderes, pues alude a un dinamismo social que está en perpetuo ir y venir entre las fuerzas y los nodos de una red inmensa que atañe a todos los sujetos de una sociedad, “una forma política de mantener o de modificar la adecuación de los discursos, con los saberes y los poderes que implican” (Foucault, 2009: 45). Por lo tanto, “el lenguaje ha sido planteado y reflexionado como discurso, es decir, como análisis espontáneo de la representación” (Foucault, 2005: 228). No es fortuito, ni aislado ni arbitrario que, en el hecho de nombrar, se despliegue el acto de instaurar, clasificar, adecuar y segregar. Un determinado ejercicio de poder subyace en estos actos concomitantes y transmite los saberes necesarios para controlar a un sujeto dentro de una sociedad disciplinaria[4]. Por ende, así como en el año 1987 se acuñó la expresión “desarrollo sostenible” que operaba instaurando saberes sobre derechos al desarrollo armonioso con la naturaleza, a lo largo de 30 años ha sido necesario adecuar el discurso para acuñar una forma distinta de percibir el fenómeno que se despliega ante nosotros.
El concepto de resiliencia
Es necesario hacer un alto para mencionar que en la formación de un discurso es necesaria la producción de saberes. Cuando fue necesario replantearse la posibilidad de un desarrollo sostenible, fue necesario también acuñar otro término, eje central de nuestro trabajo: resiliencia. A partir de esta nueva instauración de saberes, es posible concebir el fenómeno con otro discurso que represente otra visión para relacionarse con el fenómeno y recree nuevas relaciones del sujeto con el mundo que le rodea.
Foucault menciona que la producción de saber termina siendo de algún modo una práctica política. El saber no es una suma de conocimientos verdaderos o falsos, exactos o no, aproximados o definidos, contradictorios o coherentes. Ninguna de estas distinciones es pertinente para describir el saber, pues más bien lo refiere al conjunto de los elementos, objetos, tipos de formulación, conceptos y elecciones teóricas formados a partir de una única y misma positividad en el campo de una formación discursiva unitaria. El discurso sobre el cambio climático se produjo en el interior de una compleja red de representaciones y referentes que guardan cierta distancia con los objetos. Es decir que un significado cambia en función no del objeto que designa, sino de la clasificación, el orden y la referencia que se le asigna dentro de un cuerpo social determinado, que responde a un eje espacio-temporal y a una ideología precisa.
Por lo tanto, si un discurso cambia en el espacio y el tiempo, los significados designados para los objetos que integran ese discurso cambiarán en función de la discursividad y no del objeto en sí; de ahí que, al dejar de operar el concepto de desarrollo sostenible como discurso para relacionarnos con el fenómeno, emergió la resiliencia como un saber para abordar la inminencia del cambio climático.
La resiliencia surge como concepto en la teoría de sistemas, y su aplicación más inmediata se da en la rama científica de la ecología. Se define como “la capacidad de un sistema de absorber shocks”. Es decir, se trata de la capacidad de un sistema de recuperarse de una perturbación. Este concepto era utilizado para investigar la recuperación de un ecosistema tras una perturbación determinada, como un evento hidrometeorológico extremo o una plaga[5]. Como se puede observar, la resiliencia es una unidad de medida científica cuantificable y, más importante, es descriptible en términos objetivos. El concepto no contiene cuestionamientos sobre la responsabilidad del observador, la perturbación (antropogenia) ni los pasos deseables a seguir posteriormente. En pocas palabras, no contiene directrices éticas, al ser una herramienta meramente epistemológica y científica. Posteriormente, el concepto de resiliencia fue utilizado por la psicología para investigar la capacidad de un individuo de sobreponerse a una situación extrema, como una violación u otro trauma.
Con el transcurso de las décadas, la resiliencia ha pasado de ser una herramienta científica ecológica a una perspectiva de análisis de infraestructuras, primero económico y finalmente político y social. “Resiliencia es la capacidad de los sistemas, las infraestructuras, el Gobierno, los negocios y la ciudadanía para resistir, absorber y recuperarse de un acontecimiento adverso que puede causar daño, destrucción o pérdida de significación nacional” (DHS, 2010: 26-27).
Como ya hemos dicho, un término que nace de la teoría de sistemas va produciendo saberes distintos dependiendo no solo de la disciplina que elige acuñarlo, sino de la producción de discursos que se requiere en una arena específica. Hasta ahora nos hemos limitado a observar cómo emerge el término ante la necesidad de una nueva relación con el fenómeno del cambio climático. Sin embargo, es necesario señalar que en toda producción de saberes hay un ejercicio de poder, pues se instaura como verdadero o falso a partir de este. Los discursos no son un conjunto de signos que remiten a contenidos o representaciones, sino formaciones sistemáticas que hablan, es decir, los objetos van tomando su forma de acuerdo con el discurso que los va permeando. De ahí que un discurso sea irreductible a la lengua y a la palabra, porque es algo más que un conjunto de palabras para designar cosas; a través de él se producen e instauran los saberes propios de cada sociedad y se conjura el ejercicio del poder.
La utilización del concepto de resiliencia nos lleva a una reflexión ética sobre la opacidad de dicho concepto en la arena política y social. ¿Con qué propósito se establece la resiliencia como política pública? En los sistemas ecológicos, el resultado de la resiliencia se da en un contexto de consecuencias naturales. Si se establece como política pública, se transforma en un marco normativo, es decir, en algo deseable. Sin embargo ¿cómo podemos definir el resultado deseable en un contexto de cambio climático de forma total? ¿Estamos eligiendo ser resilientes, o se nos impone sin alternativa? ¿Ser resiliente es sobrevivir a los impactos climáticos? ¿De qué manera se da la supervivencia? ¿Lo deseable es simplemente sobrevivir?
Si la resiliencia es ser capaz de absorber y sobreponerse a una perturbación específica, esto puede provocar que una política de resiliencia se enfoque en algunos detalles y elimine o ignore otros. ¿Cuál es la relación entre pobreza y resiliencia? ¿Podemos tener una comunidad muy pobre pero resiliente y ese es el fin deseado? Un indicador de una comunidad vulnerable puede informarnos que esta ha sido muy resiliente al cambio climático, pero no nos dice nada sobre otras variables, como la pobreza. ¿Es equiparable la resiliencia al bienestar?
Conclusión
Esta reflexión nos lleva al cuestionamiento ético de la instauración de este saber, pues, tras este brevísimo análisis, sustentamos que el plausible desarrollo sostenible degeneró en la arena social en un ejercicio biopolítico que enarbola la resiliencia como única salida para hacer frente al colapso que se avecina. El problema ético radica en que el desarrollo sustentable tiene, en efecto, una directriz de dignidad humana muy clara, mientras que la resiliencia, con su estatus de ambigüedad, se ha convertido en una práctica que legitima la injusticia social bajo nuevos acuerdos para regular tanto la escasez de recursos como su distribución inequitativa y para fijar nuevos términos de supervivencia en una era de cambio climático, pues este nuevo saber se ha instaurado a través de un ejercicio del poder. Aquí solo podemos esbozar brevemente esta idea. Sin embargo, es necesario que en futuras reflexiones se profundice en la concepción y el uso de este término para repensar las posibles implicaciones de su transducción del plano científico a la arena social.
Para finalizar, solo señalaremos que el poder no radica en un sujeto ni en una institución, sino en el discurso que lo legitima. Por lo tanto, al ser discurso en relación, el poder está en todas partes. El sujeto está atravesado por discursos y relaciones de poder y no puede ser considerado independiente de ellas. Según Foucault, el poder no solo reprime, sino que también produce efectos de verdad y produce saber. Cada fuerza tiene la capacidad de afectar a otras y de ser afectada por otras; por eso implica relaciones de poder. Todo campo de fuerzas las distribuye en función de esas relaciones y sus variaciones.
Tanto la realpolitik como numerosos reportes científicos mundiales demuestran que la sostenibilidad ha quedado como una meta aspiracional en la escena internacional y como prácticas científicas dispersas a nivel micro. Teóricamente, el desarrollo sustentable debe considerarse como una meta inalcanzable. Según la propia definición del Informe Brundtland, el desarrollo mundial ha comprometido ya las necesidades del presente y también las de generaciones futuras. De esta manera, tanto la realidad innegable del agotamiento de recursos naturales de la Tierra como la inefectividad de las políticas basadas en el concepto de desarrollo sostenible de 1987 han dado lugar a la sustitución de la sustentabilidad en la agenda de desarrollo por otro concepto problemático, que se adapta a la inevitabilidad de la degradación y la inacción por parte de las naciones más responsables de la sobreexplotación: la resiliencia.
Bibliografía
Balastena, Eduardo, 1998. “Ética del saber y de las instituciones”. En: Natalio Kinserman (ed.), Ética, ¿un discurso o una práctica social? Buenos Aires, Paidós.
Comisión Mundial sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo (CMMAD), 1987. Nuestro futuro común. Nueva York. Disponible aquí, consultado el 2 de abril de 2017.
DeAngelis, D. L., 1980. “Energy flow, nutrient cycling, and ecosystem resilience”. Ecology, vol. 61(4), agosto. Ecological Society of America. Disponible aquí, consultado el 1 de abril de 2017.
Department of Homeland Security, 2010. DHS Risk Lexicon. Disponible aquí (pdf), consultado el 28 de marzo de 2017.
Foucault, M., 2009. El orden del discurso. Barcelona, Tusquets.
Foucault, M., 2005. Las palabras y las cosas. Madrid, Siglo XXI.
IPCC, 2014. Cambio climático 2014: Informe de síntesis. Contribución de los grupos de trabajo I, II y III al Quinto Informe de Evaluación del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático. IPCC, Ginebra, 157 pp. [equipo principal de redacción: R. K. Pachauri y L. A. Meyer (eds.)].
Organización de las Naciones Unidas, 1992. Declaración de Río sobre el medio ambiente y el desarrollo. Disponible aquí, consultado el 8 de marzo de 2017.
Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, 2016. Global material flows and resource productivity. Disponible aquí, consultado el 2 de abril de 2017.
* Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey, Campus Ciudad de México. xm.mseti@lirraczednanrefl
Notas
[1] Earth Overshoot Day, promovido por la organización internacional Global Footprint Network.
[2] Es decir, la capacidad natural de la Tierra para regenerarse. A partir de la fecha en la que se supera, se empieza a consumir el presupuesto del año siguiente. Resulta alarmante que el uso intensivo de recursos naturales está acabando con el presupuesto ambiental anual cada vez más rápido. Más información aquí
[3] Así, se estima que en la actualidad se requerirían 1,6 Tierras para sostener la intensa explotación de recursos que se lleva a cabo en el mundo. Lo terrible de esta situación es que no tenemos una segunda Tierra para compensar la falta de recursos que demanda este consumismo voraz.
[4] Entendemos “sociedad disciplinaria” como la sujeta a la norma que puede aplicarse tanto a un cuerpo que se quiere disciplinar como a una población que se quiere regularizar. La sociedad disciplinaria generalizada se sostiene en instituciones disciplinarias que han colonizado y finalmente recubierto todo el espacio.
[5] Así lo muestra una definición de resiliencia utilizada en ecología en 1980: “La resiliencia, definida aquí como la velocidad con la que un sistema regresa al estado de equilibrio después de una perturbación, se investiga tanto para los modelos de energía de la red alimentaria como para los modelos de ciclos de nutrientes. Estudios previos de simulación de modelos de energía de la red alimentaria han demostrado que la resiliencia aumenta a medida que aumenta el flujo de energía a través de la red alimentaria por unidad de cantidad de energía en la red en estado estacionario. El comportamiento de la resiliencia en los modelos de energía de la red alimentaria y los modelos de ciclo de nutrientes es un reflejo del tiempo que una unidad dada, ya sea de energía o materia, gasta en el sistema de estado estacionario. Cuanto más corto sea este tiempo de residencia, más resistente será el sistema (DeAngelis, 1980:1).
Fuente: Ecología Política. Cuadernos de Debate Internacional